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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (26 page)

Él formuló la pregunta sin darse la vuelta. La había percibido de alguna forma. Lo más probable era que hubiera sido mediante su sensor olfativo, que era mucho más sensible que el de la mayor parte de los seres orgánicos. La había olido.

—Sólo he venido a hacer mis rondas —dijo ella, dando un paso adelante—. Algunos pacientes a los que he podido ayudar.

I-Cinco se giró para enfrentarse a ella.

—Con la Fuerza.

—Sí.

—Conocí a una padawan, una humana aproximadamente de su edad, en Coruscant. Su nombre era Darsha Assant —él parecía algo abatido al contar aquello.

Barriss asintió.

—He oído hablar de ella. Obi-Wan Kenobi afirma que murió valientemente, peleando con un enemigo desconocido.

I-Cinco calló un momento.

—Valentía —dijo al fin—. Sí. Ella era muy valiente. Los humanos sois conocidos por vuestro valor en toda la galaxia. Incluso las especies más belicosas os respetan. ¿Lo sabías?

—Lo cierto es que no lo había pensado mucho. Hay muchísimas especies que son tan valientes o más que los humanos, supongo.

—Sí, pero hay una diferencia crucial entre los tuyos y un sakiyano, o, por ejemplo, un trandoshano o un nikto. Ellos son temerarios, pero no necesariamente valientes. Ser temerarios es algo que llevan en los genes. La vida tiene dos formas de garantizar la supervivencia de los mejores: produciendo guerreros lo suficientemente fieros como para conquistar todo lo que se cruce en su camino, o creando formas de vida con la intuición de la huida. Los seres capaces de ambas cosas escasean. Los humanos tenéis una opción: luchar o huir. Pero en muchas ocasiones optáis por luchar, y a menudo por razones peregrinas —I-Cinco alzó las dos manos con las palmas hacia arriba, encogiéndose de hombros como un humano—. Es fascinante, a veces abrumador y normalmente insoportable. Los humanos no dejan de sorprenderme.

Mientras hablaba, Barriss cogió ellumipanel de la estantería y empezó a repasar las hileras de camas, comparando las cifras de los monitores situados sobre las cabezas de los enfermos con las incluidas en el lumipanel mientras introducía el campo de información de cada paciente. El androide caminó a su lado.

—Jos y tú hablasteis de lo que significa ser humano durante la partida —dijo ella—. ¿Tú te consideras valiente, I-Cinco?

—Dudo que cualquiera que lo sea piense que lo es. No creo que la padawan Assant se creyera valiente.

Recorrieron el estrecho pasillo formado por dos filas de camas. Casi todas estaban ocupadas por soldados clan. La misma cara multiplicada una y otra vez. Lo único que variaba eran las heridas.

I-Cinco dijo:

—Me han dicho que las tropas también han sido modificadas genéticamente para sentir poco o nada de miedo en el campo de batalla. Uno no puede evitar preguntarse ... ¿el hecho de no tener el "gen del miedo" los hace menos humanos?

Barriss no respondió. Estaba muy ocupada viendo cómo la última pieza del rompecabezas encajaba en su sitio. Sabía que Jos había estado luchando con un problema de tipo existencial durante los últimos días y, con la certeza que sólo tienen los conectados a la Fuerza, supo de repente que era ése. Jos, como casi todo el mundo, incluidos algunos Jedi, clasificaba a los seres que le rodeaban en cómodas casillas. Cómodas para él, al menos. Para él, los clones habían ido a parar a la misma categoría que los androides; sólo los diferenciaba el estar hechos de carne y hueso en lugar de duracero y circuitos electrónicos. Le resultaba conveniente verlo desde ese punto de vista distante. Le facilitaba aceptar una pérdida en la sala de operaciones, aunque seguía tomándoselo muy mal. No era el tipo de hombre que permanece impasible o indiferente ante la vida, ni siquiera ante la de alguien a quien la mayoría considera un autómata organico.

Pero de pronto aparece I-Cinco, una máquina totalmente consciente, o extremadamente cerca de serlo, y la vida deja de ser sencilla. Si Jos no podía gregar mentalmente a un androide y convertirlo en algo inferior a unb.umano, tampoco podría incluir a los clones en esa categoría. ora entendía por qué estaba tan abatido últimamente. Su forma de ver la vida se habla venido abajo.

Una mano que sujetara un vibroescalpelo debía tener el pulso firme. Tenía que hablar con él. O al menos asegurarse de que visitara al mentalista. Pero... ¿qué palabras podría ofrecer ella para acallar aquel torbellino? ofrecer una solución real al problema de Jos? Mentes más privilegiadas que suya habían fracasado en su empeño de elaborar una filosofía de todo lo ue convertía a la galaxia en un lugar perfectamente coherente. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿De qué va todo esto? Ella tenía la Fuerza, una constante en la que había encontrado apoyo desde que tenía uso de razón, Y su conocimiento de la Fuerza había ido creciendo con el paso de los años. Como el zumbido de microondas de la galaxia, la Fuerza siempre estaba con ella. Ella tenía una seguridad. Pero ¿qué quedaba a quienes no podían sentir el consuelo de la Fuerza?

¿Qué podía decirle ella a un hombre cuyas preguntas tenían tan difícil respuesta? Y en el supuesto de que él pudiera percibir la Fuerza, ¿qué decía eso de la vida de un clon, de un androide o de cualquiera? La fuerza no era el instrumento de nadie, sino lo más básico de la ética y la moral. Estaba el Leverso Luminoso y el Lado Oscuro, y ésas eran las opciones ofrecidas por la Fuerza. Las enseñanzas sobre la verdadera naturaleza de la vida como tal debían proceder de otro lado.

Pero, aun así …,ella era curandera. Y en ocasiones podía aliviar la furia de las tormentas mentales. Al menos, una mente en calma era una herramienta mejor para tratar temas así. Ella no podía responder a las preguntas de Jos, pero quizá sí ayudarle a encontrar un lugar tranquilo en el que poder hallarlas por si mismo. Estaba dispuesta, y encantada,a hacer al menos eso.

30

E
l espía tenía dos alias: Lente para Sol Negro y Columna para los separatistas. Esta última identidad se sentó y frunció el ceño ante el extraño garaba) que aparecía en el holoproyector de su ordenador. Para los no iniciados, la pequeña marca podía ser poco más que una mota posada en el emisor demágenes del proyector. Para los expertos, la muesca era algo muy diferente. El jefe del espía en Drongar había enviado otro de sus en exceso frecuentes comunicados. Era exasperante. De las docenas de mensajes en clave que le enviaban, ninguno le proporcionaba nada sustancioso. Solian ser cosas triviales del tipo “mantener vigilancia sobre la bota”, por lo general inútiles, y una perdida de tiempo para un agente de campo en las circunstancias de columna. Tardaba horas en descifrar las malditas cosas, que eran bucles espaciados en feraleechi. Utilizando un proceso aburrido, repetitivo y manual, se decodificaba parcialmente una cifra,empleando una palabra clave de las holonoticias matutinas. Eso le proporcionaba una serie numérica que se contrastaba con algún manual de la biblioteca, que solia ser tan aburrido que leerlo en voz alta podría parar en seco cualquier pelea de cantina,algo como Procedimientos aridianos para el desarrollo de fertilizante agrícola en Lythos Nueve, o cualquier chorrada semejante. Luego había que trasladarlo del Basico al symbiano, una lengua muerta desde hacia treinta mil años, pero por desgracia no enterrada, y cada sexta palabra se transponía. El resultado de semejante labor solia ser un mensaje del tipo: “¿Qué tal va todo?”.

El jefe espía no tenía mucho que hacer, y para colmo debía estar paranoico.

lo cual, en opinión de Columna, era una estupidez. Incluso en el supuesto de que alguien consiguiera interceptar uno de eso mensajes , cosa nada probable,e incluso en el caso de que fuera el mejor descifradór de la galaxia y descubriera la cifra, cosa aun mas improbable, no le compensaría el esfuerzo acabar sabiéndo la cantidad de cajas de cerveza phibia que habían llegado el mes pasado a la cantina militar de la Base Principal.

Columna suspiró. Era así como los separatistas querían hacer las cosas, y no se podía hacer nada. Tendria que hacerse así, pero no en ese momento. Lo haria mas tarde. Mucho mas tarde...

~

Jos avanzó por la sección médica en dirección a un paciente de postoperatorio que había desarrollado recientemente una infección nosocomica. El paciente era un oficial humano, no un clon, y alguien en quien Zan y él habían trabajado durante horas para sustituir un corazón perforado de metralla. Habían tenido suerte: cinco minutos más y le habrían perdido. Tras un triunfo quirúrgico tan brillante, era sencillamente inaceptable perderlo por culpa de un microbio que había madurado en un vertedero. Aunque el Uquemer gozase de tecnología punta en lo referente a procedinientos y entornos estériles, las infecciones nosocómicas, contagios conraídos durante una hospitalización, seguían ocurriendo de vez en cuando. Aquélla en concreto era especialmente obstinada, y no respondía a la amplia gama normal de antibióticos, y aún habían podido extraer la cepaara identificarla. La prognosis era fatal. El oficial no sobreviviría a menos que pudieranlentificar la causa.

Cuando Jos llegado a la cámara de aislamiento, vio que Zan ya estaba dentro de las paredes de aire y del campo esterilizado que impedia entrar o salir a los patógenos. Junto a la cama, justo fuera del campo, había una figura encapuchada, un silencioso.

Jos jamás había creído mucho en la supuesta eficacia de la muda hermandad a la hora de ayudar en la recuperación de los pacientes, pero en aquel momento no pensaba rechazar ninguna clase de ayuda. Y ya fuera por algún efecto placebo, por curación espontánea o remisión o por algo completamente ajeno a la experiencia médica de Jos, la verdad era que la presencia de un Silencioso cerca de un paciente parecía acelerar la recuperación. Así que, al pasar, saludó con una inclinación de cabeza a la figura cuyo rostro iba oculto por la capucha. El Silencioso respondió del mismo modo.

Jos entró en el campo, que crujió levemente. Zan se sobresaltó, como si alguien le hubiera hecho cosquillas de repente. Miró a su alrededor, vio a Jos y se tranquilizó.

—Ah, eres tú.

—Yo también me alegro de verte —Jos se fijó en que Zan tenía una ampolla vacía.

—Lo siento. Estoy un poco atacado.

—Pues no entiendo por qué. Últimamente todo el mundo tiene la adrenalina a tope —Jos contempló la forma inconsciente que había en la cama—. ¿Qué tallo lleva nuestro próximo modelo para el calendarios de los horrores de la guerra?

El paciente, llamado N'do Maetrecis, mayor del ejército de tierra, parecía estar algo mejor que la última vez que le había visto Jos. Antes tenía la piel pálida y deshidratada, pero ahora tenía un tono normal y saludable. El gráfico del monitor colgaba a los pies de la cama, y Jos lo recogió y observó los datos reflejados. Presión sanguínea normal, pulso normal, recuento de glóbulos blancos en sangre ...

Pero bueno. ¿Qué era aquello? El elevado recuento indicaba que la infección estaba remitiendo. Y todas las diferenciales —la cantidad y proporción de glóbulos blancos especializados, segs, polis, eos y demás— estaban dentro de los límites de la normalidad.

El paciente se dio la vuelta.

—Vaya, vaya —dijoJos—. Parece que alguien ha pasado por las sanadoras manos de una Jedi. O los dedos al menos.

La piel que rodeaba los cuernos de Zan se moteó ligeramente, lo cual equivalía, en zabrakiano, a ponerse colorado. Se metió la ampolla vacía en el bolsillo del mono.

Jos frunció el ceño.

—Ahora te ha dado por coger cariño al instrumental. ¿Vas a hacer que la anodicen para reutilizarla?

—¿Perdona?

—¿Desde cuándo no acaban las ampollas vacías en la basura? —Jos señaló la papelera que había junto a la cama.

—Anda. Lo siento ... Creo que mi cerebro ha pedido la baja —Zan cogió la ampolla y la tiró al cubo.

Mientras pasaba por delante de él, Jos observó cuidadosamente el inyector neumático. La despejada etiqueta de plastoide estaba eso ... , despejada. Nada. Ningún tipo de identificación que denotara el tipo de medicamento que había contenido. Ni número de pedido. Nada.

Eso no se hacía así.

El paciente, que ya estaba consciente, murmuró que se sentía muchísimo mejor. J os emitió corteses ruiditos de médico, comprobó de forma automática las constantes del hombre y miró a Zan con la ceja arqueada. —Doctor Yant, ¿podría hablar con usted en privado?

Al salir del edificio, J os dirigió a Yant a la sombra. — Vale. ¿Qué está pasando aquí?

—¿Qué pasa de qué? ¿De qué me hablas? —Zan no miraba a Jos a los ojos.

—Te estoy hablando de un paciente que ha salido de una infección letal secundaria tan rápido que los gráficos han derrapado en el monitor. Y te hablo de tratamientos con ampollas sin identificar.

Zan dudó un momento y suspiró resignado.

En esa breve pausa, Jos de repente se dio cuenta de lo que acababa de pasar.

—Dime que no es cierto —dijo.

—Lo es —respondió Zan.

—Zan, ¿te están creciendo los cuernos hacia dentro o qué? Ya sabes cuáles son los riesgos. Si te cogen te someterán a un consejo de guerra.

—Si ves a otro ser vivo ahogándose y tienes una cuerda tirada en el suelo junto a ti, ¿te vas a preocupar por si te acusan de ladrón?

—Si existe una elevada probabilidad de que me cuelguen por ello, sí. Y no es lo mismo. .

—¿Ah, no? Estamos en el planeta con mayor suministro de la droga más milagrosa de la galaxia. A cinco minutos de aquí hay un campo enorme donde se cultiva. Hemos intentado todo lo posible con este tipo, Jos: regeneración macromolecular, implantes de nanocélulas, cauterización ... Nada ha funcionado. El hombre se moría. Ya sabes lo que se dice en la literatura especializada sobre la bota: que es un adaptó geno que puede curarlo todo en casi todos los fenotipos humanos, menos un mal día. Hemos tenido pacientes que han muerto de infecciones que probablemente podríamos haber curado con una parte ínfima —Zan alzó las manos en gesto de inevitabilidad—. No podía sentarme a verle morir. No cuando existía una mínima posibilidad ...

Jos abrió la boca, pero no dijo nada. ¿Qué podía decir? La bota era valiosa, tanto que robarla era considerado altamente punible por la República. La planta era, en última instancia, la razón por la cual ellos y los separatistas se hallaban en Drongar. Irónicamente, los Uquemer de la zona tenían prohibido utilizarla por su elevado valor potencial fuera del planeta.

Antes de que Jos pudiera hablar de nuevo, Zan dijo:

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