Jevax meneó la cabeza, intentando encontrar alguna forma de explicarlo.
—Es como si todos hubiéramos pasado muchos años sin pensar en nuestro pasado —concluyó por fin.
—Conozco a unas cuantas personas que viven de esa manera —observó Han.
No añadió —aunque Leia pensó que podría haberlo hecho— que había sido una de ellas durante una parte muy considerable de su vida.
—Bueno, eso no quiere decir que no tuviéramos mucho presente y futuro en qué pensar —siguió diciendo el Jefe de las Personas—. Los Jedi se aseguraron de ello, benditos sean sus espíritus…
La última curva de la escalera acababa de llevarles por encima del nivel de la niebla. La atmósfera se volvió más clara y perceptiblemente más caliente de una forma tan repentina como si hubieran salido por una trampilla. Brisas extrañas e impredecibles acariciaron los cabellos de Leia y llenaron de susurros los árboles grisáceos que crecían como una silenciosa cortina al acecho a lo largo del borde del risco. A su izquierda y a su derecha se extendía un mar de tonos verdes y grises, con árboles que surgían como islas entre masas de vapores, pájaros de alas multicolores y muchos insectos revoloteando de unos a otros bajo la suave y temblorosa claridad.
Leia alzó la mirada y dejó escapar un jadeo ahogado.
—Creemos que lo hicieron los Jedi —anunció Jevax con tímido orgullo.
Una serie de vigas brotaban de la roca negra que formaba las ondulaciones de los riscos volcánicos para sostener el peso del duracero mediante columnas tan gruesas como la estatura de un hombre adulto. Las vigas, gráciles como pájaros, se elevaban sobre la nada de neblina y flores, y cada faceta cristalina del complejo techo que soportaban estaba tallada en ángulos y biseles cuidadosamente calculados para que atraparan y multiplicaran hasta el más pequeño destello de la débil luz solar.
Hilachas de niebla flotaban como cintas y banderolas entre los jardines colgantes suspendidos del delicado encaje de bóvedas y cúpulas de transpariacero, ofreciendo un impresionante despliegue de góndolas tan grandes como casas. Algunas flotaban a gran altura entre los ríos de neblina, tan arriba que se confundían con el tejado, y otras pendían de cables tan largos que casi rozaban la protuberancia medio en ruinas de la achaparrada torre de piedra que se alzaba sobre el banco de lava al que Jevax y su grupo acababan de llegar. Eso era cuanto había perdurado de la ciudadela de los Jedi.
—Todo un trabajo de ingeniería para una pandilla de tipos que siempre estaban corriendo de un rincón de la galaxia a otra con la espada en la mano.
Han, como de costumbre, estaba decidido a no dejarse impresionar fácilmente.
—Bueno —dijo Jevax, sonriendo y dando suaves tirones del extremo de una trenza blanca—, supongo que mientras corrían de un rincón de la galaxia a otro con la espada en la mano se encontraron con mucha gente y trabaron amistad con ella, y entre esas personas no sólo había ingenieros que conocían muy bien su oficio, sino también corporaciones interesadas en los frutos exóticos y las fibras vegetales que producen nuestras peculiares condiciones climáticas, y que además eran lo suficientemente honradas para no explotar despiadadamente a los nativos de este y otros valles volcánicos del planeta. Los primeros representantes de la Corporación Brathflen se presentaron en Belsavis un año después de que los Jedi se hubieran marchado, si es que mis cálculos no andan desencaminados. Exquisiteces de la Galaxia empezó a crear huertos de shalamán y podón muy poco después. Unieron sus recursos a los de Exportaciones Imperiales para cubrir el valle con una gran cúpula, básicamente debido a un plan que creo fue concebido por el Maestro Plett en persona, y empezaron a cultivar lianas de café y de seda en las plataformas ajustables que instalaron debajo de la cúpula.
Señaló hacia arriba. Una gran góndola de la que colgaban cintas de follaje verde claro se deslizó en silencio a lo largo de una entre la miríada de pistas que iban resiguiendo el complejo trazado de las vigas, se detuvo debajo del centro de la cúpula y descendió grácilmente unos diez metros. Al hacerlo quedó al mismo nivel que otro lecho flotante, desde el que unas siluetas diminutas sacaron un puente portátil formado por un tramo de escalerilla metálica, con un segundo cable como asidero, y por el que empezaron a pasar moviéndose tan ágil y despreocupadamente como si estuvieran en el suelo.
—Las dos plantas dependen de un corto ciclo de cambios de temperatura de treinta grados o más —explicó Jevax—. Hay muy pocos entornos en los que puedan crecer, y de esos hay muy pocos que sean lo bastante habitables para que la inversión merezca la pena. Esas plantaciones aéreas constituyen más del treinta por ciento de la economía de nuestro planeta.
Leia se abstuvo de decir que la cantidad de lianas de seda necesaria para confeccionar un vestido costaría lo suficiente para constituir el treinta por ciento de la economía total de cualquier planeta. Ésa era la razón por la que Han la había dejado sin habla cuando le regaló un traje y un tabardo confeccionados con lianas de seda no hacía mucho. Winter se había encargado de escogerlos. Han seguía sintiendo una cierta debilidad por el tipo de prendas que resultaban totalmente inadecuadas para una Jefatura de Estado, y había aprendido a no confiar en su juicio acerca de la vestimenta apropiada para llevar en público.
Chewie, que estaba mirando hacia arriba, dejó escapar un suave grito de apreciación. Leia se acordó de las más bien inquietantes aventuras que había vivido en Kashyyyk, el planeta natal del wookie, y se estremeció.
—Entonces lo que cree es que los Jedi iniciaron el proceso de desarrollo comercial del planeta como una especie de…, de regalo de despedida, ¿no?
—Bueno… —Jevax les llevó hacia los restos de muros y edificios medio en ruinas, que formaban una línea llena de huecos allí donde el banco rocoso se unía al acantilado que subía por detrás de él—. Brathflen, Exquisiteces de la Galaxia y la Imperial/República son las únicas tres corporaciones con un historial completamente limpio en lo referente a la forma de tratar a las poblaciones locales. Teniendo en cuenta el número de empresas que operan en los Mundos del Núcleo, el que precisamente esas tres fueron las que obtuvieron las coordenadas de este planeta no puede ser una coincidencia.
La terraza —el último y gigantesco peldaño de roca del final del valle— tenía menos de treinta metros de anchura, y avanzaba hacia la escarpada superficie del risco formando un triángulo muy desigual. Una ladera cubierta de junglas medio cubría la punta interior del triángulo, delante de la que se alzaba la torre. El muro delantero se había desmoronado para revelar dos suelos de piedra y los restos de otros dos, reducidos a minúsculas cornisas alrededor del muro interior de la torre. Lo que parecía haber sido una pared de división interna se había derrumbado a unos quince metros de allí, más o menos a medio camino entre la punta del triángulo y el extremo del banco rocoso. El muro había quedado hecho añicos en una docena de lugares, como si una criatura inmensa se hubiera dedicado a dar mordiscos a las piedras. Otro muro de división, reducido a una cadena de cascotes oscuros, bordeaba el final del banco. Estaba puntuado de árboles y entre ellos se extendía una pequeña pradera llena de viejos cráteres en los que crecían setos de lipana que desplegaban su frondosidad alrededor de charquitos plateados de agua de lluvia.
—¿Cuántos se quedaron aquí? —preguntó Leia, haciendo rápidos cálculos mentales y sintiendo que su mente se tambaleaba bajo el impacto de la sorpresa y la desilusión.
—Bueno, está claro que no pudieron ser muchos. —Han recorrió con la mirada el angosto patio interior, y lo contempló en silencio con las manos apoyadas en las caderas y un leve fruncimiento de ceño—. A menos que fueran muy amigos y se llevaran estupendamente, desde luego…
—Puede que emplearan viviendas que no han resistido el paso del tiempo, como casas arbóreas o chozas de maleza en la terraza inferior, allí donde se ha erigido el Centro Municipal, o en el suelo del valle —explicó Jevax—. Claro que antes de que se construyera la cúpula el valle padecía oleadas periódicas de frío… Aun así, era mucho menos intenso que el frío de la superficie. Ah, y sospecho que si se hubieran quedado en las casas de los aldeanos habría más gente que se acordara de ellos.
Movió un largo brazo en un gesto que abarcó los edificios sin techo y la torre, donde cada puerta y hueco de ventana, al igual que el acantilado que se alzaba detrás de ella, lucía un estandarte de helecho, planta araña, barba de wookie o moradulce.
—Que yo sepa, nunca hubo nada aparte de lo que están viendo —murmuró.
—Esto no puede haber sido más que el laboratorio original de Plett —protestó Leia—. No hay forma humana de alojar a diez familias en este sitio.
—Está claro que nunca has vivido en un apartamento de Kiskin, ¿eh? —masculló Han. Cruzó el umbral, entró en el patio y se metió por un hueco en el muro del único edificio cuadrado que aún se sostenía en pie, un cubo sin techo pegado al risco que se alzaba al pie de la torre—. Así que Plett fue el primero en llegar, ¿no?
—Era un botánico y un gran sabio —dijo Jevax—. Hemos oído afirmar que era un Maestro Jedi muy anciano, y creemos que era un Ho’Din del planeta Moltok. Basándonos en el desarrollo de las distintas especies de liquen que crecen en las bases de los muros, hemos deducido que construyó todo esto hace un centenar de años. Muchas plantas del valle han sido sometidas a manipulaciones genéticas para adaptarlas a nuestro clima, el calor geotérmico y la escasez de luz, e incluso a los microclimas de alta acidez que se encuentran en el extremo inferior y más activo del valle, por lo que suponemos que Plett conocía muy a fondo la ecología y que poseía considerables habilidades científicas. Las leyendas cuentan que también podía hablar con las aves y los animales, y que alejaba a las tormentas que hacían estragos periódicamente por toda esta zona, y que a veces llegaban incluso al valle. Una parte de esto lo hemos sabido gracias a los habitantes originales de los otros riscos, como Wutz y Bot-Un, donde parece ser que nadie vio afectada su memoria.
—Lo cual quiere decir que los Jedi no se quedaron a vivir allí. Leia contempló el cuadrado formado por los sólidos muros construidos con bloques de lava que tenían más de un metro de grueso y el color de la sangre seca. A pesar de su apariencia general de fortaleza, la Casa de Plett estaba impregnada por la sensación de paz más profunda que Leia había encontrado en toda su vida.
«Las personas que vivieron aquí eran buena gente —pensó, sin saber por qué aquella percepción era tan potente que podía invadir hasta el último rincón de su ser e impregnarlo como el aroma de flores olvidadas hacía ya mucho tiempo—. Poder, y un amor tan límpido e intenso como la luz del sol…»
Cerró los ojos, repentinamente abrumada por la inexplicable convicción de que le bastaría con aguzar el oído para escuchar los gritos y las risas de los niños mientras jugaban.
—Exactamente —oyó que decía Jevax, y su voz se fue debilitando a medida que Leia y Han caminaban a lo largo del muro interior del recinto—. Creemos que Plett escogió este sitio no sólo debido a las singulares características climáticas de los valles volcánicos, sino porque los vientos glaciales y las durísimas condiciones de la superficie hacen que a las naves espaciales les resulte extremadamente difícil posarse, y además hacen prácticamente imposible utilizar señales o sensores de cualquier tipo.
—Oh, sí. No hace falta que me hable de ello… Han había pasado unos cuantos minutos horribles mientras hacía descender el
Halcón Milenario
a lo largo del haz de guía más angosto con el que se había encontrado en muchos años hasta meterlo en un silo vertical de aterrizaje de cien metros de profundidad que había sido tallado en la roca…, y todo ello casi a ciegas.
—¿Y qué hay de los túneles? —preguntó Leia abriendo los ojos. Jevax se volvió hacia ella y enarcó la masa blanca de sus cejas. Han, que había estado inspeccionando uno de los agujeros en forma de cerradura de la hilera abierta en el muro —debían de ser puertas o ventanas, aunque si se trataba de puertas eran tan angostas que sólo una persona tan ágil y esbelta como Luke o Leia hubiese podido meterse por ellas—, pareció sorprenderse un poco ante la pregunta.
—Bien. Excelencia, el caso es que no hay túneles —respondió Jevax—. A pesar de todo lo que puedan decir los rumores, no hay «criptas secretas»… Cada tres o cuatro meses alguien se inventa una nueva teoría y explora todo el lugar, pero puede creerme cuando le digo que nadie ha encontrado nada.
Un pequeño y esbelto mamífero de piel verde que Leia no reconoció corrió como un rayo a lo largo de la parte superior del muro y desapareció. Un manolio amarillo se posó en el arco de una ventana v desplegó su plumaje, clavando sus brillantes ojos color rubí en los intrusos que se habían atrevido a entrar en sus dominios. Nada más verlo. Leia pensó que el manolio debía de haber llegado allí con los ithorianos de la Corporación Brathflen. Ya había visto centenares de ellos, y eso a pesar de que ella y Han acababan de llegar aquella mañana.
—Escondieron a los niños en el pozo… —murmuró en voz baja—. Nichos habló de túneles, y yo di por sentado que McKumb estaba hablando de criptas de alguna clase ocultas bajo la Ciudadela de Plett. Bien, supongo que eso de ahí debe de ser el «pozo», ¿no?
Leia señaló el grueso disco de duracero incrustado en las piedras del suelo.
—Es uno de ellos, sí —dijo Jevax—. Hubo un tiempo en el que todos estos valles volcánicos eran conocidos con el nombre de pozos… Por los manantiales calientes, ¿comprende? —Alzó una mano hacia la cúpula festoneada de cintas verdosas que despuntaba por encima de los muros sin techo, el pueblo escondido por las masas de niebla, los distintos microclimas de las fuentes termales y los manantiales calientes y los recipientes de barro que había esparcidos a lo largo de la fisura, y después trazó un arco que abarcó los gigantescos acantilados de rocas oscuras, con sus volutas de helechos y orquídeas suspendidas en el aire y las banderolas de neblina que ondulaban de un lado a otro—. Todo esto que ve es el Pozo de Plett.
Jevax les precedió por la puerta que había quedado reducida a un marco vacío —tenía la misma forma de cerradura que las ventanas, una característica de las viejas casas construidas con bloques de lava que se pegaban las unas a las otras en lo que había sido el primer pueblo edificado al pie de la terraza rocosa, en la parte más alta del valle— y volvió a salir al patio. Magníficos insectos con alas tan delgadas que parecían de gasa surgieron de la hierba alrededor de ellos en una repentina floración, como si la misma tierra acabara de lanzar puñados de confetti en una inesperada celebración.