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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (63 page)

BOOK: Puerto humano
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—¡Vamos! ¡Vamos!

Anders se volvió y dio unos golpecitos al motor como para evitar que se quedara dormido. Cuando golpeaba con la mano la tapa del motor, observó algo que le hizo comprender que todos sus esfuerzos eran inútiles. Podía golpear el motor hasta hacerlo sangrar, de todos modos no iba a ir a ningún sitio.

Toda la bahía se había helado. Estaba rodeado de hielo por todas partes. El motor carraspeó un par de veces más y luego enmudeció.

Ningún chapoteo de las olas, nada de viento, ningún ruido del motor. Lo único que se oía eran los chillidos de las gaviotas, como monjes tibetanos vestidos de blanco dando vueltas en procesión alrededor del faro. Anders ladeó la cabeza y las observó. Se movían en el sentido de las agujas del reloj.

El eje central
.

No era difícil verlo, solo en la quietud de un mar desierto donde el único ruido que se oía y el único movimiento que se veía era el de las gaviotas: que ellas eran las que mantenían el mundo en movimiento con sus vueltas alrededor del eje central.

Sus reflexiones estaban a punto de salir fluyendo pero se vieron interrumpidas por un nuevo crujido. Esta vez no fue el avance del barco por las aguas heladas lo que lo provocó. Esta vez fue lo que él pensó la primera vez. Las fibras de vidrio del casco del barco crujían, atrapadas y presionadas por el hielo. Anders sacudió la cabeza.

Oye, lo siento. Pero no te va a resultar tan sencillo
.

Si había alguna forma de poder pensante detrás de todo lo que estaba pasando, se trataba de un poder poco inteligente. Había conseguido ciertamente detener el barco. Pero no le iba a resultar tan fácil detenerle a él. Anders acarició cariñosamente el gorro de Bamse, aquí llega la compañía del mago de los troles, y saltó sobre la borda.

El hielo aguantaba su peso. Anders abandonó el barco y fue caminando sobre el agua en dirección al faro.

El viaje de novios

El barco era un reducido universo flotante dedicado a la diversión. Daba uno unos pasos para ir a comer, otros cuantos pasos hasta las tiendas libres de impuestos. Dabas la vuelta a la esquina para ir a bailar y subías o bajabas unas escaleras para ir a dormir. Simon solía opinar que era un cambio agradable comparado con las distancias que había que recorrer diariamente en Domarö, pero durante este viaje el barco le infundía más bien una sensación de claustrofobia que de libertad.

Y ello a pesar de que Anna-Greta y él tenían en esta ocasión un camarote más grande y más lujoso que en los viajes anteriores. No es que fuera un camarote de lujo, pero estaba sobre la cubierta principal y tenía ventana. Simon solía sentirse cómodo en los camarotes que estaban por debajo de la cubierta y se quedaba dormido arrullado por el ruido de los motores, pero la noche anterior había permanecido despierto con Anna-Greta a su lado y un nudo en el pecho.

¿Hice bien?

Esa era la pregunta que le angustiaba. Le había entregado el Spiritus a Anders y lo había hecho de una manera que solo podía interpretarse como una incitación a enfrentarse de una vez por todas a las cosas como mejor pudiera. ¿Había sido esa una actuación correcta?

Simon permaneció despierto en su cama, escuchando el chapoteo de las olas contra el barco y se sentía flotando entre la duda y la inquietud. Él había tomado la decisión de seguir su destino junto al Spiritus fuera cual fuese el amargo final al que tuviera que enfrentarse. No había sentido ningún miedo especial.

¿O sí?

¿Y no sería en realidad que había sentido miedo y había utilizado a Anders para quitarse de encima ese miedo? Ya no estaba seguro. Había perdido pie y su lastre al deshacerse del Spiritus y lo que sentía no era precisamente alivio, sino justo una desagradable ausencia de gravedad.

Así transcurrió la noche para Simon mientras el ferry de Finlandia seguía su curso en medio de la oscuridad y a primera hora de la mañana alcanzaba los últimos islotes del archipiélago de Roslagen. Cuando Anna-Greta se despertó, se vistieron y bajaron a desayunar.

Después de servirse panecillos, embutido y café, y una vez sentados en una mesa al lado de la ventana, Anna-Greta se quedó observando a Simon y le preguntó:

—¿Ha dormido algo esta noche... —sonrió y añadió—: ... mi marido?

Simon sonrió meditabundo.

—No... esposa mía... no he podido dormir.

—¿Y eso?

Simon se frotó la palma de la mano con el dedo índice y se quedó mirando fijamente el plato con los huevos revueltos, que temblaban con las vibraciones del barco. Le pareció que tenían el mismo aspecto que su cerebro y no consiguió encontrar una buena respuesta. Tras un silencio prolongado Anna-Greta preguntó:

—¿No se te habrá olvidado hacer... una cosa?

—¿Qué cosa?

Anna-Greta señaló con la cabeza en dirección al bolsillo de su chaqueta.

—Con la caja.

Simon se frotó el índice con más fuerza, tanto que empezó a escocerle la palma de la mano. Miró a través de la ventana y vio que los escollos se habían convertido en islas. Acababan de pasar el faro de Söderarm. En menos de una hora atracarían en el puerto de Kapellskär. Dejó de frotarse y apoyó las manos en la mesa.

—Lo que pasa es que... se lo he dado a Anders.

—¿Dado?

—Sí, o dejado en sus manos. Entregado.

Anna-Greta arrugó la frente y meneó la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque...

¿Por qué? ¿Por qué? Porque soy un cobarde, porque tengo miedo, porque soy valiente, porque Anders
...

—Porque pensé que podría necesitarlo.

Anna-Greta le clavó la mirada.

—¿Para qué?

—Para que... para que haga lo que tiene que hacer.

Como Simon se temía, Anna-Greta se quedó muda. Se le cayó el alma a los pies y miraba con la boca abierta las islas que parecían pasar por delante de la ventana como en una película a cámara lenta. Simon cogió el tenedor y se metió en la boca un trozo de revuelto. Sabía a cenizas. Volvió a dejar el tenedor al tiempo que el barco se escoró, lo cual hizo que el revuelto se arrastrara como una ameba hacia el centro del plato.

Anna-Greta lo miró. Simon esquivó la mirada. El barco volvió a escorarse, esta vez con más fuerza, y cuando él, haciendo un esfuerzo, miró a Anna-Greta a los ojos, encontró en ellos algo diferente.

Se miraron el uno al otro. Aumentó el ruido de los motores y a su alrededor se oyeron tintineos y ruido de copas y cubiertos que vibraban y se golpeaban unos contra otros. Una ligera sacudida recorrió todo el barco y Simon se vio empujado unos centímetros hacia delante, pero no apartó su mirada de la de Anna-Greta.

Los motores rugían y todo se tambaleaba. La gente de las mesas de alrededor subía la voz por encima de aquel barullo para hacerse entender. Llegó una sacudida más fuerte y Simon se golpeó el estómago contra la mesa mientras que Anna-Greta estuvo a punto de caer de espaldas, pero consiguió frenar la caída agarrándose a la repisa de la ventana. Estaban parados.

Sus ojos habían perdido el contacto durante la última convulsión del barco y ambos miraban ahora por la ventana. A Simon le pareció que podía divisar a lo lejos en el horizonte Ledinge y Gåvasten en medio de un mar helado. El barco se encontraba atrapado dentro de una profunda capa de hielo, y Simon no era tan tonto como para no comprender lo que estaba pasando.

¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?

La gente se levantaba de sus mesas hablando a gritos mientras se dirigía hacia las ventanas para ver lo que pasaba. Un hombre y una mujer se pusieron delante de su ventana quitándoles la visión, mientras decían con voces incrédulas:

—Esto es una locura... pero si no es posible... cómo puede ocurrir una cosa así, pero si el agua estaba abierta hace un momento...

La mirada de Anna-Greta buscó la suya. Ella asintió lentamente y dijo:

—Entonces es así. Que pase lo que tenga que pasar.

Extendió la mano y la puso en la mesa entre los dos y con la palma de la mano hacia arriba. Simon la cogió y la apretó.

—Lo siento —dijo—. No podía hacer otra cosa.

—No, ya lo comprendo —dijo Anna-Greta. Ella le soltó la mano y se quedó mirando la de Simon por encima de la mesa; con el dedo índice fue siguiendo sus líneas—. Ya lo comprendo, cariño.

Un mundo mejor

El griterío y barullo de las gaviotas era el normal cuando Anders puso sus pies sobre las rocas de Gåvasten por tercera vez en su vida. Él apenas las oía; ahora que no les tenía miedo, solo eran un ruido de fondo propio del lugar.

Pasó de un mar cubierto de hielo a un islote donde todavía era otoño. Donde no había nieve, donde algunos arbustos aún conservaban sus hojas y los tramos de hierba entre las grietas estaban verdes.

Lo que él buscaba se encontraba en la zona este de la isla. Lo había visto la vez anterior cuando estuvo allí y era lo que se vislumbraba al fondo en las fotografías, pero él no lo había
visto
hasta ahora, no se le había ocurrido ni pensar algo así.

Cuando ya se hallaba sobre las rocas del este le pareció que era incomprensible que hubiera estado tan ciego. Maja había tratado de mostrárselo con la base de cuentas, con las líneas en el tebeo de Bamse, y había estado delante de sus ojos todo el tiempo: las rocas de la cara este se hundían en el mar con una formación escalonada.

Pero no era ninguna formación de rocas escalonadas. Era una
escalera
.

Desde donde él estaba se veían claramente los cuatro escalones superiores que luego desaparecían bajo el hielo. Los reconocía del sueño o alucinación en el que él era Maja. Medían tres metros de ancho y cada escalón tenía una altura de más de medio metro. El agua y el viento habían erosionado los escalones de tal manera que era comprensible que uno a primera vista no los tomara por lo que eran.

Pero era una escalera. Una escalera que conducía hacia abajo. Una escalera que hacía muchos cientos de años tuvo que estar completamente bajo el agua, pero el levantamiento de la isla la había sacado a la luz del sol. O puede que hubiera estado allí
antes
de que los hielos hundieran la superficie de la isla. Anders permanecía de pie con los brazos cruzados observando los escalones.

¿Quién pasa por ahí?

Tuvo que ayudarse con las manos para poder bajar un peldaño. Esa no era una escalera construida para personas, ni siquiera por personas. ¿Qué hombres prehistóricos habrían podido trabajar la piedra
bajo el agua
?

Descendió otro peldaño y puede que este fuera un poco menos alto que el anterior.

¿Quién?

Alguien o algo que estaba fuera de su imaginación. Una vez, hacía mucho tiempo, se había utilizado ese camino para subir y bajar, pero luego se había abandonado porque se había quedado viejo o era inestable. O era demasiado grande. Ahora solo quedaba el camino.

Un escalón más. Y otro.

Anders estaba sobre el hielo al pie de lo que se veía de la escalera. Los pájaros blancos chillaban en el cielo en el extremo de su ángulo de visión. Introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y sacó la caja. Después se sentó en el escalón de arriba con los pies colgando un poco por encima de la capa de hielo.

Abrió la caja y volcó el Spiritus en la mano y cerró el puño con cuidado. El conocimiento del agua fluyó sobre él y con él un nuevo presentimiento. Abrió de nuevo la mano y contempló la negra lombriz, ahora del tamaño del dedo corazón, que se enroscaba en la palma de su mano.

Tú perteneces aquí
.

Le escocía la herida del cuello y Anders se la rascó con cuidado mientras miraba fijamente el hielo semitransparente que formaba el suelo. El Spiritus le hacía cosquillas en la palma de la mano mientras se daba vueltas soñoliento.

De aquí es de donde procedes tú
.

El insecto era una parte de lo que había debajo del hielo, a los pies de la escalera. ¿Por qué si no iba a aparecer precisamente en Domarö, una isla dejada de la mano de Dios, en el más estricto sentido de la expresión, la isla del sur del archipiélago de Roslagen? Pues porque era de allí, evidentemente.

Levantó la mano y observó aquella piel negra y brillante, la estructura de su cuerpo, que era como un solo músculo pequeño y oscuro. Anders dejó caer su aliento sobre él.

—¿Eres mío? —le preguntó en voz baja sin obtener respuesta. Puso la boca al lado del insecto y expulsó aire caliente sobre él—. ¿Eres mío?

Dejó caer un grueso chorro de saliva y el insecto se dio la vuelta, revolcándose como un gato satisfecho en la flema viscosa hasta que su piel estuvo reluciente.

No sé nada
.

Con todo, se dejó caer del escalón y se encontró de nuevo sobre el hielo. Se puso en cuclillas y tocó el hielo con las puntas de los dedos, le pidió que se fundiera. Sobre la superficie se formó una capa de agua y casi al momento él descendió un palmo y se encontró con los pies sobre la piedra.

El agua se le metió en las botas y le enfrió los pies. Un semicírculo de mar abierto que se extendía algo más de dos metros desde donde él estaba. A través del agua clara, Anders pudo entrever otros tres escalones que se hundían en la oscuridad.

La capa de hielo tenía más de un metro de espesor en los bordes y Anders se quedó sin respiración: la energía que hace falta para formar una capa de hielo así sobre un mar entero. Su pecho se constriñó como presionado por unas manos fuertes, y apenas podía respirar. Alzó la mirada hacia el cielo.

Los pájaros estaban como locos. Parecía que cada pájaro se esforzara por colocarse justo por encima de la cabeza de Anders y apenas era posible diferenciar algún cuerpo en medio de aquel griterío y batir de alas, que formaba una masa de plumas y carne que volaba por encima de él.

Cerró los ojos y pasó los dedos por la borla del gorro de Bamse, la borla que Maja solía chupar mientras escuchaba sus casetes. El mar profundo bajo sus pies, las aves vociferaban sobre su cabeza. Anders se encontraba frente a algo cuyas proporciones él, una simple persona, no podía comprender.

¿Dónde está el pobre ser humano? ¡No se ve! ¡No existe! La sangre va a salir a chorros, ja, ja, jaaa
...

Habían puesto en televisión la película de
Ronja, la hija del bandolero
, y por un descuido Maja había visto precisamente la llegada de las arpías. La niña salió corriendo y llorando del cuarto.

BOOK: Puerto humano
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