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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (18 page)

Una gran parte del vocabulario de Han Solo acudió a su mente.

—Vamos —suspiró—. A ver si encontramos algo que todavía esté entero.

—Eran unos Dos-Uno-Be antiguos bastante buenos, señor —observó Cetrespeó, alzando una de las pocas varillas luminosas de emergencia que quedaban dentro del compartimento de emergencia mural saqueado—. Pero la razón de que en las naves modernas sean unidades independientes en vez de estar fijas resulta dolorosamente obvia aquí.

Luke se apoyó en el plasteno auto-amoldable de la cama de diagnóstico y pensó que «dolorosamente» era la palabra más adecuada para la situación actual.

Todos los gabinetes se habían desconectado cuando los jawas arrancaron la escotilla principal en busca de cables y piezas. Los sistemas de diagnóstico habían dejado de funcionar, pero la manera en que se movía su pie izquierdo y la insoportable lanzada de dolor que subía por la parte de atrás de su muslo izquierdo cada vez que hacía que esa pierna soportara el peso más ínfimo bastaban para que Luke estuviese casi seguro de que había uno o más tendones cortados, lo cual significaba que, incluso dejando aparte la casi inevitable infección, se encontraría seriamente lisiado hasta que pudiera llegar a un auténtico centro médico. Sólo el mantener a raya el shock traumático ya estaba absorbiendo todo el poder curativo de la Fuerza que podía acumular, y Luke sabía que ni siquiera sería capaz de seguir haciendo eso durante mucho tiempo.

Además de arrancar las placas de cobertura y las escotillas para tener acceso a la maquinaria que ocultaban, los jawas se habían llevado partes de los autodoctores, habían sacado los núcleos de energía de las máquinas de rayos X y los sensores electrónicos y habían intentado extraer el regulador de temperatura del tanque bacta, con el resultado de que el tanque había derramado la mitad de su contenido sobre el suelo para formar un gigantesco charco pegajoso.

Adiós a la posibilidad de emplear una terapia regeneradora estándar.

Luke atrapó a un miembro de la horda de androides MSE que se estaba enfrentando valerosamente a la hercúlea tarea de limpiar todo aquel estropicio, extrajo su núcleo de energía y utilizó su cableado para cortocircuitar las cerraduras de los armarios. Él dispensario estaba provisto de enormes cantidades de gilocal, un estimulante/bloqueador del dolor espantosamente potente capaz de permitir que un guerrero siguiera luchando mucho tiempo después de que hubiera debido sucumbir al shock.

—Parece que esperaban que hubiese jaleo, ¿verdad? —observó mientras daba vueltas a la caja de ampollas negras entre sus dedos.

Volvió a guardarlas en el armario. El gilocal se descomponía al cabo de diez años en almacenamiento, y una vez transcurrido ese tiempo se disgregaba en sus altamente tóxicos componentes originales. Aun suponiendo que la droga no estuviera caducada, Luke no estaba muy seguro de qué efectos habría producido sobre su capacidad de emplear la Fuerza.

Había medidas menos heroicas disponibles bajo la forma del nyex, que hacía que muchas personas —y Luke sabía por experiencias pasadas que se contaba entre ellas— padecieran somnolencia, y perígeno, un calmante no narcótico. Se puso un parche de perígeno en el muslo justo encima de la rodilla, y enseguida sintió cómo el dolor se volvía menos intenso. El parche no curaría las lesiones y seguiría sin poder usar la pierna, y además el perígeno carecía del pequeño efecto estimulante incluido en el gilocal, pero al menos serviría para disminuir la tensión debilitante del combate contra la agonía. A falta de una terapia con tanque bacta para acelerar la curación de su conmoción —y Luke sabía que ya había superado sus peores efectos—, un reorientador sencillo como el comarén bastaría para ocuparse del último de los síntomas.

Por lo menos había comarén en abundancia.

Bastante más preocupante era el hecho de que la inmensa mayoría de los antibióticos y toda la carne sintética almacenada en la nave habían quedado totalmente descompuestos por el paso del tiempo.

En un armario de uno de los laboratorios contiguos encontró un mono gris de las tropas de asalto lo bastante holgado para que pudiera contener el entablillado sujeto con cinta adhesiva a su pierna. Luke se lo puso y llenó los bolsillos con todo el comarén y el perígeno que consiguió encontrar, y después sujetó media docena de varillas luminosas al extremo de su bastón.

—De acuerdo. Cetrespeó —dijo mientras volvía a colgarse la espada de luz del cinturón y utilizaba su bastón con mucho cuidado para incorporarse del sillón autoamoldable en el que se había sentado para cambiarse de ropa—. Vamos a ver si conseguimos encontrar a Cray.

En los pasillos a oscuras de los alrededores de la enfermería, varias criaturas que Cetrespeó identificó como talz y que parecían gigantescas polveras blancas huyeron de ellos nada más verles. Pequeños cuadrángulos de ojos brillaban en las fauces llenas de negrura absoluta de las salas y recintos, contemplando a Luke bajo el reflejo oscilante de las varillas luminosas. Luke se detuvo dos o tres veces, e hizo que Cetrespeó se encargara de traducir sus palabras.

—Soy vuestro amigo —dijo—. No os haré daño, y no guiaré a nadie hasta aquí para que os haga daño.

Pero ninguno de los enormes alienígenas que parecían blandas masas de pelo le devolvió ni un solo sonido.

—El Imperio los utilizaba para trabajar en las minas de Alzoc Tres —dijo Luke mientras él y Cetrespeó iban hacia las zonas iluminadas visibles en la lejanía del pasillo—. Alzoc ni siquiera figuraba en el registro galáctico. El Senado encontró una mención a ese mundo hace un par de años en unos archivos secretos de una corporación. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo allí. Les mintieron, les traicionaron… No me extraña que hayan aprendido a desconfiar de cualquier criatura que tenga un mínimo aspecto humanoide. Me pregunto qué habrá sido de los soldados de las tropas de asalto que esperaban ser recogidos en su planeta…

Detrás del ascensor sorprendió a un grupo de talz absortos en el proceso de alimentar a una banda de diez o doce tripodales. Los talz estaban dejando en el suelo grandes cuencos sacados del comedor: uno contenía agua, y otro una espantosa mezcla de gachas, leche y estofado de pescado. Los tripodales enseguida se arrodillaron sobre él para devorarla ávidamente. Los talz salieron huyendo apenas vieron a Luke y Cetrespeó. Unos minutos después aparecieron dos PU-80 y una docena de MSE, decididos a limpiar lo que estaba claro consideraban suciedad. Los tripodales retrocedieron, confusos y asustados, y contemplaron sin poder hacer nada cómo los MSE engullían lo que quedaba del agua y de la comida —deslizándose por detrás de Luke cuando éste intentó ahuyentarles—, mientras los PU-80 llevaban a cabo valientes pero fútiles intentos de inclinarse lo suficiente para recoger los recipientes.

—Siento el máximo respeto hacia toda la serie de Propósito Único, amo Luke —dijo Cetrespeó, inclinándose para entregar el cuenco que había recogido al androide PU-80, que era mucho más viejo y pesado que él—. No cabe duda de que son el auténtico núcleo de todas las operaciones llevadas a cabo mediante androides, pero… ¡Oh, son tan limitados!

Cetrespeó no pudo proporcionarle ninguna identificación o información lingüística sobre las criaturas tripodales. y ni siquiera su función traductora analógica consiguió alcanzar una comprensión completa de su lenguaje. Luke sólo pudo entender que eran Personas y que venían del Mundo, y que estaban buscando una manera de volver allí.

—Igual que yo, amigo —suspiró mientras las angulosas y desgarbadas siluetas se alejaban por el pasillo para continuar con su búsqueda de la puerta que, una vez cruzada, les devolvería a su hogar.

Por lo menos el ascensor todavía funcionaba, aunque con los jawas sueltos por allí no había forma de saber durante cuánto tiempo continuaría haciéndolo. Los pequeños y repugnantes seres del desierto eran unos timadores y ladrones natos, especialmente de metal, cables y tecnología. Al lado de la puerta del ascensor sólo se veían cuatro botones encendidos: 10, 11, 12 y 13. En la Cubierta 12 las luces volvían a estar encendidas, y el aire estaba limpio y circulaba de un lado a otro. Había alguna que otra bandeja y taza de café en el suelo de los pasillos, y la presencia de restos de armaduras de las tropas de asalto indicaba con toda claridad una presencia gamorreana, pero como había dicho Cetrespeó, los limpiadores PU-80 y los diminutos MSE en forma de caja habían eliminado minuciosamente cualquier evidencia de todo rastro que pudieran haber dejado los klaggs durante su invasión.

Doblaron una esquina y Luke se detuvo, muy sorprendido, al descubrir que el pasillo que se extendía delante de ellos estaba lleno de lo que, a primera vista, parecían hongos de color masilla y apariencia blanda. Tenían entre un metro y un metro y medio de altura, estaban llenos de bultos y protuberancias y desprendían un fuerte olor a vainilla. Una segunda mirada le mostró que tenían brazos y piernas, aunque no pudo ver ninguna clase de órganos sensoriales.

—¡Cielos! —exclamó Cetrespeó—. ¡Son kitonaks! Ayer no estaban aquí.

Cetrespeó empezó a avanzar entre ellos.

Luke le siguió. Había por lo menos treinta en aquel tramo de pasillo, y Luke vio más en la sala de reposo de la derecha. Tocó uno y descubrió que estaba a la temperatura ambiente, aunque había una vaga sospecha de un calor más intenso en las profundidades de su cuerpo blando y rechoncho. Muchos de ellos mostraban agujeros redondos debajo de enormes pliegues de grasa en lo que probablemente eran sus cabezas, y cuando echó un vistazo dentro de uno de ellos Luke pudo identificar dos lenguas y tres hileras de pequeños dientes en forma de cono.

—¿Qué están haciendo?

Algunos tenían abrasiones, y lo que parecían heridas de cuchillo que habían sangrado hasta quedar cubiertas de costras y ya se estaban curando sin que las criaturas parecieran haberse dado cuenta de su existencia.

—Esperan que las orugas chooba se metan en sus bocas —replicó el androide—. Es su manera de alimentarse.

—Un empleo realmente magnífico, si puedes conseguirlo. —Luke pensó que se imponía hacer una nueva visita al comedor, aunque eso exigiría una cierta cautela—. Bueno, parece que de momento no corren ningún peligro.

—Oh, desde luego que no, amo Luke. —Cetrespeó siguió avanzando rápidamente con su habitual estrépito metálico por entre el extraño bosque de formas inmóviles—. Son una de las especies más resistentes de toda la galaxia. Se sabe de casos en que un kitonak ha aguantado semanas sin comida, y a veces durante meses, sin que se haya resentido en lo más mínimo por ello.

—Bueno, pues eso es justo lo que tendrán que hacer a menos que esos transportes recogieran orugas chooba creyendo que eran soldados de las tropas de asalto —comentó Luke, volviendo la cabeza para lanzarles una última mirada por encima del hombro.

Allí donde las luces no funcionaban y los pasillos se convertían en cavernas llenas de penumbra, iluminadas únicamente por los reflejos de los paneles de las zonas que seguían teniendo iluminación y por el ocasional brillo amarillento de una lámpara de trabajo, encontraron el cuerpo de un affitecano, los sorprendentes habitantes vegetales de Dom-Bradden. Un enjambre de MSE se deslizaba sobre él como insectos codiciosos, intentando en vano eliminar un caso de suciedad que se encontraba más allá de sus pequeñas capacidades. El icor se había congelado sobre el suelo extendiéndose por metros en todas direcciones, y el olor de los azúcares que se iban pudriendo flotaba en el aire impregnándolo con su espesa pestilencia. Luke no dijo nada, y volvió a ser consciente de los peligros que acechaban dentro de aquella nave que no estaba del todo vacía.

Un grito creó ecos por el pasillo sumido en la oscuridad. Venía de la aldea que los gakfedds habían erigido en la bodega de carga. Luke giró sobre sí mismo y aguzó el oído, y después empezó a correr hacia aquel sonido en una torpe carrera cojeante. El extraño y casi metálico timbre de la voz le había indicado que el grito había sido lanzado por un jawa aterrorizado que sufría una espantosa agonía. Mucho antes de llegar a la bodega ya estaba seguro de lo que iba a encontrar, y la furia le erizó el vello a pesar de todo lo que sabía sobre los jawas.

Los soldados gamorreanos habían sacado un triturador de algún sitio y estaban sosteniendo a un jawa encima de él, agarrándole por las muñecas y bajándole lentamente hacia las hojas giratorias con los pies por delante. Había cuatro o cinco gamorreanos, Ugbuz entre ellos, y todos aullaban de risa mientras hacían subir y bajar a su pequeño e infortunado cautivo encima del triturador.

Luke desplegó la Fuerza desde la entrada de la gigantesca cámara y golpeó al triturador con tal violencia que el artefacto salió despedido a diez metros de distancia, chocando con la pared y haciéndose añicos. Krok —que estaba sosteniendo al jawa— arrojó a un lado la pequeña y aterrorizada masa de harapos y suciedad y giró sobre sí mismo mientras lanzaba una maldición, y Ugbuz se llevó su carabina desintegradora al hombro. Luke fue cojeando hacia ellos por entre las chozas y arrancó impacientemente la carabina de las manos del gamorreano con un golpe de la Fuerza cuando todavía se encontraba a diez metros de distancia de él, haciendo que saliera despedida dando vueltas por el aire y repitiendo la acción un momento después con el hacha de otro gamorreano. La tortura, fuera de la clase que fuese, siempre encendía una abrasadora hoguera de rabia al rojo blanco en su interior. Krok se lanzó sobre él con sus manazas tensas y Luke levitó al gamorreano como si fuese ciento setenta y cinco kilos de rocas metidas en un saco, y después lo mantuvo inmóvil durante un momento a dos metros por encima del suelo, contemplándole con la mirada repentinamente gélida de sus ojos azul claro.

Después arrojó al gamorreano a un lado tan despreocupadamente como si se hubiera olvidado de él y se volvió para enfrentarse con Ugbuz.

—¿Qué significa todo esto, soldado? —preguntó el enorme jabalí gamorreano, muy enfurecido—. ¡Ese tipo era un saboteador rebelde que pretendía hacer fracasar nuestra misión! Le sorprendimos con eso…

Señaló furiosamente el montón de cables y chips de ordenador con los extremos y conexiones sueltas colgando que había en el suelo, cerca de donde había estado el triturador.

Los ojos de Luke se encontraron con los del gamorreano, y su gélida y amenazadora mirada hizo que la criatura porcina bajara la suya pasados unos momentos.

—¿Quién infiernos te piensas que eres? —preguntó Ugbuz en un tono casi melancólico.

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