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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu
Las instituciones feudales, que se basaban en el trabajo por coacción (los siervos), eran evidentemente extractivas y fueron la base de un largo perÃodo de crecimiento lento y extractivo en Europa durante la Edad Media. Sin embargo, también fueron importantes para avances futuros. Por ejemplo, durante la reducción de la población rural al estatus de siervos, la esclavitud desapareció de Europa. Las élites podÃan reducir toda la población rural a la condición de siervo, por lo que no parecÃa necesario tener una clase distinta de esclavos como la que habÃan tenido sociedades anteriores. El feudalismo también creó un vacÃo de poder en el que las ciudades independientes especializadas en la producción y el comercio podÃan florecer. Sin embargo, cuando cambió el equilibrio de poder después de la peste negra y la servidumbre empezó a hundirse en Europa occidental, se sentaron las bases para el nacimiento de una sociedad más pluralista sin presencia de esclavos.
Las coyunturas crÃticas que dieron lugar a la sociedad feudal eran evidentes, pero no estaban completamente limitadas a Europa. Se puede hacer una comparación relevante con el moderno paÃs africano de EtiopÃa, que se desarrolló a partir del reino de Aksum, fundado en el norte del paÃs alrededor de 400 a. C. Aksum era un reino relativamente desarrollado para su época que realizó transacciones comerciales internacionales con la India, Arabia, Grecia y el Imperio romano. En muchos aspectos, era comparable al Imperio romano de Oriente durante este perÃodo. Utilizaba dinero, construÃa carreteras y edificios públicos monumentales y tenÃa una tecnologÃa muy similar, por ejemplo, en agricultura y navegación. También existen paralelismos ideológicos interesantes entre Aksum y Roma. En 312 d. C., el emperador romano Constantino se convirtió al cristianismo, igual que el rey Ezana de Aksum aproximadamente en el mismo momento. En el mapa 12, se muestra la situación del Estado histórico de Aksum en las actuales EtiopÃa y Eritrea, con puestos avanzados en el mar Rojo en Arabia Saudà y el Yemen.
Roma cayó, igual que Aksum, y su declive histórico siguió un patrón similar al del Imperio romano de Occidente. El papel que representaron los hunos y los vándalos en el declive de Roma fue adoptado por los árabes que, en el siglo
VII
, se expandieron hasta el mar Rojo y la penÃnsula Arábiga. Aksum perdió sus colonias de Arabia y sus rutas comerciales, y aquello precipitó el declive económico. Se dejó de acuñar moneda, la población urbana descendió y el Estado se volvió a concentrar en el interior del paÃs y en las tierras altas de la EtiopÃa moderna.
En Europa, las instituciones feudales aparecieron tras el hundimiento de la autoridad estatal central. Lo mismo ocurrió en EtiopÃa, de acuerdo con el sistema denominado
gult
, que suponÃa una concesión de tierra por parte del emperador. La institución se menciona en manuscritos del siglo
XIII
, aunque pudo haberse originado mucho antes. El término
gult
deriva de una palabra amárica que quiere decir «asignó un feudo». Significaba que, a cambio de la tierra, el poseedor del
gult
debÃa proporcionar servicios al emperador, sobre todo de tipo militar. El poseedor del
gult
tenÃa derecho a cobrar un tributo a quienes trabajaran la tierra. Varias fuentes históricas sugieren que los poseedores de un
gult
recaudaban entre la mitad y tres cuartas partes de la producción agrÃcola de los campesinos. Este sistema tuvo un desarrollo independiente con similitudes notables con el feudalismo europeo, pero probablemente fuera todavÃa más extractivo. En el momento álgido del feudalismo en Inglaterra, los siervos se enfrentaban a una extracción menos gravosa y debÃan entregar alrededor de la mitad de su producción a sus señores de una forma u otra.
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Sin embargo, EtiopÃa no representaba a Ãfrica, puesto que en todo el resto del continente la esclavitud no fue sustituida por la servidumbre, sino que la esclavitud africana y las instituciones que la apoyaban continuaron durante muchos siglos más. Incluso el camino definitivo de EtiopÃa serÃa muy distinto. Después del siglo
VII
, permaneció aislada en las montañas del este de Ãfrica de los procesos que posteriormente influirÃan en el camino institucional de Europa, como la aparición de ciudades independientes, las limitaciones nacientes sobre los monarcas y la expansión del comercio por el Atlántico tras el descubrimiento de América. Por lo tanto, en general, no se cuestionó su versión de las instituciones absolutistas. El continente africano interaccionarÃa posteriormente con una capacidad muy distinta con Europa y Asia. El este de Ãfrica se convirtió en un proveedor principal de esclavos para el mundo árabe, y el oeste y el centro de Ãfrica participarÃan en la economÃa mundial durante la expansión europea asociada al comercio atlántico como proveedores de esclavos. El hecho de que el comercio atlántico condujera a caminos tan marcadamente divergentes entre Europa occidental y Ãfrica es otro ejemplo de la divergencia institucional resultante de la interacción entre coyunturas crÃticas y diferencias institucionales existentes. Mientras en Inglaterra los beneficios del tráfico de esclavos ayudaron a enriquecer a quienes se oponÃan al absolutismo, en Ãfrica ayudaron a crear y reforzar el absolutismo.
Más lejos de Europa, los procesos de deriva institucional obviamente tenÃan más libertad para ir por su propio camino. Por ejemplo, en América, que se separó de Europa alrededor de 15000 a. C. después de que se derritiera el hielo que unÃa Alaska y Rusia, habÃa innovaciones institucionales parecidas a las de los natufienses, que condujeron a la vida sedentaria, la jerarquÃa y la desigualdad, en definitiva, a instituciones extractivas. Dichas innovaciones se produjeron primero en México y el Perú andino y Bolivia, y condujeron a la revolución neolÃtica americana, con la domesticación del maÃz. En estos lugares tuvieron lugar las primeras formas de crecimiento extractivo, como vimos en las ciudades-Estado mayas. Sin embargo, de la misma forma que los grandes avances hacia las instituciones inclusivas y el desarrollo industrial en Europa no llegaron a sitios en los que el mundo romano tenÃa más control, las instituciones inclusivas en América no se desarrollaron en las tierras de aquellas civilizaciones incipientes. De hecho, como vimos en el capÃtulo 1, estas civilizaciones densamente pobladas interaccionaron de una manera perversa con el colonialismo europeo para provocar un «cambio drástico de la suerte» por el que lugares que habÃan sido relativamente ricos en América pasaron a ser relativamente pobres. Hoy en dÃa, Estados Unidos y Canadá, que estaban entonces muy atrasados respecto a las complejas civilizaciones de México, Perú y Bolivia, son mucho más ricos que el resto de América.
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Consecuencias del crecimiento inicial
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El largo perÃodo entre la revolución neolÃtica, que comenzó en el 9500 a. C., y la revolución industrial británica de finales del siglo
XVIII
está lleno de impulsos acelerados de crecimiento económico provocados por innovaciones institucionales que finalmente fallaron. En la Roma antigua, las instituciones de la República, que crearon cierto grado de vitalidad económica y permitieron la construcción de un gran imperio, se deshicieron tras el golpe de Julio César y la construcción del imperio bajo Augusto. Pasaron siglos antes de que el Imperio romano finalmente desapareciera y empezara el declive, pero una vez que las instituciones republicanas relativamente inclusivas dieron paso a las instituciones más extractivas del Imperio, el retroceso económico pasó a ser inevitable.
Las dinámicas de Venecia fueron parecidas. La prosperidad económica forjada por instituciones que tenÃan elementos inclusivos importantes fue socavada cuando la élite cerró las puertas a nuevos participantes y prohibió las instituciones económicas que habÃan creado la prosperidad de la República.
Por muy notable que fuera la experiencia de Roma, no fue el legado romano lo que condujo directamente al auge de las instituciones inclusivas y a la revolución industrial en Inglaterra. Los factores históricos perfilan el desarrollo de las instituciones, pero no se trata de un proceso sencillo, acumulativo y predeterminado. Roma y Venecia ilustran cómo cambiaron de rumbo los pasos iniciales hacia la inclusividad. El paisaje económico e institucional que creó Roma en Europa y Oriente Próximo no condujo inexorablemente a las instituciones inclusivas más firmemente arraigadas de siglos posteriores. De hecho, éstas aparecerÃan primero y con más fuerza en Inglaterra, donde el dominio romano fue más débil y desapareció de forma fulminante, casi sin dejar rastro, durante el siglo
V
d. C. En su lugar, como comentamos en el capÃtulo 4, la historia tiene un papel destacado en la deriva institucional que creó diferencias institucionales, aunque fueran pequeñas en ocasiones, que después se ampliaron al interaccionar con coyunturas crÃticas. Como estas diferencias suelen ser pequeñas, pueden dar un giro radical fácilmente y no son necesariamente la consecuencia de un proceso acumulativo simple.
Evidentemente, Roma tuvo efectos duraderos sobre Europa. Las instituciones y el derecho romanos influyeron en las instituciones y el derecho que los reinos bárbaros establecieron tras la caÃda del Imperio romano de Occidente. También fue la caÃda de Roma lo que creó el paisaje polÃtico descentralizado que llegarÃa a ser el orden feudal. La desaparición de la esclavitud y la creación de ciudades independientes fueron consecuencias largas, dilatadas (y, evidentemente, circunstanciales desde el punto de vista histórico), de este proceso. Ãstas serÃan particularmente importantes cuando la peste negra sacudió profundamente la sociedad feudal. A partir de las cenizas de la peste negra, surgieron pueblos y ciudades más fuertes y los campesinos dejaron de estar atados a la tierra y fueron liberados de sus obligaciones feudales. Precisamente, estas coyunturas crÃticas desencadenadas por la caÃda del Imperio romano fueron las que condujeron a una gran deriva institucional que afectó a toda Europa de una forma que no tiene paralelismos en el Ãfrica subsahariana, ni en Asia ni en América.
En el siglo
XVI
, Europa era muy distinta, desde el punto de vista institucional, del Ãfrica subsahariana y de América. No era mucho más rica que las civilizaciones asiáticas más espectaculares de la India o China, pero diferÃa de estos Estados en algunos puntos clave. Por ejemplo, habÃa desarrollado instituciones representativas de un tipo nunca visto allÃ, que iban a tener una importancia crucial para el desarrollo de instituciones inclusivas. Como veremos en los dos capÃtulos siguientes, las pequeñas diferencias institucionales serÃan las que importarÃan de verdad dentro de Europa y las que favorecieron a Inglaterra, porque fue allà donde el orden feudal habÃa avanzado más ampliamente para los agricultores con mentalidad más comercial y los centros urbanos independientes en los que los mercaderes y los industriales pudieran florecer. Estos grupos ya exigÃan a sus monarcas derechos de propiedad más seguros, instituciones económicas distintas y voz polÃtica. Todo este proceso llegó a su punto álgido en el siglo
XVII
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Problemas con medias
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En 1583, William Lee regresó tras finalizar sus estudios en la Universidad de Cambridge para convertirse en el sacerdote local de Calverton (Inglaterra). Isabel I (1558-1603) habÃa dictado hacÃa poco una norma que obligaba a que su pueblo llevara siempre un gorro de punto. Lee anotó: «Los tejedores eran el único medio de producir aquellas prendas pero se tardaba mucho en hacerlas. Empecé a pensar. VeÃa a mi madre y a mis hermanas sentadas al atardecer moviendo sus agujas. Si las prendas se hacÃan con dos agujas y una lÃnea de hilo, ¿por qué no utilizar varias agujas?».
Ese pensamiento crucial fue el comienzo de la mecanización de la producción textil. Lee se obsesionó con crear una máquina que liberara al pueblo del tejido manual interminable. Recordaba: «Empecé a olvidar mis deberes respecto a la Iglesia y mi familia. La idea de mi máquina y su creación consumÃan mi corazón y mi mente».
Finalmente, en 1589, tuvo lista su máquina de tejer medias. Viajó a Londres ilusionado para solicitar una entrevista con Isabel I y mostrarle lo útil que serÃa aquella máquina y para pedirle una patente que impidiera que otras personas copiaran el diseño. Alquiló un edificio para montar la máquina y, con la ayuda de su diputado local, Richard Parkyns, se reunió con Henry Carey, lord Hundson, miembro del consejo privado de la reina. Carey lo organizó todo para que la reina Isabel fuera a ver la máquina, pero la reacción de ésta fue devastadora. Se negó a otorgar una patente a Lee y le dijo: «Apuntáis alto, maestro Lee. Considerad qué podrÃa hacer esta invención a mis pobres súbditos. Sin duda, serÃa su ruina al privarles de empleo y convertirlos en mendigos». Abatido, Lee se fue a Francia a buscar fortuna, pero también fracasó allÃ, y volvió a Inglaterra, donde pidió a Jacobo I (1603-1625), el sucesor de Isabel, una patente. Jacobo I se negó por las mismas razones que Isabel. Ambos temÃan que la mecanización de la producción de medias fuera un factor de desestabilización polÃtica. DejarÃa al pueblo sin trabajo, crearÃa desempleo e inestabilidad polÃtica y supondrÃa una amenaza para el poder real. La máquina de tejer medias fue una innovación que prometÃa aumentos enormes de la productividad, pero también la destrucción creativa.
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La reacción a la brillante invención de Lee ilustra una idea clave de este libro. El temor a la destrucción creativa es la razón principal por la que no hubo un aumento sostenido del nivel de vida entre la revolución neolÃtica y la revolución industrial. La innovación tecnológica hace que las sociedades humanas sean prósperas, pero también supone la sustitución de lo viejo por lo nuevo, y la destrucción de los privilegios económicos y del poder polÃtico de ciertas personas. Para el crecimiento económico sostenido, necesitamos nuevas tecnologÃas, formas nuevas de hacer las cosas, y lo más habitual es que procedan de recién llegados como Lee. Pueden hacer que la sociedad sea próspera, pero el proceso de destrucción creativa que inician amenaza el medio de vida de quienes trabajan con tecnologÃas viejas, como los tejedores manuales que se habrÃan encontrado sin empleo debido a la tecnologÃa de Lee. Lo más importante es que las grandes innovaciones, como la máquina de tejer medias de Lee, también amenazan con cambiar el poder polÃtico. En última instancia, no era la preocupación sobre el destino de los que se quedarÃan sin trabajo debido a la máquina de Lee lo que provocó que Isabel I y Jacobo I se opusieran a su patente, sino su temor a convertirse en perdedores polÃticos. Les preocupaba que quienes quedaran desplazados por el invento crearan inestabilidad polÃtica y amenazaran su propio poder. Como vimos anteriormente (capÃtulo 3) con el caso de los luditas, suele ser posible evitar la resistencia de los trabajadores como en el ejemplo de los tejedores manuales. No obstante, la élite, sobre todo cuando ve amenazado su poder polÃtico, forma una barrera enorme frente a la innovación. El hecho de que tengan mucho que perder con la destrucción creativa significa no solamente que no serán los que introduzcan innovaciones, sino que también a menudo se resistirán a ellas e intentarán detenerlas. Por lo tanto, la sociedad necesita recién llegados que presenten las innovaciones más radicales, y estos recién llegados y la destrucción creativa que provocan a menudo deben superar varias fuentes de resistencia, entre ellas, las de las élites y los gobernantes poderosos.
Antes de la Inglaterra del siglo
XVII
, las instituciones extractivas habÃan sido lo más habitual a lo largo de la historia. En ocasiones, han podido generar crecimiento económico, como se ha mostrado en los dos últimos capÃtulos, sobre todo cuando han contenido elementos inclusivos, como en Venecia y Roma. Sin embargo, no permitÃan la destrucción creativa. El desarrollo que generaban no era sostenido, y llegó a su fin por la ausencia de innovaciones, por las luchas polÃticas internas generadas por el deseo de beneficiarse de la extracción o porque los elementos inclusivos nacientes cambiaron radicalmente, como en Venecia.
La esperanza de vida de un residente del pueblo natufiense de Abu Hureyra probablemente no era muy distinta de la de un ciudadano de la Roma antigua. La esperanza de vida de un romano corriente era bastante parecida a la de un habitante medio de la Inglaterra del siglo
XVII
. En lo que respecta a la renta, en 301 d. C., el emperador romano Diocleciano promulgó un edicto sobre precios máximos, que fijó los sueldos que se pagarÃan según el tipo de trabajador. No sabemos exactamente lo bien que se aplicaron los sueldos y los precios de Diocleciano, pero, cuando el historiador económico Robert Allen utilizó su edicto para calcular el nivel de vida de un trabajador sin formación tipo, averiguó que era prácticamente el mismo que el de un trabajador sin formación en la Italia del siglo
XVII
. Más al norte, en Inglaterra, los sueldos eran más altos e iban en aumento, y las cosas estaban cambiando. El tema de este capÃtulo es cómo se llegó a esta situación.
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El conflicto polÃtico permanente
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El conflicto por las instituciones y la distribución de los recursos ha existido a lo largo de la historia. Por ejemplo, vimos de qué forma el conflicto polÃtico perfiló la evolución de la Roma antigua y de Venecia, donde se resolvió finalmente a favor de las élites, que fueron capaces de aumentar su control sobre el poder.
La historia inglesa también está llena de conflictos entre la monarquÃa y sus súbditos, entre distintas facciones que luchan por el poder y entre las élites y los ciudadanos. Sin embargo, el resultado no siempre ha sido reforzar el poder de los que ya lo poseÃan. En 1215, los barones, la capa de la élite por debajo del rey, se enfrentaron al rey Juan y le hicieron firmar la Carta Magna en Runnymede (véase el mapa 9). Este documento promulgaba varios principios básicos que suponÃan retos significativos para la autoridad del rey. Lo más importante es que establecÃa que el rey debÃa consultar a los barones antes de aumentar los impuestos. La cláusula más controvertida fue la número 61, que afirmaba que «los barones elegirán a veinticinco barones cualesquiera del reino que deseen, que, con todas sus fuerzas, deben observar, mantener y hacer que se respeten la paz y las libertades que les hemos concedido y confirmado por ésta, nuestra presente carta». Básicamente, los barones crearon un consejo para garantizar que el rey implantaba la carta, y, si no lo hacÃa, estos veinticinco barones tenÃan derecho a apoderarse de castillos, tierras y posesiones «hasta que, según su criterio, se hubiera hecho enmienda». Al rey Juan no le gustó la Carta Magna y, en cuanto se dispersaron los barones, hizo que el Papa la anulara. Pero tanto el poder polÃtico de los barones como la influencia de la Carta Magna perduraron. Inglaterra habÃa dado su primer paso vacilante hacia el pluralismo.
El conflicto por las instituciones polÃticas continuó, y el primer Parlamento electo en el año 1265 limitó aún más el poder de la monarquÃa. A diferencia de la asamblea plebeya en Roma o las legislaturas electas actuales, sus miembros habÃan sido originalmente los nobles feudales, y posteriormente fueron los caballeros y los aristócratas más ricos de la nación. A pesar de estar formado por élites, el Parlamento inglés desarrolló dos caracterÃsticas distintivas. La primera es que representaba no solamente a las élites estrechamente aliadas con el rey, sino también a un amplio grupo de intereses, entre los que se incluÃan los aristócratas menores dedicados a distintas profesiones, como el comercio y la industria, y, posteriormente, a la
gentry
, una clase nueva de campesinos y comerciantes en ascenso social. Por lo tanto, el Parlamento confirió poder a una sección bastante amplia de la sociedad, teniendo en cuenta los cánones de la época. La segunda caracterÃstica y, en gran medida, resultado de la primera, es que muchos miembros del Parlamento se oponÃan sistemáticamente a los intentos de la monarquÃa de aumentar su poder y se convertirÃan en el fundamento de los que lucharon contra ella en la guerra civil inglesa y, más tarde, en la Revolución gloriosa.
A pesar de la Carta Magna y del primer Parlamento electo, continuaba el conflicto polÃtico sobre los poderes de la monarquÃa y la sucesión al trono. Este enfrentamiento entre distintas élites terminó con la guerra de las Rosas, un largo duelo entre las casas de Lancaster y York, dos familias con aspirantes al trono. Los vencedores fueron los partidarios de la Casa de Lancaster, cuyo candidato a rey, Enrique Tudor, fue coronado como Enrique VII en 1485.
También se dieron dos procesos interrelacionados. El primero fue el aumento de la centralización polÃtica, iniciada por los Tudor. Después de 1485, Enrique VII desarmó a la aristocracia, desmilitarizándola y expandiendo asà el poder del Estado central. Su hijo, Enrique VIII, implantó, a través de su primer ministro, Thomas Cromwell, una revolución en el gobierno. A partir de 1530, introdujo un Estado burocrático naciente: en lugar de que el gobierno fuera solamente la residencia privada del rey, se convertirÃa en una serie independiente de instituciones duraderas. Este cambio fue complementado con la ruptura de Enrique VIII con la Iglesia católica romana y la «disolución de los monasterios», mediante la cual el rey expropió todas las tierras de la Iglesia. La eliminación del poder de la Iglesia formaba parte del proceso para centralizar más el Estado, lo que significó que, por primera vez, fueran posibles las instituciones polÃticas inclusivas. Este proceso, iniciado por Enrique VII y seguido por su hijo, no solamente centralizó las instituciones estatales, sino que también aumentó la demanda de una más amplia representación polÃtica de una parte de la población. De hecho, el proceso de centralización polÃtica puede conducir a una forma de absolutismo, ya que el rey y sus asociados pueden destruir a otros grupos poderosos de la sociedad. Y ésa es una de las razones por las que habrá oposición contra la centralización estatal, como vimos en el capÃtulo 3. Sin embargo, en contra de esta fuerza, la centralización de las instituciones estatales también puede movilizar la demanda de una forma naciente de pluralismo, como sucedió en la Inglaterra de los Tudor. Cuando los barones y las élites locales reconocen que el poder polÃtico estará cada vez más centralizado y que este proceso es difÃcil de detener, pedirán opinar sobre cómo se utilizará ese poder central. En Inglaterra, a finales de los siglos
XV
y
XVI
, dichos grupos hicieron mayores esfuerzos para tener un Parlamento que contrarrestara a la Corona y que controlara parcialmente el funcionamiento del Estado. Por lo tanto, el proyecto Tudor no solamente inició la centralización polÃtica, uno de los pilares de las instituciones inclusivas, sino que también contribuyó indirectamente al pluralismo, otro pilar de las instituciones inclusivas.
Este desarrollo de las instituciones polÃticas tuvo lugar en el contexto de otros grandes cambios en la naturaleza de la sociedad. Fue particularmente importante la intensificación del conflicto polÃtico que estaba iniciando el conjunto de grupos con capacidad para hacer demandas a la monarquÃa y a las élites polÃticas. La revuelta campesina (véase el capÃtulo 4) de 1381 fue crucial, y, a su fin, la élite inglesa fue sacudida por una larga secuencia de insurrecciones populares. El poder polÃtico estaba siendo redistribuido, no simplemente del rey a los lores, sino también de la élite al pueblo. Estos cambios, junto con las crecientes limitaciones al poder del rey, posibilitaron la aparición de una amplia coalición que se oponÃa al absolutismo y que sentó las bases para las instituciones polÃticas plurales.
Aunque toparan con oposición, las instituciones polÃticas y económicas que heredaron y sostuvieron los Tudor eran claramente extractivas. En 1603, Isabel I, la hija de Enrique VIII que habÃa ascendido al trono de Inglaterra en 1553, murió sin descendencia, y los Tudor fueron sustituidos por la dinastÃa de los Estuardo. El primer rey Estuardo, Jacobo I, heredó las instituciones, y también los conflictos entorno a éstas. Ãl deseaba ser un gobernante absolutista. El Estado habÃa estado más centralizado y el cambio social estaba redistribuyendo el poder en la sociedad. Sin embargo, las instituciones polÃticas todavÃa no eran plurales. En economÃa, las instituciones extractivas se manifestaban no solamente en oposición a la invención de Lee, sino en forma de monopolios, monopolios y más monopolios. En 1601, se leyó una lista de monopolios en el Parlamento, y un diputado preguntó irónicamente: «¿No se ha incluido al pan aquÃ?». En 1621, habÃa setecientos. Asà lo expresó el historiador inglés Christopher Hill:
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[Un hombre] vivÃa en una casa construida con ladrillos de monopolio, con ventanas [...] de vidrio de monopolio; se calentaba con carbón de monopolio (en Irlanda, con madera de monopolio), que quemaba en una chimenea fabricada con hierro de monopolio [...] Se lavaba con jabón de monopolio, y en su ropa, ponÃa almidón de monopolio. Se vestÃa con encajes de monopolio, lino de monopolio, piel de monopolio, hilo de oro de monopolio [...]. Se sujetaba la ropa con cinturones de monopolio, botones de monopolio y alfileres de monopolio. Se teñÃa con tintes de monopolio. ComÃa mantequilla de monopolio, pasas de monopolio, arenques rojos de monopolio, salmón de monopolio y langostas de monopolio. Condimentaba la comida con sal de monopolio, pimienta de monopolio y vinagre de monopolio... EscribÃa con plumas de monopolio, papel de carta de monopolio, leÃa (con gafas de monopolio, a la luz de las velas de monopolio) libros impresos por un monopolio.