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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (44 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—Vuelve aquí —repitió el muchacho sin inmutarse—. No vas a ir a ninguna parte.

—¡Vete, Erredós!

Leia se movió hacia un lado con la lanza de energía levantada, observando con cautelosa atención por el rabillo del ojo a Elegin y al hombre llamado Garonnin mientras pensaba que no podía ser un miembro de la Casa Garonnin.

—Oh, Leia, vamos… —dijo el muchacho con gélida impertinencia—. Si fui capaz de conseguir que estuviera a punió de hacer volar por los aires la casa dentro de la que dormíais, ¿crees que va a desobedecerme ahora? —Volvió a soltar una risita despectiva y su rostro se contorsionó en una sonrisa muy desagradable—. Haré que se meta en el agua y que se cortocircuite a sí mismo.

Volvió aquellos ojos fríos como cristales hacia el androide.

—Bien, y ahora abre todos tus paneles de reparaciones y retrocede en esta dirección, uno coma cinco metros hacia la izquierda y moviéndote en paralelo a tu curso original.

—¡Erredós!

Leia tenía que seguir vigilando a los hombres, y no podía volver la mirada.

El androide astromecánico osciló sobre su base y emitió un silbido lleno de desesperación.

—Vamos —ordenó el muchacho.

—Irek, haz que los kretchs se marchen y Garonnin…

—¡No! —exclamó el muchacho con repentina furia. Las alas negras de sus cejas descendieron velozmente para unirse sobre la curva marfileña de la nariz—. Le he dicho que vuelva y no quiere hacerlo. Vuelve aquí. Uno coma cinco metros hacia la izquierda y en paralelo a…

—¡Sal de aquí, Erredós!

Erredós retrocedió un paso y se movió un paso hacia la izquierda, con los kretchs retorciéndose sobre él como una red de suciedad y reventando en estallidos de líquido viscoso bajo sus orugas.

—¡Vuelve aquí! —ordenó el muchacho, y toda su calma anterior se esfumó repentinamente de su voz—. Uno coma cinco metros…

Erredós describió un pequeño círculo y se lanzó hacia la puerta que llevaba a los túneles.

—¡Haced que los kretchs se vayan de una vez, noble señor! —Garonnin dio un paso hacia el puente y Leia avanzó para interponerse en su camino con la hoja vibratoria levantada—. ¡En cuanto haya llegado a los túneles ya no podremos seguirle el rastro!

—¡Obedéceme! —chilló Irek, ignorando por completo a Garonnin mientras sus pálidas facciones se retorcían en una mueca de furia—. ¡Vuelve aquí!

—Visualiza los diagramas en tu mente y… —empezó a decir Roganda con voz suave y tranquila, y el muchacho se encaró con ella tan salvajemente como si fuese un gato montes.

—¡Ya sé lo que se supone que he de hacer! I la dado resultado antes…

Erredós desapareció en los túneles envuelto en una mancha marrón de kretchs aplastados. Irek mantuvo la mirada clavada en el arco por el que se había esfumado, jadeando de rabia e incredulidad, y Leia sintió la furia feroz e implacable y la concentración de la Fuerza que eran lanzadas en persecución de Erredós.

Y la imagen increíblemente nítida de Chewbacca rodeado de cables e hilos de soldar, reparando al androide y volviéndolo a montar en la terraza, invadió su mente.

—Haced marchar a los kretchs…

—¡No me molestes! —aulló Irek, yendo hacia el puente y apartando a Garonnin de un empujón.

Leia se plantó delante de él y alzó la hoja vibratoria que empuñaba. El muchacho se detuvo y la contempló, asombrado al ver que alguien se atrevía a oponerse a su voluntad. Leia sintió el tirón de la Fuerza en los dedos que rodeaban el astil de la lanza de energía y lo apretó todavía más fuerte, recurriendo a toda su mente y su concentración para mantenerle a raya.

Los ojos azules se abrieron todavía más y se llenaron de ira, y el muchacho cogió la empuñadura negra de la espada de luz que colgaba de su costado. En ese mismo instante Leia sintió que se le cortaba la respiración, y tuvo que luchar con todas sus energías para volver a tragar aire venciendo esa opresión invisible. Podía ver que el muchacho no empuñaba el arma láser de la manera correcta, y que utilizaba la presa y la postura del duelo de esgrima ritual, que resultaban totalmente inapropiadas para poder equilibrar un arma que debía ser sostenida con las dos manos. En un duelo de verdad, Luke le hubiese cortado a rebanadas.

La hoja avanzó hacia la lanza de energía y Leia hizo una finta hacia arriba, se echó a un lado y estuvo a punto de separarle los pies de los tobillos. Logró hacerle retroceder mientras seguía luchando para aspirar aunque sólo fuese un hilillo de aire, y el muchacho dejó escapar un chillido lleno de furia y se lanzó sobre ella…

—¡Irek! —gritó Roganda.

Los kretchs habían empezado a cruzar el puente.

Leia sintió aflojarse la espantosa presión sobre su tráquea y vio cómo el enjambre de antrópodos se detenía en el centro de las planchas y empezaba a hacerse cada vez más alto, como si una barrera invisible les impidiese seguir avanzando y no les dejara más salida que ir subiéndose los unos encima de los otros. Una repentina conmoción estalló entre los kretchs que se encontraban más cerca de la puerta cuando empezaron a devorar los cuerpos de aquellos congéneres suyos que habían sido aplastados por Erredós.

—¡Está haciendo algo, madre! —chilló Irek, cada vez más irritado—. No da resultado… El androide debería volver. Ese viejo chocho asqueroso dijo que…

—¡Silencio, Irek!

La mirada que Roganda lanzó a su hijo no le pasó desapercibida a Leia, y también percibió la rápida ojeada llena de recelo que dirigió a Garonnin y Elegin.

«Les está ocultando algo que no quiere que sepan…»

—Lord Garonnin, Lord Elegin —dijo Roganda con ese tono de voz tan dulce y razonable suyo, y al oírla Leia pensó que era el mismo, con sólo una sombra de deferencia indefensa, que había utilizado para hablarle en el mercado—. Venid por aquí. Parece ser que nos enfrentamos a un problema bastante simple, ¿no? Irek, recuerda que no debes perder el control de ti mismo y que siempre hay que escoger la solución más sencilla. Alteza…

Roganda se movió un poco hacia un lado en el umbral para dejar pasar a los dos aristócratas. Irek permaneció donde estaba, fuera del alcance de la lanza de energía de Leia mientras sus ojos azules llenos de rabia y frustración iban y venían velozmente de ella a los kretchs para volver a ella.

—Muy bien —dijo Irek en voz baja y suave, y sonrió—. Soltad el arma, princesa, o permitiré que los kretchs acaben de cruzar el puente. Tal vez debería hacerlo de todas formas.

Soltó una risita y dio un paso hacia atrás. Los kretchs se lanzaron hacia adelante en un torrente de negrura para invadir el otro lado del suelo como un hervor de barro ensangrentado.

—¡Irek! —ordenó Roganda con voz llena de furia.

Los kretchs se detuvieron y volvieron a trepar los unos sobre los otros. Leia había retrocedido unos cuantos pasos, pero sabía que dada la velocidad que eran capaces de alcanzar aquellas criaturas nunca conseguiría ponerse a salvo ni aun suponiendo que supiese en qué dirección podía hallar refugio…, especialmente, pensó un momento después, si Elegin la estaba apuntando con su desintegrador.

—Bien, ¿por qué no hacerlo ahora? —preguntó secamente Irek—. Sin ella la República se desmoronaría.

—Sin ella, la República se limitaría a elegir otro Jefe de Estado —replicó Lord Garonnin en voz baja y suave teñida por una sombra casi imperceptible de desprecio.

Pasó junto a Roganda y cruzó la sala en dirección a Leia y los kretchs. Leia, que estaba haciendo un considerable esfuerzo de voluntad para no huir corriendo de aquellas criaturas tan repugnantes, no estuvo muy segura de si hubiese sido capaz de hacer lo que le estaba viendo hacer a Garonnin. La claridad del único panel luminoso del umbral, que estaba detrás de Roganda, convirtió los cortos cabellos de Garonnin en una rígida pelusa dorada e hizo que parecieran un halo metálico.

—Soltad vuestra arma, Alteza. Es la única esperanza de salir con vida de aquí que tenéis.

«Oh, pues vaya esperanza…», pensó Leia con amargura mientras apagaba la hoja vibratoria y deslizaba la lanza de energía sobre el suelo hacia Garonnin.

CAPÍTULO 17

«Tiene que haber algo que yo pueda hacer», había dicho Cray cuando a Nichos le diagnosticaron el Síndrome de Quannot.

Luke se apoyó en la pared del quinto o sexto conducto que le había enseñado Callista. Estaba temblando y jadeaba entrecortadamente porque le faltaba el aire, y su pierna se había convertido en un cilindro de dolor al rojo vivo que iba subiendo poco a poco para devorar su cuerpo a pesar de la doble dosis de perígeno que le había administrado. Se acordó del rostro de Cray aquel día, y volvió a ver sus ojos castaños opacados por el dolor, la confusión y la negativa a renunciar a la esperanza.

«Tiene que haber algo», había dicho.

Luke cerró los ojos y sintió la frialdad del muro en su sien.

Tenía que haber algo.

Y Cray tendría que ser la que lo hiciese.

El
Ojo de Palpatine
no tardaría en saltar al hiperespacio. Incluso el más intrincado de los juegos basados en la espera acababa llegando a su fin. La nave había despertado y cumpliría su misión, y algo le decía a Luke que no se trataba sencillamente de sembrar la destrucción en un mundo que había dado cobijo a los enemigos del Emperador hacía treinta años.

Algo quería la nave. Ese algo podía utilizar la Fuerza para afectar a los androides y los sistemas mecánicos, y la había llamado e impartido sus órdenes a la Voluntad después de que llevase tanto tiempo durmiendo.

Fuera lo que fuese, Luke no podía correr el riesgo de permitir que controlara una potencia de fuego y una influencia de semejantes dimensiones.

Ni siquiera por la vida de Callista.

Pero todo su ser se negaba a aceptar esa idea, incapaz de soportar la comprensión de que nunca llegaría a poder conocerla y de que no le sería posible tenerla siempre en algún lugar de su vida.

Era peor que el dolor de su pierna lisiada, peor que cuando le cortaron la mano y peor que el dolor de haber sabido por fin quién era su padre.

Luke no sabía si sería capaz de hacerlo, y no se trataba de una exageración o una mera forma de hablar.

Apoyó su peso en la barandilla de la escalera para no perder el equilibrio mientras subía el siguiente peldaño con su pierna buena, y volvió a erguir el cuerpo. Inclinarse, peldaño, erguirse. Inclinarse, peldaño, erguirse y cada músculo de sus hombros y su espalda lanzaba gritos de protesta y dolor a causa de todos esos días de esfuerzos a los que no estaba acostumbrado. Los escasos parches de perígeno que Cetrespeó había conseguido recoger para él de los compartimentos de emergencia esparcidos por la nave ya casi habían sido utilizados, y el androide había ido desde la Cubierta 9 hasta la 14. Cuando perdió la mano, Luke había dispuesto de una prótesis mecánica en cuestión de horas, y en aquel momento habría luchado, trocado o vendido prácticamente cualquier cosa en la que podía pensar para poder contar con un laboratorio médico que funcionase y una unidad 2-1B.

El fotrinador flotaba detrás de él.

El cronómetro de su muñeca le indicó que pasaban unos momentos de las diez. Cetrespeó ya debería haber localizado el conector principal de comunicaciones y aislado la línea que controlaba los intercomunicadores de la Cubierta 19. La Voluntad había incluido esa información entre sus datos clasificados, pero no podía impedir que Callista silbara una nota de guía desde un lado de la cubierta al otro con la potencia suficiente para que fuese detectada por los sensibles receptores del androide de protocolo. La avería de la línea sería atribuida a los jawas bajo su nueva identidad de saboteadores rebeldes, o posiblemente —cuando los centinelas del Pozo de Ascensor 21 oyeran las voces de los gakfedds— a algún plan urdido por los gakfedds. Con un poco de suerte, Luke podría subir por el pozo y sacar a Cray de su celda antes de que llegaran a darse cuenta de que habían sido engañados.

El final de la escalerilla que se extendía más allá del umbral abierto identificado con el número 17 estaba lleno de una oscuridad abisal y unos tenues chasquidos fantasmagóricos. Aquel lugar era uno de los centros de reciclaje de la nave, y no mantenía ninguna clase de contacto con las cubiertas de la tripulación o cualquier reino de actividad humana. Los androides que se encargaban de la reconstitución del agua, los alimentos y el oxígeno no necesitaban luces para trabajar. La débil claridad del bastón de Luke le reveló ángulos en movimiento, PU-80 con forma de caja absortos en su monótona labor entre aparatos que no habían sido diseñados para interactuar con ningún ser humano, MMD de todos los tamaños, RI y MSE que iban y venían velozmente de un lado a otro y un Magnotaladro de dimensiones medias que tropezó con las pantorrillas de Luke tan ciegamente como una tortuga gigante. Luke había desconectado las luces de los diales del rastreador alterado para retrasar lo más posible la llegada del momento en que los klaggs comprenderían que habían sido engañados, y el androide flotaba detrás de él como un globo bastante sucio unido mediante un cable invisible a la bola de guía que Luke se había metido en el bolsillo.

«Girar a la derecha, y luego la segunda a la izquierda», se repitió Luke. Un panel mural en una de las cámaras de reciclaje, un angosto conducto que formaba un ángulo de cuarenta y cinco grados… Se concentró en sí mismo y fue llenando su mente de paz y tranquilidad a pesar del dolor y del lento entumecimiento provocado por las sobredosis de perígeno, buscando el foco mental y el apacible silencio interior que eran la llave de la Fuerza. Por duodécima —o centésima— vez desde que aquel efecto colateral determinado había empezado a hacerse sentir, Luke se preguntó si hubiera podido obtener mejores resultados teniendo que soportar la fiebre provocada por la infección y la tensión constante del dolor que los que obtenía teniendo que luchar contra aquel insidioso aturdimiento.

«Tiene que funcionar», pensó Luke. Sí, tendría que funcionar.

Dobló una esquina y se quedó inmóvil.

Un jawa muerto yacía sobre el suelo del corredor.

Tenía un puñado de cables enrollados alrededor del hombro y una bolsa abierta junto a la mano. Luke cojeó lentamente hasta el cadáver, se fue inclinando hasta que pudo arrodillarse a su lado y rozó la flaca muñeca negra con las puntas de los dedos. El haz de un desintegrador había abierto un agujero calcinado en el costado del jawa.

Alrededor de la bolsa abierta había un montón de baterías y células de energía. Luke volvió a meterlas dentro de la bolsa de cuero y deslizó la tira sobre su hombro. Un leve zumbido hizo que alzara la mirada, y se encontró contemplando a dos pequeños androides de un modelo que no había visto nunca. Se mantenían erguidos en un delicado equilibrio giroscopio) sobre una sola rueda, y le recordaron algunos de los modelos de androides interrogadores más antiguos, pero en vez de brazos terminados en pinzas de sujeción tenían largos tentáculos plateados con muchas articulaciones que les daban un sorprendente aspecto serpentino. Diminutos sensores redondos que parecían otros tantos ojillos helados triangularon la silueta de Luke moviéndose al extremo de sus zarcillos prensiles.

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