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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (16 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—¡Basta ya, soldado!

El tercer par de puertas deslizantes de la sala se abrió con un
hursh
ahogado, y un grupo de unos quince gamorreanos entró en ella. Algunos habían logrado embutirse en los uniformes de soldado de las tropas de asalto más grandes que habían conseguido encontrar, para lo que habían tenido que cortar las mangas, o se habían sujetado segmentos de reluciente armadura blanca a los brazos y los pechos con la cinta adhesiva plateada que se usaba en las reparaciones de los motores. Otros llevaban cascos de los destacamentos navales, y algunos llevaban los cascos blancos con la zona facial más corta del modelo antiguo de las tropas de asalto colocados en la parte superior de la cabeza como si fuesen sombreros. Ugbuz, que iba delante, se había puesto un casco negro de artillero que parecía un cubo, y su rostro verrugoso con el gran hocico porcino tenía un aspecto sorprendentemente siniestro debajo de él. Todos iban armados hasta los colmillos con desintegradores, lanzas de energía, hachas y arcos.

—¡Ese hombre sólo finge estar enfermo! Todo el mundo fue sometido a un examen físico antes de enrolarse. ¡Son las reglas de la Flota, y no hay ninguna excusa para esta clase de comportamiento! ¡En esta nave hay demasiados holgazanes que intentan rehuir sus obligaciones!

Ugbuz chasqueó los dedos. Otro gamorreano —Luke pensó que era Krok— fue hacia las ranuras de los alimentadores y las máquinas de café con el paso pesado y bamboleante típico de su raza mientras Ugbuz y los demás se sentaban alrededor de una mesa. Luke vio que Cray y Triv Pothman estaban entre ellos.

Un tropel de confusos recuerdos de los últimos días volvió a su mente. Luke se acordó de haber comido y dormido —y de que a veces había intentado convencer a su superior de que le permitiera ir a la enfermería cuando el dolor y los mareos se volvían insoportables, y de que ocasionalmente había hecho prácticas de tiro en la galería artillera de la nave a pesar de que la cabeza le dolía demasiado para que pudiera dar en el blanco— con otros soldados de las tropas de asalto.

Y en sus recuerdos todos eran humanos.

Las criaturas que parecían enormes peluches blancos se apartaron un poco para permitir que el soldado gamorreano cogiera tazas de café para él y sus compañeros, y se rascaron la cabeza y emitieron nuevos canturreos ahogados mientras contemplaban al grupo sentado alrededor de la mesa con perpleja intranquilidad. El pelaje de sus frentes también mostraba las señales de una alimentación cerebral bajo la forma de círculos levemente chamuscados que no tardarían en desaparecer, y Luke dedujo que el adoctrinamiento había tenido efectos más profundos en unas especies que en otras. Un ser tripodal inició un vacilante avance hacia la mesa de los soldados. Se acercó demasiado, y Triv Pothman golpeó a la criatura con un salvaje revés de la mano que la hizo retroceder tambaleándose por entre las sillas. El anciano sabio del bosque se había afeitado, y su rostro mostraba la expresión dura e implacable de despreocupada arrogancia que Luke había visto en tantos soldados del Imperio, y que surgía de saber con total seguridad cuál era su posición y que cualesquiera que fuesen sus acciones siempre contarían con la aprobación de quienes estaban por encima de ellos. En el rostro de Cray había la misma expresión. Luke lo comprendía. Él mismo se había sentido así durante los últimos días.

Suspiró y empezó a avanzar por entre las mesas, preguntándose mientras iba hacia ellos si podría llevar a cabo una canalización de la Fuerza lo suficientemente intensa para sacar a Cray de su adoctrinamiento. Le dolía la cabeza y cada miembro parecía pesarle como si fuera de plomo, pero las náuseas acompañadas por aquel terrible palpitar de las primeras fases de la conmoción ya se habían esfumado. Luke pensó que si se esforzaba al máximo podría reunir la concentración y el poder de la Fuerza suficientes para establecer contacto con la Fuerza que había dentro de Cray.

En cuanto a los gamorreanos —por lo menos en el caso de la tribu de los gakfedds—, resultaba obvio que habían nacido para ser soldados de las tropas de asalto. Parecían haberse adaptado perfectamente a su nuevo entorno y sentirse como en casa. El suelo de la gran sala estaba lleno de platos, cuencos y tazas de café de plástico, y el amontonamiento alcanzaba casi un metro de altura en los alrededores de las ranuras de la comida. Androides MSE iban y venían por encima de la basura y alrededor de ella como alimañas que buscaran alimento, pero eran mecánicamente incapaces de recoger los platos y devolverlos a las ranuras de eliminación que los habrían llevado hasta las cocinas automatizadas. Un estólido androide PU-80 estaba lavando metódicamente un rosario de manchas de comida en la pared al lado de uno de los varios pares de puertas deslizantes. —Capitán…

Luke saludó a Ugbuz, que le devolvió el saludo con veloz precisión militar, y después se sentó al lado de Cray. —Hola, Luke. El saludo de Cray fue seco y distraído, el de un compañero de armas a otro. Se había cortado el cabello, o tal vez Ugbuz, en su nueva personalidad de oficial de las tropas de asalto, le había ordenado que se lo cortara. La fina capa de pelos de un centímetro de grosor apenas sobresalía de su cráneo. Sin maquillaje, y con el uniforme verde oliva que sólo resultaba ligeramente grande para su esbelta altura, Cray parecía un adolescente desgarbado.

—Adelante, amigo: coge una silla y da un poco de reposo a tus huesos. ¿Crees que el salto de esta mañana habrá sido la última recogida? Eh, vosotros —añadió, casi sin mirar a los dos androides hacia los que iban dirigidas sus palabras—, traednos café. ¿Quieres tomar un café, Triv?

—Sí, quiero tomar un café. —El viejo soldado sonrió—. Pero supongo que tendré que conformarme con el sudor de gondar que sale de esas condenadas máquinas.

Cray dejó escapar una carcajada seca y áspera, pero llena de alegre naturalidad. Era la primera vez que Luke la veía reír en meses, y lo más extraño de todo era que nunca la había visto tan relajada y a gusto.

—¿Estás en el turno de rotación para las holocintas, Luke? —preguntó—. No sé quién se encargó dé llenar la biblioteca de este trasto. No hay nada posterior a…

—Necesito hablar contigo, Cray. —Luke inclinó la cabeza señalando la puerta abierta por la que había entrado—. En privado.

Cray frunció el ceño con un poco de preocupación en sus ojos oscuros, aunque para Luke estaba muy claro que le consideraba como un compañero más. Probablemente no hubiese olvidado del todo que ya hacía algún tiempo que eran amigos, de la misma manera que se acordaba de que se llamaba Cray Mingla, pero probablemente no pensaba mucho en ello. Luke sabía que durante el apogeo del poder del Emperador los soldados imperiales habían sido tropas fanáticamente leales y altamente motivadas, pero hasta aquel momento nunca se había encontrado con un adoctrinamiento de tal profundidad. ¿Sería un experimento que no había tenido continuación, algo que sólo había sido utilizado en aquella misión debido al estricto secreto que la rodeaba en todos los aspectos?

Respiró hondo, y se preguntó qué parte de su mareo y desorientación actuales se debían a efectos residuales de la conmoción y hasta qué punto eran un efecto colateral de un shock de adoctrinamiento excesivo. Luke necesitaría toda la Fuerza que pudiera acumular para sacar a Cray de su estado.

Cray se levantó y siguió a Luke hacia el umbral, apartando con distraídas patadas platos y a un androide MSE mientras avanzaba. Incluso su caminar era un caminar de hombre adoptado inconscientemente, de la misma manera que los gamorreanos parecían haber adquirido la capacidad de hablar en básico. Nichos y Cetrespeó les siguieron lo más discretamente posible, y Luke permitió que su mano fuera bajando para abrir el cierre de la funda de su desintegrador y colocar el dial en la intensidad mínima.

Nunca llegó a tener la oportunidad de utilizarlo.

Él y Cray se detuvieron para permitir que las criaturas peludas, que seguían aferrando sus armas improvisadas, salieran por la puerta delante de ellos.

—No sé qué le está ocurriendo al ejército —masculló Cray mientras meneaba la cabeza—. Fíjate en eso… Están sacando reclutas de todas partes. Antes de que nos demos cuenta empezarán a enrolar condenados alienígenas.

Las criaturas tripodales seguían vagando por la sala, chocando ocasionalmente con el mobiliario o cayéndose al tropezar con un MSE. Estaba claro que el adoctrinamiento que había funcionado tan bien con los gamorreanos había dejado totalmente confundidos a aquellos seres, fueran lo que fuesen. «Y, de todas formas, ¿dónde les pones los cables craneales?», se preguntó Luke.

Y entonces las puertas del otro lado de la sala se abrieron de golpe y una voz gritó «¡A por ellos, muchachos!»

Era la tribu gamorreana rival, los klaggs.

Ugbuz y sus gakfedds volcaron las mesas a las que estaban sentados y se dejaron caer detrás de ellas mientras los haces desintegradores empezaban a chispear y a sisear frenéticamente por toda la sala. Los klaggs también llevaban partes de equipo de las tropas de asalto sujetadas mediante cinta adhesiva a sus atuendos de tela y cuero, y se pusieron a gritar órdenes y juramentos en básico. Cray lanzó una maldición y tiró de una mesa para formar una barrera improvisada, después de lo cual empezó a devolver el fuego sin prestar ninguna atención a los letales rebotes que saltaban locamente en todas direcciones. Su primer disparo acertó a un klagg en su armadura pectoral, haciendo que saliera despedido hacia atrás y chocara con sus compañeros mientras los otros miembros de su tribu se agachaban, echaban a correr y se esparcían por la sala en una serie de veloces zigzags, disparando mientras se movían. Algunos estaban armados con carabinas y rifles desintegradores semiautomáticos, y otros llevaban lanzagranadas, lanzas de energía y hachas. Su puntería era horrible en todos los casos.

Las dos tribus de gamorreanos chocaron en un aparatoso enfrentarse de oleadas de metal, carne y basura, y empezaron a hacerse pedazos la una a la otra como si estuvieran reanudando la batalla que se había producido alrededor del
Ave de Presa
en el mismo punto en que la habían interrumpido.

—¡Asquerosa pandilla de amotinados! ¡Capitán! —gritó Cray, y se sumó a la contienda antes de que Luke pudiera detenerla. —¡Cray!

Luke dio dos pasos detrás de ella, con la cubierta pareciendo oscilar debajo de sus pies, y chocó con dos enloquecidas criaturas tripodales que no parecían capaces de localizar la puerta que se encontraba a sólo tres metros por delante de ellos. Un klagg se lanzó sobre él con un rugido ensordecedor blandiendo un hacha. Luke se agachó y estuvo a punto de caer. Empujó a las criaturas tripodales hacia la puerta, cogió una silla y desvió el hacha. El klagg le apartó de un manotazo y cayó sobre los indefensos tripodales. Agarró a uno por una pata, y el infortunado ser gritó y agitó desesperadamente sus tentáculos. Luke necesitó toda la Fuerza que pudo reunir para levantarse —estaba tan débil que era incapaz de emplear la levitación para nada—, volver a coger la silla y hacerla girar en el aire hasta incrustarla con todas sus energías en la espalda del gamorreano. Después empuñó su espada de luz y se plantó en el umbral mientras los tripodales huían por el pasillo entre gimoteos.

El gamorreano le lanzó una mesa que Luke bisectó con un mandoble, y después le atacó con su hacha en el mismo instante en que un haz desintegrador rebotado se deslizaba sobre el hombro de Luke. O el desintegrador había sido ajustado a una intensidad muy reducida o su célula de energía estaba casi agotada, pero aun así el impacto bastó para hacerle caer al suelo, jadeante y confundido. Luke rodó sobre sí mismo y sintió cómo se le nublaba la vista y todo empezaba a volverse negro. La negrura se esfumó con un fundido sobre el gamorreano, que acababa de ser reforzado por un amigo que también empuñaba un hacha. Luke, muy aturdido, se preguntó si estaría viendo doble, pero cercenó el brazo de un atacante y trató de ponerse en pie y huir por la puerta. Descubrió que no podía hacerlo —la cabeza le estaba dando vueltas a tal velocidad que no consiguió comprender por qué—, y lo único que pudo hacer fue mover la espada de luz para lanzar un golpe hacia arriba dirigido contra su segundo atacante, partiendo por la mitad la mesa que caía sobre él antes de que pudiera aplastarle los huesos.

Las náuseas heladas y la debilidad del shock, y la sensación de que algo andaba mal en la gravedad…

Y un instante después la tribu de los klaggs había desaparecido, dejando tras de sí un caos de mobiliario destrozado y sangre. Luke logró permanecer consciente el tiempo justo para apagar su espada de luz.

El dolor le hizo volver en sí tan bruscamente como si alguien le hubiera rociado la pierna izquierda con ácido. Gritó y se aferró al montón de mantas grasientas sobre el que yacía, y alguien le golpeó con la fuerza suficiente para hacerle caer de espaldas, sin aliento, mareado y al borde del vómito de puro dolor.

—¿No deberías ir a buscar algo a la enfermería para eso?

Era la voz de Ugbuz.

Y, como réplica, hubo un salvaje gruñido porcino y un chorrear de babas calientes que se esparcieron sobre el rostro de Luke y su pecho desnudo. Después hubo más dolor, como si alguien estuviera tensando un vendaje alrededor de su pierna izquierda.

«No es un vendaje», pensó Luke al identificar otro sonido, el veloz siseo estridente de la cinta adhesiva para motores al ser sacada de un rollo. El sonido le resultaba muy familiar. Si no hubiera sido por la cinta adhesiva, la Rebelión se habría derrumbado en su primer año de existencia.

Aire frío sobre su muslo, su rodilla, su pie; y manos de piel áspera y dura con uñas como garras que estaban sujetando el entablillado de su pierna con cinta adhesiva.

El tirón hizo que volviera a gritar.

—No armes tanto jaleo, soldado —dijo Ugbuz.

Luke se preguntó cuál sería el porcentaje de oficiales imperiales que caían con la espalda agujereada por el haz de un desintegrador reglamentario del Imperio. Abrió los ojos.

Estaba en una cabaña, ¿una cabaña? El techo, que se encontraba a un par de metros escasos de su cabeza, estaba hecho de cañerías de plástico que sostenían un mosaico de trozos de armadura de las tropas de asalto y bandejas del comedor unidas mediante cables y cinta adhesiva de motores. Varillas luminosas colgaban de las cañerías-vigas, con sus cables serpenteando para unirse a una célula de energía escala-20 del tamaño de una mochila colocada en un rincón, y proporcionaban la única iluminación. Más allá del umbral, protegido con una manta plateada sobre la cual eran claramente visibles las palabras propiedad de la armada imperial, se podían distinguir las paredes de acero grisáceo de un espacio más grande, un gimnasio o una bodega de carga. Ugbuz estaba inmóvil delante del umbral con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza inclinada para contemplar la cama formada por el montón de mantas sucias sobre las que yacía Luke; y por encima de él —sujetando el entablillado a su pierna— estaba arrodillada la enorme gamorreana de temible aspecto que Pothman les había señalado e identificado como Matonak, cerda-líder de la tribu de los gakfedds.

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