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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (59 page)

BOOK: Puerto humano
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En las primeras horas del día la conciencia puede abarcar el mundo como la mano coge una piedra calentada por el sol
.

Así era exactamente, con la salvedad de que el mundo que su conciencia abarcaba era la parte que se componía de agua. Podía seguirlo a través de la tubería de agua fría, sentir la gota que caía del grifo y que goteaba en la cocina, donde durante medio segundo perdió contacto con ella hasta que se unió a la tenue película de agua que se dirigía al desagüe, y continuaba hacia abajo, alejándose para unirse a una corriente más grande que quedaba fuera de su ángulo de visión.

Anders soltó la caja y la percepción se iba apagando por cada centímetro que él alejaba la mano. Cuando se llevó la mano a la cara y se la pasó por ella, la sensación había desaparecido. Él era una persona y no un árbol.

Uno puede volverse loco por menos
.

Una vez, cuando tenía unos veinte años, estuvo en una fiesta y coincidió al lado de un chico que acababa de meterse una pastilla azul. Estaban sentados alrededor de una mesa de cristal y el chico tenía la vista clavada en ella. Un par de minutos después empezó a llorar. Anders le preguntó por qué lloraba.

—Porque es tan bello —respondió el chico, con la voz pastosa—. Yo lo
veo
, ¿entiendes? De qué está hecho, cómo es. Todos los cristales, los filamentos, las pequeñas, pequeñísimas burbujas de aire.
Cristal
, ¿entiendes? ¿Entiendes lo bello que es?

Anders observó entonces la mesa sin descubrir en ella nada de especial, salvo que era una mesa de cristal inusualmente tosca y fea, pero se cuidó mucho de decirlo. Posiblemente aquel chaval se metió algo más porque luego lo encontraron dentro de un montón de nieve en el que se había hecho una cueva. La razón que dio era que había empezado a hervirle la sangre.

Uno puede volverse loco
.

Puede que el hombre tenga la facultad de ver lo que hay dentro del cristal, de percibir el agua con ayuda de algún medio que nos permita usar nuestros cerebros y nuestros sentidos al máximo. Pero no lo hacemos, porque eso acaba con nosotros. Renunciamos para seguir vivos.

Anders tomó un par de tragos de agua y se metió en la cama otra vez. La impresionante experiencia de la vida secreta del agua le había dejado agotado pero no somnoliento, se pasó varias horas encogido mirando fijamente la pared de enfrente, donde el dibujo del papel pintado formaba estructuras moleculares de elementos desconocidos.

Cuando las primeras luces del alba se filtraban ya por la ventana pintando el papel de gris, empezó a adormilarse. Como si llegara desde muy lejos, oyó sonar el despertador en el dormitorio de Simon y Anna-Greta, y él vio ante sus ojos cómo ellos se levantaban y se vestían para su corto viaje de novios.

Pasadlo bien, tortolitos
.

Una ligera sonrisa se adivinaba en sus labios cuando se quedó dormido.

Los excluidos

Escaleras que suben aunque en realidad bajan...

Kalle Sändare.

Maja


¡Suéltame! ¡Suéltame!

No me gusta. Parece un cochino. Yo grito. El otro viene y me tapa la boca con la mano. Le muerdo. Sabe a agua. ¿Por qué no vienen mamá y papá?

Me llevan a algún sitio. No quiero. Yo quiero ir con papá y mamá. Tengo mucho calor. El buzo me da mucho calor. Entramos en una escalera. Vuelvo a gritar. No se oye. Entonces empiezo a llorar. La escalera es muy larga
.

Intento fijarme para recordar el camino de vuelta. No hay camino. Solo hay una escalera. Y no va
.

Lloro. Ya no tengo tanto miedo. No quiero gritar más. Solo llorar
.

Luego empieza a hacer más calor, huele bien. Ya no me agarran tan fuerte. No lucho en contra. Dejo de llorar
.

El motocarro

Anders estaba ya sentado en la cama cuando se dio cuenta de que estaba despierto. Tenía el cuerpo empapado de sudor y se le encogió el corazón al creer que se encontraba en una celda. Luego reconoció las paredes, el dibujo del papel pintado y comprendió que se hallaba aún en el cuarto de los invitados de la casa de su abuela.

Pero había estado allí, dentro de la memoria de Maja.

Había sentido el miedo, el calor, y gritado con sus propios pulmones. Había visto la escalera incomprensible y había visto a Henrik y a Björn. Henrik se la había llevado y Björn le había tapado la boca cuando gritaba.

Un sueño. Ha sido un sueño
.

No. También a Elin le habían atormentado recuerdos que no eran suyos. Imágenes que era imposible que ella hubiera conocido. Los recuerdos de otro. Aquí pasaba lo mismo.

Henrik y Björn. Hubba y Bubba
.

Sabía lo que tenía que hacer. En el cabecero de la cama estaban las prendas que se había puesto para la boda, pero las desechó y buscó su propia ropa, que estaba tirada en el rincón. Aunque se habían mojado involuntariamente en el mar, el jersey lanoso, azul oscuro de Helly Hansen y sus viejos vaqueros seguían oliendo de pena, a humo, restos de vino y sudor de pánico; necesitarían un buen lavado para que saliera todo aquello.

Pero no le importaba. Aquel era su uniforme. Se lo puso con la intención de llevarlo hasta que todo hubiera terminado. Recogió las botellas y los tebeos del suelo. Al mirar las rayas en el tebeo de Bamse, observó que la línea zigzagueante que él había tomado por un templo también podía ser una escalera.

Bebió unos cuantos tragos de agua. La percepción de la presencia de Maja dentro de su cuerpo le era de nuevo tan familiar que ni la notaba, solo sabía que estaba allí. Después de digerir el agua abrió la caja de cerillas.

El insecto había crecido y ahora estaba tan gordo que apenas cabía en la caja. Cuando Anders dejó caer encima de él una pesada gota de saliva, se reanimó y empezó a revolverse dentro de su reducido espacio. Anders deslizó otra vez la tapa sobre la caja y cerró la mano alrededor de ella, tuvo de nuevo una visón profunda del agua que había a su alrededor y dentro de él.

Sintió los movimientos de la larva a través del fino cartón y le dio un poco de pena. Pero aquel no era el momento adecuado para pararse a reflexionar sobre el maltrato a los animales ni los derechos de los insectos. Además, Simon dijo en la mesa que aquello no era un insecto. No tenía voluntad propia, ni otra finalidad que no fuera la de servir de fuente de energía a su portador. Una especie de batería. Spiritus.

Anders cogió el buzo de Maja bajo el brazo y bajó la escalera hasta la cocina. Eran algo más de las once. Encima de la mesa encontró una nota con la letra de Anna-Greta en la que le decía que tendría que cuidarse, que en la casa había todo lo que necesitaba y que no precisaba salir para nada.

Había café en la cafetera y Anders se sirvió una taza. Mientras bebía iba sintiendo hasta el más mínimo movimiento del agua del café a través de su cuerpo. Después de tomárselo sacó un cubo de plástico del armario de la limpieza y lo llenó hasta la mitad con agua del grifo de la cocina. Luego se sentó en una silla con el cubo entre las piernas, cogió la caja de cerillas en una mano e introdujo las puntas de los dedos de la otra en el agua.

Lo intuyó, sin más.

Podía mover el líquido como si llevara un mando a distancia en la mano que tenía metida dentro del agua, o más bien como si su mano se hubiera
convertido
en un mando a distancia. Su mano no existía, las señales iban directamente desde su cerebro hasta la superficie de contacto.

Le pidió al agua que se moviera en el sentido de las agujas del reloj, en el sentido contrario. Le pidió que se levantara y se derramara por encima del borde y le mojara los pantalones. Después apartó el cubo, puso la mano sobre la tela mojada y ordenó al agua que saliera de la tela. Un soplo de vapor ascendió hasta su cara.

Yo puedo.

Después de tirar el agua del cubo y guardarse la caja de cerillas en el bolsillo, fue al cuarto de los trastos viejos y cogió la escopeta. Estuvo un rato con ella en las manos sopesando si podía serle de alguna utilidad. Un arma, con su estructura metálica y su madera pulida, daba cierta seguridad.

Pero lo que él necesitaba no era un arma, al menos no un arma de ese tipo. Abrió la escopeta y sacó el cartucho, volvió a colocarlo en la caja en la que lo encontró y se frotó las manos. Estaba limpio.

En la entrada Simon tenía un par de botas gastadas procedente de los excedentes militares. A Anders solo le quedaban un poco grandes. Se las calzó, buscó el buzo de Maja en la cocina y salió.

Con independencia de la clase de seres que Henrik y Björn fueran ahora, de lo que estuvieran hechos y de cómo era posible que vivieran, una cosa estaba clara: el motocarro era un motocarro normal. Tenía peso y solidez, se podía dañar o destruir. Y tenía que estar en algún sitio.

Al salir al camino Anders notó el frío que hacía. El aire era cortante y la temperatura, alrededor de cero. Se envolvió el buzo de Maja alrededor del cuello y se colocó la parte que colgaba sobre el pecho, dentro del jersey, para conservar el calor.

Echó una mirada a su alrededor. Tenía el albergue a la derecha y el camino que bajaba a los muelles a la izquierda. No, ahí no creo.

En algún sitio al que no vaya nadie
.

La zona oeste de la isla estaba completamente deshabitada, en la vertiente de la isla que daba a la península solo había unas pocas casas de reciente construcción. A Anders se le ocurrió pensar que casi nunca había ido por allí, solo cuando era pequeño. Entonces él y el resto de la pandilla habían hecho alguna expedición a lo desconocido. La parte oeste de la isla sencillamente no formaba parte de su mundo porque ninguno de sus conocidos vivía allí.

Anders se metió las manos en los bolsillos del pantalón, tuvo una percepción del agua cuando su mano rozó la caja de cerillas, y para evitarlo se metió las manos en los bolsillos de atrás. No era la manera más cómoda de caminar, pero solo era capaz de intensificar su percepción durante espacios breves de tiempo. Además, ahí estaba de todos modos, dado que llevaba la caja de cerillas tan cerca del cuerpo.

Pasó junto al chalé de los Bergwall y se detuvo. No se apreciaba ninguna señal de vida dentro de la casa, y quizá habían llevado a la familia a la península. En la fachada lateral brillaba el grifo del agua.

¿Quién anda ahí?

La casa de los Bergwall estaba en un pequeño alto y tenía vistas al mar, pero había cien metros o más hasta la orilla. Anders encendió un cigarrillo e hizo una comprobación. No veía el agua bajo las rocas, pero tenía que estar allí, y haberse filtrado con sus largos dedos hasta asomar en los relucientes grifos y colarse dentro de las personas.

Se fue abriendo camino por senderos por los que la gente apenas transitaba, encontró algunas ruinas cubiertas por la maleza de lo que alguna vez fue la población oeste. Llegó finalmente a las rocas y miró hacia Nåten, que apenas si se podía distinguir con la bruma que cubría la superficie del mar. Luego se adentró en el bosque de abetos, cruzó unas tierras de labor baldías. Cuando halló una casucha vieja, más torcida que la Chapuza y cuyo techo estaba a punto de desplomarse, creyó que había llegado al lugar adecuado, pero en la casucha no había nada más que maderas podridas, aperos oxidados y unos cuantos montones de tejas para arreglar el tejado, cosa que no había ocurrido. Anders se sentó en uno de los montones y tomó aliento.

¿Dónde estáis? ¿Dónde cojones estáis?

Su plan era bien sencillo. Si encontraba la moto, encontraría también a Henrik y a Björn. Les estaría esperando y cuando aparecieran, él iba a... ahí acababa su plan. Pero tenía el Spiritus y ya se le ocurriría algo.

Se sentía cansado y hambriento después de haberse pasado tantas horas buscando. Tenía que volver a casa a comer algo si quería tener fuerzas para continuar.

Al llegar de vuelta al pueblo estuvo pensando en bajar hasta la Chapuza y esperar allí, bien podía ser que ellos mismos volvieran a buscarlo. Sí, eso iba a hacer. Pasaría la noche en la Chapuza esperándolos y que pasara lo que tuviera que pasar.

Como había más comida en la casa de su abuela fue primero allí, se preparó un par de bocadillos de rosbif y se los comió mirando al mar. No faltaba mucho para que oscureciera y Anders esperaba que se encendiera el faro de Gåvasten.

Dio unos cuantos tragos de lo que había empezado a considerar el agua de Maja y sin darse cuenta pasó la mano sobre el disco de los números del teléfono. Anna-Greta no se había molestado en cambiarlo por un teléfono con teclado, aunque eso dificultara todos los contactos con las autoridades informatizadas. Quería hablar con una persona de verdad, eso era lo que ella decía.

Antes de sopesar el cómo y el porqué, Anders ya había empezado a marcar el número de Cecilia. Solo porque le pareció divertido marcar los números en aquel teléfono y no sabía a qué otro número llamar.

Creía que Cecilia no estaría en casa, y mientras oía las señales una gran desolación empezó a sonar en sus oídos. Se sintió terrible e irremediablemente
solo
. No lo atenazaba el pánico o el miedo como tantas otras veces, no, esta era una tristeza inmensa y la sensación infinita de estar completamente solo en el mundo.

—Sí, soy Cecilia.

Anders tomó aire y reprimió la tristeza lo mejor que pudo, pero su voz sonó lastimosa cuando dijo:

—Hola, solo soy yo. Otra vez.

La pausa acostumbrada mientras Cecilia, pensando en escuchar una voz agradable, se preparaba para la enojosa conversación a la que tenía que enfrentarse.

—Anders, no deberías llamar aquí.

—No, ya sé que no debería. Pero que conste que estoy sobrio.

—Eso está bien.

—Sí.

Se hizo un silencio entre ambos y Anders miró hacia la Chapuza, que aguardaba paciente bajo las primeras luces del atardecer.

—¿Te acuerdas de aquella vez que me llevaste en tu bici, cuando yo te había invitado a un helado?

Cecilia suspiró lentamente. Sin embargo, cuando respondió, su voz sonó menos negativa que otras veces. Anders al menos estaba sobrio.

—Sí —dijo—. Sí que lo recuerdo.

—Yo también. ¿Qué estás haciendo?

—¿Ahora?

—Sí.

—Estaba acostada durmiendo un poco. —Ella dudó antes de añadir algo más privado—. No tenía nada que hacer.

Anders asintió contemplando el mar, alcanzó a fijar la mirada en el faro de Gåvasten cuando se encendió la primera señal.

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