Los Salmos hablaban de que allí había riquezas ocultas, ataúdes metálicos y máquinas exquisitas, pero hacía mucho tiempo que los saqueadores habían desvalijado el lugar. Clanes posteriores habían grabado sus símbolos en los muros, y construido toscas capillas. Mucho antes de la historia escrita había existido un templo infantil en el nivel inferior. Allí se clasificaba el kalothi, y se suministraba carne, huesos, cueros y tal vez reliquias sagradas a los pobladores locales. No existía un sitio más alejado del hombre moderno; ninguno estaba más cerca de Dios. Aquí era donde la Raza había fracasado, y aquí volvería a surgir.
Así rezaba la profecía.
Con el tiempo, Kathein ya no pudo tolerar el dolor y escogió una sala abovedada situada en un nivel más arriba que la mazmorra subterránea que había esperado alcanzar. Una rancia humedad se escurría por las grietas de la piedra. Kathein extendió la manta en el suelo. La antorcha titiló, volvió a encenderse y se extinguió. Junto con las contracciones, ella jadeó y gritó hasta separar al niño de su cuerpo... al hijo de Joesai.
Su mano se deslizó por el suelo en busca del cuchillo. En medio de la oscuridad cortó el cordón umbilical. Aún en la oscuridad, agradeció el destello celeste que era Dios y sostuvo a la criatura ensangrentada contra su pecho, abrigando su furia, mientras recuperaba las fuerzas. Un rato después sus manos temblorosas encendieron otra antorcha. Los monstruos grabados en los muros enseñaban sus ominosos colmillos a la madonna y al niño. Con el fuego de la antorcha, encendió los vientres Kaiel para obtener su incienso. La profecía decía que cuando el Salvador que Habla con Dios naciese en las Tumbas de los Infortunados, sería recibido por el incienso Kaiel.
Con sumo cuidado, Kathein envolvió al bebé en la suave franela hasta que el pequeño se calmó.
Como Dios, te he traído de un mundo de paz a uno de penurias,
se dijo. Él era tan pequeño. Kathein lloró un instante. Éste era el único obsequio que podía brindarle a su amado Joesai... convertirlo en el padre del Salvador. Cuando regresó a la luz se sentía orgullosa y la debilidad no la agobiaba.
No pretendas que los demás sean tan indulgentes como tú con los débiles, pero habla con valentía. Habrá tiempos en que la valentía estará de moda y tiempos en que sólo los valientes se atreverán a serlo.
Oelita la Dulce Hereje, en
Máximas de una Transgresora
Había unos hombres afuera custodiando la casa modesta, erigida en las tierras altas que se asomaban sobre el Templo de Congoja. Era una zona de calles intrincadas, escaleras y callejones cubiertos de guijarros. Al parecer no había puerta delantera, y el muchacho condujo a Teenae hasta la parte de atrás. Una vez dentro, bajaron una escalera de piedra hasta llegar a una habitación desde cuyas ventanas de vidrios verdes podía verse el mar. El guía era tímido y no sabía cómo hacer las presentaciones; sólo permaneció a un costado, con expresión cohibida. Oelita estaba de pie. Sus ojos la miraron con tanta franqueza y claridad que Teenae temió que lo supiese todo, que aquello fuera una trampa. ¡Esas muñecas lastimadas!
—¿Dónde has conseguido esa túnica tan hermosa? —dijo para ocultar su miedo.
—Me la obsequió un amigo. Los oz'Numae las tejen en una sola pieza. Mis amigos me han contado que los oz'Numae son un pequeño clan que vive en las islas del Mar de las Ilusiones Ahogadas.
—¡Entonces viene de muy lejos! ¡De donde Luna Adusta sale por el horizonte del
este!
¡Una larga travesía por tierra!
—Tú no conoces Congoja —dijo Oelita—. También has venido de lejos.
—¿Quién en Geta no ha conocido la congoja? Tú no eres una extraña para mí. He leído tus
Máximas de una Transgresora
hace mucho —mintió.
—Zeilar gom-n'Orap me dice que deseas publicar una pequeña edición de ese libro.
Ah, he escogido un buen señuelo,
pensó Teenae percibiendo la ansiedad en su voz. Hurgó en un bolsillo y extrajo un libro sobre estrategia del juego del Kol, impreso en Kaiel-hontokae. El cebo.
—Esta es una muestra de nuestro trabajo.
—Hermoso —dijo Oelita con envidia mientras pasaba las hojas y acariciaba la trama artesanal de la encuadernación. No había papel de esa calidad entre los Stgal, ni tampoco una impresión tan nítida.
Teenae continuó.
—Me complacería mucho que revisaras mi copia de tu manuscrito, por si encuentras algún error. Con tu renovada sabiduría hasta es posible que quieras incorporar algún cambio.
—He estado pensando en ello toda la noche, desde que Zeilar me trajo la buena nueva de tu interés. Pero hablaremos de negocios más tarde, cuando nos hayamos conocido mejor.
Una niña muy pequeña entró sigilosamente en la habitación y se ocultó bajo la mesa. Habló con una voz cantarina.
—Toeimi irá hasta Origen Falso al amanecer. Pregunta si quieres que te traiga algo.
Oelita se arrodilló con una sonrisa.
—Hay una pequeña tienda que vende especias de raíces, justo bajo los puestos de los hojalateros. No hay especias de raíces en Congoja. —Se miró las muñecas—. Ayudará a la curación. Eso es todo, mi bichito. —La niña esperó con impaciencia mientras recibía unas caricias en la cabeza, y entonces salió de debajo de la mesa para marcharse a toda prisa. Oelita se volvió nuevamente hacia Teenae—. ¿Estás de humor para una partida?
—¿De Kol?
La mujer santa sonrió.
—Soy una experta en el juego del Kol. Te verás en apuros. ¿Prefieres el ajedrez?
—Kol.
Desde el momento en que arrojaron los dados para repartir las piezas multiformes que simbolizaban el territorio, Teenae observó el juego buscando indicios sobre el carácter de Oelita. Poco a poco comenzó a emerger un patrón. La hereje sólo conquistaba territorio para estabilizar sus provisiones de alimentos, de tal modo que la Condición Selectiva se produjese con menos frecuencia. Teenae contraatacó ocupando los principales puestos de mando. Sorprendentemente, Oelita compartió la condición de estancamiento entre todos sus habitantes, con lo cual resultaba difícil comerlos. Ésta era una defensa poco ortodoxa y ella la jugaba muy bien. Oelita era capaz de ver
muy
lejos en el futuro... pero siempre era mejor asignar todas las flaquezas a un solo habitante y luego concederle el suicidio. Oelita hubiese ganado de haber estado dispuesta a cometer más sacrificios, pero prefería perder territorio en lugar de perder un habitante, por lo que la mente o'Tghalie de Teenae la aniquiló implacablemente atacando aquella única flaqueza.
Y entonces Teenae supo que los Kaiel podían conquistarla. Si la vida de alguien era amenazada, Oelita jugaría en su propia contra. No estaba dispuesta a matar para salvar una vida, ni tampoco se apartaría a un lado mientras esa vida era segada.
Al efectuar el análisis, estas contraindicaciones siempre habían constituido el punto de apoyo de los ataques devastadores de Teenae.
El punto débil de Oelita hizo que Teenae recordara las enseñanzas del kembri-Itraiel. Aquellos que no están dispuestos a matar se convierten en víctimas muy atractivas, y por lo tanto generan un conflicto interminable. Por otro lado, los que
están
dispuestos a matar y son capaces de hacerlo siempre tienen la alternativa de
elegir
una vida pacífica. Quienquiera que valore su vida se compromete en el juego de salvarse a sí mismo.
Los pensamientos de Teenae eran de una naturaleza más matemática. Un estratega podía tratar de minimizar la muerte, pero el intento de
eliminarla
invitaba a tal desequilibrio en la distribución de recursos que el único resultado podía ser una proporción mayor de mortalidad. En especial si uno jugaba contra Teenae.
—Tienes un alma despiadada —dijo Oelita, reconociendo la derrota con una sonrisa.
—Sólo cuando juego al Kol. En general tengo un corazón bondadoso.
—¿Te quedarás a cenar?
Teenae sonrió con placer.
—Estaré encantada de compartir tu tiempo y tu pan.
—¿Quieres que envíe a un mensajero en busca de tu esposo? Me siento muy agradecida con él por la ayuda que me brindó.
Teenae se puso en guardia.
—Joesai no podrá venir. Trabaja demasiado. Sus horarios están programados desde el amanecer. La vida a su lado no es nada sencilla. —Sus ojos brillaban—. Me moriría de aburrimiento sin mis otros dos maridos.
—A mí me pareció muy amable.
Oelita preparó la cena sobre las brasas de la estufa que ocupaba el centro de su habitación. Alegremente, conversó con su nueva amiga sobre el mundo y sobre libros. Teenae notó que adoptaba una expresión precavida cada vez que se mencionaba a los Kaiel.
—Nunca has estado en Kaiel-hontokae, ¿verdad? —preguntó Teenae para probarla.
—No me atrevería. Los sacerdotes Kaiel me atacarían por hereje. Yo no disfrutaría del juego y ellos no sacarían mucho provecho. Les resultaré un poco dura en el Banquete del Juicio.
—¡Ellos no son así!
—¡Están tan seguros de tener la razón, tan seguros de su destino!
—Pero una persona que está segura de tener razón no siente ninguna necesidad de perseguir a los demás —dijo Teenae con suavidad—. Son aquellos que
no están
seguros los que necesitan atormentar a los herejes.
—¿Entonces crees que no correría peligro?
—Kaiel-hontokae es la única ciudad de todo Geta donde no existe el miedo a la disidencia.
—¡Pero son tan sanguinarios! ¡Comen niños! Es repugnante. ¡No quiero tener nada que ver con ellos!
—Los Stgal se comieron a tus hijos, y tú tienes la valentía suficiente para brindarles tus enseñanzas —dijo Teenae empleando la lógica.
Oelita se estremeció como si le hubiesen clavado un puñal.
—Rociarte con aceite y prenderte fuego para iluminar la oscuridad de una ciudad extraña es un gesto inútil.
—Yo conozco Kaiel-hontokae. Te garantizo que estarías a salvo.
—Debería ir —dijo Oelita con expresión pensativa. Estaba recordando cuántos problemas le había causado su necia furia contra los Kaiel en la granja de Nonoep—. Probablemente habrás escuchado que los Mnankrei me persiguen. Pero me temo que también debería quedarme y luchar —agregó con ira.
—Permíteme decirte otra cosa. Tú tienes influencia aquí. Como bien sabes, los Kaiel están ansiosos por conseguir influencia en esta región. Ellos negociarían contigo.
—¿Qué podrían ofrecerme? ¿Dejarían de asesinar a esos bebés indefensos? —preguntó con amargura.
—Podrían ofrecerte tiempo, protección. ¿Cuánto tiempo más perdurarán los Stgal? Es un mundo cambiante. Tus libros te han hecho ganar amigos en Kaiel-hontokae.
—Lo pensaré. Me contarás más cosas sobre esa misteriosa ciudad. Aquí sólo llegan rumores.
El aroma de la comida atrajo a los niños del vecindario. Cuando estuvieron dentro jugaron con Teenae y se subieron a la falda de Oelita. Al fin ella los despidió de su casa, pero al llegar a la puerta se encontró con un hombre sin nariz que había escogido ese momento para devolverle uno de sus panfletos. Las dos mujeres conversaron con él un buen rato, debatiendo cuestiones teológicas, y entonces el hombre se marchó.
—Pareces tan cómoda con los criminales.
—¡Es inofensivo! —Exclamó Oelita con impaciencia—. Después de la última hambruna robó una hogaza de pan al levantarse la primera cosecha. ¡Una hogaza de pan! ¿Alguna vez has visto a un criminal peligroso? ¡Ésos sí se dan prisa por realizar su Contribución a la Raza!
—El hombre te ama. Tú le has dado esperanzas —retrocedió Teenae.
—El pobre muchacho necesita esperanza. ¿Quieres un poco de caldo? Es profano pero inofensivo. Soy muy cuidadosa con ello.
—Un tazón pequeño.
La conversación regresó al tema de imprimir los manuscritos de Oelita. Ella estaba ansiosa y trataba de no demostrarlo. Consideraba que había otros libros más importantes que sus
Máximas.
Dejó lo que estaba cocinando para traer su trabajo más reciente. Este se encontraba en una pila de papeles, y en su entusiasmo por mostrárselo Oelita tumbó sus cajas de insectos con un movimiento del brazo.
—Hay tanto desorden aquí. Acabo de mudarme y dispongo de poco espacio.
—Tienes toda una colección de insectos.
—Era de mi padre.
Teenae examinó los instrumentos de disección y el microscopio que utilizaba para clasificar los insectos. El aparato estaba junto a una colección de piedras.
—¿Esto es vidrio? —Teenae se sorprendió tanto con una de las piedras que olvidó el manuscrito que tenía en las manos.
—¡Es demasiado duro para ser vidrio! Y sus cristales no tienen la forma de un diamante. El diamante nunca llega a ser tan grande.
—¿Dónde la obtuviste?
—Coleccionaba piedras cuando era niña. Ésta la encontré mientras nadaba en el mar.
—¿En el mar?
—Mi padre me enseñó a nadar. No es peligroso.
—Joesai dice que estos cristales contienen la Voz Congelada de Dios.
—Si la ponemos al fuego, ¿Dios saldrá por la chimenea a contarnos historias? —la increpó Oelita.
—Habla sobre genes —se defendió Teenae.
—¿Como un sacerdote cuando está ebrio de whisky?
—Nunca he visto cómo ocurre.
Oelita se echó a reír.
—Pero has oído hablar de ello. ¿Crees que esa roca del cielo ha hablado alguna vez con alguien?
Estoy segura de ello,
pensó.
—No lo sé —dijo Teenae para evitar la controversia. No sabía qué hacer con el manuscrito que, de pronto, Oelita parecía haber olvidado.
—¡Somos personas tan supersticiosas! —Bramó la Dulce Hereje—. Existe una explicación racional para todo. Podemos cantar que Dios fue quien trajo los insectos... pero también puedes observar cómo evolucionaron hasta ocupar cada recoveco donde existe la vida. ¡Mi padre encontró señales de vida en el más seco de los desiertos! En las piedras encontró incrustaciones de conchas pertenecientes a insectos que hoy ya no existen. ¿Sabes cuánto tiempo se necesita para que una piedra así forme una arcilla lo bastante blanda para atrapar a un insecto? ¡Eones! Y los Salmos dicen que la Raza apareció aquí en un abrir y cerrar de ojos, ¡prácticamente ayer!
—No existen fósiles humanos.
—¡Hacemos sopa con nuestros huesos! —exclamó Oelita, colocando un plato de comida frente a su invitada, junto a su manuscrito más reciente.
—Mi familia
colecciona
huesos.