Read Medstar I: Médicos de guerra Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Llamó a Zan.
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—Me lo debes —dijo el zabrak muy serio mientras Jos le observaba trabajar—. Además, mi turno terminó hace dos horas.
— Dormir no es tan genial como lo pintan.
—No sabría decirte ...
—Sólo una hora o así —dijo Jos—. Tengo que aclarar la cabeza.
—¿Te vas a dar un paseo? ¿Has salido al exterior últimamente? El aire está tan condensado que podrías ir nadando a la cantina.
—Una hora —dijo Jos—. Volveré.
Él salió del edificio y atravesó el complejo, alejándose de los humedales hacia el relativamente seco campo de bota. Zan no había exagerado. A los diez minutos de caminata, tenía la ropa completamente empapada en sudor. Tendría que volver a descontaminarse.
Le daba igual.
Cruzó un pequeño bosquecillo de árboles de grandes hojas, apartando a los picotones y a los chinches ígneos que revoloteaban a su alrededor, y vio los campos de bota. Unas veinte filas paralelas de cultivos que se perdían en la niebla de la distancia. La bota era una: planta corta; la mayor parte crecía bajo tierra, quedando expuesto sólo el cuerpo de los frutos. Las matas eran atendidas por el típico grupo de androides. No veía ningún trabajador orgánico por allí.
Él no intentó siquiera arrancar un pellizco de la planta, sabiendo que los cultivos estaban protegidos por un campo cepo. Aquel vegetal inocuo era un artículo de lujo, algo comprensible al servir sus células adaptogénicas para una gran variedad de propósitos. Podía servir tanto de potente antibiótico como de alucinógeno o nutriente, dependiendo de la especie. Si se conseguía cultivar fuera del planeta, los contrabandistas tendrían motivos para preocuparse, porque entonces sí que sería todo para todos.
Todo para todos. Ajos le pareció de pronto que se había pasado gran parte de su vida, quizá demasiada, intentando ser la misma cosa. Que él recordase, siempre había dado por sentado que sería médico. No era una decisión de la que se arrepintiera, ya que estaba orgulloso de su profesión, pero ésa era una manera más de las muchas en que se había esforzado por ser un buen hijo. Fue un estudiante modelo, siempre obediente, el hijo que todos querían. Y su familia estaba realmente orgullosa de él, eso era innegable. Nunca escatimaron los halagos hacia él. Y él no quería hacerles daño, ni verles sufrir. Y sabía que al casarse con una ekster los conduciría a una tumba prematura.
Pero ... le pareció oír la voz de Klo Merit:
"¿Son ésas tus costumbres?'.
"¿Lo son de verdad?" No hacía falta ser un Jedi para darse cuenta de que Tolk destacaría hasta en un planeta lleno de mujeres. Y no podía negar que su oferta de cariño en tiempos de guerra era tentadora ... , muy tentadora.
Pero no podía.
¿De qué tienes miedo?
— Tengo miedo de enamorarme de ella —dijo en voz alta.
—Creo que ya es demasiado tarde para eso —dijo una dulce voz detrás de él.
Sorprendido, Jos se dio la vuelta, esperando por un instante que fuera Tolk, sin saber si estar encantado, enfadado, temeroso o algo para lo que no tenía ni nombre ...
Pero no era Tolk. Era la padawan, Barriss Offee.
B
arriss se sorprendió por encontrar a jos tan lejos de la base. Pero al cabo de un momento se dio cuenta de que no había nada de lo que sorprenderse. Ella llevaba un tiempo queriendo hablar con él, ofrecerle algún tipo de consuelo al caos mental y emocional que sabía que atravesaba. No era sólo un deseo de amiga. Era su deber como Jedi.
y ahora, allí estaba.
Los caminos de la Fuerza, desde luego, son inescrutables, pensó ella.
Él no parecía especialmente contento de verla, y podía darse cuenta de que tampoco le apetecía la compañía de nadie en ese momento. Convocó a la Fuerza y encontró el nudo enrevesado de su sufrimiento, claramente expuesto bajo la superficie de su mente. Luchaba con un problema muy distinto al de sus sentimientos sobre los clones, pero eso no importaba; necesitaba paz, algo que ella podía proporcionarle.
Fluyendo con la Fuerza, muy ligeramente, ella tocó el nudo, acarició las cuerdas de su problema, acallando su latir como cuando se pasa un dedo por las cuerdas de una quetarra para acallar un acorde.
Él se quedo sorprendido. Alzó la vista y la miró con expresión insegura. Barriss sonrió.
—Estás pasándolo mal, Jos —murmuró ella—. Libras tu propia guerra interna en tantos frentes como la República tiene en Drongar, No puedo solucionar tus crisis, pero sí guiarte a un lugar más seguro, desde el que poder lidiar con ellas.
—¿Por qué? —preguntó él—. Quiero decir..., ¿qué tengo yo de especial? Barriss sonrió.
—Podría decir que quiero garantizar tu habilidad en la SO, y lo cierto es que eso es parte de mi propósito, pero sobre todo se debe a que soy jedi, además de curandera. Mi objetivo es ayudar y consolar.
Jos se quedó callado un momento.
—¿Qué querías decir con lo de que ya era demasiado tarde?
— Exactamente lo que dije. Es obvio que la quieres y que es recíproco. Eso se ve incluso sin la Fuerza. Si no me crees, pregunta a alguno de tus amigos.
Jos alzó los brazos, desesperado.
—¿Es que todo el mundo se ha dado cuenta menos yo?
—Uno suele cegarse cuando se encuentra en el ojo del huracán.
—Pero es una ekster —susurró él—. Mi familia no podría soportarlo.
—Es bastante probable.
—Estaría renunciando a todo: a mi familia, a mis amigos, a mi carrera ...
y ¿por qué?
Barriss le miró.
—Por amor —dijo ella.
Jos se quedó callado unos instantes, con los ojos fijos en el suelo. Luego suspiró hondo y miró a Barriss.
—No puedo —dijo él.
Ella asintió. Podía percibir su angustia, y que era sincero. Quizá fuera la decisión correcta. No le correspondía juzgarlo, sólo ayudarlo.
—Las decisiones que se toman con el corazón no son fáciles —dijo ella.
Miró al cielo, vio que el sol se deshacía en llamaradas rojizas y anaranjadas, y su luz se reflejaba en las esporas de la atmósfera superior—. Oscurecerá pronto. Más nos vale regresar a la base.
Jos se miró el crono de muñeca y asintió.
—Sí, le prometí a Zan que regresaría en ...
Una luz más intensa que una docena de soles cegó a Barriss. Un instante después, una mano gigante la levantaba del suelo, y la arrojaba con fuerza al barro.
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El ataque cogió a Jos tan por sorpresa como a la Jedi. Al principio no estaba seguro de lo que había ocurrido: sólo que había habido un destello y una explosión ensordecedora, y cuando recuperó los sentidos se descubrió tumbado sobre el cuerpo semi—inconsciente de Barriss, los dos enterrados en barro caliente. No muy lejos de allí, uno de los árboles de hoja ancha había quedado reducido a un tocón humeante y desgarrado, ya que la copa había quedado calcinada por la energía de un potente rayo láser que lo había convertido en una bomba orgánica. AJos le latía la cara, le dolía, y se dio cuenta de que la tenía llena de pequeñas astillas. Era un milagro que no se hubiera quedado ciego.
Alzó la mirada. Veía borroso, y la explosión le había dejado casi sordo, pero aún podía ver lo suficiente como para darse cuenta de que al otro lado del campo de bota había un androide de combate con el cañón de mira telescópica del pecho todavía desplegado. Parecía a punto de volver a disparar.
Jos se puso en pie, o al menos lo intentó. Era como si Drongar rotase de pronto en varias direcciones a la vez, y volvió a caerse. Esta vez aterrizó junto a Barriss. La cara de jos quedó enterrada en el barro, a sólo unos centímetros de la padawan.
Vio cómo ella abría los ojos.
Otro cañonazo cayó en el suelo a un metro de ellos, calcinando filas enteras de bota, cuyos fragmentos llovieron alrededor de ellos.
Barriss se puso en pie. Jos no tenía ni idea de cómo pudo hacerlo. Parecía levitar. Primero estaba tirada en el suelo, y de pronto estaba en pie. Pero, por impresionante que fuera, no fue nada al lado de lo que hizo a continuación.
Mientras Jos observaba aquello, asombrado, la padawan saltó al otro lado del campo de bota, recorriendo de una zancada una distancia de al menos diez metros. Mientras volaba por los aires en dirección al androide, Jos vio otro resplandor. Al principio pensó que el androide había disparado de nuevo, pero luego se dio cuenta de que el brillo procedía de la mano de Barriss.
Había desenfundado el sable láser.
Jos había visto imágenes y holas del uso de aquel arma Jedi, pero nunca había visto una en la vida real. La hoja energética de Barriss era como una llama azulada de un metro de longitud. El ruido que hacía era como un enjambre de pico tones enfadados, y hasta por encima del intenso hedor que le llevaba la brisa pudo percibir el cáustico olor a ozono que emanaba de ella.
Observó boquiabierto cómo Barriss aterrizaba junto al androide de batalla. Antes de que pudiera volver a abrir fuego, asestó un único golpe con el arma energética que partió en dos el torso de su contrincante. Saltaron chispas, y el androide cayó al suelo.
Jos consiguió ponerse en pie y se quedó allí parado, mientras la padawan desactivaba el sable láser. Se lo volvió a colgar del cinturón, y regresó adonde estaba él, poniendo cuidado en rodear el campo para no causar más daño al cultivo.
—Eso ... —dijo él en una de las pocas ocasiones de su vida en que se quedó sin palabras—. Eso ha sido ... Eres increíble.
Ella puso gesto de disgusto.
—Soy una principiante descuidada —respondió ella—. Si hubiera estado más pendiente de la Fuerza, ese androide nunca se habría acercado tanto como para atacarnos.
— Más nos vale regresar. Debe de ser la única unidad que ha conseguido atravesar nuestras líneas, pero quizás haya más.
Echó a andar hacia la base, y Jos se apresuró para mantener su ritmo.
—No puedo creer que fallara —dijo él.
—Parecía dañado por la batalla. Igual tenía la mira electrónica estropeada. En cualquier caso, dudo de que volvamos a tener tanta suerte. Vámonos cuanto antes. Además, debes someterte a reconocimiento ... , parece que te has afeitado con una mata de espino.
Jos estaba totalmente de acuerdo con eso. Ver a To1k en la SO de repente no le pareció tan traumático. Aquél era un aspecto de la guerra al que no se había visto expuesto hasta el momento. Y no estaba ansioso por volver a experimentarlo.
Y, por supuesto, Zan no se sorprendió al verle regresar.
—Llegas diez minutos tarde —dijo él.
—Casi me mata un androide de combate —dijo Jos.
—Excusas. No te ha matado, ni siquiera te ha reventado una pierna ni nada.
Jos sólo le oyó a medias. Su mente estaba ocupada con el recuerdo de Barriss Offee luchando contra el androide. Había estado espectacular en su uso del sable láser. Hasta el momento, casi todas las mujeres ekster que había encontrado eran mucho más interesantes y divertidas que las mujeres enster que recordaba ...
J
os tenía tantas cosas en la cabeza que apenas prestaba atención a las chipcartas. Los oros, copas, espadas y bastos apenas tenían significado para él. Alrededor de la mesa, los demás jugadores miraban sus cartas, pensando en sus cosas o haciendo los comentarios habituales.
—Hijo de bantha, ¿pero quién ha repartido este horror? —dijo Zan.
—Creo que he sido yo —dijo Den. Miró a Jos—. He intentado hacer trampas en tu favor, doc ... ¿no te ha salido un sabacc puro?
—Muy gracioso —respondió Jos—. Si las cartas malas fueran una bomba, esto ya sería un campo de asteroides.
—Hablas como si quisieras subir las apuestas —dijo I-Cinco.
—¿Vas a apostar, te plantas o te limitarás a quejarte? —preguntó Tolk a Jos.
Su tono de voz era como un disruptor sónico que le dio de lleno en el pecho. Para su sorpresa, se dio cuenta de que haber estado a punto de morir mientras intentaba aclarar sus pensamientos ayer no le perturbaba tanto como la nueva frialdad que le mostraba Tolk.
Pero eso es lo que le dijiste que querías, ¿no?
Miró sus cartas. Teniendo la Reina de Aire y Oscuridad, el Maligno y la Muerte estaba tan por debajo del veintitrés negativo que no tenía forma de ganar, según las leyes matemáticas de aquella galaxia. Cuando llegó su turno, se plantó.
Las apuestas se las llevó la banca. Tras la siguiente carta, Zan también se retiró.
Den repartió una carta más al resto de los jugadores: Tolk, I-Cinco,Barriss y él mismo. La Jedi se retiró.
Zan se echó hacia atrás.
—Bueno, Den, ¿no ibas a escribir un artículo sobre Phow Ji? El periodista dejó de repartir un instante y prosiguió.
—Sí.
—¿Y cuándo vamos a verlo?
— Pues, con suerte, nunca.
Jos pensó que aquello era extraño, ya que Den parecía tener muy buena opinión de sí mismo como escritor. Días antes les había contado a sus colegas de sabacc que pensaba destripar al bunduki con un artículo revelador. Obviamente, les había advertido Den, esa información no sería del dominio público, ya que el sullustano no tenía ninguna intención de convertirse en pasto para shaak a manos de Ji.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Jos.
Den no respondió. Tolk dio por terminado el reparto y se descubrieron las cartas. Ella ganó con un veintitrés. Por supuesto.
—Afortunado en el juego, desafortunado en el amor —dijo Den.
Tolk miró a Jos y sonrió a Den.
—Entonces ¿por qué no vamos a ver ese artículo, Den?
—Sí, sí lo veréis, si buscáis con lupa. Ellos lo han ... destrozado. Yo lo enfoqué para mostrar a Ji como una escoria galáctica, y que darle como alimento a un ranear hambriento era demasiado bueno para él.
—¿Y ... ? —dijo Barriss.
—y ellos ... le han dado la vuelta completamente para que no sonara tan ... mal—Den barajó las cartas—. Nada mal, me temo. Parece ser que la opinión pública se ha cansado de malas noticias. Según mi editor, ya han tenido suficientes. Se ha perdido una batalla aquí, tal sistema sufre un bloqueo y demás. Según la Republica, puede que las fuerzas de Dooku acaben recibiendo una buena patada en su metálico trasero a largo plazo, pero el público no opina lo mismo. Quieren héroes.
—Phow Ji no es en absoluto un héroe —dijo Zan—. Es un matón asesino que mata gente por diversión.
—Algo que me costó mucho destacar, créeme. Pero eso da igual. Ji puede ser retocado infinitamente para que entre por el aro. Así lo han decretado voces más poderosas que la mía, y parece ser que así es como será.