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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (17 page)

Aunque las instituciones extractivas puedan generar algo de crecimiento, normalmente no generan un desarrollo económico sostenido y, sin duda, no el tipo del que llega acompañado por una destrucción creativa. Cuando tanto las instituciones políticas como las económicas son extractivas, no hay incentivos para la destrucción creativa y el cambio tecnológico. Durante un tiempo, el Estado puede ser capaz de crear un desarrollo económico rápido asignando recursos y personas por decreto, pero este proceso está limitado intrínsecamente. Cuando se alcanzan los límites, el desarrollo se detiene, como ocurrió en la Unión Soviética en los años setenta. A pesar de que los soviéticos lograron un crecimiento económico rápido, hubo muy poco cambio tecnológico en la mayor parte de la economía; no obstante, destinaron enormes recursos al campo militar, y pudieron desarrollar tecnologías militares e incluso adelantarse a Estados Unidos en la carrera espacial y nuclear durante un período corto de tiempo. Sin embargo, este desarrollo sin destrucción creativa y sin innovación tecnológica de base amplia no era sostenible y terminó abruptamente.

Además, los acuerdos que apoyan el crecimiento económico con instituciones políticas extractivas son, por su propia naturaleza, frágiles. Se pueden hundir o destruir fácilmente por las luchas internas que generan las propias instituciones extractivas. De hecho, las instituciones políticas y económicas extractivas crean una tendencia general de luchas internas, porque conducen a la concentración de la riqueza y el poder en manos de una reducida élite. Si existe otro grupo que pueda superar y ser mejor estratega que esta élite y toma el control del Estado, será éste el que disfrutará de la riqueza y el poder. En consecuencia, tal y como ilustrará nuestro debate sobre el colapso del último Imperio romano y las ciudades mayas (capítulos 5 y 6), la lucha por el control del Estado todopoderoso siempre está latente, y periódicamente se intensifica y produce la ruina de estos regímenes, cuando se convierte en guerra civil y, en ocasiones, la quiebra total y el hundimiento del Estado. Una implicación de lo anterior es que ninguna sociedad con instituciones extractivas logra pervivir a pesar de que inicialmente exista algún tipo de centralización estatal. De hecho, las luchas internas para hacerse con el control de las instituciones extractivas a menudo conducen a guerras civiles y al caos generalizado, lo que consagra la inexistencia permanente de la centralización estatal, como en muchos países del África subsahariana y algunos de América Latina y del sur de Asia.

Por último, cuando el desarrollo llega con instituciones políticas extractivas, pero en lugares en los que las instituciones económicas tienen aspectos inclusivos, como en el caso de Corea del Sur, siempre existe el peligro de que las instituciones económicas se vuelvan más extractivas y se detenga el crecimiento. Los que controlan el poder político finalmente encontrarán más beneficioso utilizar su poder para limitar la competencia, aumentar su trozo del pastel o incluso robar y saquear en vez de apoyar el progreso económico. La distribución del poder y la capacidad para ejercerlo socavarán, en última instancia, las propias bases de la prosperidad económica, a menos que las instituciones políticas pasen de ser extractivas a ser inclusivas.

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Pequeñas diferencias y coyunturas críticas: el peso de la historia

 

 

El mundo creado por la peste

 

En 1346, la plaga bubónica, también conocida como peste negra, llegó a la ciudad portuaria de Tana, en la desembocadura del río Don, en el mar Negro. La plaga se transmitía a través de las pulgas que vivían en las ratas y la trajeron desde China los comerciantes que viajaban por la Ruta de la Seda, la gran arteria comercial transasiática. Por culpa de los comerciantes genoveses, las ratas no tardaron en propagar las pulgas y la peste desde Tana hasta el resto del Mediterráneo. A principios de 1347, la peste había alcanzado Constantinopla. En la primavera de 1348, se extendía por Francia y el Norte de África y subía por la bota de Italia. La peste acababa con alrededor de la mitad de la población de cualquier zona afectada. El escritor italiano Giovanni Boccaccio presenció la llegada de la peste negra a la ciudad italiana de Florencia. La recordaría así:

 

Y no valiendo contra ella ningún saber ni providencia humana... casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos. Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le era manifiesto signo de muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos... Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo... Y para curar tal enfermedad ... no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna; casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quien antes, quien después, y la mayoría sin alguna fiebre u otro accidente, morían.

 

La población de Inglaterra sabía que la plaga iba a llegar y todos eran muy conscientes de la fatalidad inminente. A mediados de agosto de 1348, el rey Eduardo III pidió al arzobispo de Canterbury que organizara plegarias y muchos obispos escribieron cartas para que los curas las leyeran en voz alta en misa para ayudar a la población a soportar lo que estaba a punto de caerles encima. Ralph de Shrewsbury, obispo de Bath, escribió a sus sacerdotes:

 

Dios todopoderoso utiliza truenos, relámpagos y otros golpes que emanan de su trono para azotar a los hijos que desea redimir. Por consiguiente, como ha llegado una peste catastrófica de Oriente a un reino vecino, hay peligro de que, a menos que recemos devotamente y sin parar, una peste similar despliegue sus ramas venenosas en este reino y azote y consuma a sus habitantes. Por lo tanto, todos debemos llegar ante el Señor a confesarnos recitando salmos.

 

Pero no sirvió de nada. La peste atacó y mató rápidamente a alrededor de la mitad de la población inglesa. Estas catástrofes pueden tener un efecto enorme en las instituciones de la sociedad. Quizá sea comprensible que muchísima gente se volviera loca. Boccaccio observó que «otros, inclinados a la opinión contraria, afirmaban que la medicina certísima para tanto mal era el beber mucho y el gozar y andar cantando de paseo y divirtiéndose y satisfacer el apetito con todo aquello que se pudiese, y reírse y burlarse de todo lo que sucediese; lo que en aquellas mujeres que se curaron fue razón de honestidad menor en el tiempo que sucedió». Sin embargo, la peste también tuvo un impacto transformador en el aspecto social, económico y político en las sociedades europeas medievales.

A finales del siglo
XIV
, Europa tenía un orden feudal, una organización de la sociedad que apareció primero en Europa occidental tras el declive del Imperio romano. Se basaba en una relación jerárquica entre el rey, los señores (que ocupaban el estrato medio) y los campesinos (que formaban el estrato final). El rey poseía la tierra y la concedía a los señores a cambio de servicios militares. A continuación, los señores asignaban tierras a los campesinos, a cambio de lo cual éstos debían trabajarlas para ellos sin obtener remuneración y estaban sujetos a múltiples multas e impuestos. Los campesinos, que a causa de su estatus «servil» eran denominados siervos, estaban atados a la tierra, no podían trasladarse sin el permiso de su señor, que no era solamente el terrateniente, sino también juez, jurado y fuerza policiaca. Era un sistema muy extractivo, en el que la riqueza fluía de abajo arriba, de los muchos campesinos a un número reducido de señores.

La enorme escasez de mano de obra que originó la peste negra sacudió violentamente los cimientos del orden feudal. Animó a los campesinos a exigir que cambiaran las cosas. En la abadía de Eynsham, por ejemplo, los campesinos exigieron la reducción de muchas de las multas y del trabajo no remunerado. Consiguieron lo que querían y su nuevo contrato empezaba con la afirmación: «En el tiempo de la mortandad o la pestilencia, que tuvo lugar en 1349, apenas dos arrendatarios permanecían en el feudo, y expresaron su intención de marcharse a menos que el hermano Nicolás de Upton, entonces abad y señor del feudo, llegara a un nuevo acuerdo con ellos». Y lo hizo.

Lo sucedido en Eynsham se repetía en todas partes. Los campesinos empezaron a liberarse de los trabajos obligatorios y de las muchas obligaciones que tenían con sus señores. Los sueldos empezaron a aumentar. El gobierno intentó poner fin a la situación y, en 1351, aprobó el Estatuto de los Trabajadores, que empezaba así:

 

Como una gran parte de las personas y sobre todo de los trabajadores y siervos han perecido debido a la peste, algunos de ellos, viendo la abundancia de los señores y la escasez de los siervos, no están dispuestos a servir a menos que reciban sueldos excesivos... Nosotros, considerando los graves inconvenientes que podrían causar la falta sobre todo de labradores y otros trabajadores agrícolas, hemos [...] considerado adecuado decretar: que todo hombre y mujer de nuestro reino de Inglaterra estará obligado a servir a quien haya considerado adecuado buscarlo; y que solamente tomará los sueldos, tierras, remuneración o salario que, en el lugar en el que desee servir, sean costumbre pagar en el año veinte de nuestro reino de Inglaterra [el rey Eduardo III llegó al trono el 25 de enero de 1327, así que la referencia aquí es a 1347] o los cinco o seis años comunes inmediatamente anteriores.

 

De hecho, el estatuto intentaba fijar los sueldos en el nivel que se pagaba antes de la peste negra. Particularmente preocupante para la élite inglesa era el «incentivo», el intento de un señor de atraer a los escasos campesinos de otro. La solución fue hacer que el castigo por dejar el empleo sin permiso del empleador fuera la cárcel:

 

Si un cosechador o segador, o algún otro trabajador o sirviente, de cualquier nivel o condición, que permanezca al servicio de alguien, dejara dicho servicio antes del final del período acordado, sin permiso ni causa razonable, será castigado con pena de cárcel y no se dejará que nadie... además, pague o permita que se pague a alguien ningún sueldo, tierra, remuneración o salario de lo que era costumbre tal y como se ha mencionado anteriormente.

 

El intento por parte del Estado inglés de poner fin a los cambios de las instituciones y los sueldos tras la peste negra no funcionó. En 1381 estalló la revuelta campesina, y los rebeldes, encabezados por Wat Tyler, incluso llegaron a dominar la mayor parte de Londres. A pesar de que acabaron siendo derrotados, y de que Tyler fuera ejecutado, no hubo más intentos de imponer el Estatuto de los Trabajadores. Los trabajos feudales se redujeron, empezó a aparecer un mercado de trabajo inclusivo en Inglaterra y los sueldos aumentaron.

En principio, la peste negra afectó a la mayor parte del mundo, y en todos lados pereció una proporción similar de la población. Por lo tanto, el impacto demográfico en Europa oriental fue el mismo que en Inglaterra y en Europa occidental. Las fuerzas sociales y económicas en vigor también eran las mismas. La mano de obra escaseaba y la población exigía mayores libertades. Pero en el este funcionaba una lógica contradictoria más potente. Menos personas significaba sueldos mayores en un mercado de trabajo inclusivo. Sin embargo, eso dio a los señores un mayor incentivo para mantener el mercado de trabajo extractivo y a los campesinos como siervos. En Inglaterra esta motivación también había estado presente, tal y como reflejó el Estatuto de los Trabajadores. No obstante, los trabajadores tenían el poder suficiente, y consiguieron ciertos avances. No ocurrió lo mismo en Europa oriental. Tras la plaga, los terratenientes de la parte oriental empezaron a adueñarse de grandes extensiones de tierra para ampliar sus posesiones, que ya eran más grandes que las de Europa occidental. Las ciudades eran más débiles y estaban menos pobladas y los trabajadores, en lugar de llegar a ser más libres, empezaron a ver atacadas las libertades que ya tenían.

Los efectos fueron especialmente claros después del año 1500, cuando Europa occidental empezó a demandar productos agrícolas como trigo, centeno y también ganado, procedentes de Europa oriental. El 80 por ciento de las importaciones de centeno en Ámsterdam procedían de los valles de los ríos Elba, Vístula y Oder. Pronto, la mitad del floreciente comercio de los Países Bajos se realizaba con el este de Europa. A medida que se ampliaba la demanda occidental, los señores de la zona oriental elevaron al máximo su control sobre la mano de obra para aumentar su oferta. Esta etapa recibiría el nombre de segunda Servidumbre, distinta y más intensa que su forma original a principios de la Edad Media. Los señores aumentaron los impuestos que recaudaban de las propias parcelas de los inquilinos y se quedaban con la mitad de la producción bruta. En Korczyn (Polonia) todo el trabajo para un señor en 1533 era remunerado. Sin embargo, en 1600 casi la mitad era trabajo forzado y no remunerado. En 1500, los trabajadores de Mecklemburgo, en el este de Alemania, solamente tenían un número reducido de días de servicios de mano de obra no remunerados al año. En 1550, era de un día a la semana, y en 1600, de tres días a la semana. Los hijos de los trabajadores tenían que trabajar para el señor gratuitamente durante varios años. En Hungría, los señores se hicieron con el control total de la tierra en 1514 y legislaron que habría un día por semana de servicios de mano de obra no remunerados para cada trabajador. En 1550, en vez de un día, se pasó a dos días por semana. A finales de siglo, eran tres días. Los siervos sujetos a estas reglas eran el 90 por ciento de la población rural en aquel momento.

A pesar de que en 1346 había pocas diferencias entre Europa occidental y oriental en lo referente a instituciones políticas y económicas, en el año 1600 eran dos mundos distintos. En Europa occidental, los trabajadores ya no tenían deudas, multas, ni regulaciones feudales y se estaban convirtiendo en una parte clave de una economía de mercado floreciente. En cambio, en Europa oriental también participaban en esa economía, pero como siervos coaccionados que cultivaban los alimentos y los productos agrícolas que demandaban en Europa occidental. Era una economía de mercado, pero no era inclusiva. Esta divergencia institucional fue el resultado de una situación en la que las diferencias entre estas áreas inicialmente parecían muy pequeñas: en el este, los señores estaban un poco mejor organizados; tenían algunos derechos más y más tierras. Las ciudades eran más débiles y pequeñas, y los campesinos estaban menos organizados. Desde una gran perspectiva histórica, se trataba de pequeñas diferencias. No obstante, estas diferencias entre el este y el oeste de Europa revistieron mucha importancia para la vida de la población y para el camino futuro que seguiría el desarrollo institucional cuando el orden feudal fue sacudido por la peste negra.

La peste negra es un ejemplo claro de una coyuntura crítica, un gran acontecimiento o una confluencia de factores que trastorna el equilibrio económico o político existente en la sociedad. Una coyuntura crítica es una arma de doble filo que puede provocar un giro decisivo en la trayectoria de un país. Por una parte, puede allanar el camino para romper el ciclo de instituciones extractivas y permitir que aparezcan otras más inclusivas, como en Inglaterra. O puede intensificar la aparición de instituciones extractivas, como en el caso de la segunda Servidumbre en la Europa oriental.

El hecho de comprender cómo la historia y las coyunturas críticas perfilan el camino de las instituciones económicas y políticas nos permite tener una teoría más completa de los orígenes de las diferencias en pobreza y prosperidad. Y además, nos permite explicar la situación actual y por qué algunos países hacen la transición a instituciones económicas y políticas inclusivas y otros, no.

 

 

La creación de instituciones inclusivas

 

Inglaterra fue el país que dio el primer paso hacia el crecimiento económico sostenido en el siglo
XVII
. Los grandes cambios económicos fueron precedidos por una revolución política que aportó un conjunto de instituciones económicas y políticas distintas, mucho más inclusivas que las de cualquier sociedad anterior. Estas instituciones tendrían implicaciones profundas no solamente para los incentivos y la prosperidad económicos, sino también para quienes cosecharían los beneficios de la prosperidad. No se basaban en el consenso, sino que eran el resultado de un conflicto intenso ya que había distintos grupos que competían por el poder, cuestionaban la autoridad de los demás e intentaban estructurar instituciones a su favor. La culminación de las luchas institucionales de los siglos
XVI
y
XVII
fueron dos acontecimientos históricos: la guerra civil inglesa entre 1642 y 1651 y, sobre todo, la Revolución gloriosa de 1688.

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