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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (34 page)

La Revolución gloriosa fue un acontecimiento decisivo precisamente porque fue dirigido por una coalición amplia y envalentonada que la dotó aún de más poder, y logró forjar un régimen constitucional que ponía límites al poder del ejecutivo y de cualquiera de sus miembros, lo que también fue determinante. Por ejemplo, fueron esos límites los que impidieron que los fabricantes de lana fueran capaces de acabar con la competencia potencial de los fabricantes de algodón y fustán. Por lo tanto, aquella coalición amplia fue esencial en el período preparatorio que conduciría a un Parlamento fuerte después de 1688, pero también significó que dentro de éste se comprobara si cualquier grupo llegaba a ser demasiado poderoso y abusaba de su poder. Fue el factor crítico para la aparición de instituciones políticas pluralistas. La cesión de poderes a una coalición tan amplia también fue crucial para la persistencia y el refuerzo de esas instituciones económicas políticas inclusivas, como veremos en el capítulo 11.

Sin embargo, nada de esto hacía que el régimen pluralista fuera realmente inevitable. Su aparición, en parte, se debió al devenir circunstancial de la historia. Una coalición que no era demasiado diferente pudo salir victoriosa de la guerra civil inglesa contra los Estuardo, pero esto solamente condujo a la dictadura de Oliver Cromwell. La fuerza de esta coalición tampoco garantizaba la derrota del absolutismo. Jacobo II podría haber derrotado a Guillermo de Orange. El camino del gran cambio institucional fue, como siempre, no menos fortuito que el resultado de otros conflictos políticos. Fue así aunque el camino específico de la deriva institucional que creó aquella amplia coalición se opusiera al absolutismo y la crítica coyuntura de las oportunidades de comercio atlántico hiciera que los Estuardo llevaran las de perder. Por consiguiente, en este caso, la fatalidad y una amplia coalición fueron factores decisivos para la aparición del pluralismo y las instituciones inclusivas.

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No en nuestro territorio: obstáculos para el desarrollo

 

 

La prohibición de la imprenta

 

En 1445, en la ciudad alemana de Mainz, Johannes Gutenberg presentó una innovación que tendría consecuencias profundas para la historia económica posterior: una imprenta basada en tipos movibles. Hasta aquel momento, los libros tenían que ser copiados a mano por los escribas, lo que hacía el proceso muy lento y laborioso, o se imprimían en bloques con piezas concretas de madera cortadas para imprimir cada página. Los libros eran un bien escaso y muy caro. Tras el invento de Gutenberg, las cosas empezaron a cambiar. Como los libros se imprimían, eran más fáciles de conseguir. Sin esta innovación, la educación y la alfabetización en masa habrían sido imposibles.

En Europa occidental, se reconoció en seguida la importancia de la imprenta. En 1460, ya había una imprenta al otro lado de la frontera, en Estrasburgo (Francia). A finales de 1460, la tecnología se había extendido por Italia, con imprentas en Roma y Venecia, y pronto llegó a Florencia, Milán y Turín. En 1476, William Caxton montó una imprenta en Londres, y dos años después, había una en Oxford. Durante el mismo período, la imprenta se extendió por los Países Bajos, España e incluso Europa oriental. En 1473, se abrió una imprenta en Budapest y, un año más tarde, otra en Cracovia.

Pero no todo el mundo consideraba que la imprenta fuera una innovación deseable. Ya en 1485, el sultán otomano Bayezid II emitió un edicto que prohibía expresamente a los musulmanes imprimir en árabe. Esta norma fue reforzada todavía más por el sultán Selim I en 1515. No fue hasta 1727 cuando se permitió la primera imprenta en tierras otomanas. Entonces, el sultán Ahmed III emitió un decreto por el que concedía a Ibrahim Müteferrika permiso para montar una imprenta. E incluso este paso tardío estuvo plagado de limitaciones. El decreto mencionaba «el afortunado día en el que esta técnica de Occidente se presente como una prometida y ya no se esconda», pero la imprenta de Müteferrika iba a estar controlada muy de cerca. El decreto establecía lo siguiente:

 

Con el fin de que los libros impresos no tengan errores de imprenta, los eruditos religiosos especializados en ley islámica inteligentes, respetados y meritorios, el excelente cadí de Estambul, Mevlana Ishak, y el cadí de Selaniki, Mevlana Sahib, y el cadí de Galata, Mevlana Asad, que aumenten sus méritos, y de las órdenes religiosas ilustres, el pilar de los eruditos religiosos rectos, el jeque de Kasim Pasa Mevlevihane, Mevlana Musa, que crezcan su sabiduría y conocimiento, controlarán la revisión.

 

Müteferrika obtuvo el permiso para montar una imprenta, pero cualquier cosa que imprimía debía ser examinada por un grupo de tres eruditos religiosos y legales, los cadíes. Quizá la sabiduría y el conocimiento de los cadíes, y de cualquier otra persona, habrían aumentado mucho más de prisa si la imprenta hubiera estado disponible con más facilidad. Pero no iba a ser así, ni siquiera después de que Müteferrika obtuviera el permiso para montar su imprenta.

No es de extrañar que Müteferrika imprimiera pocos libros al final, solamente diecisiete entre 1729, cuando empezó a operar la imprenta, y 1743, cuando él dejó de trabajar. Su familia intentó continuar la tradición, pero solamente consiguieron imprimir otros siete libros antes de dejarlo finalmente en 1797. Fuera del corazón del Imperio otomano en Turquía, la imprenta se quedaba todavía más atrás. Por ejemplo, en Egipto, la primera imprenta se montó en 1798, por los franceses que formaban parte del intento fallido de Napoleón Bonaparte de conquistar al país. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo
XIX
, la producción de libros del Imperio otomano todavía era realizada por escribas que copiaban a mano los libros existentes. A principios del siglo
XVIII
, se consideraba que había ochenta mil de estos escribas activos en Estambul.

Esta oposición a la imprenta tuvo consecuencias obvias para la alfabetización, la educación y el éxito económico. En 1800, probablemente solamente el 2 o el 3 por ciento de los ciudadanos del Imperio otomano estaban alfabetizados, mientras que, en Inglaterra, el porcentaje de alfabetización era del 60 por ciento de los hombres adultos y el 40 por ciento de las mujeres adultas. En los Países Bajos y Alemania, los índices de alfabetización eran incluso superiores. Las tierras otomanas se quedaron rezagadas respecto a los países europeos que tenían menor nivel educativo de este período, como Portugal, donde probablemente solamente alrededor del 20 por ciento de los adultos sabía leer y escribir.

Si se tiene en cuenta lo fuertemente absolutistas y extractivas que eran las instituciones otomanas, es fácil entender la hostilidad del sultán a la imprenta. Los libros propagaban ideas y hacían que la población fuera mucho más difícil de controlar. Algunas de estas ideas pueden ser formas nuevas y valiosas de aumentar el desarrollo económico, pero otras pueden ser subversivas y cuestionar el statu quo político y social existente. Además, los libros reducen el poder de los que controlan el conocimiento oral, ya que hacen que ese conocimiento esté disponible fácilmente para cualquier persona que sepa leer. Eso suponía una amenaza que afectaría al statu quo existente, en el que el conocimiento estaba controlado por las élites. Los sultanes otomanos y el
establishment
religioso temían la destrucción creativa resultante. Su solución fue prohibir la imprenta.

 

 

La revolución industrial creó una coyuntura crítica que afectó prácticamente a todos los países. Algunos países, como Inglaterra, no solamente permitieron, sino que fomentaron activamente el comercio, la industrialización y el espíritu emprendedor, y crecieron rápidamente. Muchos, como el Imperio otomano, China y otros regímenes absolutistas, se quedaron atrás al bloquear o al no hacer nada para fomentar la extensión de la industria. Las instituciones políticas y económicas perfilaron la respuesta a la innovación tecnológica, creando de nuevo el patrón habitual de interacción entre las instituciones existentes y las coyunturas críticas que conducían a la divergencia en las instituciones y los resultados económicos.

El Imperio otomano continuó siendo absolutista hasta su caída tras el fin de la segunda guerra mundial y, por lo tanto, fue incapaz de oponerse o impedir innovaciones como la imprenta y la destrucción creativa que habría provocado. La razón de que los cambios económicos que tuvieron lugar en Inglaterra no sucedieran en el Imperio otomano es la conexión natural entre instituciones políticas extractivas y absolutistas e instituciones económicas extractivas. El absolutismo es el control ilimitado por parte de una única persona, aunque, en realidad, los absolutistas gobiernan con el apoyo de alguna élite o algún grupo reducido. Por ejemplo, en la Rusia del siglo
XIX
, los zares eran gobernantes absolutistas apoyados por una nobleza que representaba alrededor del 1 por ciento de la población total. Este grupo reducido organizó las instituciones políticas para perpetuar su poder. No hubo Parlamento ni representación política de otros grupos de la sociedad rusa hasta 1905, cuando el zar creó la duma, aunque pronto redujo los pocos poderes que le había concedido. Como cabría esperar, las instituciones económicas eran extractivas, ya que estaban organizadas para conseguir la máxima riqueza para el zar y los nobles. La base de esta organización, como ocurre en muchos sistemas económicos extractivos, fue un sistema masivo de control y coacción de la mano de obra, en la servidumbre rusa, que era particularmente nocivo.

El absolutismo no era el único tipo de institución política que impedía la industrialización. Los regímenes absolutistas no eran pluralistas y temían la destrucción creativa; muchos tenían Estados centralizados o, como mínimo, estaban lo suficientemente centralizados para imponer prohibiciones en innovaciones como la imprenta. Incluso hoy en día, países como Afganistán, Haití y Nepal tienen Estados nacionales que carecen de centralización política. En el África subsahariana, la situación es incluso peor. Como comentamos anteriormente, sin un Estado centralizado que proporcione orden, imponga reglas y defienda derechos de propiedad, no pueden aparecer instituciones inclusivas. En este capítulo, veremos que en muchas partes del África subsahariana (por ejemplo, en Somalia y el sur de Sudán), un gran obstáculo para la industrialización fue la falta de algún tipo de centralización política. Sin estos prerrequisitos naturales, la industrialización no tenía ninguna posibilidad de despegar.

El absolutismo y la falta de centralización política, o la existencia de una centralización débil, son dos obstáculos distintos para la difusión de la industria. Sin embargo, también están conectados, ambos siguen funcionando por el temor a la destrucción creativa y porque el proceso de centralización política a menudo crea una tendencia hacia el absolutismo. La resistencia a la centralización política está motivada por razones similares a la resistencia a las instituciones políticas inclusivas: temor a perder poder político, esta vez, por el nuevo Estado centralizador y por las personas que lo controlan. En el capítulo anterior, vimos que el proceso de centralización política bajo la monarquía Tudor de Inglaterra aumentó la demanda de voz y representación de varias élites locales distintas en instituciones políticas nacionales como forma de evitar esta pérdida de poder político. Se creó un Parlamento más fuerte, con lo que, al final, se permitió que aparecieran instituciones políticas inclusivas.

Sin embargo, en muchos otros casos, sucedió precisamente lo contrario, y el proceso de centralización política también marca el comienzo de una era de mayor absolutismo. Un ejemplo de ello son los orígenes del absolutismo ruso, forjado por Pedro el Grande entre 1682 y 1725, el año de su muerte. Pedro construyó una nueva capital en San Petersburgo, arrebatando poder a la vieja aristocracia, los boyardos, para crear un Estado burocrático y un ejército modernos. Incluso abolió la Duma de los boyardos que le habían hecho zar. Introdujo la tabla de rangos, una jerarquía social totalmente nueva cuya esencia era el servicio al zar. También tomó el control de la Iglesia, igual que Enrique VIII cuando centralizó el Estado en Inglaterra. Con este proceso de centralización política, Pedro quitaba poder a otros y lo redirigía hacia sí mismo. Sus reformas militares provocaron que se rebelaran los guardias reales tradicionales, los
streltsy
. Esta revuelta fue seguida por otras, como la de los baskires en Asia central y la rebelión de Bulavin, pero ninguna tuvo éxito.

A pesar de que el proyecto de Pedro el Grande de centralización política fuera un éxito y superara a la oposición, el tipo de fuerzas que se oponían a la centralización estatal, como los
streltsy
, que vieron peligrar su poder, ganó en muchas partes del mundo y la falta resultante de centralización del Estado significó la persistencia de un tipo distinto de instituciones políticas extractivas.

En este capítulo, veremos que, durante la coyuntura crítica creada por la revolución industrial, muchos países perdieron el tren y no aprovecharon la difusión de la industria. O bien tenían instituciones económicas extractivas y políticas absolutistas, como el Imperio otomano, o bien carecían de centralización política, como Somalia.

 

 

Una pequeña diferencia que importó

 

Durante el siglo
XVII
, el absolutismo fracasó en Inglaterra, sin embargo, en España se reforzó. El equivalente español del Parlamento inglés, las Cortes, solamente existían de nombre. España se formó en 1492 con la unión de los reinos de Castilla y Aragón a través del matrimonio de la reina Isabel y el rey Fernando. Aquella fecha coincidió con el fin de la Reconquista, el largo proceso de expulsión de los árabes que habían ocupado el sur de España, y que construyeron las grandes ciudades de Granada, Córdoba y Sevilla, desde el siglo
VIII
. El último Estado árabe de la península Ibérica, Granada, cayó en manos de España al mismo tiempo que Cristóbal Colón llegó a América y empezó a reclamar tierras para la corona española, que había financiado su viaje.

La unión de las Coronas de Castilla y Aragón y sus herencias y matrimonios dinásticos posteriores crearon un super-Estado europeo. Isabel murió en 1504, y su hija Juana fue coronada reina de Castilla. Juana se casó con Felipe de la Casa de Habsburgo, el hijo del emperador del Sacro Imperio romano, Maximiliano I. En 1516, Carlos, hijo de Juana y Felipe, fue coronado Carlos I de Castilla y Aragón. Tras la muerte de su padre, Carlos heredó los Países Bajos y el Franco Condado, que añadió a sus territorios en la península Ibérica y América. En 1519, cuando murió Maximiliano I, Carlos también heredó los territorios de los Habsburgo de Alemania y se convirtió en el emperador Carlos V del Sacro Imperio romano. Lo que había sido una unión de dos reinos españoles en 1492 se convirtió en un imperio multicontinental, y Carlos continuó el proyecto para reforzar el Estado absolutista que habían comenzado Isabel y Fernando.

El esfuerzo para construir y consolidar el absolutismo en España recibió la ayuda masiva del descubrimiento de metales preciosos en América. La plata ya había sido descubierta en grandes cantidades en Guanajuato (México), hacia 1520, y poco después se encontró en Zacatecas (México). La conquista de Perú después de 1532 creó todavía más riqueza para la monarquía. Llegó en forma de cuota, el «quinto real», que se recibía de cualquier botín de la conquista y también de las minas. Tal y como vimos en el capítulo 1, hacia 1540, aproximadamente, se descubrió una montaña de plata en Potosí, lo que llenó todavía más de riqueza los cofres del rey español.

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