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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
La industria de la lana ya intentaba protegerse desde 1660. Fomentó las «leyes suntuarias» que, entre otras cosas, prohibÃan llevar tejidos ligeros. También presionó al Parlamento para aprobar nuevas leyes en 1666 y 1678 que ilegalizarÃan que en los entierros se empleara algo que no fuera un sudario de lana. Ambas medidas protegÃan el mercado de los artÃculos de lana y reducÃan la competencia asiática a la que se enfrentaban los fabricantes ingleses. Sin embargo, en este perÃodo, la CompañÃa de las Indias Orientales era demasiado fuerte para restringir la importación de artÃculos textiles asiáticos. La situación dio un giro después de 1688. Entre 1696 y 1698, los fabricantes de productos de lana de East Anglia y West Country se aliaron con los tejedores de seda de Londres, Canterbury y la Levant Company para limitar las importaciones. Los importadores de lana de la Levant Company, a pesar de haber perdido recientemente su monopolio, deseaban excluir a las sedas asiáticas para crear un nicho para las sedas del Imperio otomano. Esta coalición empezó a presentar proyectos de ley al Parlamento para limitar el uso de algodones y sedas asiáticos y restringir también el teñido y la estampación de artÃculos asiáticos en Inglaterra. En respuesta, en 1701, el Parlamento finalmente aprobó «una ley para el empleo más eficaz de los pobres, fomentando las manufacturas de este reino». A partir de setiembre de 1701, decretó: «No se llevarán sedas trabajadas, bengalas ni tejidos mezclados con seda de herba, fabricadas en Persia, China ni las Indias Orientales, ni se llevarán los percales pintados, teñidos o estampados allà que se hayan importado o se vayan a importar a este reino».
A partir de ese momento, fue ilegal vestir sedas o percales asiáticos en Inglaterra. No obstante, todavÃa era posible importarlos para reexportarlos a Europa o a otros lugares, sobre todo a las colonias americanas. Además, se podÃa importar percal simple y hacer el acabado en Inglaterra. Las muselinas estaban exentas de la prohibición. Tras una larga lucha, aquellas lagunas jurÃdicas, según los fabricantes de artÃculos textiles de lana nacionales, se cerraron con la ley del percal de 1721: «Después del 25 de diciembre de 1722, no será legal que ninguna persona utilice ni lleve en Gran Bretaña, en prenda alguna, ningún percal estampado, pintado ni teñido». A pesar de que esta ley eliminaba la competencia de Asia para las prendas de lana inglesa, todavÃa dejaba una activa industria nacional del algodón y el lino que competÃa con los tejidos de lana: se mezclaban algodón y lino para producir un tejido popular llamado fustán. Asà que después de haber excluido a la competencia asiática, la industria de la lana intentó frenar el lino. Ãste se hacÃa principalmente en Escocia e Irlanda, lo que daba cierto margen a una coalición inglesa para demandar la exclusión de esos paÃses de los mercados ingleses. Sin embargo, habÃa lÃmites para el poder de los fabricantes de lana. Sus nuevos intentos toparon con la fuerte oposición de los productores de fustán en los centros industriales crecientes de Mánchester, Lancaster y Liverpool. El hecho de que las instituciones polÃticas fueran pluralistas implicaba que todos aquellos grupos tuvieran entonces acceso al proceso polÃtico en el Parlamento a través de las votaciones, y, más importante aún, mediante las peticiones. A pesar de que las peticiones procedÃan de ambos bandos, y reunÃan firmas a favor y en contra, el resultado de este conflicto fue una victoria para los nuevos intereses contra la industria de la lana. La Ley de Mánchester de 1736 acordaba que «grandes cantidades de artÃculos hechos con hilo de lino y algodón se han fabricado durante varios años y se han estampado y pintado dentro de este reino de Gran Bretaña». Después, pasaba a afirmar que «nada en la citada ley [de 1721] se extenderá o será interpretado para prohibir llevar o utilizar en ropa, artÃculos de casa, mobiliario u otros usos cualquier tipo de artÃculo hecho con hilo de lino y lana de algodón, fabricado y estampado o pintado con cualquier color o colores dentro del reino de Gran Bretaña».
La Ley de Mánchester fue una victoria importante para los nuevos fabricantes de algodón. Sin embargo, su importancia histórica y económica fue mucho mayor. En primer lugar, demostró los lÃmites de los obstáculos de entrada que permitirÃan las instituciones polÃticas pluralistas de la Inglaterra parlamentaria. En segundo lugar, durante el medio siglo siguiente, las innovaciones tecnológicas en la fabricación de paño de algodón serÃan cruciales para la revolución industrial y transformarÃan fundamentalmente la sociedad introduciendo el sistema fabril.
Después de 1688, a pesar de que aparecieran condiciones de igualdad dentro del paÃs, internacionalmente, el Parlamento se esforzaba para que no las hubiera. Esta intención se hizo patente en las leyes del percal, pero también en las de navegación, la primera de las cuales se aprobó en 1651, y continuaron en vigor con cambios durante los doscientos años siguientes. El objetivo de aquellas leyes era facilitar el monopolio inglés del comercio internacional, y lo más remarcable era que dicho monopolio no estaba en manos del Estado, sino del sector privado. El principio básico era que el comercio inglés debÃa ser realizado con barcos ingleses. Las leyes hacÃan ilegal que los barcos extranjeros transportaran artÃculos de fuera de Europa a Inglaterra o a sus colonias y era ilegal también que barcos de otros paÃses enviaran productos desde otro paÃs europeo a Inglaterra. Esta ventaja para los comerciantes y fabricantes ingleses naturalmente aumentó sus beneficios y puede que fomentara más la innovación en esas actividades nuevas y altamente rentables.
En 1760, la combinación de todos estos factores (derechos de propiedad nuevos y mejorados, progreso de la infraestructura, cambio del régimen fiscal, mayor acceso a finanzas y protección agresiva para comerciantes y fabricantes) estaba empezando a surtir efecto. Después de esa fecha, hubo un salto en el número de invenciones patentadas y el gran florecimiento del cambio tecnológico que iba a estar en el corazón de la revolución industrial empezó a ser evidente. Las innovaciones tuvieron lugar en muchos frentes, lo que reflejaba el entorno institucional mejorado. Una área crucial era la energÃa, y las transformaciones más famosas de este campo fueron los usos de la máquina de vapor que se lograron gracias a las ideas de James Watt a partir de 1760.
La mejora inicial de Watt fue introducir una cámara de condensación independiente para el vapor, de forma que el cilindro en el que estaba el pistón pudiera mantenerse continuamente caliente en lugar de ser calentado y enfriado. Posteriormente, desarrolló muchas otras ideas, como métodos mucho más eficientes de convertir el movimiento de la máquina de vapor en energÃa útil, sobre todo sus engranajes de «sol y planetas». En todas estas áreas, las innovaciones tecnológicas se basaban en el trabajo anterior de otros. En el contexto de la máquina de vapor, incluÃa el trabajo inicial del inventor inglés Thomas Newcomen y de Dionysius Papin, fÃsico e inventor francés.
La historia de la invención de Papin es otro ejemplo de que, bajo instituciones extractivas, la amenaza de la destrucción creativa impide el cambio tecnológico. Papin desarrolló un diseño para un «sistema para digerir vapor» en 1679, y en 1690 extendió esta idea a un motor de pistones. En 1705, utilizó este motor rudimentario para construir el primer barco de vapor del mundo. En aquel momento, Papin era profesor de matemáticas en la Universidad de Marburgo, en el Estado alemán de Kassel. Decidió hacer que el barco navegara a vapor por el rÃo Fulda hasta el rÃo Weser. Cualquier barco que hacÃa ese trayecto estaba obligado a detenerse en la ciudad de Münden. En aquel momento, el tráfico fluvial del Fulda y el Weser era monopolio de un gremio de barqueros y Papin seguramente presintió que habrÃa problemas. Su amigo y mentor, el famoso fÃsico alemán Gottfried Leibniz, escribió al elector de Kassel, el jefe de Estado, pidiéndole que Papin tuviera permiso para «pasar sin ser molestado» a través de Kassel. Sin embargo, la petición de Leibniz fue rechazada y recibió la respuesta seca de que «los consejeros electorales han encontrado serios obstáculos para garantizar su petición y, sin dar sus razones, me han ordenado que le informe de la decisión que han tomado y de que, en consecuencia, la petición no ha sido concedida por esta alteza electoral». Sin dejarse intimidar, Papin decidió hacer el trayecto igualmente. Cuando su barco de vapor llegó a Münden, el gremio de barqueros intentó que un juez local embargara la embarcación, pero no lo consiguieron. Entonces, los barqueros se lanzaron sobre el barco de Papin y destrozaron la máquina de vapor a golpes. Papin murió pobre y fue enterrado en una tumba anónima. En la Inglaterra de los Tudor o de los Estuardo, Papin habrÃa recibido un tratamiento hostil parecido, pero todo esto cambió después de 1688. De hecho, antes de que destruyeran la embarcación, Papin habÃa intentado navegar con su barco hasta Londres.
En el campo metalúrgico, las aportaciones de 1780 a 1790 llegaron por parte de Henry Cort, que introdujo técnicas nuevas para tratar con las impurezas del hierro, lo que permitió mejorar la calidad del hierro forjado que se producÃa. Fue un hecho determinante para la fabricación de tornillos, herramientas y piezas de máquinas. La producción de enormes cantidades de hierro forjado utilizando las técnicas de Cort fue facilitada por las innovaciones de Abraham Darby y sus hijos, que fueron pioneros en el uso de carbón para fundir hierro a partir de 1709. Este proceso fue mejorado en 1762 con la adaptación realizada por John Smeaton de la energÃa hidráulica para operar cilindros para hacer coque. A partir de entonces, el carbón vegetal desapareció de la producción de hierro y fue sustituido por carbón mineral, mucho más barato y fácil de conseguir.
Aunque la innovación sea obviamente acumulativa, habÃa una aceleración distinta a mediados del siglo
XVIII
. En ningún lugar era más visible que en la producción textil. La operación más básica en la producción de artÃculos textiles es hilar, que implica dar vueltas a fibras de plantas o animales, como algodón o lana, para formar hilo. Este hilo se teje para fabricar asà el artÃculo textil. Una de las grandes innovaciones tecnológicas del perÃodo medieval fue la
spinning wheel
(rueca) que reemplazó al hilado manual. Esta invención, que apareció alrededor de 1280 en Europa, probablemente procedÃa de Oriente Próximo. Los métodos de hilado no cambiaron hasta el siglo
XVIII
. Se produjeron innovaciones importantes en 1738, cuando Lewis Paul patentó un nuevo método de hilado mediante rodillos para sustituir a las manos humanas para sacar las fibras que se hilaban. Sin embargo, la máquina no funcionaba bien, y fueron las innovaciones de Richard Arkwright y James Hargreaves las que revolucionaron realmente el hilado.
En 1769, Arkwright, una de las figuras dominantes de la revolución industrial, patentó su «torno de hilar de agua», una mejora enorme de la máquina de Lewis. Formó una sociedad con Jedediah Strutt y Samuel Need, fabricantes de géneros de punto, y en 1771 construyeron una de las primeras fábricas del mundo, en Cromford. Las nuevas máquinas estaban impulsadas por agua, pero, posteriormente, Arkwright hizo la transición crucial a la energÃa de vapor. En 1774, la empresa empleaba a seiscientos trabajadores y crecÃa ampliamente, abrió fábricas en Mánchester, Matlock, Bath y también en New Lanark (Escocia). Las innovaciones de Arkwright fueron complementadas por la invención de Hargreaves, en 1764, de la hiladora de husos múltiples, modificada posteriormente por Samuel Crompton en 1779 con un invento que denominó
mule
, y más tarde modificada de nuevo por Richard Roberts y convertida en la llamada
self-acting mule
. Los efectos de aquellas innovaciones eran realmente revolucionarios. Anteriormente, en aquel siglo, se tardaban cincuenta mil horas en hilar manualmente 100 libras de algodón. El torno de hilar movido por agua de Arkwright podÃa hacerlo en trescientas horas y la
self-acting mule,
en ciento treinta y cinco.
La mecanización del hilado llegó acompañada de la mecanización del tejido. Un primer paso importante fue la invención de la lanzadera volante de John Kay en 1733. A pesar de que al principio sólo aumentó la productividad de los tejedores a mano, su impacto más duradero serÃa abrir el camino a la mecanización del tejido. A partir de la lanzadera volante, Edmund Cartwright introdujo el telar mecánico en 1785, el primer paso en una serie de innovaciones que conducirÃan a máquinas que sustituirÃan la habilidad manual para tejer igual que estaban haciendo en el caso del hilado.
La industria textil inglesa no fue solamente el motor de la revolución industrial, sino que también revolucionó la economÃa mundial. Las exportaciones inglesas, encabezadas por los artÃculos de algodón, se duplicaron entre 1780 y 1800. Fue el crecimiento en este sector lo que tiró de toda la economÃa. La combinación de innovación tecnológica y organizativa proporciona el modelo para el progreso económico que transformó las economÃas mundiales que llegarÃan a ser ricas.
Para esta transformación, fue crucial la existencia de personas nuevas con ideas nuevas. Veamos la innovación en el transporte. En Inglaterra, hubo varias olas de innovación en este campo. Primero, los canales; después, las carreteras, y por último, el ferrocarril. En cada una de estas olas, los innovadores eran hombres nuevos. Los canales se empezaron a desarrollar en Inglaterra después de 1770, y en 1810 habÃan unido muchas de las áreas de fabricación más importantes. A medida que avanzaba la revolución industrial, los canales fueron cruciales para reducir el coste del transporte para trasladar los nuevos y voluminosos productos industriales, como los artÃculos de algodón, y los insumos necesarios para su fabricación, principalmente algodón en bruto y carbón para las máquinas de vapor. Los primeros innovadores en la construcción de canales fueron hombres como James Brindley, contratado por el duque de Bridgewater para construir el canal de Bridgewater, que acabó uniendo la ciudad industrial clave de Mánchester con el puerto de Liverpool. Brindley, nacido en el Derbyshire rural, era mecánico de molinos de profesión. Su reputación de encontrar soluciones creativas para problemas de ingenierÃa llamó la atención del duque. No tenÃa experiencia previa con problemas de transporte, igual que sucedÃa con otros grandes ingenieros de canales como Thomas Telford, que empezó a ganarse la vida como cantero, o John Smeaton, fabricante de instrumentos e ingeniero.