Read Medstar I: Médicos de guerra Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Salió de su tienda, pestañeando y, como siempre, algo atónito ante el asfixiante y húmedo calor reinante, y vio oficiales, soldados y personal médico formando para inspección. La cohorte de clones esperaba por separado, con las relucientes armaduras blancas y negras, todos exactamente de la misma altura y complexión, en posición de firmes y en hileras que, si no eran perfectas, no lo eran por milímetros.
No sabía qué razón podía haber para inspeccionar clones. Visto uno, vistos todos.
El almirante Bleyd se puso frente a ellos. Era un personaje imponente, desde luego. Alto y fuerte, y con el uniforme absolutamente inmaculado. De alguna manera, Den supo que no empleaba un generador de campo antiestático. Las arrugas sabían que más les valía no acercarse ni a un milímetro del uniforme del almirante.
Su cabeza calva y reluciente brillaba al sol, con un resplandor bronce oscuro como el caparazón de un insecto. Den no pudo apreciar ni una gota de sudor en el almirante. Igual los sakiyanos no sudaban. O quizá fuera Bleyd quien no sudaba.
El periodista se detuvo no muy lejos de la formación de oficiales. Podía ver a Filba. Tampoco es fácil dejar de verlo, parecía el moco de una babosa espacial. La piel amarillenta del hutt tenía todavía más imperfecciones de lo normal y aquel dia parecía especialmente viscosa. Aún no sabes lo que es sufrir, prometió Den en silencio al molusco gigante. Al menos este planeta tiene atmósfera, aunque sea un poco repugnante. No es como las cárceles de los asteroides, donde lo único que se ve es piedra por todas partes ...
El mejor momento para soltar su bomba informativa sería durante el pase de revista, donde Filba no pudiera oírlo. Den intentaría visualizar la mirada de horror del hutt cuando los de seguridad fueran a por él.
Para su sorpresa, se descubrió notablemente desinteresado por la situación, ahora que estaba a punto de dar fruto su elaborado plan de venganza en el que tanto había trabajado en las últimas semanas. De pronto, chivarse del hutt le parecía más una obligación que una sabrosa compensación. No sintió el regocijo que creyó que sentiría.
No era sólo venganza por la forma en que le había tratado el hutt últimamente. También era porque estuvo a punto de hacer que asesinaran a Den en Jabiim. No, hacía tiempo que Filba se merecía aquello. Pero ahora, y esto le 'llenó de algo muy parecido al horror, Den se dio cuenta de que se resistía a hacerlo.
Te estás ablandando, se dijo Den. Pierdes facultades. Debe de ser cosa del calor. Tienes que salir de este planeta.
Entonces se fijó en que el almirante hacía una breve pausa ante el hutt, al pasar delante de él. Establecieron contacto visual, una mirada muy rápida, algo que pasaría desapercibido a cualquiera a menos que fuera un periodista de investigación con los sentidos aguzados tras años en la profesión.
Pero Den lo vio.
Muy interesante.
Pese a ser consciente de que igual veía en esa mirada más de lo que había, las implicaciones seguían siendo ... perturbadoras. Se apostaría las gafas reductoras a que el hutt y el sakiyano se traían algo entre manos, y que eso era algo, cuando menos, poco ortodoxo. ¿De qué iban a hablar un almirante de flota y un sargento de abastecimiento?
Igual veía demasiado en una mirada casi subliminal. Quizá lo que provocó la expresión de Bleyd había sido asco por los hutt, pero Den Dhur era un experto en su trabajo, y había aprendido a confiar en sus instintos de reportero. El Hacedor sabía cuánto le había costado tenerlos. y cuanto más pensaba en ello, más sentido tenía. Cuanto más investigaba en las fechorías de Filba, más obvio le resultaba que el hutt no podía llevar solo semejante operación de contrabando. Tenía que obtener ayuda desde arriba. Den no sabía lo arriba que se encontraba aquella ayuda.
En ese momento decidió hacer un cambio rápido en sus planes.
Parece que al final no podré presentar al almirante tus iniquidades, saco de mocos. Desde luego, no mientras no conozca mejor el nivel de implicación de Bleyd. La podredumbre llegaba más arriba de lo que él había supuesto. Cometería un error si se plantaba como si nada ante el almirante y se ponía a echar pestes sobre los delitos de Filba ante el mismo cómplice de esos delitos, alguien que, para colmo, podía ordenar su muerte con un simple gesto.
No me digas que te sorprende, le susurró su mente, burlona.
El almirante dispersó a las tropas y al personal. El coronel Vaetes, acompañado por los capitanes Vondar y Yant, se unió a Bleyd para ir hasta la sala de operaciones.
Más tarde o más temprano, Bleyd encontraría el momento para hablar a solas con Filba. Y Den estaba decidido a que no estuvieran tan a solas como ellos creían ...
D
e vuelta en su cubículo, Den sacó una cajita de debajo de la cama, puso el pulgar en el cierre de reconocimiento y lo abrió. Había llegado el momento de sacar el armamento pesado, o, mejor dicho, el armamento ligero. De hecho era el más ligero, y ni siquiera era armamento, aunque sí "disparaba".
Den se acercó a los ojos el pequeño dispositivo para admirarlo. Era una pequeña cámara espía disfrazada de un insecto volador conocido como polilla lunar. Apenas era más grande que la uña de su pulgar, pero su diseño biomimético le permitía volar sin ser detectado, dejando que su operador viera y oyera todo lo que percibieran sus sensores dentro de un alcance de diez mil metros. Ya lo había utilizado antes. Llevaba un embrollador de tecnología punta que anularía cualquier campo aislante, pantallas sensoras y demás obstrucciones electromagnéticas que Bleyd o Filba pudieran llevar encima. Y pasaría desapercibido, dada la cantidad de insectos apestosos que revoloteaban por la base. Le había costado el sueldo de tres meses, pero había recuperado íntegramente su coste la primera vez que lo utilizó, con la noticia de los contrabandistas del Espacio Salvaje.
—Vamos allá —murmuró mientras activaba el dispositivo.
La polilla lunar voló por la entrada abierta y se desvaneció mientras Den se colocaba los auriculares virtuales que le permitirían controlarlo.
Disfrutó por un momento de la sensación de volar, subiendo por encima de la base y obteniendo una vista panorámica del pantano, para luego descender en picado y zumbar en la oreja de un clan que pasaba por allí. Luego volvió a ascender y se dirigió a los dominios de Filba.
La puerta estaba cerrada, pero había cientos de pequeñas aberturas en los puntos de unión del plastiacero fusionado y la estructura de duraleación. Hizo colarse al bichocámara por una de ellas. Enseguida se encontró dentro:
Bleyd ya estaba allí, mirando frente a frente al hutt, y a juzgar por la expresión de sus caras, no parecía que fueran a sacarse las fotos de los hijos para enseñárselas. Den dirigió la polilla lunar hacia una estantería cercana.
¿Cómo era aquel refrán kubaz que decía: "Ojalá fuera un escarabajo zumbador, posado en la pared ... "?
Era obvio que Filba se había preparado para aquella confrontación apurando casi un barril de lo que parecía cerveza alderaaniana. Los pliegues de su piel tenían la apariencia gomosa que se les ponía a los hutt al emborracharse.
Bleyd, por otro lado, no estaba nada intoxicado, a menos que la ira se considerara intoxicante. Hablaba en voz baja y grave, y parecía dispuesto a hacer pedacitos a Filba, o eso le pareció a Den.
Den subió el volumen de los aumentadores de sonido.
— ... ahora mismo está todo demasiado candente —dijo Bleyd entre los colmillos—. No quiero que Sol Negro vuelva a aparecer de repente. Habrá que ser discretos mientras no se solucione este tema del emisario ausente.
—Qué fácil es decirlo —gruñó el hutt—. Tu margen de beneficios es muchísimo mayor que el mío. —Dio otro trago a su cerveza; era obvio que estaba a punto de llenarse, pese a tener el estómago dilatado—. Yo corro todos los riesgos y tú te llevas toda la ...
—¡Ninguno de nosotros tendrá beneficios si Sol Negro entra en escena, rezumante imbécil! Lo entenderías si aún te quedase algo de cerebro enterrado en alguna parte de esa masa viscosa.
—Insultos —dijo Filba, meneando la jarra de cerveza—. Eso es lo único que me llevo. Me merezco más por mi participación en esto. Me merezco ...
Bleyd cruzó la habitación en un abrir y cerrar de ojos y cogió al hutt por el cuello. Se había movido tan rápido que lo único que registró la polilla lunar fue un borrón.
— Te mereces —siseó el sakiyano— que te reordenen las entrañas, chupapantanos de ...
Se detuvo de repente. Los ojos de Filba estaban incluso más bulbosos y dilatados que de costumbre. Su enorme bocaza se abrió y se cerró, bien buscando aire o bien intentando hablar, pero sin conseguir ninguna de las dos cosas. Sus pequeños bracitos se agitaban en el aire presos del pánico. La jarra se le cayó de las manos y se hizo añicos contra el suelo.
Filba se tropezó hacia delante, arrastrando cada vez más peso, hasta que le fue imposible recobrar el equilibrio. Se tambaleó, una torre imperfecta de babas y michelines, y cayó al suelo con estruendo. Bleyd tuvo que apartarse de un salto para evitar que le aplastaran mientras la considerable masa del hutt se agitaba con tal fuerza que hizo temblar el edificio. Estuvo a punto de derribar a la polilla lunar de su estantería.
¡Por los ojos del Creador! ¡Se ha desmayado! O algo peor. ..
Den no podía creer lo que veían sus ojos, o mejor dicho, los fotorreceptares de la cámara. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Había conseguido el almirante asustar a Filba hasta el punto de provocarle un fallo cardiaco, o el equivalente hutt a eso, ya que le costaba creer que Filba tuviera corazón?
Bleyd se inclinó sobre la masa inmóvil. Tocó la espalda del hutt, quizá para ver de alguna forma si tenía pulso. Luego se volvió hacia la jarra de cerveza rota, alzó un pedazo y lo olisqueó.
Una expresión peculiar se dibujó en su cara: algo a medio camino entre la comprensión, la ira y el asombro. Se quedó inmóvil un momento y luego volvió a romper el pedazo contra la pared.
Se oyeron las campanas de aviso de apertura de la puerta. Un sonido ahogado, unos gritos de preocupación. La caída de Filba debía de haber sido percibida por todo el mundo alrededor. A Den no le sorprendería que los separatistas también lo hubieran notado.
Bleyd se giró hacia la puerta. Se alisó el uniforme, se aseguró de que no tenía ni una medalla mal colgada y la abrió.
Den pensó que era hora de irse. La polilla lunar era inmune a casi todos los dispositivos de detección, pero los técnicos no tardarían en entrar en la estancia con aparatos que oirían a un electrón mudando la piel. Hizo que la polilla volara hacia la entrada, ya repleta de caras confusas y atónitas ...
Una mano apareció, salida de ninguna parte, moviéndose tan rápido que fue como si saliera de la nada. Den se quedó sin aire al ver que su enfoque cambiaba violentamente. Y entonces, de repente, la polilla lunar se encontró justo ante el rostro de Bleyd. El almirante miraba directamente a los ojos de Den.
Un segundo después, la mano se cerró en un puño. Hubo un destello cuando las electropiezas se quebraron ... y después nada.
Uh, oh ...
B
arriss Offee acababa de terminar su meditación cuando oyó la conmoción y sintió una onda simultánea en la Fuerza. Descendió hasta el suelo, estiró las piernas y se puso en pie.
Afuera, la gente corría de un lado a otro. Tampoco es que eso fuera raro en la base, pero las reverberaciones que había percibido no eran las que emanaban los heridos que llegaban del frente. Siguió a esas nuevas sensaciones y a la inquieta multitud, y vio a un montón de gente charlando animadamente ante el despacho de Filba, en el gran centro de administración y pedidos. Zan Yant estaba entre ellos. Ella se puso junto a él.
— Doctor Yant. Él sonrió.
—Curandera Offee. Es como si todos hubiéramos percibido la muerte de Filba de alguna manera.
—¿El hutt ha muerto? ¿Cómo ha sido?
—Es difícil decirlo. Parece que fue muy repentino. Yo pude hablar con uno de los técnicos con el que suelo jugar a las cartas y me dijo que pudo tratarse de un envenenamiento.
Un técnico salió del gran cubículo con una camilla antigravitatoria sobre la que reposaba una gran bolsa de cadáveres, sellada y llena a rebosar. La hélice y el condensador de la camilla chirriaban quejosas por el peso, mientras el técnico la guiaba hacia fuera.
—Si no me equivoco, ése es el difunto y muy obeso Filba. Me pregunto quién estará hoy de guardia en autopsias. Sea quien sea, le espera mucho trabajo.
Jos Vondar llegó en ese momento, y los tres observaron la camilla que iba en dirección a la SO.
—Qué mala suerte —dijo Jos. No parecía muy contento.
—¿Filba era amigo tuyo? —preguntó Barriss.
Él la miró, evidentemente sorprendido ante la pregunta.
—Filba era un gordo asqueroso, entrometido, agarrado y desgraciado que haría a su propia madre firmar una solicitud para un vaso de agua aunque se estuviera muriendo de sed.
—Tienes que aprender a ser más abierto con tus sentimientos —dijo Zan.
—¿Entonces por qué te lamentas? —preguntó Barriss.
—Porque es mi turno en autopsias —se lamentó Jos—. Qué suerte, me va a tocar abrirle. La guerra habrá terminado cuando termine de cortarle. Vaya romper todos los vibroescalpelos que nos quedan. Guardaré uno para mi yugular —dijo a Zan en un susurro aparte.
—Dicen que fue envenenado —dijo Zan.
— Eso no ayudará, y lo sabes. Sigo teniendo que trocearlo y pesar cada órgano, aunque haya sido un simple fallo cardiaco. Necesitaré un androide grúa para que me ayude.
—Bueno, míralo por el lado bueno —dijo Zan—. Quizá podamos reciclarlo y convertirlo en lubricante. Bastará para que todos los androides quirúrgicos de la base funcionen como la seda durante unos, eh, doscientos años más.
—Me alegra ver que seguís manteniendo el sentido del humor ante la muerte de un ser al que conocíais —dijo Barriss, sonando algo más estirada de lo que pretendía. Tras tantas semanas en el Uquemer-7, se había familiarizado con el humor negro. Pero, de vez en cuando, seguía pillándole por sorpresa.
Jos la miró y se encogió de hombros.
—Ríete, llora, emborráchate, enfádate: ésas son las opciones que tenemos aquí. Respeto tu punto de vista, pero yo aún tengo que horadar una montaña —se dirigió hacia la SO, detrás de la camilla.
Cuando se hubo ido, Zan dijo: