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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (37 page)

 

 

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El absolutismo reinó no solamente en gran parte de Europa, sino también en Asia, y, de manera similar, impidió la industrialización durante la coyuntura crítica creada por la revolución industrial. Las dinastías Ming y Qing de China y el absolutismo del Imperio otomano ilustran este patrón. Durante la dinastía Song, entre los años 960 y 1279, China era líder mundial en muchas innovaciones tecnológicas. Inventaron el reloj, la brújula, la pólvora, el papel y el papel moneda, la porcelana y los altos hornos para hacer hierro fundido antes que Europa. Desarrollaron independientemente ruecas y energía hidráulica más o menos a la vez que aparecieron en el otro extremo de Eurasia. En consecuencia, en el año 1500, el nivel de vida era probablemente como mínimo tan alto en China como en Europa. Durante siglos, China también tuvo un Estado centralizado con una función pública contratada meritocráticamente.

Sin embargo, China era absolutista y el crecimiento bajo la dinastía Song se realizaba con instituciones extractivas. No había representación política para ningún grupo que no fuera la monarquía en la sociedad, nada que se pareciera al Parlamento inglés o a las Cortes españolas. Los comerciantes siempre habían tenido un estatus precario en China, y los grandes inventos de los Song no fueron impulsados por incentivos del mercado, sino auspiciados o, incluso, ordenados, por el gobierno. Poco de aquello fue comercializado. Tras la dinastía Song, el control del Estado se intensificó durante las dinastías Ming y Qing. En la raíz de aquel control encontramos la lógica habitual de las instituciones extractivas. Como la mayoría de los gobernantes que presidían con instituciones extractivas, los emperadores absolutistas de China se oponían al cambio, buscaban la estabilidad y, esencialmente, temían la destrucción creativa.

El caso que mejor lo ilustra es la historia del comercio internacional. Como hemos visto, el descubrimiento de América y la organización del comercio internacional tuvieron un papel crucial en los conflictos políticos y los cambios institucionales de la incipiente Europa moderna. En China, los comerciantes privados normalmente hacían negocios dentro del país, pero el Estado monopolizaba el comercio exterior. Cuando la dinastía Ming llegó al poder en el año 1368, el emperador Hongwu gobernó durante treinta años. A Hongwu le preocupaba que el comercio exterior fuera desestabilizador desde el punto de vista político y social, y permitió que hubiera comercio internacional solamente si estaba organizado por el gobierno y si implicaba recaudar impuestos, no llevar a cabo actividades comerciales. Hongwu incluso ejecutó a cientos de personas acusadas de intentar convertir las misiones tributarias en aventuras comerciales. Entre 1377 y 1397, no se permitieron misiones tributarias que supusieran navegar en el océano. Prohibió a las personas físicas comerciar con el extranjero y no permitió que los chinos navegaran fuera del país.

En 1402, el emperador Yongle llegó al trono e inició uno de los períodos más famosos de la historia china reanudando el comercio exterior patrocinado por el gobierno a gran escala. Yongle patrocinó al almirante Zheng He para que realizara seis enormes misiones al sureste y al sur de Asia, Arabia y África. Los chinos conocían aquellos lugares por su larga historia de relaciones comerciales, pero nunca había sucedido nada a esa escala antes. La primera flota incluía a veintisiete mil ochocientos hombres y sesenta y dos grandes barcos de tesoros, acompañados por ciento noventa barcos más pequeños, entre los que se contaban algunos específicamente para llevar agua dulce, otros para provisiones y otros para tropas. Sin embargo, el emperador Yongle detuvo temporalmente las misiones después de la sexta en 1422. Esto se hizo permanente por parte de su sucesor, Hongxi, que gobernó de 1424 a 1425. La muerte prematura de Hongxi llevó al trono al emperador Xuande, que, al principio, permitió que Zheng He llevara a cabo su misión final, en 1433. No obstante, después de ésta, se prohibió todo el comercio exterior. En 1436, incluso se declaró ilegal construir barcos para la navegación marítima. La prohibición del comercio exterior continuó hasta 1567.

Estos acontecimientos, aunque solamente eran la punta del iceberg extractivo que impedía muchas actividades económicas consideradas potencialmente desestabilizadoras, tuvieron un impacto crucial en el desarrollo económico chino. Justo en el momento en el que el comercio internacional y el descubrimiento de América estaban transformando fundamentalmente las instituciones de Inglaterra, China se apartó de esta coyuntura crítica y se replegó hacia el interior. Este cambio no acabó en 1567. La dinastía Ming fue derrocada en 1644 por el pueblo yurchen, los manchúes del interior de Asia, que crearon la dinastía Qing. Posteriormente, se vivió un período de intensa inestabilidad política. Los Qing expropiaron propiedades y activos de forma masiva. T'ang Chen, un erudito chino retirado y comerciante frustrado, escribió hacia 1690:

 

Han pasado más de cincuenta años desde la fundación de la dinastía Ch'ing [Qing], y el Imperio cada día que pasa es más pobre. Los agricultores están en la miseria, los artesanos están en la miseria, los comerciantes están en la miseria y los oficiales también están en la miseria. El cereal es barato, pero es difícil tener suficiente para comer. La ropa es barata, pero es difícil cubrirse la piel. Cantidades enormes de productos viajan de un mercado a otro, pero hay que vender la carga con pérdidas. Al dejar sus puestos, los oficiales descubren que no tienen medios para ganarse la vida. De hecho, las cuatro profesiones están empobrecidas.

 

En 1661, el emperador Kangxi ordenó que todas las personas que vivían en la costa desde Vietnam hasta Chekiang (básicamente, toda la costa sur, la que fue en el pasado la parte activa más comercial de China) debían irse a vivir veintisiete kilómetros hacia el interior. La costa fue patrullada por tropas para imponer aquella medida y, hasta 1693, se prohibió navegar por toda la costa. Esta prohibición se volvió a imponer periódicamente en el siglo
XVIII
, con lo que, de hecho, se atrofió la aparición del comercio extranjero chino. Aunque se desarrollaron algunas relaciones, pocas personas estaban dispuestas a invertir cuando el emperador podía cambiar de repente de idea y prohibir el comercio, con lo que la inversión en barcos, equipos y relaciones comerciales no valdría nada o incluso conduciría a una situación peor.

El razonamiento de los Estados Ming y Qing para oponerse al comercio internacional ya resulta familiar: el temor a la destrucción creativa. El objetivo principal de los líderes era la estabilidad política. El comercio internacional era potencialmente desestabilizador ya que los comerciantes se enriquecían y se envalentonaban, como en el caso de Inglaterra durante la expansión por el Atlántico. No era solamente lo que creían los gobernantes durante las dinastías Ming y Qing, sino también la actitud de los gobernantes de la dinastía Song, aunque éstos sí estuvieron dispuestos a patrocinar innovaciones tecnológicas y permitir una mayor libertad comercial, pero bajo la condición de que estuvieran bajo su control. Las cosas empeoraron bajo las dinastías Ming y Qing cuando se intensificó el control del Estado sobre la actividad económica y se prohibió el comercio con el extranjero. Sin duda, había mercados y comercio en la China Ming y Qing, y el gobierno recaudaba impuestos bastante bajos en la economía nacional. Sin embargo, hacía poco para apoyar la innovación e intercambió la estabilidad política por el desarrollo de la prosperidad industrial o mercantil. La consecuencia de todo este control absolutista de la economía era previsible: la economía china estuvo estancada a lo largo del siglo
XIX
y principios del
XX,
mientras que otras economías se industrializaban. Cuando Mao estableció su régimen comunista en 1949, China se había convertido en uno de los países más pobres del mundo.

 

 

El absolutismo del preste Juan

 

El absolutismo como conjunto de instituciones políticas y las consecuencias económicas que provocaba no se limitaban a Europa y Asia. Estaban presentes en África, por ejemplo, en el reino del Congo, como vimos en el capítulo 2. Un ejemplo todavía más duradero del absolutismo africano es Etiopía o Abisinia, cuyas raíces vimos en el capítulo 6, cuando comentamos la aparición del feudalismo tras el declive de Aksum. El absolutismo abisino fue incluso más duradero que sus homólogos europeos porque se enfrentó a desafíos y coyunturas críticas muy distintos.

Después de la conversión del rey Ezana de Aksum al cristianismo, los etíopes continuaron siendo cristianos y, en el siglo
XIV
, se habían convertido en el foco del mito del rey preste Juan. El preste Juan era un rey cristiano que había sido apartado de Europa por el auge del islam en Oriente Próximo. Inicialmente, se pensaba que su reino estaba en la India. Sin embargo, a medida que el conocimiento europeo sobre la India aumentaba, la gente se dio cuenta de que no era verdad. El rey de Etiopía, como era cristiano, se convirtió en un objetivo natural para el mito. De hecho, los reyes etíopes se esforzaron por forjar alianzas con los monarcas europeos contra las invasiones árabes, enviando misiones diplomáticas a Europa desde como mínimo el año 1300 en adelante, e incluso convencieron al rey portugués para que enviara soldados.

Estos soldados, junto con diplomáticos, jesuitas y viajeros que deseaban conocer al preste Juan, dejaron muchos relatos sobre Etiopía. Algunos de los más interesantes desde el punto de vista económico son los de Francisco Álvares, capellán que acompañaba a una misión diplomática portuguesa que estuvo en Etiopía entre 1520 y 1527. Además, hay relatos del jesuita Manoel de Almeida, que vivió en Etiopía desde 1624, y de John Bruce, un viajero que estuvo en el país entre 1768 y 1773. En estos textos, se describen con todo lujo de detalle las instituciones políticas y económicas de aquel momento en Etiopía y no dejan lugar a dudas acerca de que Etiopía era un ejemplo perfecto de absolutismo. No había instituciones pluralistas de ningún tipo, ni controles ni limitaciones al poder del emperador, que reclamaba el derecho a gobernar basándose en sus supuestos antepasados legendarios, el rey Salomón y la reina de Saba.

La consecuencia del absolutismo fue una gran inseguridad de los derechos de propiedad impulsados por la estrategia política del emperador. John Bruce, por ejemplo, anotó:

 

Toda la tierra es del rey; él la da a quien él desea cuando le place y la recupera cuando le apetece. En cuanto muera, toda la tierra del reino estará a disposición de la Corona, y no sólo eso, sino que, si se produce la muerte del propietario actual, sus posesiones, por mucho tiempo que las haya disfrutado, pasan al rey, y no a su hijo mayor.

 

Álvares aseguró que habría mucha más «fruta y labranza si los grandes hombres no trataran mal al pueblo». El relato de Manoel de Alameida sobre el funcionamiento de la sociedad concuerda con lo anterior. Alameida observó:

 

Es tan habitual que el emperador intercambie, altere y arrebate las tierras que tiene cada hombre cada dos o tres años, en ocasiones cada año e incluso muchas veces al año, que no causa sorpresa alguna. A menudo, un hombre ara la tierra, otro siembra y otro recoge la cosecha. Por eso, sucede que nadie cuida de la tierra que disfruta, ni siquiera hay nadie que plante un árbol porque sabe que el que lo planta rara vez recoge el fruto. Sin embargo, para el rey, es útil que ellos dependan tanto de él.

 

Estas descripciones sugieren que había grandes similitudes entre las estructuras políticas y económicas de Etiopía y las del absolutismo europeo, aunque también dejan claro que el absolutismo fue más intenso en Etiopía y las instituciones económicas, todavía más extractivas. Además, como destacamos en el capítulo 6, Etiopía no estaba sujeta a las mismas coyunturas críticas que ayudaron a minar el régimen absolutista de Inglaterra. Etiopía estaba aislada de muchos de los procesos que configuraron el mundo moderno. Incluso aunque no hubiera sido así, la intensidad de su absolutismo probablemente habría provocado que el absolutismo se reforzara aún más. Por ejemplo, como en España, el comercio internacional en Etiopía, incluido el lucrativo tráfico de esclavos, estaba controlado por el monarca. Etiopía no estaba completamente aislada. Los europeos realmente buscaron al preste Juan, y realmente tuvo que luchar contra los Estados islámicos circundantes. Sin embargo, el historiador Edward Gibbon observó con cierta precisión que «rodeados por todas partes por los enemigos de su religión, los etíopes durmieron casi mil años, olvidando al mundo, que también se olvidaba de ellos».

Cuando empezó la colonización europea de África en el siglo 
XIX
, Etiopía era un reino independiente bajo el mando de Ras Kassa, coronado como emperador Teodoro II en 1855. Teodoro se embarcó en la modernización del Estado y creó una burocracia y un poder judicial centralizados y un poder militar capaz de controlar el país y, posiblemente, de luchar contra los europeos. Destinó gobernadores militares, responsables de recaudar impuestos y enviárselos a él, para que se encargaran de todas las provincias. Sus negociaciones con las potencias europeas fueron difíciles y, debido a su exasperación, encarceló al cónsul inglés. En 1868, los ingleses enviaron una fuerza expedicionaria que saqueó la capital. Teodoro se suicidó.

De todas formas, el gobierno reconstruido por Teodoro logró uno de los grandes triunfos anticolonialistas del siglo
XIX
, contra los italianos. En 1889, Menelik II llegó al trono, y se tuvo que enfrentar de inmediato al interés de Italia por establecer una colonia allí. En 1885, el canciller alemán Bismarck había convocado una conferencia en Berlín en la que las potencias europeas planearon la «lucha por África», es decir, decidieron cómo dividir África en distintas esferas de interés. En la conferencia, Italia aseguró su derecho a tener colonias en Eritrea, la costa de Etiopía y Somalia. Etiopía, aunque no estuviera representada en la conferencia, consiguió sobrevivir intacta. Sin embargo, los italianos todavía tenían los ojos puestos allí y, en 1896, enviaron un ejército hacia el sur desde Eritrea. La respuesta de Menelik fue parecida a la que hubiera dado un rey medieval europeo; formó un ejército haciendo que la nobleza convocara a sus hombres armados. Mediante este enfoque no se podía conseguir un ejército en el campo de batalla durante mucho tiempo, pero sí se conseguía un ejército enorme durante un período corto de tiempo. Este período corto bastó para derrotar a los italianos, cuyos quince mil hombres fueron aplastados por los cien mil de Menelik en la batalla de Adua de 1896. Fue la derrota militar más seria que pudo infligir un país africano precolonial a una potencia europea, y garantizó la independencia de Etiopía durante otros cuarenta años.

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