Read Lyonesse - 2 - La perla verde Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 2 - La perla verde (42 page)

—Allá están los ska. El duque Luhalcx me aconseja que abdique en favor del duque Ankhalcx. El duque Luhalcx conoce nuestras antiguas leyes y su candidato está a mano. El duque Luhalcx aduce que al nombrar un gobernante ska no hago más que legitimar lo que ya ocurre de hecho.

»Luhalcx argumenta con buena voz, pero otros lo han hecho con voces aún mejores. Afirman que si la corona no fuera a manos de los ska, sino del actual rey de Ulflandia del Sur, la tierra quedaría de nuevo unida bajo un gobierno resuelto a expulsar a los ska y restaurar el viejo orden. Estos argumentos me parecen convincentes, pues en Ulflandia del Sur ya existe un nuevo sentido del orgullo y la justicia. Las fuerzas ulflandesas del Sur ya han asestado duros golpes a los ska, y sólo están empezando a afianzar su poderío.

»No puedo ignorar tales argumentos. La misma cabeza que luce la corona de Ulflandia del Sur llevará esta corona que ahora honra mi indigna y vieja cabeza.

El duque Luhalcx exclamó apasionadamente:

—¡La ceremonia carece de validez a menos que el rey de Ulflandia del Sur esté presente para recibir la corona de tu cabeza y de tu mano! ¡Tú mismo has citado la ley!

—Es cierto, lo he hecho. Y nos atendremos a las formalidades. ¡Caballero Pertane, haz tu llamada!

El primer canciller se dirigió a los presentes:

—¿Dónde está aquel a quien Gax, rey de Ulflandia del Norte, ha ordenado comparecer? Me refiero específicamente a Aillas, rey de Dascinet y Troicinet, Scola y Ulflandia del Sur. Si está presente, que se anuncie.

Aillas se acercó a la tarima.

—Aquí estoy.

—Aillas, ¿aceptarás de mí esta corona de nuestros mutuos antepasados, y la llevarás con el mayor honor posible?

—Lo haré.

—Aillas, ¿defenderás esta tierra contra sus enemigos, cuidando de los débiles y socorriendo a los necesitados? ¿Protegerás al cordero del lobo, devolverás el niño extraviado a su padre, y darás la misma justicia a todos los rangos?

—Haré todo eso mientras pueda.

—Aillas, ¿te comportarás como corresponde a un rey, evitando la gula y la promiscuidad, conteniendo el cruel despliegue de tu ira, y permitiendo que la misericordia atempere tu justicia?

—Me esforzaré en hacerlo.

—Aillas, acércate —Gax besó la frente de Aillas y éste vio lágrimas en las demacradas mejillas—. Aillas, hijo mío, y en verdad quisiera que fueras mi hijo, me has hecho feliz. Con alegría te doy esta corona y la pongo sobre tu cabeza. ¡Ahora eres Aillas, rey de Ulflandia, y que nadie en todo el mundo contradiga mi decreto! Druidas, ¿dónde estáis? Venid a santificar este acto ante Cronos, el Padre; Lug, el Brillante; y Apolo, el Sabio.

Un enjuto individuo en túnica parda salió de las sombras. Colgó del cuello de Aillas un collar de bayas de acebo rojo, luego aplastó una baya con los dedos y le frotó con ella las mejillas y la frente mientras salmodiaba en una lengua incomprensible para Aillas. Concluido el ritual, regresó a las sombras.

Pertane clamó con voz sonora:

—¡Sabed todos que, por las leyes de esta tierra, aquí está el nuevo rey de Ulflandia, y que no haya confusión en este sentido! ¡Heraldos, id por la ciudad y anunciad esta feliz nueva!

Los lacayos, a una señal de Gax, se adelantaron, levantaron la plataforma y se lo llevaron de la sala.

Aillas fue a sentarse en una silla que había sobre la tarima.

—Damas y caballeros, por el momento puedo deciros esto: en Ulflandia del Sur ya hemos mejorado la vida tanto para los nobles como para los plebeyos. Nuestra flota controla el Mar Angosto; los ska, que antes navegaban como piratas, ya no se atreven a dejar sus puertos. En tierra continuaremos con nuestra afortunada táctica; infligiremos bajas a los ska mientras tratamos de sufrir pocas. Ésta es una guerra que no pueden resistir, y tarde o temprano deberán retirarse a la Costa Norte. Luhalcx, me has oído; nuestra estrategia no es un secreto. Nunca has parpadeado al ver sangre ulflandesa. ¡Prepárate para ver el color de la sangre ska! ¿Quieres enviar un gran ejército al sur para tomar mi ciudad, Doun Darric? ¡Hazlo! Hallarás la ciudad vacía, con todas las tropas saqueando tu Costa Norte, para que ni una sola casa ska quede en pie. Luego viraremos al sur y te saldremos al encuentro, y acorralaremos tu ejército tal como los sabuesos hostigan al oso, y muy pocos de vosotros llegaréis de vuelta a Skaghane.

—Un sombrío vaticinio.

—Es sólo el comienzo. Naves de guerra troicinas patrullan ahora el Mar Angosto tan cómodamente como se deslizan por el Lir. Pronto comenzarán las incursiones contra Skaghane: se elevará humo desde esa ciudad, una y otra vez, para vuestra desesperación. ¡Seguid mi consejo y poned fin a vuestras rapiñas!

—Llevaré tu mensaje a mis pares.

—De verdad espero que mis palabras los convenzan. En cuanto a vuestra estancia en Xounges, sentios cómodos. Habéis venido como huéspedes y como tales podéis quedaros. Espero que, cuando describas estos acontecimientos a tus colegas, destaques mi predicción: si no renunciáis a vuestra antigua obsesión, tal como yo renuncié a mi venganza contra ti, conoceréis gran pesadumbre.

—Rey Aillas, estamos acostumbrados a la pesadumbre.

Mirando más allá del duque Luhalcx, Aillas divisó a Tatzel. Miró su rostro pálido, y por un instante deseó cruzar el salón para hablarle. Algunos ska se movieron interponiéndose y no la vio más; Aillas se volvió y decidió que sería mejor ir al dormitorio de Gax para hacer compañía al anciano.

Al llegar a los aposentos reales llamó a la puerta. Rohan le abrió.

—He venido para hacer compañía al rey Gax —dijo Aillas en voz baja—, si no está demasiado cansado después de la ceremonia.

—Alteza, has llegado tarde. El rey Gax no volverá a cansarse; ha muerto.

6

Aillas pasó tres atareados días en Xounges. Participó en la sombría pompa del funeral del rey Gax, con el berrido de los cuernos druidas; reorganizó el sistema de guardias y centinelas, e intentó nombrar virrey a Roban, sin éxito.

—Designa a Pertane para este puesto —propuso Roban—. Ha sido fidelísimo al rey Gax y le gustan los honores y privilegios. También es indeciso y un poco obtuso. Dile, pues, que yo fijaré la política y que él ha de seguir mis instrucciones, lo cual no le molestará.

—En poco tiempo espero apostar tres o cuatro compañías de buenas tropas en Xounges. Como podemos atacar en cualquier parte a lo largo del Skyre, los ska tendrán grandes problemas para defenderse. En esta región se han extendido en exceso; tendrán que comprometer dos o tres batallones para custodiar el Skyre y el río Solander, y tal vez incluso el lago Quyvern, o bien retirarse de la zona, con lo cual la carretera de Poelitetz queda expuesta a nuestros ataques. Si envían sus batallones aquí, se debilitan en otro punto. Por valientes que sean, no pueden defender un territorio tan extenso de un enemigo que no está dispuesto a luchar a su modo.

—Estoy convencido de que tienes razón —dijo Rohan—. Por primera vez en muchos años vislumbro un destello de esperanza para nosotros. Ten la certeza de que en tu ausencia Xounges estará bien custodiada. Más aún, sugiero que envíes aquí una delegación militar para que entrene a nuestros hombres, de modo que puedan ocupar un sitio en tu ejército. Nuestros años de pasividad llegan a su fin.

Por la mañana Aillas zarpó de Xounges. Rodeando la Cabeza de Tawzy, el buque navegó hacia el sur por el Mar Angosto. En el camino sólo se cruzaron con otra nave troicina, pues los ska habían decidido navegar de noche.

Aillas desembarcó en Oáldes, consiguió un caballo y se dirigió deprisa a Doun Darric, donde fue recibido calurosamente por Tristano, Redyard y otros que, después de tres semanas, estaban muy preocupados por su ausencia.

—Les aseguré que estabas a salvo —dijo Tristano—. Tengo cierto instinto para eso, y ese instinto me decía que estabas embarcado en alguna aventura. ¿Estoy en lo cieno?

—¡Claro que sí!

Aillas narró los hechos que lo habían llevado tan lejos, para asombro de su público.

—No podemos igualar tu relato —dijo Tristano—. No ha ocurrido nada digno de mención desde la captura de Suarach. Ahora nos internamos libremente en Ulflandia del Norte, buscando victorias fáciles, pero nos cuesta obtenerlas porque los ska ya no se atreven a salir en partidas pequeñas —le entregó un paquete—. Estos son despachos de Dorareis, y en tu ausencia me tomé la libertad de leerlos. Hay uno que me resulta misterioso. Está firmado «S-T», que podría significar Sion-Tansifer, pero el mensaje no es suyo.

—Así es como Yane se mantiene en secreto. Si el despacho es interceptado y despierta sospechas, Sion-Tansifer carga con la culpa.

Leyó el mensaje:

La nave Parsis, procedente de la ciudad de Lyonesse, ha llegado a Domreis. Los pasajeros incluyen a un tal Visbhume, quien parece ser un mago de poca habilidad que trabaja como espía al servicio del rey Casmir. En una ocasión anterior viajó en el Parsis e hizo muchas preguntas sospechosas sobre Dhrun y Glyneth a Ehirme y otros miembros de la familia., acerca de lo cual me han informado sólo recientemente, Visbhume se dirige ahora a la aldea Wysk, cerca de Watershade, donde merodea por el bosque, presuntamente en busca de hierbas raras. Lo mantenemos bajo vigilancia, pero hay algo bajo su máscara y los presagios no son buenos. Desde luego, Casmir está detrás de todo esto, pero ¿quién está detrás de Casmir? Sugiero que vengas a casa, a ser posible en compañía de Shimrod.

S-T

Aillas releyó el despacho frunciendo el ceño.

—¿Has visto a Shimrod? —le preguntó a Tristano.

—Recientemente, no. ¿Esperabas encontrarlo aquí?

—No… parece que debo regresar a Domreis con urgencia. Cuando ladran los perros falderos, puedes ignorarlos. Cuando ladra un viejo sabueso, corres a buscar tus armas.

7

La nave de guerra Pannuc llegó a Dorareis en la mañana de un soleado día de verano y echó amarras al pie de las murallas de Miraldra. Sin esperar la pasarela, Aillas saltó a la costa y corrió al castillo. Encontró al senescal, el caballero Este, dormitando en la cámara que usaba como oficina. El senescal se levantó de un salto.

—Alteza, no teníamos noticias de tu llegada.

—No importa. ¿Dónde está el príncipe Dhrun?

—Se fue hace tres días, alteza: fue a pasar el verano en Watershade.

—¿Y la princesa Glyneth?

—También en Watershade.

—¿Y Yane?

—Está en el castillo, alteza, o tal vez en la ciudad. O quizás en su finca. En realidad, no lo he visto desde ayer.

—Búscalo, por favor, y envíalo a mis aposentos.

Aillas se bañó con jarras de agua templada que le trajeron con celeridad, y se puso ropa limpia. Cuando entró en la sala, Yane ya lo estaba esperando.

—¡Al fin! —lo saludó Yane—. El rey viajero regresa, precedido de sorprendentes rumores.

Aillas rió y abrazó a Yane.

—¡Tengo mucho que contarte! ¿Te sorprendería saber que ahora soy rey de toda Ulflandia, con plena legalidad? Sin duda las reales entrañas de Casmir se revolverán ante la noticia. ¿Qué? ¿No te sorprendes?

—La noticia llegó hace dos días por paloma mensajera.

—¡Tengo otras sorpresas! ¿Recuerdas al duque Luhalcx del castillo Sank?

—Lo recuerdo bien.

—¡Te complacerá saber que le retorcí la nariz del modo más agradable! ¡Cómo lamenta ahora el día en que ofendió a Cargus, Yane y Aillas!

—¡He allí una gran noticia! ¡Cuéntame más!

—Capturé a la dama Tatzel y la llevé por los brezales como mi esclava. Si la hubiera poseído como ella esperaba, me habría odiado como un bruto insolente. Se la devolví a su padre intacta y ahora me odia aún más.

—Tal es la naturaleza de las mujeres.

—Es verdad. Esperaba efusivos agradecimientos, lágrimas de alegría e invitaciones de Tatzel, pero no hubo nada de eso. Sólo una huraña ingratitud. Pero hablame de los presagios y premoniciones que me han traído aquí con tanta urgencia. ¡Por lo visto no tenían fundamento!

—No creas. Nada ha cambiado, y mis presentimientos son aún más negros.

—¿Todo por el brujo Visbhume?

—En efecto. Me inspira profundas sospechas. Es agente de Casmir: de eso no hay duda, aunque nuestros datos conducen a nuevos misterios.

—¿Y cuáles son los datos?

—Tres veces visitó Haidion, donde se le concedieron audiencias inmediatas. Vino a Troicinet a bordo del Parsis, preguntó con gran cautela acerca de Dhrun y Glyneth, y transmitió las noticias a Casmir. Hace poco regresó a bordo del Parsis y en este momento se aloja en una aldea a menos de quince kilómetros de Watershade. ¿Comprendes mis sospechas?

—No sólo las comprendo, sino que las comparto. ¿Todavía está en Wysk?

—Se aloja en El Gato y El Arado. Huelga decir que lo vigilamos. A veces estudia un libro encuadernado en cuero; a veces camina por el bosque en busca de hierbas raras. Las aldeanas tratan de evitarlo; siempre las persigue para que le corten el cabello, le rasquen la espalda, se sienten en sus rodillas y jueguen un juego que él llama «hurones retozones». Cuando no lo acompañan al bosque a buscar hierbas, se enfada.

Aillas suspiró alarmado.

—Mañana debo consultar a mis ministros, o pensarán mal de mí. Luego iré a Watershade… Habiendo magia de por medio, me alegraría ver a Shimrod. Pero no puedo llamarlo cada vez que uno de nosotros tiene un presentimiento. Perdería la paciencia. Bien, ya veremos. Ahora estoy hambriento. La comida del Pannuc es como mucho tolerable. Tal vez en la cocina haya algo sabroso para nuestra cena: un pollo, o jamón con huevos, o nabos con mantequilla y puerros.

Mientras comían, Yane habló de la nave secreta del rey Casmir. Con muchas precauciones habían botado el casco en Blaloc, y según los informes era un buen casco, construido con resistente roble y sólidos clavos de bronce, con obra muerta baja, aparejos latinos que permitían una ágil navegación y troneras para bogar con cuarenta remos cuando reinara la calma.

La nave había sido remolcada con todo sigilo de noche, desde el astillero hasta un atracadero del estuario del Murmeil, donde debían instalarle el velamen. Pero tres naves troicinas la rodearon y cortaron las amarras; el casco bajó a la deriva por el estuario y saltó al mar abierto. Al amanecer, naves troicinas recogieron las amarras y lo remolcaron hacia el sur de Dascinet, hasta una caleta estrecha y profunda donde el casco, con su velamen, pasaría a formar parte de la flota troicina. Yane comentó que Casmir, enfurecido por la pérdida, se había arrancado la mitad del pelo de la barba.

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