Read Medstar I: Médicos de guerra Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Hubo un momento de silencio atónito cuando los otros jugadores asimilaron aquello.
—Eso no es darle la vuelta, eso es dar un salto mortal completo en el girogravitatorio de un transporte de tropas de Clase Uno —dijo Jos. —¿Vamos a hablar o vamos a jugar a las cartas? —dijo Den, pasándole la baraja—. Te toca, doc.
—Tal y como me va hoy, me saldrá mucho más barato hablar —dijo Jos—. Ya debo cincuenta créditos.
A Zan pareció entrarle de repente un ataque biliar.
—Pero ... , ¡no pueden convertir a un bastardo sin corazón como Ji en alguien digno de admiración! ¡Ese hombre guarda trofeos de todos los seres que asesina!
—Enemigos de la República, todos y cada uno de ellos —dijo I-Cinco—.
Así es como lo presentarán.
—Esto que nos cuentas es increíble, Den —dijo Barriss—. Debes de estar terriblemente decepcionado.
Den guardó silencio; parecía repasar sus pensamientos.
—Pues sí. Lo estoy —dijo al fin—. Pero no me sorprende mucho. No nací ayer, después de todo. Ya he visto cómo le han hecho lo mismo a otros. Incluso a mí me lo han hecho antes ... , aunque nunca hasta este punto —soltó una risilla burlona—. Nuestro retorcido Phow Ji probablemente saque un suculento contrato audiovisual, si es que no descuartiza antes al agente que venga a ofrecérselo. "El héroe de Drongar", muy pronto en su 3D casero.
—Hijo de bantha —dijo Jos.
—Los héroes son efímeros —dijo Den en un tono que sonaba como si intentara convencerse a sí mismo de ello más que a los demás jugadores de la partida de sabacC-. Vienen, van y tienen más facilidad a la hora de morir que los demás en tiempo de guerra. A la larga da igual que uno sea real y el otro sea producto de los medios. Realmente nada importa.
—Me vaya lanzar y atreverme a afirmar que no te gustan mucho los héroes —dijo I-Cinco.
Den se encogió de hombros.
—A veces sirven como información de relleno. Pero, aparte de eso, no valen para nada.
—¿Acaso no hay nada por lo que arriesgarías tu vida?
—¡Por el Creador, no! No creo en toda esa basura espiritual. No creo que me reencarne en algo superior en la cadena alimenticia, ni que al morir vaya a ver el Espectro del final de la galaxia, ni que me haga incorpóreo y uno con la Fuerza. Para mí lo que ves es lo que hay, y cuando se baja el telón, se acabó. Entonces ¿por qué tentar al Sueño Eterno antes de lo estrictamente necesario? Sin riesgo, no hay pérdida. Los héroes, a excepción de los que acaban siéndolo por accidente, o son tontos o venden algo.
Jos miró al androide.
—¿Y tú, I-Cinco? Dada tu construcción, podrías vivir unos quinientos o mil años más. ¿Arriesgarías tu cuello de dura cero y todos esos siglos que te quedan de existencia si hubiera una remota posibilidad de perder?
—Dependería de la causa —dijo I-Cinco—. Ya he mencionado antes que sigo teniendo lagunas en la memoria que lucho por reparar, pero según los últimos fragmentos recuperados, tuve un par de momentos "heroicos" en el pasado. —Se abanicó con las cartas—. Y debo decir que las circunstancias me producen mucha curiosidad.
Den negó con la cabeza y miró a Barriss.
— Tú, por ejemplo ... Tú eres J edi, ésa es tu vida. Los médicos, bueno, he visto alguno que otro que cargaría contra un cañón de partículas a la primera de cambio, así que para mí están tan locos como los clones —miró a Jos, Zan y Tolk—. Sin ánimo de ofender —añadió.
—No te preocupes —dijo Zan. Den miró a I-Cinco.
—Pero jamás había pensado que me cruzaría con un androide dándoselas de valiente. Tú, mi metálico amigo, necesitas una reparación muy seria. —y tú —replicó I-Cinco mientras tiraba un crédito al bote— necesitas un inhibidor en tu chip de cinismo.
Jos, Zan y Tolk sonrieron. Zan cogió la baraja. —Quizá mi suerte cambie —dijo.
—Más te vale que no cambie justo cuando tú eres mano —dijo Jos.
Zan barajó y colocó la carta comodín de costumbre al final, para señalar dónde se había detenido. Puso la baraja en la mesa para que Barriss cortara. —Yo creo que soy lo que podría llamarse un agnóstico devoto. No sé si existe algo más grande que nosotros, pero creo que deberíamos intentar vivir nuestras vidas como si fuera así.
—Una filosofía que mucha gente debería adoptar —dijo Barriss. Den puso los ojos en blanco, pero no dijo nada.
Entonces, a Jos le volvió a la mente por un instante el recuerdo del profundo dolor de CT-914 por su camarada. Alzó la vista de las cartas y vio a Barriss mirándole con una expresión comprensiva en el rostro.
Jos miró a I-Cinco. El androide estudiaba sus cartas, pero pareció darse cuenta, porque también le miró. Jos ya sabía interpretar los sutiles cambios de intensidad en la luz de los fotorreceptores de I-Cinco, pero aquella vez, la expresión del androide le resultó enigmática.
El momento se alargó.
—Jos —dijo Zan—. Te toca.
—¿Qué apuestas? —preguntó I-Cinco.
Eso ... ¿qué apuesto?
Jos soltó las cartas y se puso en pie.
—Me retiro —dijo—. Os veo luego.
Zan parpadeó.
—¿Adónde vas?
—A ofrecer mi comprensión a alguien que la necesita —dijo Jos al marcharse.
J
os atravesó el recinto, poniéndose una máscara osmótica sobre la nariz y la boca. La concentración de esporas en el aire era inusualmente densa. Pero estaba tan inmerso en sus pensamientos que apenas se fijó en las esporas o en el asfixiante calor del mediodía.
Estaba pensando en el viaje espacial.
Él había estudiado Medicina, y no Física Teórica. Sonrió levemente al recordar al irascible S'hrah, uno de sus profesores, que no tenía ninguna tolerancia por ninguna disciplina que no fuera la Medicina —"¡Eres médico, no físico!", solía decirle a Jos cuando éste divagaba—, pero que estaba al tanto de las nociones básicas y de la historia de esa ciencia como cualquiera que tuviera algo más que un trapo sucio por cerebro. El viaje interestelar era posible gracias al hiperespacio, una dimensión alternativa no muy diferente al espacio real donde podían alcanzarse fácilmente las velocidades supralumínicas. En la antigüedad, aquello era algo impensable, ya que el legendario científico drall Tiran había demostrado hacía treinta y cinco mil años que el tiempo y el espacio eran inseparables, y que la velocidad de la luz era una frontera absoluta que no podía cruzarse.
Pero la Teoría de la Referencia Universal de Tiran no decía que no se pudiera viajar más deprisa, sólo que no se podía viajar a la misma velocidad que la luz. Si se pudiera sobrepasar de alguna manera la "barrera de la velocidad de la luz", uno podría pasar teóricamente del espacio real al hiperespacio.
La colonización empezó utilizando naves generacionales, lo cual imposibilitaba conectar los planetas separados para crear una civilización galáctica viable. Finalmente, tras siglos de experimentos y fracasos, los mejores científicos de la República encontraron la forma de crear y contener campos de presión negativos lo bastante potentes como para alimentar una unidad portátil de hipermotor. Y así se instauró por fin el viaje supralumínico rentable y ubicuo.
Este logro, por supuesto, dio pie a la Gran Guerra del Hiperespacio y a otras situaciones desagradables, pero los pensamientos de Jos no se centraban aquel día en eso. Los problemas para alcanzar la velocidad MRQL constituían una buena metáfora para desentrañar otros conceptos. Si de alguna forma conseguías traspasar la barrera inicial de la percepción, acababas encontrándote en una galaxia no muy diferente a la que habías dejado atrás. En su caso, era una galaxia donde las inteligencias artificiales y las personalidades clonadas debían juzgarse con el mismo rasero que los seres orgánicos, y, una vez asimilado ese concepto, no resultaba tan difícil de entender.
Pero requería un pequeño reajuste ... y una disculpa.
~
Los barracones del Tercio CT eran los mayores de las tres guarniciones de la Séptima Base Terrestre, que estaba en el extremo de los desiertos Rotfurze, una región destrozada ecológicamente a dos kilómetros del Uquemer. Jos solicitó un deslizador y llegó en menos de diez minutos. Estaba a bastante distancia del frente como para no preocuparse mucho, aunque podía oír de vez en cuando el retumbar de los rayos de partículas y el ruido sordo de los morteros de fragmentación C-22. Al parecer, los separatistas ya no estaban tan preocupados por dañar la cosecha de bota.
En la SBT le dirigieron a un pequeño cubículo de 4,5 metros cuadrados que apenas daba para la combinación de cama y armario que constituía la casa temporal de CT-914 ... Bueno, no era temporal. Era su casa. Sin contar la probeta en la que el clan había sido decantado en Ciudad Tipoca, en el planeta acuático de Kamino, CT-914 no tenía otro sitio al que llamar hogar.
La cama estaba hecha con precisión militar, las sábanas tan lisas como la superficie de una estrella de neutrones. El armario estaba abierto de par en par, y al inspeccionarlo vio que estaba vacío.
Lo que sí resultaba sorprendente era que el cartel de encima del cabecero de la cama, donde supuestamente debía poner el nombre del soldado CT- 914, estaba vacío.
Jos vio a un oficial dresselliano por allí y le llamó. El dresselliano, como la mayor parte de los de su especie, saludó de forma un tanto resentida ante un superior. Jos le preguntó dónde estaba Nueve—una—cuatro.
—En las cubas de reciclaje, probablemente —fue la sorprendente respuesta—. Junto con casi todo su batallón. Una guerrilla separatista les tendió una emboscada hace dos días.
El dresselliano esperó un momento, y después, viendo que el capitán humano no tenía aspecto de seguir haciendo preguntas, saludó de nuevo y siguió con lo suyo.
Jos salió de la guarnición lentamente, asombrado. En la última hora, aproximadamente, había llegado a pensar enCT-914 como el ejemplo de su nueva perspectiva sobre la humanidad básica de los clones, y descubrir de pronto su muerte era un trauma tan impactante como la muerte de un viejo amigo o de un ser querido. Se había sentido impelido a buscar al clan para pedirle disculpas, esperando que una expiación simplificase de alguna manera los retos que debía afrontar una mente que ahora albergaba respeto por algo que era más que un ser meramente orgánico. Pero, en lugar de eso, se dio cuenta de que CT-914 se había unido en la muerte a su hermano de probeta, CT- 915. y Jos sabía que pasaría mucho tiempo antes de que sus muertes, y las de otros muchos en aquella guerra, le parecieran algo más que carentes de sentido y despreciables, si es que alguna vez llegaba ese momento.
Intentó acallar sus pensamientos por un momento, tomarse unos instantes de respetuoso silencio por el guerrero caído. Pero parecía que, por mucho que intentara tranquilizar su mente, no podía dejar de pensar en Tolk.
~
A bordo de la fragata MedStar, el almirante Tarnese Bleyd estudiaba las grabaciones que tenía ante él, resultados de sus últimas rondas de interrogatorios a los miembros sospechosos del personal del Uquemer-7. Las arrojó al suelo con un gruñido. Nada ... , sólo las típicas tonterías insustanciales. Nada que le proporcionara una mínima pista sobre quién podría haber estado espiándole durante la muerte de Filba.
Bleyd gruñó de nuevo; era un ruido subsónico, profundo, en su garganta. Mientras quien estaba al otro lado de la cámara espía siguiera en el anonimato, Bleyd continuaría en peligro. La grabación podía estar ya circulando por la HoloRed, o siendo visualizada en salones privados o en algún comité de investigación de Coruscant. La situación era intolerable.
¡Piensa, maldito! Utiliza ese cerebro de cazador, esos instintos depredadores. ¿Quién podría ser más proclive a tener una cámara de vigilancia, y quién podría tener razones para espiarlo, para grabarlo realizando algún tipo de actividad ilegal?
¿Quizá Phow Ji, el experto en artes marciales bunduki? Bleyd lo pensó y negó con la cabeza. Aquella actividad encubierta era demasiado sutil para un matón como aquél. Quizá debería volver a pensar en Sol Negro ...
Sus ojos se entrecerraron al darse cuenta de algo de repente. ¿Estaría enfocando el tema desde el ángulo equivocado? Estaba dando por hecho que él era el objetivo del espionaje. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si era Filba el vigilado?
Bleyd activó la imagen del monitor de su escritorio, que construyó rápidamente un nuevo algoritmo de búsqueda. En un momento, obtuvo los datos que necesitaba.
En varias ocasiones distintas se habían producido quejas públicas por parte del periodista sullustano, Den Dhur, con respecto a Filba. Aunque Dhur no era el único del Uquemer que se sentía molesto con el hutt, el que fuera un periodista implicaba que probablemente tenía acceso a equipos de vigilancia.
Sí. Sí, tenía sentido. Dhur debía de estar grabando las acciones de Filba cuando el hutt murió. Y una desafortunada coincidencia hizo que también registrara el encuentro incriminatorio entre Filba y Bleyd.
Desafortunada, desde luego, sobre todo para el periodista ...
Bleyd salió de detrás de su escritorio, luciendo una macabra sonrisa.
Ordenaría el arresto de Dhur, que lo trajeran de inmediato ante su presencia. Con un poco de suerte, todavía podría enderezar aquel desastre antes de que ...
La puerta de su despacho se abrió.
Bleyd parpadeó, sorprendido. La figura encapuchada de un Silencioso hizo su entrada, y Bleyd supo al momento quién se hallaba bajo la túnica.
Kaird, el nediji. El agente de Sol Negro.
Bleyd dio un paso en dirección a su escritorio. Casi automáticamente, su mano se deslizó hacia la parte de atrás de su uniforme, desenfundando el cuchillo que llevaba allí. Se adaptaba sin problemas a los pliegues de su puño. Era una hoja ryyk, mucho más pequeña que las armas tradicionales, utilizada por los guerreros wookiees de Kashyyyk, pero no por ello era menos letal. Le había sido muy útil en ocasiones para marcar la diferencia entre la victoria y la derrota, la vida y la muerte, y aquélla no sería distinta.
El ser—pájaro se quitó la capucha, revelando su rostro sardónico y sus ojos violetas y llameantes. Ladeó la cabeza a modo de saludo.
—Almirante —dijo él. Cuando bajó las manos, la derecha mostró un arma reluciente.
Bleyd no respondió al saludo. Avanzó en círculo hacia la izquierda, con el cuchillo bajo, a la altura de la cadera, agarrando el mango con la hoja hacia fuera.
A tres metros, Kaird mantuvo el círculo, yendo hacia la izquierda también, y el cuchillo corto que tenía en la mano apuntando hacia su contrincante.