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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (33 page)

I —Cinco parecía estar generando una respuesta.

—Es curioso —dijo finalmente—. Además de emocionante. Como expliqué a la padawan Offee, el comportamiento humano me fascina, ya que en gran parte se basa en vuestra capacidad para elegir la opción que menos daño haga. No todas las especies tienen esa opción.

"Es obvio que mis parámetros emocionales e intelectuales estuvieron determinados por fabricantes humanos. Mi temor es haber sido programado, o reprogramado, para sacrificarme, de hacer falta, por el bien general. Si llega el momento en que se requiera un acto heroico, me gustaría poder tomar esa decisión por mí mismo, y no porque lo predetermine algún algoritmo. Y me gustaría creer que escogería el bien general.

Un androide utilitarista, pensó Jos. Para no creérselo.

La luz de una explosión verde enfermizo se filtró por el ventanal desde arriba. No se desvaneció, y al cabo de un momento Jos se dio cuenta de que los separatistas habían lanzado focos flotantes. Momentos después, una explosión inquietantemente cercana hacía estremecerse la estructura de la nave.

—Espero que no nos pongamos a su alcance —dijo Zan. Miró por la entrada de carga, que seguía abierta, y se quedó helado. El terror más profundo se plasmó en su rostro en la luz enfermiza.

—¡No! —gritó, y saltó hacia la rampa abierta.

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en vio que su transporte llegaba al punto de recogida. Al menos las naves grandes y rectangulares tenían algún tipo de blindaje: una vez estabas dentro, tenías algo más de protección que estando al aire libre. Se dirigió al transporte. A la pálida luz de los focos flotantes vio a su barman favorito, Baloob, el ortolano, subiendo por la rampa de acceso a la nave. Sonrió. Bien. Un ser que sabe mezclar tan bien las bebidas se merece sobrevivir...

Otra explosión ensordecedora estremeció la zona, derribando a Den, cosa que también tuvo su parte positiva. Antes de que pudiera levantarse, varios trozos de metal, uno de ellos del tamaño de un des1izador, pasaron por encima de él como meteoros, silbando en el aire. Den se llevó las manos a los oídos.

Un carguero pasó por el otro lado, con los retropropulsores humeando.

Dos trozos pequeños de hélice impactaron con tanta fuerza que se incrustaron en el casco. Los impactos hicieron inclinarse la nave un momento, y el que metió la carga debió de olvidarse de conectar algún nodo de campo de presión, porque varias piezas de equipaje cayeron y rebotaron en el suelo húmedo.

Alguien se ha quedado sin muda limpia para esta noche, pensó Den. Una pena...

—¡No! —oyó gritar a alguien.

Den miró al vehículo de evacuación quirúrgica que tenía a cincuenta metros. Vio a I-Cinco sujetando a Zan, que parecía intentar saltar de la nave. Den siguió la mirada nerviosa de Zan y vio la razón: una de las piezas de equipaje caídas era una funda de instrumento. La que contenía la quetarra de Zan.

Ya se había embarcado casi todo el personal de la base y se estaban alejando del caótico escenario. Den estaba a unos diez metros de su nave.

—¡Paren! —gritó Zan de nuevo, consiguiendo soltarse. Si no hubiera sido porque I-Cinco le sujetaba, el zabrak habría saltado del transporte en un intento inútil de salvar su quetarra. Inútil porque en cuanto llegase al instrumento todos los transportes ya estarían demasiado lejos y a demasiada velocidad para alcanzarlos. El zabrak no era precisamente un atleta. ¿Y qué piloto arriesgaría una nave llena de pacientes y médicos por rescatar a uno solo, por impresionante que fuera su música?

Ante la mirada de Den, I-Cinco y Jos Vondar alzaron en volandas a Zan para volver a meterlo en el transbordador, que avanzaba cada vez más rápido en la penumbra del anochecer.

Den se acercó al trote a su propia nave. Miró la funda de quetarra. Sólo estaba a unos doce metros... si cambiaba de rumbo, quizá podría recogerla y negar a tiempo a la nave.

Se produjo otra explosión, esta vez mucho más cercana. Escuchó el inconfundible zumbido de la metralla que pasaba volando a centímetros de su cabeza. No era tan grande como los fragmentos de hélice, pero lo suficiente como para abrirle un agujero por el que se le escaparía rápidamente la vida.

¡Tu transporte está por allí, Den, date prisa!

Pero aquel grito de angustia resonó en su cabeza, el lamento de alguien que acababa de perder una parte importante de sí mismo.

Sin pensarlo mucho más, Den se giró y corrió hacia la funda del instrumento.

Su voz interior adoptó la velocidad de la luz de inmediato: ¿Pero es que te has vuelto loco? ¡Sube ya a la nave!

—Sólo un minuto —dijo en voz alta—. Tengo que coger una cosa...

Su voz interior no se aplacó. ¡Tonto! ¡Capullo! ¡Idiota! ¿Vas a arriesgar tu vida por un..., un..., un instrumento musical? ¡Es de locos!

—Ya le has oído tocar —dijo Den—. Un tío así necesita su música para sobrevivir.

Su voz interior le llamó cosas que harían enrojecer a un pirata del Mar de Limo.

Pero ya había llegado adonde estaba la quetarra. Cogió la funda sin pararse, pero se sintió como si le hubieran desencajando el brazo —¿Cómo podía una música tan ligera y bella proceder de un instrumento tan pesado?— y se dirigió de vuelta a la nave.

Pudo ver varios seres reunidos ante la puerta abierta del carguero, entre ellos Zuzz, el ugnaught que había rajado de lo lindo sobre Filba. Parecía que había sido hacía meses; le costaba creer que sólo había pasado una semana. Todos le hacían frenéticos gestos para que se diera prisa. Y él lo intentaba, pero la maldita funda parecía aumentar de masa exponencialmente a cada minuto. Y tenía una forma demasiado peculiar para llevarla por el asa. Se la pasó por encima de la cabeza, agarrando el cuello de la funda con ambas manos, dejando que el cuerpo le cubriera la espalda como si fuera un extraño caparazón.

Algo grande y pesado golpeó de pronto la funda desde atrás, derribando a Den con fuerza. El sonido de la explosión le llegó medio segundo después, cuando se levantó y siguió moviéndose, por lo que no podía haber caído tan cerca, se dijo.

Sólo lo justo para casi matarle.

Den apretó los dientes, cogió la funda con ambas manos y corrió con todas sus fuerzas.

Unas manos ansiosas lo agarraron y tiraron de él para subirlo a bordo.

El transporte se elevó y avanzó, dejando en el suelo la mayor parte de las vísceras de Den, o al menos así se sintió él. Miró por encima del hombro y vio que el suelo en el que momentos antes estuvieron los edificios estaba ahora calcinado y lleno de barro. Otro impacto de mortero se produjo ante su mirada, y la explosión casi le quemó los tímpanos y le frió los nervios ópticos. Se dio cuenta de que se le habían caído las gafas reductoras, probablemente cuando le golpeó la onda expansiva. Igual que los inhibidores auditivos.

Había demasiada luz, demasiado ruido. Pero al menos estaba vivo para contarlo.

Miró la funda y vio que la parte de arriba estaba quemada y llena de metralla. No lo suficiente como para atravesarla y afectar al instrumento, pero si eso hubiera sido su espalda, no habría sobrevivido.

—¿Lo ves? —dijo lentamente—. Me ha salvado la vida.

Si no hubieras ido a por la maldita cosa ésa, habrías estado dentro de la nave cuando cayó el proyectil, idiota. ¡No vuelvas a intentar hacerte el héroe!

Den miró la funda sorprendido. ¿Un héroe? Eso era lo último que quería ser. No cogió el instrumento porque fuera un gesto noble, sino por ... , bueno, porque ...

¿Por qué ... ?

—Porque perder la música de Zan sí que habría sido una tragedia de guerra—munnuró.

Lo dijo en voz baja y dudaba que nadie le hubiera oído con el rugido de los motores. Pero su fiel Voz Interior sí que le había oído, porque las acusaciones del interior de su cabeza cesaron.

Den negó con la cabeza. Sí, era idiota, pero se sentía bien. Zan le debía al menos una copa. Más bien varias. Yeso sí que suponía un artículo que le daría de comer durante bastante tiempo. ¿Te he contado la vez en que me salvó una quetarra ... ?

~

—¿Has visto eso? —preguntó Tolk, incrédula.

—Sí —dijo Jos, negando con la cabeza—. No me lo creo, pero lo he visto.

y lo ha hecho el mismo tío que juró que jamás arriesgaría su vida por nada ni por nadie. Debe de haber perdido un tornillo.

—Formas de vida basadas en el carbono —dijo I-Cinco—. Justo cuando crees comprenderlas ...

Los tres miraron a Zan.

—Cuando termine esta guerra —dijo—, si Den quiere, tendrá un puesto en cualquiera de las empresas de mi familia. Será un puesto tan elevado que necesitará un tanque de aire para respirar. Durante todo el tiempo que quiera. Estaré en deuda con él eternamente.

—Zan —dijo Leemoth—. Es sólo una quetarra.

—No, no lo es. Es mucho más que eso. Compuse mi primera conserlista con ella. Aprendí con ella la primera de las Sonatas de Berltagh, Es tan parte de mí como mi brazo. Jamás olvidaré lo que ha hecho Den Dhur, no mientras viva.

Jos sonrió. Jamás se lo diría a Zan, claro, pero el periodista era casi tan insensible a la música del quetarrista como él, aunque él hubiera tenido que aguantar bastantes más de esos maullidos histéricos que Zan llamaba música de la diáspora zabrak. ..

y entonces algo golpeó el carguero con mucha más fuerza que un meteorito de grado extinción. Jos sintió que la nave caía y golpeaba el suelo.

Alargó instintivamente el brazo para proteger a Tolk, pero el mundo se desvaneció en una niebla roja antes de poder llegar a ella.

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J
os salió de la inconsciencia como a nado. Veía borroso y le dolía la cabeza, y aunque "dolor" no era la palabra adecuada, dudaba de que hubiera algo en algún idioma capaz de describir aquello. Era consciente de que la nave estaba ligeramente escorada a estribor, y que Tolk estaba a su lado, arrodillada en el suelo. Le estaba limpiando la cara con una toalla húmeda.

—Hola —dijo ella.

—Hola a ti también.

—¿Cómo estás?

—Como si me hubiera pillado una hélice. ¿Qué ha pasado?

—Nos impactó algo. Te diste en la cabeza. Hemos sufrido algunos daños.

Vamos más despacio, pero podemos movernos. Estamos a unos diez klicks del nuevo campamento, parece ser que fuera de su alcance. Llevas inconsciente casi una hora.

Jos intentó incorporarse, pero le sobrecogió una oleada de náuseas y vértigo en el estómago.

—Tienes una contusión —dijo Tolk—. Quédate quieto.

—Sí, vale. ¿Está todo el mundo bien?

Tolk puso una expresión neutra. Negó con la cabeza. Entonces se le llenaron los ojos de lágrimas y apartó la mirada parpadeando. —¿Quién ... ?

Pero ya lo sabía.

A pesar del vértigo y de las náuseas que le tiraban del cerebro y de las tripas, a pesar del intenso dolor del cráneo, Jos rodó y se incorporó sobre manos y pies.

—Jos, no puedes ayudarle. Ha muerto.

Jos oyó las palabras, pero no las asimiló. Gateó hasta Zan, que estaba a un par de cuerpos de distancia, tumbado de espaldas, y a Jos le dio la impresión de que se acercaba y se alejaba intermitentemente. Hasta que consiguió tocar la cara de su amigo no supo que había llegado a su lado. Zan parecía dormido. No tenía ni un rasguño.

—Zan —gruñó Jos—. No me hagas esto, Zan. No me hagas esto. Esto no está bien, ¿me oyes?

Estiró una mano para volver a tocar la cara de Zan, y el esfuerzo hizo que todo le diera vueltas. Se derrumbó, tocando al zabrak con las yemas de los dedos. Aún estaba caliente, notó una desapasionada parte de su mente. Seguía caliente.

Pero Zan ya no estaba vivo.

—iZan! ¡No tiene gracia! Siempre te pasas con estas cosas. ¡Levántate ya! Jos vomitó violentamente, vaciando un estómago que apenas contenía bilis yagua. Consiguió girarse para no salpicar a su amigo.

Se sintió algo más despejado. — Tolk —consiguió decir. Ella se agachó frente a él.

—Lo hemos intentado todo, Jos. Recibió un impacto de metralla en la cabeza. Todas sus funciones se detuvieron de repente. Él... —ella tragó saliva y los ojos se le llenaron de lágrimas— ... simplemente se apagó. Fue instantáneo. Lo último que pensó debió de ser que su quetarra se había salvado. Y se fue ... —tragó saliva de nuevo—. Se fue sonriendo.

—Déjame ayudarte, Jos —dijo una voz tranquila. Jos alzó la vista y vio a la jedi a su lado. Detrás de ella, agachados en el vehículo inclinado, contemplando todo seriamente, estaban I-Cinco, Klo Merit y unos cuantos más. Barriss le extendió una mano—. No puedo traerle de vuelta, pero puedo ayudarte a luchar contra ...

—No —dijo él entre dientes—. No quiero sentirme mejor. Mi amigo ha muerto. Nada puede cambiar eso. Nada arreglará ni mejorará eso ni lo hará más fácil—él la miró—. ¿Lo entiendes? No quiero anestesia. Se lo debo.

Tolk lloró sin inhibiciones, y le tocó el hombro a Ios, pero eso tampoco podía ayudarlo. ¡Maldita guerra! ¡Malditos sean el Gobierno y las corporaciones y el ejército!

Aquello no podía seguir así. Había que hacer algo. Tenía que asegurarse de que se hiciera algo.

Zan. Ay, Zan ... ¿Cómo has podido abandonarme?

~

Columna miró por el ventanal de su transporte, observando cómo el pantano verde pasaba debajo. Los filtros del aire estaban a plena capacidad, y aun así la peste a polen yagua estancada se colaba en la fétida atmósfera. Zan Yant estaba muerto, y Jos Vondar herido. Una auténtica pena. Yant era un músico con talento, además de un tío genial.

Una pena, una verdadera lástima.

Por supuesto, el mensaje que el espía no había llegado a traducir antes era un aviso de ataque inminente. Columna suspiró. ¿Habría sido distinto de conocer el ataque de antemano? Quizá. Quizá no. Hubiera estado bien poder prepararse mentalmente, aunque no se hubiera podido hacer nada físicamente.

Había una respuesta para eso. Columna, Lente, el espía, daba igual el nombre, todos vivían en un mundo sutil y cambiante, un mundo donde el negro era demasiadas veces blanco, un mundo donde la lealtad podía cambiar casi a diario, donde las amistades eran un lujo y una responsabilidad. Riesgos demasiado grandes para ser considerados, y mucho menos asumidos.

Columna frunció el ceño. Seguía siendo lo bastante objetivo como para darse cuenta de que siempre podía haber errores de procedimiento. ¿Era ésa una de esas ocasiones? ¿Estaba la paranoia haciéndose un hueco en aquel cerebro magníficamente objetivo? Si así era, debía resistirse a ella, luchar contra ella y acabar venciéndola.

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