Read Medstar I: Médicos de guerra Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Todos parecían iguales a ojos inexpertos, pero no era así para alguien conectado a la Fuerza. Ella conocía a aquel hombre. Había sido su paciente.
Se detuvo.
—CT-914—dijo ella.
Él la miró.
—¿Sí?
Ella sintió la pregunta que bullía en la mente de él y sonrió.
—Quizá seáis todos iguales, pero no sois la misma persona. Vuestras experiencias os definen tanto como vuestro conocimiento. La Fuerza sabe reconocer esas cosas.
Él asintió. Ella le miró fijamente.
—No tienes problemas con la presión sanguínea —dijo, y no era una pregunta. Sabía que era así.
—No, me encuentro bien... físicamente.
—¿Entonces qué haces aquí?
Ella sintió más que vio la presencia de Jos Vondar saliendo de la SO, detrás de ella, antes de verla, y fue consciente de que él escuchaba la conversación.
—Ayudé a trasladar a otro soldado aquí ayer. CT-915.
—Ah, ¿y qué tal está?
—No lo sé, sigue en quirófano.
Jos se acercó.
—¿Nueve—uno—cinco? Eh... me temo que no ha sobrevivido.
La emanación de dolor procedente de CT-914 arrasó a Barriss con fuerza repentina. Pero al mirar su rostro, apenas se podían apreciar sus profundos sentimientos.
—Mala suerte. Era... —dudó apenas un segundo o dos— un buen soldado. La pérdida de alguien tan bien entrenado es... una lástima.
Barriss se dio cuenta de que, incluso sin el uso de la Fuerza, Jos también percibía algo en el tono o el lenguaje corporal de CT-914, a pesar de la sutilidad de ambos.
—¿Le conocías?
—Fue decantado justo después de mí. Entrenamos juntos, éramos parte de la misma cohorte —CT-914 dudó de nuevo—. Él... yo pensaba en él como mi hermano.
Jos frunció el ceño.
—Todos sois hermanos, de alguna forma.
—Cierto —el soldado clon se enderezó—. Gracias por sus esfuerzos por salvarlo, doctor. Regreso a mi unidad.
Se dio la vuelta y se alejó a zancadas. Barriss y Jos le observaron marcharse.
—Si no supiera que no es posible —dijo Jos—, diría que estaba triste.
—¿Y cómo sabes que no es posible? ¿Acaso no sentirías tristeza por haber perdido un hermano?
Ella esperaba que Jos respondiera con alguna broma, cosa que solía hacer en semejantes circunstancias. Pero no fue así. En lugar de eso, frunció el ceño.
—Es un clon, Barriss. Eliminan de ellos ese tipo de sentimientos.
—¿Quién te ha dicho eso? Es verdad que están estandarizados, entrenados y endurecidos, pero no son autómatas inconscientes. Están hechos de la misma carne y mente que nosotros, Jos. Sangran cuando se cortan, viven y mueren, y lamentan la pérdida de un hermano. CT-914 sufre un dolor emocional. Lo camufla bastante bien, pero esas cosas no pueden ocultarse ante la Fuerza.
Jos la miró como si acabara de darle una bofetada.
—Pero... pero...
—Los clones son criados para el combate, Jos. Están diseñados para eso, y lo aceptan sin cuestionarlo. Si no fuera por la guerra, no existirían. Una vida dura como soldado es mejor que ninguna vida. Hasta tú has podido apreciarlo sin la Fuerza —añadió con voz suave—. Por estoico que intentara ser, ha salido a la luz. Nueve—uno—cuatro sufre. Le duele haber perdido a un camarada. A su hermano.
Jos se quedó sin palabras. Los sentimientos comenzaron a aflorar del interior del médico, y ella lo sintió como lo había sentido en CT-914.
—Nunca se te había ocurrido, ¿a que no?
—Pues, yo... claro, yo —se quedó callado. No. Jamás se le había ocurrido, no así. Y ella se dio cuenta.
Qué ciegos estaban aquellos que no sabían lo que era la Fuerza. Qué triste para ellos.
—Los cirujanos son famosos por su falta de modales en la mesa de operaciones —dijo ella—. Tienden a ver y a tratar las heridas sin preocuparse por su paciente, ni siquiera cuando se trata de gente “real”. Casi todo el mundo considera a los clones como si sólo fueran peones... ¿Por qué ibas a ser tú distinto?
Jos negó con la cabeza, la confusión seguía bullendo en su interior. Barriss se sintió mal por él. Uno de los inconvenientes de utilizar la Fuerza era que a veces te enterabas de cosas que no te esperabas, cosas que no podías entender bien, mucho menos arreglarlas. Una y otra vez, Barriss descubría que el poder conllevaba conocimiento y que ése era un don con doble filo.
—Lo siento, Jos. No pretendía...
—No, no, no pasa nada. Te veo luego.
Él le dedicó una sonrisa a todas luces falsa y se alejó. Parecía como si acabaran de echarle sobre los hombros el peso de un planeta entero.
~
Jos atravesó el recinto. Un viento húmedo que anunciaba un cielo repentinamente nuboso enfriaban de alguna manera el bochorno de la tarde, mientras, sorpresa, se acercaba otra tormenta. Había conseguido adivinar ese tipo de cosas tras llevar tantos meses allí. Sabía que tenía dos, quizá tres minutos antes de que el cielo descargara sobre él.
—Jos —dijo Tolk—, ¿estás bien?
Ella se había acercado a caminar junto a él. Él ni siquiera se había dado cuenta, de tan preocupado que iba con aquel nuevo y molesto pensamiento.
—¿Yo? Sí, bien.
—No, no es cierto. Recuerda quién soy. ¿Qué te pasa?
Él negó con la cabeza.
—Me acaban de quitar una venda de los ojos. Algo que yo daba por hecho, algo en lo que jamás había pensado antes. Me siento... totalmente imbécil.
—Qué raro.
Él la miró, vio su sonrisa y apreció que intentara animarle. Él mismo consiguió sonreír un poco.
—Seguro que conseguiste la nota de “Tirador experto” en las pruebas básicas de armamento —dijo a la enfermera.
—Lo cierto es que saqué un “Maestro” con el rifle de pulso, pero bajé a “Tirador experto” con el láser de mano.
—Las notas dan igual. Yo saqué “Tirador básico” en las dos, lo que significa que no podría acertar a un destructor ni estando dentro... ¿Quieres hablar de ello?
Él se detuvo. Estaba a punto de empezar a llover. Ella puso la mano sobre el hombro de Jos, y, sí, la verdad es que se moría de ganas de hablar de ello. Más tarde, cuando estuvieran abrazándose, besándose y más felices de lo que habían estado nunca desde que los reclutaron. Entonces hablaría de ello. Entonces sería imposible hacerle callar.
Pero ahora...
—No, la verdad es que no —dijo él. El roce de la mano de Tolk en su hombro le proporcionaba un consuelo casi hipnótico.
Entonces se desencadenó la tormenta. Gotas grandes, pocas al principio, cayendo espaciadamente... Y luego el diluvio. Se quedaron de pie bajo la lluvia, sin moverse.
J
os tenía la esperanza de que Klo Merit pudiera arrojar alguna luz sobre su reciente e incómodo descubrimiento respecto a los clones, pero, hasta ese momento, el mentalista se había limitado a remover el fango de lo más hondo de sus pensamientos, en lugar de darle algo de claridad.
En aquel momento, la claridad le parecía un sueño imposible.
—¿A qué te refieres exactamente cuando hablas de “experiencia”?
Merit dijo:
—A que puede saberse cuánto sabe una persona con escucharla. ¿Ves este anillo?
Alzó la mano para que Jos pudiera verlo. La joya era de oro oscuro, y tenía una pequeñísima piedra insertada. La piedra relucía con la luz del despacho de Merit, arrojando destellos de colores rojos, azules, verdes y amarillos en una especie de serie fija, cada vez que Merit movía la mano. Era bastante impresionante.
Jos asintió.
—Muy bonito. ¿Es una piedra de fuego?
Merit sonrió.
—Sí. Y tu pregunta denota que sabes algo sobre ellas, pero no mucho. La reconoces como una piedra de fuego, pero eso es sólo un pequeño dato sobre el tema.
Jos se encogió de hombros.
—Soy cirujano. Si quieres saber algo sobre piedras del riñón, soy tu hombre.
—Alguien que no supiera nada sobre gemas habría dicho: “qué bonito, ¿qué piedra es ésa?”. Alguien con un conocimiento más profundo diría lo que has dicho tú. Una persona algo más ducha en el tema habría dicho: “¿Es una piedra galiana o rathalayana?”. Porque sabría que hay diferencias entre ambas y que probablemente ésta era de alguno de esos tipos.
“Pero un verdadero experto habría mirado el anillo y habría dicho: “Vaya, una piedra de fuego galiana negra, es bonita. ¿Es cristal o núcleo de veta?”, porque habría adivinado todas esas especificaciones con sólo mirarla. Que es una piedra de fuego, que procede de Gall y que es negra. Pero tal como está montada no puede verse la parte de atrás, así que no se puede adivinar la matriz. Es de veta, por cierto, lo que denota el tipo de roca en que suele encontrarse la piedra de fuego, y el término negra se refiere a los colores de fondo sobre los que se refleja la luz.
Jos negó con la cabeza.
—Vale, ahora ya sé de gemas.
Merit sonrió de oreja a oreja.
—No, qué va. No puedes diferenciar una verdadera de una falsa, y no sabes de ella nada que no sea lo que yo te he dicho. ¿Qué valor crees que tiene?
—Sé que no podría permitírmela, ni aunque la hubieras encontrado en el pantano de Jasserak.
—Vale más que un diamante azuliblanco del mismo tamaño. ¿Conoces la maldición?
—¿La maldición?
—Sí. Se supone que las piedras de fuego traen mala suerte. Pero eso sólo fue un bulo propagado por los comerciantes de diamantes que perdían beneficios por culpa de los tratantes de piedras de fuego. Pero la verdad es que el desafortunado es aquel que no posee una.
Jos sonrió.
—Vale, ya lo entiendo. Al menos en parte.
—Pues entiende el resto. No eras un experto en clones porque nunca intentaste serlo. Aparte de saber cómo cortarlos y volverlos a pegar, lo cual basta para cubrir tus necesidades, ¿por qué ibas a molestarte en saberlo? Antes de la guerra no había clones suficientes para fijarse en ellos. Ojos que no ven, corazón que no siente. Tú te relacionas con su fisiología y no con su psicología.
—Eso es cierto.
—Pero los clones no son los únicos seres en los que probablemente no has reparado. ¿Qué hay de los androides?
—¿Los androides? ¿Qué pasa con ellos?
—¿Te parece que son gente?
—Sólo en el mismo sentido que una tetraonda. Son máquinas.
—Pero piensan. Interactúan. Funcionan.
Jos se quedó de piedra.
—Vale, pero...
—Sígueme un momento —continuó Klo—. Sólo por continuar con la argumentación, ¿has conocido alguna vez a un androide que expresara preocupación o miedo, o que tuviera, por ejemplo, sentido del humor? ¿Qué pareciera ser... consciente de sí mismo?
Jos se quedó callado. Sí. Así era. I-Cinco le vino a la mente de inmediato.
—Pero no sienten dolor. No se pueden reproducir...
—¿Acaso no hay seres con trastornos neuropáticos que no sienten dolor? ¿Y quien dirige la cadena de montaje de una fábrica de androides, para construir más androides?
Jos se rió.
—Puedes encender y apagar un androide, desmontarlo, volver a montarlo, y no parpadeará ni un fotosensor. Pero eso también me lo puedes hacer a mí, aunque sólo después de un turno de catorce horas.
—No estoy diciendo que sean exactamente como tú y como yo. Pero si te paras a pensarlo un momento, una máquina consciente de sí misma, que tiene contenido emocional y un empleo, no es un tonto montando las piezas de un deslizador último modelo.
—No me estás ayudando mucho. Intento asimilar el concepto de que los clones son personas, y ahora me hablas de androides.
—La vida no es fácil, Jos. Una vez se agrupan células para formar tejidos, y tejidos para formar sistemas, el nivel de complejidad aumenta por decenas. No te puedo dar respuestas sencillas... tienes que obtenerlas por ti mismo.
—Sea lo que sea lo que te paga la República, es demasiado.
Merit se encogió de hombros, en un gesto fluido y suave.
—Así funciona la galaxia. No la he hecho yo: cuando me encargue de todo, la arreglaré. Hasta entonces, esto es lo que hay.
Jos suspiró. Cuando lo que se buscan son respuestas, el tener más preguntas no te ayuda precisamente.
Merit miró su crono y se levantó.
—Nuestra sesión ha terminado. Y creo que es hora de la partida semanal de sabacc, ¿no?
~
—Subo —dijo Den. Tiró un chip de diez créditos a la mesa. El campo de suspensión impidió que rebotara demasiado o cayera al suelo.
—Lo veo —dijo Jos—, y lo doblo.
Tiró dos chips más al creciente montón.
Den contempló con sus enormes ojos las cartas que tenía, y a los demás jugadores sentados en la mesa de la cantina que apostaban por turnos. Había cinco más aparte de él y del capitán Vondar: el capitán Yant, Barriss Offee, el mentalista Klo Merit, Tolk le Trene e I-Cinco. Den no podía obtener ninguna información de ellos sobre sus respectivas cartas. Los cuatro orgánicos tenían una estudiada expresión neutra, y el androide, pese a ser capaz de sutiles gestos, no encontraba dificultad en controlarlos.
Se decía que el sabacc era tanto un juego de habilidad como de suerte, y Den lo creía a pies juntillas, sobre todo con aquellos jugadores. No hacía falta una baraja trucada: de siete jugadores, tres eran extremadamente expertos en interpretar las emociones de los otros. Estaba totalmente seguro de que la padawan no emplearía la Fuerza para obtener ventaja, pero no tenía esa seguridad con respecto a Tolk y Merit. El sanador podía percibir los sentimientos que denotaban un estado de ánimo, lo cual le daría ventaja, pero a Tolk le costaría más. Aunque aquel grupo no tenía exactamente el mismo nivel de maestría que una panda de timadores del Casino de la Corona de Coruscant, todos, Den incluido, dominaban bastante bien el arte de la “máscara del sabacc”: el rostro completamente inexpresivo que no traslucía nada, ni siquiera con un parpadeo. Ni siquiera una lorrdiana podía interpretar el lenguaje corporal cuando el cuerpo en cuestión se mostraba extremadamente incomunicativo.
—¿Nadie? Bien —dijo Yant—. Quiero dos.
Barriss, que era mano, le dio sus cartas.
Desde los altavoces de hipersonido del campamento les llegó un anuncio de voz de un subordinado de Filba, y las ondas de sonido enfocadas dieron la impresión de que hablaba con cada individuo por separado.
—Atención —dijo la voz tartamudeando, leyendo sin duda algo con lo que no estaba familiarizado—. A las... eh... cero seiscientas horas tendrá lugar la inspección programada por el almirante Bleyd. Esforcémonos por darle una gran bienvenida.