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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (65 page)

BOOK: Puerto humano
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«Ya sé lo que pasa», pensó Anders mientras subía al muelle y caminaba hacia la persona que estaba de espaldas a él.
Sé dónde estoy
.

—Perdona —dijo Anders, y pensó que solo habría
pensado
la palabra porque no salió de su boca. La persona que tenía delante era un hombre que llevaba unos pantalones azules y una camisa de cuadros, no muy distinta de la que él mismo llevaba puesta. El hombre no reaccionó ante el inaudible saludo. Anders se acercó un poco más.

—¿Perdona?

Anders se tocó los labios, se chupó el índice. Sí, la boca estaba en su sitio, la lengua también. Pero todo estaba aquí tan en silencio... No se oía el ruido de ninguna máquina, ni voces, ni los trinos de los pájaros desde los árboles.

Como el hombre aún no daba señales de haberle oído, Anders dio la vuelta para poder mirarlo a la cara o darle una palmadita. Anders pasó a su lado y se le encogió el estómago, se le nubló la vista al ver que todo se movía en la dirección contraria.

Anders estaba donde acababa de estar aquel hombre y se quedó mirándole fijamente la espalda cuando este echó a andar hacia la tienda. Anders corrió detrás de él, se puso delante y volvió a pasar lo mismo. Algo dio la vuelta en su cabeza y él siguió a un hombre que bajaba hacia el muelle, un hombre al que solo podía ver la espalda y la parte posterior de la cabeza.

Se detuvo. El hombre volvió a su postura anterior abajo en el muelle, donde se puso a observar el mar. Anders se volvió y siguió hacia la tienda. Él casi se esperaba ver su propia caja de arenques allí arriba, con su cartel escrito a mano.

Porque fue ese día. El día en que el hombre se ahogó en el mar y Cecilia le había llevado en su bici. Su mejor momento. El mismo tiempo, los mismos carteles, la misma sensación. Exceptuando el terror que cosquilleaba en sus entrañas.

Tú quieres que me quede. Quieres tenerme aquí. Me muestras lo que crees que quiero ver. Mi cielo. Eso es lo que haces
.

El hombre que había estado mirando las ofertas se marchaba. Por el camino del pueblo en dirección al sur había una mujer con un vestido de verano pasado de moda que se alejaba. Una mujer con una falda gruesa de estameña y un pañuelo a la cabeza estaba en una cuesta recogiendo lirios de los valles, de espaldas a él.

Nadie ve lo mismo
.

La mujer que recogía lirios no pertenecía a este siglo ni al pasado. Probablemente ella no veía ninguna tienda y de ninguna manera anuncios de helados. Era posible que viera la panadería que Anders sabía que había existido en el mismo sitio donde ahora estaba la tienda. A sus ojos probablemente el muelle no era más que una sencilla construcción de madera.

Ahora. ¿Qué es ahora? ¿Dónde estamos nosotros?

Anders cerró los ojos y se los restregó con fuerza, como si los presionara contra el cerebro.

Cuando los abrió vio lo mismo que antes. Un paisaje maravilloso, un día maravilloso y gente que se alejaba de él o le daba la espalda.

Dio una patada en el suelo y salieron unas cuantas chinas despedidas sin hacer ningún ruido. Se llenó los pulmones de aire y gritó:

—¡Maja!

Pero no lo hizo. El aire salió de él, las cuerdas vocales vibraron, pero no se oyó nada. El silencio era tan compacto que se taponaban los oídos, como cuando uno se encontraba en agua a cierta profundidad.

Y eso es justamente lo que yo estoy haciendo
.

Cogió el camino sur del pueblo y fue hacia el albergue. Al igual que todos los edificios en esta versión de Domarö, el albergue estaba más bonito que nunca. No es que pareciera
recién construido
. Las casas nuevas no suelen ser especialmente atractivas. No, más bien lo que ocurría era que todo lo viejo y desgastado lo estaba de una forma tan perfecta que solo aumentaba la belleza de la construcción.

Skansen
[15]
.

Sí, más o menos. Todos los edificios y todos los objetos, todas las plantas aparecían como en una exposición. Como si más que
ser
algo
representaran
algo. A sí mismas. Modelos de tamaño natural.

Una mujer con un vestido blanco con lunares negros y un hombre, con pantalones de traje, chaleco y camisa con las mangas recogidos, jugaban al críquet en el jardín del albergue.

Las bolas chocaban sordas, sin ruido, contra el mazo y rodaban a través de los aros o al lado de ellos. Aparte de la ausencia de ruido, lo único raro de esa escena era que el hombre y la mujer nunca se miraban entre ellos y nunca miraban hacia él. El partido continuó hasta que la bola de la mujer entró en la estaquilla al final del recorrido.

El hombre y la mujer recogieron sus bolas sin decirse nada y se volvieron hacia el albergue como en una pantomima coreografiada, en la cual la única condición fuera que sus ojos no se cruzaran nunca.

En el mismo momento en que el hombre se volvió hacia el albergue, hacia Anders, él volvió a sentir aquella fuerte presión en el pecho y, delante de la escalera, vio al hombre y a la mujer subir, abrir la puerta y desaparecer en el interior del edificio.

Solo soy yo
.

El resto de las personas a bordo de esta isla irreal estaban inmersas en la pantomima y se comportaban como debían. Él era la excepción, un estorbo que había que quitar de en medio como fuera para que el baile no se interrumpiera o se hiciera pedazos.

Tiene que ser así
.

Si todas las personas que se movían por allí realmente veían cosas diferentes, mundos diferentes, también era una exigencia que nunca se miraran, pues entonces verían otra cosa diferente y la ilusión que se representaba expresamente para ellos se haría añicos.

El estrecho camino de grava que bajaba hasta la Chapuza estaba bordeado de lirios del valle. Anders se agachó y cogió un ramito, hundió la nariz en él. Nada. Tampoco existían olores aquí. Se metió una de las bayas venenosas en la boca. Nada. Sentía la baya encima de la lengua, es decir, que tenía tacto, pero no sabía a nada.

Salió hasta las rocas y allí estaba la Chapuza, igual que en el otro mundo.

No
...

Anders cerró un ojo y observó el pino recto. La casa ya no estaba torcida ni combada. A Anders la casa siempre le había parecido fea, con esa inclinación irregular que tenía, y le habría gustado arreglarla de alguna manera. Ahora ya lo tenía como le habría gustado. La casa estaba recta y de todo lo que había visto hasta ahora aquello era lo que más le asustaba. Que la Chapuza ya no fuera la Chapuza. Era una casa de veraneo muy bien construida en el mejor emplazamiento.

Temeroso, avanzó hasta la puerta y la abrió. Una colonia de larvas de mosca salió de sus pupas dentro del pecho de Anders y empezó a volar intentando encontrar una salida, haciéndole sentir un temblor en el tórax. Ya no era ese día en el que Cecilia le llevó en la bicicleta: el interior de la Chapuza era el del tiempo en el que Cecilia y él habían vivido allí y habían sido muy felices.

Puesto que eso es lo que yo quiero que sea
.

Temblando, cruzó sobre la alfombra que Cecilia había comprado en una subasta por diez coronas, o sobre la imagen de ella. Todo lo que veía estaba sacado de su cabeza. Entró en el cuarto de estar y cuando vio que la puerta del dormitorio estaba entreabierta oyó el primer sonido que había oído en este lugar: un tictac arrítmico que parecía que procedía de sus oídos.

Se llevó la mano a la boca y sintió que le castañeteaban los dientes. El ruido interno no lo podía engullir ni siquiera este silencio. Avanzó sigilosamente por el suelo del cuarto de estar pese a que el sigilo no tenía ningún sentido aquí.

El tictac se convirtió en un excitado golpeteo cuando llegó a la puerta y miró dentro.

Allí estaba, sentada.

Maja estaba sentada en el suelo al lado de su cama rebuscando en el cubo de cuentas. Estaba repartiéndolas en montoncillos de distintos colores que tenía delante. Anders la oyó canturrear para sí misma sin oírlo. Sabía que ella siempre canturreaba cuando estaba entretenida con algo.

Un par de mechones de su cabello fino y castaño le caían sobre la nuca, otros estaban recogidos detrás de sus orejas algo despegadas. Estaba descalza y llevaba puesto el chándal cómodo que vestía aquel día debajo del buzo.

Le fallaron las piernas y Anders cayó al suelo y sin ruido. Se dio un buen golpe en la nuca contra las gruesas tablas y vio las estrellas en su retina. Antes de que se le hubiera pasado lo peor del golpe, levantó la cabeza para seguir mirando, temeroso de que le arrancaran aquella imagen de las manos, de que desapareciera de su vista si dejaba de prestarle atención un solo segundo.

El dolor fue extendiéndose pero Maja seguía sentada. Le zumbaba la cabeza cuando se dio la vuelta para ponerse boca abajo en el suelo, con la cara solo a dos metros de la espalda de la niña. Sus diminutos dedos cogían las cuentas y las colocaban primorosamente una a una en el montón correcto.

Yo estoy aquí. Ella está aquí. Estoy en casa
.

Permaneció tendido en el suelo un buen rato sin hacer otra cosa que mirarla, mientras el dolor de cabeza fue desapareciendo. Ya no le castañeteaban los dientes. Había recorrido un largo camino para ver justo esto. Ahora Maja estaba allí, a dos metros de él.

Y él no podía llegar a ella.

—¿Maja? —probó él. No se oyó nada. La niña no reaccionó.

Anders se arrastró por el suelo, cruzó sobre el umbral hasta colocarse justo al lado de ella, podía ver la mancha de leche seca en la rodilla del chándal. Se sentó y le puso una mano en el hombro.

Sintió bajo la tela la suave redondez, no mucho más grande que la de un huevo. Le acarició el hombro, disfrutando de la sensación, y presionó con cuidado mientras por la cara le corrían silenciosas lágrimas. Le pasó la mano por el brazo y las lágrimas resbalaban sobre su boca. Sabían a sal. Salían de él.

Pero Maja no se volvió. Ella no sabía que él estaba allí. Él no era más que un par de ojos llorosos y mudos que la miraban.

—Maja, cariño, mi pequeña, mi niña, ya estoy aquí. Papá está aquí. Estoy contigo. Ya no estás sola.

Él la abrazó por la espalda, apretó su mejilla contra la cabeza de la niña y siguió llorando. Ella debería haberse vuelto, haberse quejado:
papá, que me picas con la barba y me mojas
, pero no pasó nada. Él no existía para ella.

Anders permaneció así sentado hasta que se le secaron las lágrimas, hasta que ya no pudo llorar más. Luego la soltó y se retiró medio metro, paseó la mirada por su espalda encorvada, por el perfil de sus vértebras, que sobresalían bajo el tejido.

Me quedaré aquí sentado para siempre. Cuando ella se levante la seguiré. Como un fantasma. Estoy con ella como ella estaba conmigo
.

Cerró los ojos. Ahora se atrevía a cerrar los ojos.

¿Lo sentiría ella así, como la presencia vaga e inaprehensible de otra persona que la seguía a todas partes? ¿Se asustaría? ¿Podía asustarse? ¿Podía él influir en ella de alguna manera?

Con los párpados aún cerrados, alargó la mano y le acarició la espalda. Seguía allí. La sensación suave del tejido sintético contra la palma de su mano estaba allí aunque tenía los ojos cerrados.

Podría...

Se arrastró hacia delante y hacia la derecha mientras le pasaba la mano por la espalda, por el hombro. Se deslizó de rodillas alrededor de ella aún con los ojos cerrados, sintió su clavícula bajo las yemas de los dedos. Se sentó enfrente de ella y siguió la línea del cuello hasta la cara. Estaba allí. La cara de la niña. Las mejillas redondeadas, la nariz roma, los labios que se movían mientras canturreaba.

Anders abrió los ojos.

Su mano descansaba sobre la nuca de Maja y él estaba sentado en el mismo sitio donde se encontraba antes de empezar a deslizarse. Había pasado el dedo por los labios de la niña y ella no había notado nada. Él no existía. Él no era para ella ni siquiera un fantasma.

Se echó hacia atrás, se tendió en el suelo y se quedó mirando el techo, que aquí no estaba sucio del humo ni salpicado de telarañas, sino absolutamente blanco, de paneles machihembrados y perfectamente colocados. Exactamente el tipo de techo que más le gustaba a él.

Podía sentarse al lado de Maja, podía mirarla y tocarla, pero no podía llegar a ella. Sus mundos no podían encontrarse.

Pero ella llegó hasta mí. Yo sabía que ella estaba allí. Ella llegó a mí. A través del agua
.

Todo se sosegó en su interior. La desilusión y la frustración cedieron. Él trataba de verlo, trataba de reflexionar.

Ella llegó a mí
...

Levantó la cabeza y vio la pequeña figura azul que estaba al lado de la cama, ahora había cogido una base en forma de corazón y había empezado a poner cuentas en ella. Maja.

Pero aquella no era Maja. La Maja de verdad, la que tenía memoria y recuerdos y podía hablar, esa había llegado hasta él, había conseguido de alguna manera huir al mar. Lo que había al lado de la cama solo era su cuerpo, o la parte necesaria para que él viera lo que quería ver.

¿Maja?

Existía un punto en el que sus mundos se encontraban y se mezclaban. Ese punto era él mismo, puesto que ella estaba dentro de él. Anders cerró los ojos y la buscó.

Ya no jugamos al escondite, pequeña. Puedes salir. ¡Sal! El juego ha terminado, el peligro ya ha pasado
.

Se concentró en lo que le había pasado a Elin. En lo que había en el cubo, en lo que le habían obligado a expulsar del cuerpo y debía ser devuelto al mar. Dentro de él mismo, en alguna parte, había algo parecido. Ahora lo llamó, lo buscó en la oscuridad de su propio cuerpo.

Dónde estás... dónde estás
...

Lo vio como si fuera el reflejo plateado de un pez en la red alejado de la superficie. Estaba esparcido por todo su cuerpo pero él se acercaba por todas partes al mismo tiempo y lo hizo replegarse, juntarse y convertirse en una masa informe, flotante, que él podía abarcar con el pensamiento y localizar. Ahora se encontraba en su estómago dando vueltas alrededor del insecto que coleaba presa del pánico.

Todo había desaparecido a su alrededor, era irreal. Su energía y su pensamiento estaban concentrados en una sola cosa: agarrar lo que no se podía agarrar. Mientras se acercó a Maja con los ojos cerrados tuvo que dedicar algo de atención a su propio movimiento, y eso otro amenazaba con escurrírsele de las manos como se le escurrió la anguila entre los dedos a su padre.

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