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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
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Estos monopolios, y muchos otros, daban a los individuos o a los grupos el derecho único a controlar la producción de muchos productos, e impedÃan el tipo de asignación de talento que es tan crucial para la prosperidad económica.
Tanto Jacobo I como su hijo y sucesor Carlos I aspiraban a reforzar la monarquÃa, reducir la influencia del Parlamento y establecer instituciones absolutistas parecidas a las que en España y Francia ampliaban el control de la economÃa, haciendo que las instituciones fueran más extractivas. El conflicto entre Jacobo I y el Parlamento llegó a su punto álgido en la segunda década del siglo
XVII
. En este conflicto, era crucial el control del comercio, tanto en el extranjero como dentro de las islas Británicas. La capacidad de la Corona para conceder monopolios fue una fuente de ingresos clave para el Estado, y se utilizó con frecuencia como forma de otorgar derechos exclusivos a los partidarios del rey. No es de extrañar que esta institución extractiva que bloqueaba la entrada e inhibÃa el funcionamiento del mercado también fuera altamente perjudicial para la actividad económica y para los intereses de muchos miembros del Parlamento. En 1623, el Parlamento consiguió una victoria notable al aprobar el Estatuto de los Monopolios, que prohibÃa al rey Jacobo I crear nuevos monopolios nacionales. TodavÃa serÃa capaz de conceder monopolios sobre el comercio internacional. Sin embargo, como la autoridad del Parlamento no llegaba hasta los asuntos internacionales, los monopolios existentes, internacionales o de otro tipo, no cambiaron.
El Parlamento no se reunÃa regularmente y la sesión tenÃa que ser convocada por el rey. Pero tras la Carta Magna se acordó que el rey debÃa convocar al Parlamento para lograr la aprobación de los nuevos impuestos. Carlos I llegó al tronó en 1625, se negó a convocar al Parlamento después de 1629 e intensificó los esfuerzos de Jacobo I para construir un régimen absolutista más sólido. Fue responsable de los préstamos forzosos, lo que significaba que el pueblo debÃa «prestarle» dinero y después él, unilateralmente, cambiaba las condiciones de dichos préstamos y se negaba a pagar sus deudas. Creó y vendió Monopolios en la única dimensión que el Estatuto de los monopolios le habÃa dejado: las aventuras comerciales de ultramar. Además, redujo la independencia del poder judicial e intentó intervenir para influir en el resultado de las causas judiciales. Impuso múltiples multas y cargas, la más polémica de las cuales fue el «dinero para la navegación» de 1634, un impuesto que debÃan pagar los condados costeros para apoyar a la marina real y que, en 1635, empezaron a pagar también los condados del interior. Fue recaudado todos los años hasta 1640.
El comportamiento absolutista y las polÃticas extractivas crecientes de Carlos I crearon resentimiento y resistencia por todo el paÃs. En 1640, se enfrentó al conflicto con Escocia y, al no tener suficiente dinero para formar un ejército, se vio obligado a convocar al Parlamento para pedir más impuestos. El denominado «Parlamento corto» solamente se reunió durante tres semanas. Los parlamentarios que llegaron a Londres se negaron a hablar de impuestos, y plantearon muchas quejas, hasta que Carlos los desconvocó. Los escoceses se dieron cuenta de que Carlos I no contaba con el apoyo de la nación, asà que invadieron Inglaterra y ocuparon la ciudad de Newcastle. Carlos I inició negociaciones y los escoceses exigieron que se implicara el Parlamento. Aquello hizo que Carlos I convocara lo que se llegó a conocer como el Parlamento largo, ya que continuó reuniéndose hasta 1648, y se negó a disolverse incluso cuando Carlos I lo exigió.
En 1642, estalló la guerra civil entre Carlos I y el Parlamento, aunque muchos miembros de éste apoyaban a la Corona. El patrón de los conflictos reflejaba la lucha por las instituciones económicas y polÃticas. El Parlamento querÃa poner fin a las instituciones polÃticas absolutistas, mientras que el rey querÃa reforzarlas. Aquellos conflictos tenÃan su origen en la economÃa, y muchos apoyaban a la Corona porque ésta les habÃa concedido monopolios lucrativos. Por ejemplo, los monopolios locales controlados por los mercaderes ricos y poderosos de Shrewsbury y Oswestry estaban protegidos por la Corona de la competencia de los mercaderes de Londres. Aquéllos se pusieron del lado de Carlos I. Por otra parte, la industria metalúrgica habÃa florecido alrededor de Birmingham porque los monopolios eran débiles allà y los recién llegados a la industria no tenÃan que trabajar siete años como aprendices, como sucedÃa en otros lugares del paÃs. Durante la guerra civil, hacÃan espadas y aportaron voluntarios para el lado parlamentario. De forma similar, la falta de regulación de los gremios en el condado de Lancashire permitió el desarrollo, antes de 1640, de los «nuevos paños», un estilo nuevo de tejido más ligero. La zona en la que se concentraba la producción de este tejido era la única parte de Lancashire que apoyaba al Parlamento.
Dirigidos por Oliver Cromwell, los parlamentarios (conocidos como
roundheads
, cabezas redondas, por el estilo de su peinado) derrotaron a los monárquicos, conocidos como
cavaliers
. Carlos I fue enjuiciado y ejecutado en 1649. Sin embargo, ni su derrota ni la abolición de la monarquÃa dieron como resultado instituciones inclusivas. La monarquÃa fue sustituida por la dictadura de Oliver Cromwell y, tras la muerte de éste, fue restaurada en 1660 y recuperó muchos de los privilegios que le habÃan arrebatado en 1649. El hijo de Carlos I, Carlos II, fijó entonces el mismo programa de creación del absolutismo en Inglaterra. Estos intentos se intensificaron cuando su hermano Jacobo II ascendió al trono tras la muerte de Carlos II en 1685. En 1688, el intento de Jacobo II de restablecer el absolutismo creó otra crisis y una nueva guerra civil. En esta ocasión, el Parlamento estaba más unido y organizado. Invitaron al estatúder
holandés, Guillermo de Orange, y a su esposa, MarÃa II, la hija protestante de Jacobo II, a sustituir a Jacobo. Guillermo aportarÃa un ejército y reclamarÃa el trono, para gobernar, no como monarca absolutista, sino bajo una monarquÃa constitucional forjada por el Parlamento. Dos meses después de la llegada de Guillermo a las islas Británicas (véase el mapa 9) en Brixham (Devon), el ejército de Jacobo se desintegró y él huyó a Francia.
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La Revolución gloriosa
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Tras la victoria de la Revolución gloriosa, el Parlamento y Guillermo de Orange negociaron una nueva Constitución. Los cambios fueron anunciados por la «Declaración» de Guillermo, realizada poco antes de su invasión, y se consagraron en la Declaración de Derechos, redactada por el Parlamento en febrero de 1689. La Declaración fue leÃda a Guillermo en la misma sesión en la que se le ofreció la Corona. En muchos sentidos, la que se denominarÃa
Bill of Rights
(Declaración de Derechos) tras su aprobación era vaga. Sin embargo, realmente estableció algunos principios constitucionales fundamentales. Determinó la sucesión al trono de una forma muy distinta a los principios hereditarios que regÃan en aquel entonces. Si el Parlamento habÃa desbancado a un monarca y lo habÃa sustituido por otro que le gustaba más una vez, ¿por qué no lo iba a hacer de nuevo? La Declaración de Derechos también afirmaba que el monarca no podÃa suspender leyes ni deshacerse de ellas y reiteraba la ilegalidad de la fiscalidad sin consentimiento parlamentario. Además, afirmaba que no podÃa haber ejército permanente en Inglaterra sin consentimiento parlamentario. La vaguedad aparecÃa en cláusulas como la 8, que afirmaban: «La elección de los miembros del Parlamento debe ser libre», pero no especificaba cómo se determinarÃa que era «libre». Más vaga todavÃa era la cláusula 13, cuyo punto principal era que el Parlamento debÃa reunirse con frecuencia. Durante todo aquel siglo, la cuestión de cuándo debÃa reunirse y si debÃa hacerlo o no habÃa sido controvertida, asà que podrÃan haber especificado mucho más esta cláusula. No obstante, la razón para este texto vago es evidente. Las cláusulas debÃan cumplirse. Durante el reinado de Carlos II, estaba en vigor una ley trienal que afirmaba que el Parlamento tenÃa que ser convocado como mÃnimo una vez cada tres años. Sin embargo, Carlos hizo caso omiso de la ley, y no pasó nada porque no se habÃa fijado ningún método para imponerla. Después de 1688, el Parlamento podÃa haber intentado introducir un sistema para imponer esta cláusula, como habÃan hecho los barones con su consejo después de que el rey Juan firmara la Carta Magna. Pero no lo hicieron porque no lo necesitaron. La razón fue que la autoridad y el poder de tomar decisiones pasaron al Parlamento después de 1688. Incluso sin reglas ni leyes constitucionales especÃficas, Guillermo sencillamente abandonó muchas de las prácticas de los reyes anteriores. Dejó de interferir en decisiones legales y cedió «derechos» anteriores, como recibir los ingresos de las aduanas de por vida. En general, estos cambios de las instituciones polÃticas representaron el triunfo del Parlamento sobre el rey y, por lo tanto, el fin del absolutismo en Inglaterra y, posteriormente, en Gran Bretaña (ya que Inglaterra y Escocia se unieron por la Ley de la Unión de 1707). A partir de entonces, el Parlamento ejerció un control firme de la polÃtica estatal, lo que supuso una diferencia abismal, ya que los intereses del Parlamento eran muy distintos de los de los reyes Estuardo. Como muchos de los miembros del Parlamento habÃan hecho importantes inversiones en el comercio y la industria, estaban muy interesados en imponer sus derechos de propiedad. Los Estuardo habÃan infringido frecuentemente los derechos de propiedad; pero, en adelante, aquellos derechos serÃan defendidos. Además, cuando los Estuardo controlaban cómo gastaba el dinero el gobierno, el Parlamento se oponÃa a aumentar los impuestos e impedÃa que se reforzara el poder del Estado. Ahora que el propio Parlamento controlaba el gasto, se encargaba de aumentar los impuestos y gastar el dinero en actividades que consideraba valiosas. La actividad principal fue el refuerzo de la marina, que protegerÃa los intereses mercantiles de ultramar de muchos de los miembros del Parlamento.
Más importante todavÃa que el interés de los parlamentarios fue la naturaleza pluralista emergente de las instituciones polÃticas. En aquel momento, el pueblo inglés tenÃa acceso al Parlamento, y a las instituciones económicas y la polÃtica hechas en éste, de una forma que nunca tuvieron cuando la polÃtica estaba dirigida por el rey. Evidentemente, esto era parcial, porque los miembros del Parlamento eran elegidos. Sin embargo, como Inglaterra estaba lejos de ser una democracia en este perÃodo, este acceso proporcionaba solamente una respuesta modesta. Entre sus muchas desigualdades estaba que menos del 2 por ciento de la población podÃa votar en el siglo
XVIII,
y solamente los hombres tenÃan derecho a hacerlo. Las ciudades en las que tuvo lugar la revolución industrial, Birmingham, Leeds, Mánchester y Sheffield, no tenÃan representación independiente en el Parlamento. No obstante, las zonas rurales estaban sobrerrepresentadas. También era negativo que el derecho a voto en las zonas rurales, los
counties
, se basaba en la propiedad de la tierra, y muchas zonas urbanas, los
boroughs
(burgos), estaban controladas por una pequeña élite que no permitÃa que los nuevos industriales votaran ni se presentaran a cargos. Por ejemplo, en el burgo de Buckingham, trece burgueses tenÃan derecho exclusivo a voto. Además, existÃan los denominados «burgos podridos», que históricamente habÃan tenido derecho a votar pero se habÃan «podrido», ya fuera porque su población se habÃa trasladado con el tiempo o, en el caso de Dunwich, en la costa este de Inglaterra, porque, literalmente, habÃa caÃdo en el océano como resultado de la erosión de la costa. En cada uno de esos burgos podridos, un número reducido de votantes elegÃa a dos miembros del Parlamento. Old Sarum tenÃa siete votantes; Dunwich, treinta y dos, y cada uno elegÃa a dos miembros del Parlamento.
Sin embargo, habÃa otras formas de influir en el Parlamento y, por lo tanto, en las instituciones económicas. La más importante era a través de las peticiones, lo que era mucho más importante que el alcance limitado de la democracia para la aparición del pluralismo tras la Revolución gloriosa. Cualquier persona podÃa realizar peticiones ante el Parlamento, y se hacÃan. Lo importante era que, cuando el pueblo realizaba peticiones, el Parlamento escuchaba. Es esto, más que cualquier otra cosa, lo que refleja la derrota del absolutismo, la cesión de poder a un segmento bastante amplio de la sociedad y el aumento del pluralismo en Inglaterra después de 1688. La actividad frenética de peticiones muestra que, de hecho, eran muchos más miembros de la sociedad, mucho más allá que los que se sentaban o eran representados en el Parlamento, los que tenÃan el poder para influir en el funcionamiento del Estado. Y lo utilizaron.
El caso de los monopolios es el que mejor lo ilustra. Anteriormente, vimos que los monopolios constituÃan un pilar central de las instituciones económicas extractivas del siglo
XVII
. Fueron atacados en el año 1623 con el Estatuto de los Monopolios y constituyeron un serio motivo de discordia durante la guerra civil inglesa. El «Parlamento largo» abolió todos los monopolios nacionales que tanto afectaban a la vida de las personas. A pesar de que Carlos II y Jacobo II no pudieron volver a imponerlos, consiguieron mantener la capacidad de conceder monopolios en el extranjero. Uno de ellos fue la Royal African Company, cuya carta de monopolio fue emitida por Carlos II en 1660. Esta empresa mantenÃa un monopolio sobre el lucrativo tráfico de esclavos africanos, y su gobernador y accionista principal era el hermano de Carlos, Jacobo, que pronto se convertirÃa en Jacobo II. Después de 1688, la Royal African Company no solamente perdió a su director, sino también a su defensor principal. Jacobo habÃa protegido arduamente el monopolio de la empresa contra los «intrusos», los comerciantes independientes que intentaron comprar esclavos en Ãfrica occidental y venderlos en América. Se trataba de un comercio muy rentable y la Royal African Company se enfrentó a muchas dificultades, ya que todo el resto del comercio inglés en el Atlántico estaba exento de cargas. En 1689, la Royal African Company se quedó con el cargamento de un intruso, de apellido Nightingale. Ãste demandó a la compañÃa por incautación ilegal de bienes y el presidente del tribunal, Holt, consideró que la acción de la Royal African Company habÃa sido ilegal porque habÃa utilizado un derecho de monopolio creado por la prerrogativa real. Holt razonó que los privilegios de monopolio solamente podÃan crearse mediante estatuto y que esto lo debÃa hacer el Parlamento. Asà que Holt puso todos los monopolios futuros, no solamente la Royal African Company, en manos del Parlamento. Antes de 1688, Jacobo II habrÃa eliminado rápidamente a cualquier juez que hubiera tomado aquella decisión. Pero después de 1688, las cosas eran distintas.