Read Los señores de la estepa Online
Authors: David Cook
Antes de examinar el cuerpo, el lama ya había dado por muerto a Yamun, pero de improviso vio un movimiento en sus párpados y se detuvo, incrédulo. Después se apresuró a darle la vuelta para ver sus heridas. En el hombro izquierdo tenía un corte del que todavía manaba sangre.
Con una daga, cortó las correas de cuero de la coraza y apartó el pesado chaleco, entorpecido en sus movimientos por las mangas demasiado largas de su propia coraza. Molesto, se despojó de la prenda y, cortando un trozo de su túnica, lo utilizó para taponar la herida antes de proseguir con el examen. Un poco más abajo encontró el agujero producido por la lanza. Una vez más, Koja empleó la daga para poder ver la herida. Era pequeña comparada con el corte en el hombro, pero más profunda, y los bordes estaban amoratados e inflamados. Koja apretó la herida suavemente, y un chorro de pus verde amarillento corrió entre sus dedos.
—¡Veneno! —exclamó en voz alta.
Continuó con su trabajo, y de pronto cayó en la cuenta de que volvía a oír. Este conocimiento le recordó dónde estaba y, temeroso, miró en derredor alerta a la presencia de algún enemigo. No había ningún khazari a la vista; en cambio, divisó a Sechen y al portaestandarte que venían en su dirección.
—¡Aquí! —gritó, al tiempo que se levantaba de un salto—. ¡Aquí! ¡Yamun está aquí! —Sus gritos actuaron como una descarga eléctrica en los dos tuiganos, que azotaron a sus agotados caballos para ponerlos al galope. Sechen no se molestó en tirar de las riendas cuando llegó al lugar, sino que saltó de la silla con la espada desenvainada, mientras el animal corría libre unos cuantos metros más.
—¡Atrás, demonio khazari! —gruñó Sechen, apartando al sacerdote de un empellón—. ¡Morirás por lo que has hecho!
—¡Se muere! ¡Mira a aquellos dos! ¡Mira al hechicero! —replicó Koja, con la rabia surgida de la desesperación. Señaló el cuerpo congelado de Afrasid—. ¡Quizá pueda salvarlo! ¡Déjame trabajar!
En aquel momento, el portaestandarte llamó al luchador a grito pelado.
—¡Sechen, ven aquí! ¡Mira esto! —Se encontraba en el lugar donde habían caído el guardia traidor y el khazari. El soldado yacía debajo, al parecer muerto en la caída, y el guardia diurno estaba tendido sobre su pecho, boca abajo.
—Mira —dijo el hombre. Con la punta de la bota, empujó el cadáver del guardia para darle la vuelta.
Sechen contuvo el aliento, sorprendido. La criatura que tenía ante sus ojos no era un hombre. Su rostro había sido reemplazado por el de un zorro. La suave piel marrón de su hocico aparecía manchada de sangre. Sus manos eran zarpas largas y delgadas, aunque provistas con dedos humanos en lugar de uñas.
—Por Furo todopoderoso —susurró Koja, junto a Yamun, cuando vio al ser—. Es un
hu hsien
.
—¿Y eso, qué es? —preguntó Sechen.
—Un espíritu maligno —contestó Koja en el acto—. Atacó al Khahan ¡Ahora, dejadme que lo ayude!
Los guerreros tuiganos intercambiaron una mirada, a la espera de que fuese el otro el que se animara a tomar la decisión.
—¡Muy bien! —decidió Sechen—. Pero si él muere, morirás tú también. —Se sentó en cuclillas cerca del lama para observar todos sus movimientos.
—Traed la bolsa que está en mi montura —ordenó Koja, sin perder un segundo. El señalero hizo lo que se le pedía.
El problema más urgente era el veneno. El lama cogió unas hierbas de la bolsa y las apretó contra la herida de la lanza, recitando una plegaria. Notó un calor en las palmas cuando el hechizo comenzó a tener efecto.
—El Khahan ha sido envenenado. No puedo quitar el veneno, aunque ahora he conseguido evitar que se le extienda por el cuerpo. Quizás esto me dé tiempo para encontrar la cura —explicó Koja, con el propósito de disipar las sospechas de Sechen.
A continuación, volvió a examinar las heridas. Eran graves, pero no lo suficiente para matar al Khahan. Sin embargo, si Furo le concedía su ayuda, era mejor curarlas enseguida. Inclinó la cabeza y comenzó a rezar mientras pasaba las cuentas de su rosario. Cuando acabó la oración a Furo, le temblaban y ardían las manos con el poder que inundaba su cuerpo. Suavemente, apoyó una palma en cada una de las heridas, y después las apretó con firmeza. Yamun se sacudió y soltó un gemido. La sangre corrió entre los dedos del lama, y el calor aumentó debajo de sus manos, esta vez más fuerte y duradero. Sechen respiró entre dientes, con un silbido agudo.
—Mira. Se cierran las heridas —susurró. La piel blanca rosada creció ante los ojos del luchador y cerró las heridas dejando sólo una ligera cicatriz. Por fin, Koja soltó un suspiro de alivio y apartó las manos. Cortó otro trozo de su túnica, lo humedeció con saliva, y limpió la sangre para comprobar el resultado de su trabajo. El lama vigiló la respiración del Khahan hasta ver que el hombre dormía tranquilo.
—El Khahan está mejor —dijo, y se sentó en el suelo, agotado—. Pero todavía tiene el veneno en la sangre y puede morir. ¿Podéis llevarlo hasta el campamento?
Sechen asintió y miró al sacerdote, maravillado.
—¿Estás seguro? —insistió Koja—. ¿Qué pasa con la batalla?
—Ya lo has visto: se ha acabado. Hemos ganado. El príncipe Jad y Goyuk Kan se encargarán de eliminar los últimos focos de resistencia. —Con mucho cuidado, Sechen levantó al Khahan entre sus brazos.
—Entonces, llévalo a su tienda. Necesita descanso —lo urgió Koja.
—Por tu palabra, así se hará —respondió Sechen—. Pero tú vienes conmigo. —El luchador señaló al portaestandarte—. Él se encargará de informar al príncipe de lo ocurrido. —Koja se levantó con gran esfuerzo, y ayudó a Sechen para montar el cuerpo del Khahan en la silla. Yamun apenas si parpadeó con el trajín.
—Ah, antes de que me olvide —añadió el lama—, allá está el brujo, Afrasib. Ayudó al
hu hsien
, y estuvo a punto de rematar a Yamun. Ahora mismo no puede moverse, pero no tardará en recuperarse. Tendríais que hacer algo con él. —El portaestandarte echó una mirada a la figura inmóvil y sonrió con ferocidad. Antes de que Koja pudiese evitarlo, el soldado corrió hasta donde yacía el hechicero y lo degolló de un solo tajo.
—Siempre había deseado cortarle el cuello a uno de los lacayos de Bayalun —afirmó con frialdad. Mientras Koja lo miraba horrorizado, el hombre montó en su caballo y se alejó al galope para informar al príncipe Jad del estado de su padre.
—¡No tenía que matar al hechicero! —protestó Koja—. ¡Era necesario interrogarlo!
—Sacerdote, el hechicero recibió el castigo que se merece toda la pandilla de Bayalun. Agradece no estar entre ellos —replicó Sechen muy serio y, sujetando las riendas del caballo del Khahan emprendió el camino de regreso al campamento.
Aquella noche hubo consejo en la yurta de Yamun. En el exterior, los mejores y más fieles de los guardias nocturnos rodeaban la tienda. Todos llevaban corazas y muchas armas, y se mostraban nerviosos e inquietos. Varios conejos habían resultado muertos a flechazos cuando hicieron un poco de ruido entre los arbustos. Además, los guardias se vigilaban entre sí. Los rumores circulaban por todo el campamento: se hablaba de traición entre los guardaespaldas de Yamun, de legiones enteras de brujos, y de monstruos malignos que salían del suelo.
Los que se encontraban en el interior de la yurta también estaban dominados por la tensión. La oscuridad del recinto sólo era disipada por las ascuas de un pequeño brasero, que apenas si alcanzaba a iluminar con un resplandor rojizo los rostros serios de los hombres presentes. Yamun yacía en su lecho, despierto pero muy débil. Sus mejillas casi no tenían color. Por recomendación de Koja, lo habían tapado con varias mantas de fieltro, que pretendían eliminar el veneno a través del sudor. Sentados en alfombras, junto a la cama del enfermo, se encontraban Jad y Goyuk, como dos siluetas un poco más oscuras que las tinieblas de alrededor.
Koja había dedicado la última hora a relatar con mucho cuidado su versión de los hechos del día. Jad lo escuchaba con la cabeza gacha, y Goyuk asentía mientras analizaba las palabras del sacerdote. En cuanto acabó de explicar el tratamiento de las heridas, Koja hizo silencio y, con las manos puestas en las rodillas, esperó la respuesta de los presentes.
—Es bueno tener a los dioses de tu parte, aunque sean dioses extranjeros —comentó Goyuk, como quien divaga. Ya era muy tarde y el día había sido muy duro. La fatiga se reflejaba en el rostro del anciano kan; tenía los párpados cerrados y se acurrucaba como un buitre cansado.
Desde su cama, Yamun suspiró al tiempo que buscaba con la mirada al luchador apostado al fondo de la yurta.
—Sechen, ¿ocurrió tal cual dice el lama?
—Lo que vi es lo mismo que dijo el lama —respondió el gigante con una reverencia, en cuanto se acercó a su jefe.
—Recuerdo el ataque del guardia y la herida —añadió Yamun. Levantó un poco el cuerpo, apoyado en el codo—. Historiador, me has salvado la vida. Por lo tanto, Koja de los khazaris, te pido que seas mi
anda
. —Casi sin fuerzas, el Khahan ofreció su mano al sacerdote, mientras se escucha la exclamación de sorpresa del grupo.
—¡Gran señor! No me lo merezco —tartamudeó Koja, con el rostro enrojecido por la vergüenza.
—No es a ti a quien corresponde decirlo. Yo escojo quién será mi
anda
. —Yamun extendió un poco más la mano hacia Koja.
—¡Padre! —protestó Jad—. Te encuentras débil y necesitas descanso. Piensa en este asunto más tarde.
—Silencio, hijo mío —gruñó Yamun—. Koja me salvó la vida y se ha ganado el derecho.
—Sí, Khahan —dijo Jad, obediente.
Yamun miró a Goyuk para ver si tenía algún reparo. El viejo kan frunció los labios y se guardó la opinión. El Khahan volvió a dirigir su mirada al lama.
—¿Y bien, sacerdote?
—No puedo negarme a vuestros deseos —respondió Koja, armándose de valor—. Me siento muy honrado. Acepto. —Sujetó la mano del Khahan.
—Entonces, somos
andas
. A partir de este día, eres Koja, el hermano pequeño de Yamun. —Apretó por un momento la mano del lama, y después la soltó—. Desde este momento, debes llamarme Yamun.
Koja miró a los demás. El rostro de Goyuk era impenetrable y no dejaba traslucir ninguna emoción. Sechen parecía tan feroz como siempre, aunque ahora había un brillo de respeto en sus ojos. En cuanto al príncipe, mantenía el entrecejo fruncido y evitó la mirada del sacerdote. Koja no sabía si estaba molesto o, sencillamente, confuso.
—Los hombres han luchado bien —añadió Yamun con voz débil—. Jad, infórmame de la batalla. —Cerró los ojos y soltó el aire de sus pulmones en un jadeo entrecortado.
El príncipe se irguió, atento, y apartó de su mente cualquier reflexión.
—Padre —contestó—, tu plan tuvo éxito. Los infantes siguieron a los jinetes y cayeron en la trampa. Goyuk y yo nos encargamos de rodearlos. Los kanes hicieron muchos prisioneros. —Jad hizo una pequeña reverencia que su padre no vio.
—¿Qué hay de las pérdidas? ¿Cuántas bajas tuvo Shahin? —susurró el herido.
—Goyuk y yo perdimos pocos hombres. Los infantes no podían alcanzarnos, y nos limitamos a dispararles flechas hasta que se rindieron. A tus hombres no les fue tan mal, aunque sufrieron más bajas porque participaron en los combates más duros. El
tumen
de Shahin perdió muchos hombres valientes, gran señor. Más de la mitad de sus tropas resultaron muertas o heridas. —El joven esperó algún comentario de su padre.
—No está mal —opinó Yamun, con un suspiro—. Ofrece a los prisioneros la opción entre el servicio o la muerte. Aquellos que se unan a nosotros pasarán a las órdenes de Shahin. —Tosió un poco y después preguntó—: ¿Qué se sabe de Manass? ¿Qué ha dicho el gobernador?
—Se comporta como un cobarde y no sale de la ciudad. Nuestros mensajeros le han llevado las cabezas de sus generales. Es lo que habrías hecho tú —respondió Jad, que se acercó un poco más a la cama—. Ha contestado con mensajes de paz y amistad. Manass será nuestra.
—Y muy pronto todo Khazari —añadió Goyuk, con la mirada puesta en Koja, atento a su reacción.
—Desde luego, todo Khazari —asintió Yamun.
—¿Los asesinos eran de Manass? —preguntó Jad.
—Es lo más lógico —opinó Goyuk.
—No, no lo es —discrepó Yamun, con voz cansada. Los dos kanes lo miraron, sorprendidos—. ¿Qué necesidad tenía el gobernador de enviar a su ejército si contaba con los asesinos? Además, Afrasib es de la gente de Bayalun. —El Khahan dejó que sus palabras calaran en los kanes por un momento mientras recuperaba el aliento—. ¿Cómo se llama aquella criatura, la que me atacó?
—Un
hu hsien
, Khahan —explicó Koja, atareado en arreglar las mantas que cubrían a Yamun—. Son espíritus malignos que a menudo hacen daño a los hombres. He escuchado hablar de ellos en mi templo. Por lo general, aparecen como zorros, pero pueden disfrazarse como personas. Se dice que el emperador de Shou Lung los utiliza como espías porque pueden cambiar de aspecto.
—Podría tratarse de este emperador —sugirió Jad.
—El emperador de Shou —murmuró Yamun—. Quizá.
—Tienes muchos enemigos, Yamun —señaló Goyuk—. ¿Qué razones podría tener el emperador para atacar ahora?
—Así es, ¿por qué? —Yamun sacó un brazo fuera de las mantas y se rascó la barbilla—. Quizá me teme. Quizá sabe que puedo conquistar su tierra. —Un velo apareció en los ojos del Khahan, y Koja se apresuró a secar el sudor de su frente con un paño caliente. Yamun cerró los párpados y añadió—: Uno de los hechiceros de Bayalun estaba involucrado.
—Sí, Khahan, eh... Yamun —asintió Koja.
—No tendrías que haberlos dejado morir —manifestó Jad—. Podríamos haberlos hecho hablar.
—Los guardias de vuestro padre estaban furiosos, y no prestaron atención a mis sugerencias —respondió Koja, a la defensiva.
—De todos modos, no tenían que morir —insistió Jad, con un gesto decidido—. Quizás ahora ya sabríamos quién ordenó el ataque contra el Khahan.
—¿Tenéis sus cadáveres? —preguntó de pronto Koja, volviéndose hacia Jad y Goyuk.
—Sí, sí que los tenemos —contestó el príncipe, sorprendido por la pregunta del lama.
—Entonces, tal vez consigamos la respuesta que buscáis —añadió Koja, misterioso—. Encargaos, por favor, de que no quemen los cuerpos. Si el todopoderoso Furo lo permite, hablaré con ellos. —Confuso, el príncipe clavó su mirada en el sacerdote.
—Afrasib es un hombre de Bayalun. Por lo tanto, ella es sospechosa, a menos que el brujo actuase por cuenta propia. Bayalun, el emperador de Shou... Quizás uno, o ninguno —musitó el Khahan débilmente desde su lecho—. Tengo muchos enemigos. —Hizo una pausa, agotadas sus fuerzas. Los demás permanecieron en silencio y consideraron sus palabras.