El rey Gax rara vez se levantaba de la cama. Sentía flaquear sus fuerzas, y a veces creía percibir el transcurso de las horas y los minutos como granos de arena en un reloj. Su cara, en otros tiempos saludable, estaba apergaminada y gris, pero sus ojos aún ardían con el destello humeante y amarillo de la inteligencia. Yacía inmóvil, recostado en un almohadón, los brazos tendidos sobre la manta, y pasaba largas horas viendo danzar las llamas en el hogar.
En ocasiones, bajo la atenta mirada de Rohan, conferenciaba con cortesanos o visitantes. Así recibió a una delegación ska de alto rango: los duques Luhalcx y Ankhalcx, y una comitiva de señores menores. Aunque hablaban sin rodeos, los ska se comportaban con todo decoro, y el rey Gax no pudo encontrar críticas a su comportamiento.
Durante la primera audiencia con los ska en el dormitorio del rey Gax, Kreim y otros dos personajes también estaban presentes. El duque Luhalcx explicó el propósito de la visita:
—Alteza, lamentamos tus problemas de salud, pero todos los hombres deben morir, y parece que tu hora se acerca.
—Mientras tenga vida, viviré —respondió el rey Gax con una cansada sonrisa.
El duque Luhalcx inclinó la cabeza en una reverencia.
—El comentario era sólo un modo de aligerar el peso de mi mensaje, que ahora te comunico. La nación ska domina Ulflandia del Norte y se propone restaurar la antigua gloria. Expandiremos nuestro poder: primero hacia el sur, después hacia el este. La ciudad Xounges representa un estorbo para nosotros: una piedra en el camino. Debemos vigilarla por si los dauts intentan traer refuerzos, lo cual pondría una fuerza enemiga en nuestro flanco y amenazaría nuestro control de Poelitetz. Queremos tanto la ciudad de Xounges como el dominio titular de Ulflandia del Norte, para rescindir el tratado con Dahaut. Con nuestro flanco seguro, estaremos en libertad para dominar Ulflandia del Sur, cuyo nuevo rey se está volviendo revoltoso.
—No me interesa favorecer vuestras conquistas. Al contrario.
—Aun así, no te queda mucho tiempo de vida, y los acontecimientos permanecerán después de tu muerte. No hay príncipe real en la línea estatutaria de sucesión…
—¡Absurdo e incorrecto! —intervino el indignado Kreim—. ¡Yo estoy en la línea directa de sucesión, y seré el próximo rey de Ulflandia del Norte!
El duque Luhalcx sonrió.
—Entendemos muy bien tus ambiciones, pues nos las has comunicado en repetidas oportunidades. No nos interesa comprar Xounges ni tu título —Se volvió hacia el rey Gax, quien había presenciado el diálogo con una amarga sonrisa—. Alteza, te solicitamos que abdiques de inmediato en favor de nuestro designado.
—Majestad —exclamó Kreim—, la insolencia de esta propuesta es superada sólo por su fría arrogancia. ¡Obviamente, la rechazamos con indignación!
El duque Luhalcx no le prestó atención.
—Luego garantizaremos, para ti y para todos los habitantes de este lugar, amnistía por actos cometidos en contra nuestra. No confiscaremos riquezas ni propiedades. ¿Aceptas esta oferta?
—¡Claro que no! —rugió Kreim.
—Kreim —dijo Gax con irritación—, yo daré mis propias respuestas —y dirigiéndose al duque Luhalcx—: Hemos sobrevivido muchos años con el disgusto de los ska. ¿Por qué no habríamos de seguir haciéndolo?
—Puedes asegurar esta política sólo mientras vivas. Si Kreim es coronado rey a tu muerte, intentará extorsionarnos. Nuestro recurso más fácil es pagar, y luego recuperar nuestro dinero mediante impuestos a los habitantes de Xounges. Te aseguro que ni una moneda de los honorarios de Kreim vendrá de nuestras arcas.
—¡No habría tales negociaciones! —barbotó Kreim—. ¡Soy firme en ello! Pero si las hubiera, tendríais que estipular una amnistía financiera y física para toda nuestra población.
—Kreim, estoy harto de que te inmiscuyas —exclamó el rey Gax—. ¡Lárgate de esta habitación!
El caballero Kreim se marchó con una reverencia.
—¿Y qué ocurriría si el nuevo rey continuara con mi política? —preguntó el rey Gax.
—No me propongo revelarte nuestros planes en detalle. Sólo diré que deberíamos tomar Xounges por la fuerza.
—Si es tan simple, ¿por qué no lo habéis hecho?
El duque Luhalcx reflexionó un instante.
—Te diré una cosa —respondió—: no consideramos que Xounges sea inexpugnable. Si decidimos sitiarla, sufrirás un bloqueo total y grandes privaciones. El agua de lluvia será tu única bebida, y la grasa tu único alimento. Si tomáramos Xounges por la fuerza y se perdiera una sola y preciosa vida ska, cada hombre, mujer y niño de Xounges conocería los grilletes de la esclavitud.
El rey Gax agitó los frágiles y blancos dedos.
—Idos, reflexionaré sobre mis alternativas.
El duque Luhalcx hizo una reverencia y la delegación se retiró.
Los ska regresaron una semana después. Kreim estaba de nuevo presente, con órdenes de guardar absoluto silencio a menos que se le pidiera una opinión.
El duque Luhalcx presentó sus cumplidos al rey Gax y preguntó:
—Alteza, ¿has tomado una decisión respecto de nuestra propuesta?
Gax carraspeó.
—Tienes razón al decir que estoy agonizando. Debo escoger un sucesor y pronto, o moriré sin haberlo hecho.
—¿Con lo cual el caballero Kreim sería rey?
—En efecto. A menos que yo abdique en otra persona, tal como el buen Rohan, antes de morir.
—La preferencia de los ska, aun sobre el excelente Rohan, es el duque Ankhalcx. Su nominación garantizaría a Xounges las ventajas que mencioné.
—Tendré en cuenta esta recomendación.
—¿Cuándo celebrarás la ceremonia de coronación?
—Pronto. He enviado un mensaje al rey Audry, pidiéndole consejo. La respuesta llegará antes de que termine esta semana. Hasta entonces no tendré más que decir.
—Pero ¿no has descartado a nuestro candidato, el duque Ankhalcx?
—Todavía no lo he decidido. Si el rey Audry moviliza al instante un gran ejército y marcha hacia el oeste, desde luego no os abriré las puertas.
—En todo caso, ¿aún deseas nominar y ungir a tu sucesor?
Gax reflexionó un momento.
—Sí.
—¿Y cuándo se celebrará esta ceremonia?
Gax cerró los ojos.
—Dentro de siete días.
—¿No darás ningún indicio previo de tus intenciones?
—Mucho depende de las nuevas que reciba de Avallón —dijo Gax con los ojos cerrados—. En realidad, espero muy poco, y tendré una triste muerte. Los ska se marcharon cuchicheando con los labios tensos.
La nave de guerra troicina echó amarras en un muelle del puerto de Xounges. Aillas desembarcó con Tatzel, el capitán y otros dos tripulantes.
El grupo pasó bajo un rastrillo levantado, atravesó un túnel de diez metros de longitud y salió a una calleja adoquinada que subía serpeando a la plaza del mercado. La fachada de Jehaundel se erguía delante: un conjunto de imponentes bloques de piedra, desprovistos de gracia y delicadeza. El grupo cruzó la plaza y entró en Jehaundel por la puerta delantera, que fue abierta por un portero.
En un reverberante vestíbulo de piedra se les acercó un lacayo.
—Señor, ¿a qué has venido?
—Soy un caballero de Ulflandia del Sur y solicito una audiencia con el rey Gax.
—Señor, el rey Gax está enfermo y ve a pocas personas, especialmente si las trae un asunto informal o de poca importancia.
—Mi asunto no es lo uno ni lo otro.
El lacayo fue a llamar al primer canciller, quien preguntó:
—¿No serás otro correo de Avallen?
—No —Aillas llevó aparte al funcionario—. Estoy aquí por una cuestión urgente. Debes llevarme directamente al rey Gax.
—Ah, pero no tengo permiso para ello. ¿Cómo te llamas y cuál es ese asunto tan urgente?
—Menciona mi presencia sólo al rey Gax y en privado. Dile que soy íntimo amigo del caballero Tristano de Troicinet, a quien tal vez recuerdes.
—¡Claro que sí! ¿Qué nombre he de anunciar, entonces?
—El rey Gax querrá que mi nombre se le mencione sólo a él.
—Sígueme, por favor.
El primer canciller los condujo a la galería principal y señaló unos bancos.
—Sentaos, por favor. Cuando el rey pueda veros, Rohan, el chambelán, os lo comunicará.
—¡Recuerda! ¡Ni una palabra a nadie excepto al rey Gax!
Pasó media hora. Rohan, el chambelán, apareció: un hombre maduro y corpulento de piernas cortas, con unos pocos mechones de cabello gris y una expresión de suspicacia crónica. Estudió al grupo con automática desconfianza. Se dirigió a Aillas, que se había puesto en pie.
—El rey ha recibido favorablemente tu mensaje. Ahora conferencia con los ska, pero en breve te concederá audiencia.
La conferencia en el dormitorio del rey Gax fue muy corta. Kreim, que ya estaba presente, miraba con gesto huraño el fuego. En cuanto entraron los duques Luhalcx y Ankhalcx, el rey Gax señaló a un joven caballero rubio vestido con el deslumbrante estilo de la corte de Avallón.
—Allí está el correo de Dahaut. Señor, lee de nuevo el mensaje del rey Audry, por favor.
El correo abrió un bando y leyó este mensaje:
A Gax, rey de Ulflandia del Norte:
Real primo, te envío mis más caros saludos. En lo concerniente a los forajidos ska, te aconsejo que defiendas tu ciudad con uñas y dientes durante otro breve período, hasta que yo pueda solucionar un par de enojosos problemas locales. Luego destruiremos juntos, y de una vez por todas, a esa plaga humana de corazón negro. Alégrate y recibe mis deseos de una prolongada buena salud.
Soy quien suscribe, el rey Audry de Dahaut.
—Éste es el mensaje que he recibido del rey Audry —dijo el rey Gax—. Tal como yo sospechaba, no piensa hacer nada.
Luhalcx asintió con una oscura sonrisa.
—Bien, ¿qué dices de mi propuesta?
Incapaz de contener su furia, Kreim exclamó:
—¡Te suplico, majestad, que no llegues a ningún compromiso hasta que hayamos conferenciado!
Gax lo ignoró.
—Presenta tu propuesta por escrito —le dijo a Luhalcx—, con tu garantía destacada en tinta negra y trazo grueso. Dentro de tres días se celebrará la coronación.
—¿De quién?
—Tráeme tu solemne manuscrito.
Luhalcx y Ankhalcx abandonaron el cuarto con una reverencia. Bajaron la escalera y doblaron hacia la galería principal. A un lado había un grupo de cinco personas. Una joven que había entre ellas exclamó con voz penosa:
—¡Padre! ¡No pases de largo!
Tatzel se levantó de un brinco, y habría corrido por la galería si Aillas no la hubiera aferrado por la cintura para detenerla.
—¡Muchacha, siéntate y no estorbes!
Luhalcx les dirigió una mirada de incredulidad.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó a Tatzel.
—¡Dirígete a mí! —intervino Aillas—. Esta muchacha es mi esclava.
Luhalcx lo miró boquiabierto.
—¿Qué tonterías dices? ¡Hombre, te equivocas! Ella es la dama Tatzel, una noble ska. ¿Cómo puede ser tu esclava?
—Mediante el procedimiento habitual, que sin duda tú conoces con todo detalle. En síntesis, la capturé y la sometí a mi voluntad.
El duque Luhalcx avanzó despacio, los ojos fulgurantes.
—¡No puedes hacer tal cosa con una dama ska y luego quitarle importancia en presencia de su propio padre!
—No es tan difícil —replicó Aillas—. A vosotros nunca os ha violentado hacerlo. Ahora el zapato está en el otro pie, y de pronto la idea te resulta increíble. ¿No captas un toque de irrealidad?
El duque Luhalcx hizo una mueca lobuna y llevó la mano a la espada.
—Te mataré. Luego la irrealidad, e incluso la realidad, desaparecerán.
—¡Padre! —exclamó Tatzel—. ¡No luches con él! ¡Es un demonio con la espada! ¡Hizo trizas a Torqual!
—En cualquier caso, no pelearé contigo —dijo Aillas—. Estoy en este palacio bajo la protección del rey Gax. Sus soldados responderán a mi llamada y te arrojarán a una mazmorra.
El duque Luhalcx miró dubitativamente hacia un par de guardias armados que permanecían inmóviles a poca distancia, presenciando el altercado con fría mirada de lagartos.
Rohan el chambelán salió y se acercó a Aillas.
—El rey te verá ahora.
—También debe verme a mí —declaró el duque Luhalcx con repentina vehemencia—. ¡Esto es un oprobio, y él deberá arbitrar el caso!
Rohan trató de argumentar que un alboroto podía excitar al rey Gax, pero sus protestas fueron desoídas. Sin embargo, al llegar al dormitorio, sólo dejó entrar a Aillas, Tatzel y el duque Luhalcx, quien se acercó al rey Gax.
—Alteza, deseo presentar una queja. Cuando caminaba por tu galería me topé con este sujeto. Con él estaba mi hija, a quien retiene por la fuerza llamándola su esclava. Le pedí que me la entregara. ¡Como noble ska no puede ser sometida a tales indignidades!
—¿Fue esclavizada en Jehaundel, mientras estaba bajo la protección de mi techo? —preguntó el rey Gax con voz susurrante.
—No. Fue esclavizada en otra parte.
El rey Gax miró a Aillas.
—¿Qué tienes que decir? —le preguntó.
—Alteza, apelo a la ley natural. El duque Luhalcx ha esclavizado a muchas gentes libres de Ulflandia del Norte y del Sur, entre ellas a mí mismo. Él no me recuerda, pero durante mucho tiempo fui obligado a servir en el castillo Sank, donde conocí a Tatzel. Escapé de Sank y recuperé la libertad. Luego, cuando se presentó la oportunidad, capturé a Tatzel y la esclavicé.
El rey Gax miró al duque Luhalcx.
—¿Tienes esclavos uflandeses bajo tu custodia?
—En efecto —admitió el duque Luhalcx abatido, pues ya veía qué rumbo tomaba la cuestión.
—¿A qué lógica recurres, pues, para protestar? Aunque la situación te cause dolor.
El duque Luhalcx inclinó la cabeza.
—Tu arbitraje ha sido justo. Acepto la reprimenda —se volvió hacia Aillas—. ¿Cuánto oro quieres por mi hija?
—No conozco ninguna vara que mida el valor de una vida humana —respondió Aillas—. Luhalcx, llévate a tu hija. No me sirve de nada. Tatzel, te dejo en manos de tu padre. Ahora, por favor, idos y permitidme deliberar con el buen rey Gax.
El duque Luhalcx asintió secamente. Cogió la mano de Tatzel y ambos se marcharon del cuarto. Quedaban Rohan y dos guardias junto a la puerta.
—Alteza —le dijo Aillas al rey—, nuestra conversación debe llevarse a cabo en privado.