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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (66 page)

BOOK: Puerto humano
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Ordenó a la anguila que saliera, no podía pensar en la anguila, no podía pensar en sus propias rodillas mientras se deslizaba por el suelo, no pudo esperar ni desear mientras sus dedos se deslizaban de nuevo sobre el cuerpo de Maja, hasta que estuvo sentado enfrente de ella. Aún lo tenía agarrado, aún estaba ella en la oscuridad en sus imaginarias manos cuando se inclinó hacia delante y puso su boca en la de ella.

Sal. Fuera
.

Lo expulsó del estómago a través de la garganta y lo sintió realmente como un cuerpecillo, un hilillo de líquido suave que se deslizaba por la lengua, salía de sus labios y entraba en la boca de ella.

Él se hundió jadeando. Una parte de él lo había abandonado. No se atrevía a mirar. Ahora no quedaba más que hacer. Cerró los ojos y reinó el silencio. Después oyó la voz de Maja:

—Papá, ¿qué pasa?

Abrió los ojos lentamente. Maja estaba sentada mirándole mientras fruncía el entrecejo.

—¿Estás triste? ¿Por qué tienes a Bamse?

Él la miró a los ojos. Sus ojos de color marrón verdoso que lo observaban inquisitivos. Un cuerpo enorme cambió de posición y el mundo sufrió una sacudida.

Por el estertor que salió de su garganta comprendió que ahora él también podía emitir sonidos. La expresión de preocupación de Maja estaba a punto de transformarse en miedo por el hecho de que él se comportara de una manera tan rara. Él se tragó todo lo que quería salir de él, sacó el muñeco del buzo, y se lo dio a ella.

—Lo cogí para ti.

Maja cogió el muñeco y lo abrazó, meciéndolo de un lado para otro. Anders oyó el ligero roce cuando la niña movió los codos sobre las rodillas, él se inclinó sobre ella y percibió el olor al champú de Barnängen en su pelo; le acarició la mejilla.

—Maja, mi pequeña...

Maja alzó la vista, lo miró. Otro temblor recorrió la casa y Anders sintió una fuerte vibración en las tablas del suelo. Maja gritó.

—¿Qué es eso?

—Creo... —dijo Anders agarrándole la mano al tiempo que se levantaba—... creo que tenemos que irnos ahora.

Maja se opuso.

—¿A dónde vamos a ir? ¡No quiero ir!

La casa volvió a temblar y Anders vio cómo se caía el atizador que estaba al lado de la chimenea. Los montones de cuentas de Maja se esparcieron y se mezclaron, y ella se soltó de su mano para empezar a colocarlas otra vez.

Anders se agachó y la cogió en brazos. Maja pataleó y protestó en sus brazos pero él no le hizo ningún caso, sino que la apretó fuerte contra su cuerpo mientras corría a través de la casa, hacia la puerta.

Cuando salió del jardín y continuó corriendo hacia el muelle, Maja se relajó y empezó a reír.

—¡Arre, burro! —gritó, y chascó la lengua.

Él oía el ruido de sus pisadas por el camino, pero no corría sobre grava. La grava se estaba pulverizando, deshaciéndose, y los lirios que bordeaban el camino se tornaban lacios, caían al suelo y se volvían borrosos.

Anders tomó el atajo corriendo por las rocas, pero las rocas se habían vuelto resbaladizas y oscuras. El cielo estaba a punto de desatarse como una nube en una tormenta. Abajo, junto a los embarcaderos, había dos personas vestidas con ropas antiguas gritándose mientras miraban aterradas a su alrededor.

Todo menos las personas estaba encogiendo e implosionando a cámara lenta, y cuando Anders corría hacia el barco con Maja en brazos vio durante una fracción de segundo lo que no le estaba permitido ver. De qué estaba hecho realmente ese mundo. Habría caído de bruces aterrado o suplicante si no...

—¡Arre, burro!

... Si no hubiera tenido que sacar de allí a Maja.

Cuando subió al barco y puso a Maja en el asiento de proa, se dio cuenta de que la carrera había transcurrido en cuestión de segundos. Había ido hacia las rocas y había comprobado que estaban muy resbaladizas, y luego había llegado sin darse cuenta en realidad de cómo lo había hecho.

Arrancó el motor y poco después de dar la vuelta al barco ya estaban en Gåvasten. Las distancias se contrajeron solas y todo se acercaba a todo.

Gåvasten se mantenía. El faro blanco aún se alzaba hacia el cielo oscuro del atardecer, pero cuando Anders se volvió hacia Domarö, la isla se encontraba tan solo a unas decenas de metros. La perspectiva se había distorsionado y Domarö parecía igual de grande que cuando él la había visto a un kilómetro de distancia, pero comprendió que se encontraba más cerca porque podía ver gente. Podía ver cómo agitaban las manos y cómo corrían.

Y Domarö seguía descendiendo en altura. La isla se estaba hundiendo.

—¡Ven, cariño! ¡Vamos deprisa!

Maja se levantó y saltó a la playa llena de piedras. Ella había visto lo mismo que él y tenía miedo.

—¿A dónde vamos?

La niña alargó los brazos hacia él, él la volvió a coger y echó a correr hacia la cara este de la isla.

Ojalá que aún exista, ojalá que aún exista
...

La escalera seguía aún allí, pero cuando llegó a las rocas del lado este, el mar también había empezado a quitarse la máscara y empezaba a deshacerse en una niebla gris plomo por la cual bajaba la escalera.

Anders dejó a Maja en el suelo, abrazada con fuerza a su Bamse, se puso en cuclillas y le dijo en el tono más alegre que pudo:

—Ven. Vas a cabalgar sobre mis hombros.

Maja se metió el pulgar en la boca y asintió. Anders bajó el primer escalón y Maja le puso, no sin dificultades, las piernas alrededor del cuello. La niña no quería ni sacar el dedo de la boca ni soltar a Bamse. Él la agarró con fuerza por las rodillas para que no se cayera e inició el descenso.

Se desplazaron en su angosta burbuja de aire y el camino hacia abajo se convirtió en cuesta arriba sin que él advirtiera cuándo ocurrió. En algún sitio la escalera cambió de dirección y la niebla que los rodeaba se convirtió en agua. A Anders le caía el sudor por los ojos y ni se le ocurrió pedir que dejara de hacerlo. Le dolían las piernas, la espalda y la nuca, pero seguía agarrando las rodillas de Maja y subiendo, todo el tiempo con miedo a resbalar y caerse en aquella escalera tan angosta.

Tenía quemados los pulmones cuando se encontró de nuevo en las rocas de la otra Gåvasten y con cada jadeo expulsaba los restos del humo del tabaco incrustados que se habían desprendido durante la huida. Cuando se agachó para bajar a Maja, él se cayó al suelo. Maja gritó y aterrizó de costado sobre las rocas, pero cayó encima de Bamse.

La niña no lloró ni gritó. Se acurrucó con los ojos bien abiertos, abrazaba a su oso y chupándose el dedo. Anders alargó la mano y le tocó los pies para comprobar que estaba allí realmente. Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par, pero no dijo nada.

Anders se sentía agotado, había corrido y trepado hasta agotar sus últimas energías y no podía hacer otra cosa que estar allí tumbado boca abajo sobre las rocas, jadear y mirar a su aterrada hija.

Lo superará. No entiende. Lo superará
.

No era él quien temblaba, era la roca. Un rugido atronador subió de las entrañas de la tierra e iba aumentando su potencia. Anders estaba con la oreja pegada a la piedra y lo oyó.

Ahí viene
...

Durante un breve instante vio lo que era a través de los velos de ilusión que lo cubrían. Qué era lo que mantenía a la gente prisionera, porque necesitaba sus fuerzas para vivir y crecer. La amenaza del infierno, el fantasma del mar o el ser cuya presencia ha dado lugar a la creación de leyendas. El monstruo.

No servía de nada tratar de describirlo. Era un espectro con mucha fuerza y múltiples cabezas, un músculo negro con millones de ojos que no tenía cuerpo ni vista. No existía. Era todo lo que existía.

Las vibraciones de la piedra se propagaban dentro de su cráneo. Su pobre cerebro chapoteaba dando vueltas allí dentro, tratando de hacerse una idea de lo que había vivido, sin conseguirlo. Lo más importante era no estar allí cuando aquello llegara.

Anders se dio la vuelta y se sentó, puso la mano en las rodillas a Maja. En realidad se sentía sin fuerzas, pero como decía algún sargento cuando él hizo la mili: «Tienes que correr hasta que incluso tu madre piense que estás muerto, y después correr un poco más».

Su madre no contaba, él solo podía confiar en sí mismo y no creía que estuviera muerto. Así pues, aún le quedaba un poco más. Se secó el sudor de los ojos y alzó la vista sobre el mar cubierto de hielo.

Los pájaros
...

Ya no volaban alrededor de la isla, pero no habían desaparecido como en la otra isla. Toda la bandada se había agrupado en una zona al este a poco más de cien metros. Muchos volaban dando vueltas como antes, pero la mayoría estaban en el hielo yendo de un lado a otro como si estuvieran esperando algo.

No había tiempo que perder. Ahora estaban en este mundo, era el mes de octubre. Su cuerpo aún estaba sudando, pero...

—Ten, cariño.

Se quitó el buzo de la cintura y se acercó a Maja, que seguía sentada con las rodillas dobladas chupándose el dedo. Maja miraba de una manera que le desanimó. Intentó quitarle el muñeco de los brazos para poder ponerle el buzo. Pero ella no lo soltaba.

—Cariño, hace frío. Tienes que ponerte el buzo.

Pese a que no quería hacer lo que él le decía, Anders se sintió aliviado al ver que meneaba la cabeza con fuerza. Cogió a Bamse por el gorro para quitárselo. Las vibraciones del suelo se volvieron más fuertes y él tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la calma.

—Venga, mi niña, que te vas a resfriar.

Él tiraba del gorro de Bamse y Maja no lo soltaba. Algo se desató en su pecho y se le escapó una carcajada. Una alegría loca chapoteaba en su estómago y siguió riéndose. Era tan tonto.

La había rescatado del otro lado, se acercaba un terremoto y él estaba allí tirando del gorro de Bamse mientras ella se negaba y tiraba hacia el lado contrario. Maja ladeó la cabeza y se sacó el dedo de la boca.

—No tengo frío, de verdad. Solo un poco en los pies. ¿Dónde está mamá? Ella tiene que venir también.

—Está bien —dijo Anders—. Está bien. Mamá vendrá luego.

Maja miró con cara de reproche el buzo que él tenía en las manos.

—Y está
sucio
. Muy sucio.

La tela estaba manchada de sangre coagulada que en algunos sitios se había vuelto viscosa por el sudor de Anders durante la huida. Sí, estaba
muy sucio
, la verdad.

Maja miró a su alrededor.

—¿Qué música es esa?

Era una expresión mal dicha de la que no quería apearse.
¿Qué ruido es ese?
y
¿qué es lo que suena?
, dicho con sus palabras era: ¿qué música es esa? Una de las mil y una cosas que él sabía de ella y que ya no era un conocimiento inútil.

—No sé —mintió—. Pero tenemos que irnos ahora.

Volvió a coger a Maja en brazos y ella soltó a Bamse para poder poner las manos alrededor del cuello de él, mientras el muñeco quedaba apretado entre los dos. El ruido era cada vez más fuerte y cuando llegaron a la playa del lado sur, la capa de hielo se había despegado de la orilla. Anders tuvo que saltar por encima de un canal de agua para poder seguir corriendo hacia el barco, que seguía atrapado en el hielo.

Cuando llegó al barco y dejó a Maja en el banco de delante, el hielo había empezado a estallar y retumbar. Las grietas recorrían la superficie reluciente y todos los pájaros alzaron el vuelo chillando excitados cuando el hielo se resquebrajó y caminos oscuros de agua salieron a la luz del día.

Yo soy el mar
.

Fundió el hielo que había delante del barco en agua, dejó que el agua arrastrara el barco. Maja estuvo a punto de caerse hacia atrás cuando el barco cogió velocidad a través de la calle de agua que se iba abriendo delante. La niña se agarró con fuerza a la borda riéndose.

—¡Más deprisa! ¡Más deprisa!

Anders meneó la cabeza. Ella no quería saber cómo era posible aquello. Para ella lo importante era que resultaba
divertido
, que iba
deprisa
. Él era el mar y lanzó el barco hacia delante con más fuerza. El pelo de Maja flotaba al viento mientras ella se aferraba a la borda y se balanceaba como para ayudar a que el barco fuera más rápido.

Un gran estruendo retumbó en el aire y Anders se volvió. Al este de Gåvasten asomó un cuerpo negro a través de la capa de hielo de un metro de espesor triturando los bordes. Ya tenía unos cuantos metros de altura y veinte de ancho y crecía a medida que ascendía.

Ya estaban tan alejados que Anders apenas podía distinguir pájaros aislados, pero vio que toda la bandada se lanzó en picado contra aquello que salía del mar, atacándolo con sus pequeños picos que apenas podían hacer más daño que la picadura de un mosquito.

Anders volvió la cara hacia Domarö, que se acercaba a gran velocidad. Un mosquito es pequeño, nada frente a una persona que puede matarlo de un golpe con el dedo meñique. Pero mil mosquitos ya eran otra cosa. Quizá la lucha de las gaviotas no fuera tan inútil como parecía.

La capa de hielo se había fracturado en grandes témpanos cuando Anders atracó el barco en el mismo embarcadero en el que lo había amarrado en el otro mundo. Ayudó a Maja a subir al muelle y volvió a mirar hacia el mar.

Al lado de Gåvasten había una nueva isla, igual de alta que el escollo sobre el que se alzaba el faro y cinco veces más grande, por lo menos.

Gunnils öra. Gyllenör. La isla de los sueños
.

Una sacudida se propagó a través del mar y el embarcadero zozobró bajo los pies de Anders. Tanto Gåvasten como la otra isla desaparecieron y Anders pestañaba desconcertado. La línea del horizonte se movió, se ondulaba en los bordes como el asfalto bajo un sol de justicia.

Entonces comprendió. Una vez más cogió a Maja en brazos y la llevó hacia tierra firme. Cuando corría hacia el muelle vio que Mats, el dueño de la tienda, estaba allí arriba mirando con unos prismáticos. Ingrid, su mujer, estaba al lado. Mats bajó los prismáticos, se rascó la cabeza y le dijo algo a ella.

—¡Hola! —gritó Anders—. ¡Mats! ¡Hola!

Mats lo vio aparecer.

—Anders, ¿qué... —Mats se quedó mirando el bulto azul que Anders llevaba en brazos y señalándolo—. Es...

Anders subió al muelle.

—Sí —le dijo—. ¡Activa ahora mismo la campana de avisos!

—¿Cómo...? Quiero decir que...

—Mats, por favor, haz lo que te digo. Esto se va al garete. Activa la alarma y... —Anders miró de reojo hacia el mar. La línea del horizonte se había combado aún más hacia el cielo—. Vete de aquí. ¡Ya!

BOOK: Puerto humano
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