Read Los señores de la estepa Online
Authors: David Cook
Un sirviente vestido con un
kalat
blanco se acercó al borde de las alfombras, se arrodilló y tocó el suelo con la frente.
—Habla —le ordenó Yamun, malhumorado, al reconocerlo.
—La honorable segunda emperatriz, Madre Bayalun, expresa su alegría porque el Khahan de todos los míganos haya salido bien librado de la ira de Teylas, y lo celebra con el cariño de una madre por su hijastro, y de una esposa por su marido —anunció el sirviente.
—Transmitid mis saludos a mi madrastra y a mi esposa, Madre Bayalun —dijo Yamun con un gesto agrio.
El hombre no se movió de su sitio, y mantuvo la cabeza gacha.
—La segunda emperatriz —añadió— solicita la indulgencia de su marido y pregunta si puede asistir a las audiencias del Khahan de esta mañana.
—Madre Bayalun sabe que siempre es bienvenida. Ve y dile que puede asistir si lo desea —contestó Yamun, despreocupado. Con un ademán, ordenó al sirviente que se retirara.
—Pensaba que no tenías ningún interés por la segunda emperatriz —comentó Koja, mientras el hombre vestido de blanco se alejaba.
—No lo tengo, escriba. Me casé con ella porque las tradiciones tribales lo exigían —explicó Yamun.
—Entonces, ¿por qué dejáis que asista?
Yamun estiró los brazos y movió los hombros para aliviar la tensión de la espalda.
—¿Por qué no? —preguntó—. De todos modos, se enteraría. Si me opongo, despertaría sus sospechas y comenzaría a buscarme problemas. Aquí, puedo ver lo que hace. Prefiero ser yo el que escoja el momento de plantear batalla.
—Ya lo entiendo —manifestó Koja.
—Bien. Ahora, prepárate —le avisó Yamun—. Ya vienen el general Chanar y sus ayudantes, y tendrás que escribir todo lo que se diga. Ha llegado el momento de que sepas dónde estuvo el general Chanar.
Koja miró en dirección al portón de la empalizada, y no tuvo dificultades para descubrir la erguida figura del general, montado en su caballo. A diferencia de los demás que atravesaban la verja, Chanar no se había apeado de su yegua blanca, que marchaba a paso vivo ladera arriba. Le daban escolta tres ayudantes a pie.
Mientras cabalgaba, Chanar fustigaba y clavaba las espuelas para que el animal caracoleara y se encabritara. La bestia ya era bastante nerviosa de por sí, pero el general quería que su entrada fuera impresionante. Los ayudantes se mantenían apartados, para evitar ser alcanzados por alguna coz.
Por fin, Chanar llegó a la cumbre. Con un último tirón de riendas hizo que la yegua se levantara en dos patas, para después contenerla a un palmo de las alfombras. Un escudero se acercó para coger las riendas y atender al caballo mientras su jinete desmontaba. Chanar pasó una pierna por encima del pescuezo del animal, y se apeó de un salto. Se escuchó el chasquido del fango cuando sus botas tocaron el suelo.
—Saludo a mi Khahan —dijo Chanar con voz tonante. Miró a todos los presentes—. «Si bien estaba lejos cuando mi kan llamó, presto he tornado» —añadió, citando un viejo poema.
—«Muchos son mis enemigos, pero caen como los árboles talados» —replicó el kan, con otra cita del mismo verso.
»Saludo a mi hermano Chanar —prosiguió Yamun—. Que el dios del cielo mantenga a tus caballos gordos y a tus ovejas numerosas.
Un escudero sirvió un tazón de cumis y se lo alcanzó al kan. Yamun bebió un trago, y el líquido blanco amarillento se pegó en sus bigotes. El tazón pasó a Chanar, que tomó un buen sorbo y lo devolvió. El criado se disponía a llevárselo otra vez al kan, pero éste le indicó a Koja.
—Hoy, él también bebe de mi copa.
Chanar miró sorprendido primero a Yamun y después al lama, mientras el sirviente le alcanzaba a éste el tazón. Abrió la boca para decir alguna cosa, pero enseguida la volvió a cerrar a toda prisa.
Koja hizo de tripas corazón y, sujetando la taza con las dos manos, tomó un sorbo de la bebida amarga. Consiguió reprimir la arcada y entregó el tazón al escudero, que esta vez sí se lo devolvió al kan.
Yamun se volvió hacia el este y derramó unas gotas de cumis sobre la alfombra; después hizo lo mismo por el sur y el oeste. El norte, considerado como un rumbo funesto, no formaba parte del ritual. Por su parte, el sirviente cogió el estandarte y lo extendió delante del kan.
—Teylas nos guía en la caza. Teylas nos guía en la batalla. Teylas nos da esposas fértiles —entonó Yamun con voz monótona, mientras ungía el estandarte con el resto de cumis. Los sirvientes se llevaron el estandarte y el tazón para dejarlos en su lugar. Una vez acabadas las formalidades, Yamun regresó a su trono.
»Siéntate, Chanar, y dame tu informe —dijo el kan, amistoso.
Sin ocultar su disgusto, Chanar se sentó junto a Koja y le dirigió una mirada asesina.
En el preciso momento en que el general se disponía a responder, apareció una procesión procedente de la tienda de Bayalun. La segunda emperatriz encabezaba el grupo, formado por unos pocos servidores. En cuanto pisó las alfombras, saludó al kan con una reverencia.
—Agradezco a mi marido su permiso para mi asistencia —dijo. Sus cabellos castaños con algunas hebras plateadas resplandecieron con el sol de la mañana.
—Vuestra sabiduría es un privilegio para todos nosotros —afirmó Yamun respetuosamente. Madre Bayalun ocupó sin demora un asiento en el lado opuesto a los hombres.
»Ahora, dame tu informe, general Chanar —rogó Yamun.
Chanar respiró pausadamente, mientras ponía en orden sus pensamientos.
—De acuerdo con vuestras órdenes, viajé primero al
ordu
de Tomke —respondió—. Ha permanecido acampado durante todo el invierno en la Estepa de la Hierba Amarilla, pero, con la llegada de la primavera, los pastos están casi agotados...
—No debe moverse hasta que yo le diga —lo interrumpió Yamun; dirigió su comentario a Koja, y el lama lo anotó, manejando con fluidez el pincel.
—Como he dicho —prosiguió Chanar—, casi no hay pasturas. Espera moverse hacia el este, donde se encuentran los tsu—tsus, pero aguarda vuestras órdenes.
—¿Cuál es el estado de sus hombres?
—Tomke dejó que muchos de ellos se fueran a sus casas durante el invierno, para ahorrar el forraje. Dispone de tres
tumens
(los de Sartak, Nogai y Kadan) además del suyo. —Chanar los contó con los dedos—. No están completos. Sus magos calcularon unos treinta
minghans
.
—¿
minghans
? —inquirió Koja en voz baja—. ¿Qué es? Perdonadme, pero necesito saber cómo se escribe.
—Un
minghan
está formado por cien
arbans
—contestó Chanar, despreciativo—. Un
arban
tiene diez hombres.
—Ah —exclamó Koja. Calculó las cifras con un pequeño ábaco—. Tomke dispone de treinta mil hombres.
—Ha dejado marchar a demasiados hombres —protestó Yamun—. Ordénale que los haga volver de inmediato.
Koja escribió la orden en una hoja de papel, y se la entregó a un escudero. El hombre colocó la hoja en una bandeja, junto con una piedra untada con tinta roja, y se la ofreció al kan. Yamun sacó de un bolsillo de su prenda su sello personal, un pequeño cuadrado de plata con un asa en forma de pájaro. La parte inferior estaba tallada con caracteres tuiganos. El kan mojó el sello en la tinta y lo estampó en el papel. El escudero recogió el mensaje y se alejó, mientras soplaba la tinta para secarla.
—Continúa —dijo el kan.
—No ha enviado muchos exploradores —le informó Chanar—. Los tsu—tsus parecen pacíficos. Tomke consideraba que se unirán a nosotros sin pelea. Las tierras a sus espaldas, hacia el oeste, han sido conquistadas. Ha reclutado algunos soldados entre ellos, pero son malos guerreros. Afirma que son demasiado débiles para rebelarse, y comparto su opinión. Son perros.
—Los perros muerden —observó Yamun—. ¿Qué dices tú, historiador?
La pregunta pilló a Koja por sorpresa, y cuando respondió no tuvo tiempo para mostrarse diplomático.
—Si los han tratado bien, no se rebelarán —afirmó—. Pero si Tomke se ha comportado con ellos como un tirano, lucharán con más fiereza que antes. Mi propia gente, los khazaris, así lo hizo en el pasado en sus luchas contra el malvado emperador de Shou Lung.
—Vaya, así que después de todo, los khazaris no son sólo unos ratones —comentó Chanar con un deje burlón.
A Koja se le subieron los colores, y con el ánimo encrespado se enfrentó al general.
—Ya es suficiente —intervino Yamun con firmeza—. Un buen consejo. Chanar, ¿cómo los trata mi hijo?
—No se lo pregunté —respondió Chanar, malhumorado, sin dejar de mirar a Koja con malevolencia.
—Alguien tendría que averiguarlo. Enviad a Hulagu Kan. Escribe la orden para que así se haga. —Koja asintió y preparó la nota. Yamun volvió su atención a Chanar—. ¿Alguna otra cosa importante en el campamento de Tomke?
—Tuvo una reunión con el jefe de los ogros en las montañas del norte. Quieren luchar de nuestro lado. Pregunta si debe pedir al jefe que venga a tu
ordu
.
—¿Cómo son? —Yamun tironeó la punta de su bigote, mientras pensaba en la oferta.
—Son fuertes. Su jefe tiene el doble de la estatura de un hombre, y les agrada luchar. Soy partidario de aceptarlos.
—¿Qué sabes tú de los ogros, historiador? —preguntó Yamun, interesado en descubrir si el sacerdote podía aportar algún otro dato acerca de las bestias.
Koja recordó los pergaminos de su templo que mostraban a los ogros como seres siniestros, de rostros azules, trabados en combate con Furo.
—Son criaturas violentas y traicioneras —contestó—. No confiaría en ellas.
—Ummm. —El kan enroscó la punta del bigote en su dedo y evaluó las alternativas—. Los tuiganos no lucharán aliados con bestias. Dile a Tomke que no tenga más tratos con ellos.
El lama redactó la orden y se la pasó a un escudero.
—A menos que tengas alguna cosa más que decir respecto a Tomke, háblame del campamento de Jad —ordenó Yamun, mientras estampaba su sello en la última orden.
—Jad tiene su campamento en el oasis de Orkhon, ochocientos kilómetros al sudeste de Tomke. Dispone de pastos y agua en abundancia, y mantiene reunidos a sus hombres.
De pronto, Koja prestó mucha atención. No sabía dónde quedaba el oasis de Orkhon, pero hacia el sudeste se encontraba Khazari.
—¿Cuántos? —preguntó Yamun.
—Cinco
tumens
. Hamabek, Jochi...
—Suficiente, no necesito sus nombres. ¿Cuál es su informe? —Yamun se rascó una ceja. Por su parte, Chanar se escarbó entre los dientes, y escupió en el barro al borde de la alfombra.
—Sus exploradores dicen que viajaron hacia el sur, por las montañas —respondió el general—. Las cumbres son tan altas que la nieve no se derrite nunca en los picos. Allí encontraron una montaña que respiraba fuego, y les escupió piedras. Hay una raza de hombres pequeños y barbudos que viven bajo tierra y adoran a la montaña. Estos hombres pequeños son unos magníficos artesanos del hierro. Los exploradores afirman que, cuando intentaron cruzarla, la montaña mató a muchos con sus piedras de fuego mágico. Creo que mienten y que tuvieron miedo de seguir adelante.
—Madre Bayalun, ¿vuestros magos os han hablado alguna vez de una montaña como ésa? —preguntó Yamun.
La segunda emperatriz, que parecía dormitar, levantó la cabeza sin prisa al escuchar la pregunta del kan.
—Nunca han mencionado ningún lugar así, marido —contestó.
Koja no recordaba ninguna montaña que escupiese fuego en la región sudeste, pero Kahazari se encontraba al borde de una gran cordillera, y una cosa de tales características podía ser posible.
—Tendrías que enviar a un vidente para que interrogue a los exploradores —añadió Chanar—. Jad ha sido demasiado blando con ellos.
—¿Cuántos exploradores se marcharon y cuántos regresaron? —Yamun se quitó la gorra y la depositó en el suelo.
—No lo pregunté —replicó Chanar, como si tal cosa hubiese sido un desdoro para él.
—Entonces, ¿cómo sabes que mienten? —le reprochó Yamun.
Chanar permaneció en silencio, malhumorado por el comentario de su kan.
—¿Jad está preparado para la marcha?
—Como ya he dicho, sus hombres están a mano —contestó Chanar, con los ojos bajos para ocultar su ira.
Koja tomó notas, tanto para el kan como para él. Necesitaba averiguar más cosas del ejército de Jad —el príncipe Jadaran—; dónde estaba y qué se proponía Yamun hacer con las tropas.
—¿Y qué hay de mi hijo pequeño, Hubadai? ¿Ha sabido algo del califa de Semfar?
—No, Yamun —repuso Chanar, utilizando el nombre familiar del kan—. Al parecer, el califa no ha tomado en serio las demandas que comuniqué al consejo.
—Escriba, ¿mis demandas eran poco claras? —Yamun y Chanar volvieron su atención al lama, que carraspeó y se tomó su tiempo para meditar la respuesta.
—Khahan —dijo, sin dejar de observar a Chanar por el rabillo del ojo—, el general Chanar presentó vuestras demandas con mucha claridad.
—¿Qué fue exactamente lo que exigió Chanar Ong Kho? —preguntó Bayalun de improviso.
A Koja se le secó la boca mientras pensaba en los motivos del interés de la segunda emperatriz.
—Pido disculpas al general Chanar —contestó—, si mis palabras no le hacen justicia. Ha pasado algún tiempo desde que lo escuché hablar. Dijo que todas las caravanas debían pagar impuestos al Khahan de los tuiganos, cuando pasaran por las grandes estepas.
—¿Nada más? —lo interrogó Yamun. Chanar se irguió, dispuesto a protestar.
—Oh, no —añadió Koja en el acto—. También manifestó que todos los reinos debían pagaros tributos, o someterse a vuestro mandato.
—A mí me parece bien claro, gran señor —opinó Chanar. El kan asintió.
—¿Así que el califa no ha respondido? —preguntó Yamun.
—No, Yamun —dijo el general—. No ha llegado ningún mensaje de Semfar.
—Quizás el califa no cree que tengáis el poder para imponer vuestras demandas, Khahan —sugirió Koja—. Después de todo, Semfar tiene un gran ejército y muchas ciudades. Al califa se lo conoce también como «el príncipe escogido de Denier» y «el Gran Conquistador».
—El Gran Conquistador ya sabrá lo que es bueno —afirmó Yamun, severo—. ¿Cuántos hombres tiene Hubadai en estos momentos?
—Dispone de todos sus
tumens
, cinco en total, listos para entrar en campaña. Yo mismo le advertí que debía esperar tus órdenes —se vanaglorió Chanar.
—¿De veras? —comentó Yamun. En su rostro apareció una ligera sonrisa, si bien cualquier posible emoción expresada quedaba desvirtuada por la cicatriz del labio. El lama no pudo descubrir si Yamun se mostraba sarcástico o no. En cualquier caso, Chanar no se dio cuenta.