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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (8 page)

El Borde Exterior… Muchos años antes, Luke había descrito Tatooine, su planeta natal —uno de los mundos de aquella región de la galaxia escasamente poblada y a duras penas habitable— como el punto que se encontraba más lejos del centro resplandeciente del universo, y la descripción era notablemente exacta. Desde aquel entonces había visitado lugares que, en comparación, hacían que Tatooine pareciese Coruscant durante la Semana del Carnaval, pero su definición original seguía siendo válida…. y lo mismo podía decirse de la mayor parte del Borde Exterior.

El Borde Exterior se reducía a hinchados soles carmesíes orbitados por bolas de metano y amoníaco congelados, incandescentes estrellas azules cuya luz y calor calcinaban sus planetas hasta convertirlos en montones de cenizas, pulsars cuyos mundos alternaban el congelarse con el derretirse, y cúmulos que estaban lo suficientemente llenos de radiación ambiental para que ese recalentamiento incesante eliminara cualquier posibilidad de que pudiera haber vida sobre los escasos cuerpos celestes que no eran hechos pedazos por los campos gravitacionales que se enfrentaban unos con otros.

Había montones de planetas vacíos esparcidos por toda la galaxia, bolas de roca y metales cuya explotación resultaba demasiado cara debido al calor, la gravedad o la radiación, o por su excesiva proximidad a peligros tan extraños como calderos de gases o anomalías fluctuantes. Como le había dicho Leia a Cray, las distancias espaciales eran muy vastas y resultaba facilísimo perder u olvidar sistemas y sectores enteros si no había ninguna razón para ir hasta allí. En el Borde Exterior, el Imperio nunca había perdido el tiempo pensando en las leyes locales.

El crucero-explorador blindado
Ave de Presa
que los ithorianos habían prestado a Luke surgió del hiperespacio a una distancia prudencial de la zona luminosa de polvo y gases ionizados que aparecía en las cartas estelares bajo el nombre de Nebulosa Flor de Luna.

—¿Estás seguro de que las coordenadas aleatorias corresponden a ese lugar? —preguntó Cray con voz dubitativa mientras estudiaba las lecturas de toda la información sobre la zona en las tres pantallas instaladas debajo del visor principal del puente—. Ni siquiera figura en el Registro… ¿No crees que las coordenadas podrían referirse al Sistema K Siete Cuarenta y nueve, por ejemplo? Sólo se encuentra a unos cuantos parsecs de distancia, y por lo menos allí hay un planeta… Ahí está: Pzob… —Cray leyó los datos de una pantalla—. Habitable por los seres humanos y con clima templado… El Imperio podría haber tenido una base allí, aunque los archivos no contienen ningún dato al respecto.

—Es habitable —admitió Luke, introduciendo instrucciones en el teclado con una mano y manteniendo un ojo clavado en las imágenes que se iban sucediendo sobre la pantalla central mientras hablaba—. Pero fue colonizado hace mucho tiempo por gamorreanos, aunque nadie sabe cómo o por qué. Cualquiera que hubiese querido establecer una base permanente allí habría tenido que gastarse una auténtica fortuna en sistemas de seguridad.

—Cierto, los gamorreanos son un pueblo de lo más desagradable —opinó Cetrespeó con su tiesa dignidad habitual desde el banco que compartía con Nichos en la zona de pasaje del puente—. Ya resultaban bastante difíciles de tratar cuando formaban parte del séquito de Jabba el Hutt… Los programas de reglas y procedimientos básicos para quienes quieran visitar Gamorr consisten en una sola línea: no vaya a Gamorr. ¡Sí, de veras!

—Bueno, Cetrespeó, si tú lo dices… —murmuró Luke.

Estudió la imagen del visor que se desplegaba delante de ellos. Los velos reflectantes de polvo captaban la luz de las estrellas de los alrededores y estaban iluminados por un resplandor interno, lo cual indicaba que en algún lugar de aquella inmensidad había ocultas dos o tres estrellas cuyos rayos eran apagados y difuminados por las omnipresentes masas gaseosas, con el resultado final de que apenas había nada que ver.

—Las lecturas muestran que ahí dentro hay un montón de rocas

—comentó.

Movió un interruptor e hizo aparecer un esquema en una de las pantallas secundarias. La zona que mostraba se hallaba saturada por un espeso rociado de lo que parecían granitos de arena y guijarros atrapados en una inestable suspensión aleatoria.

—Un campo de asteroides —dijo Luke—. Parece que los hay de todos los tamaños… La composición habitual, hierro y níquel. Podría ser un cinturón que rodeara a una de las estrellas que hay ahí dentro… Me pregunto si el Imperio llegó a emprender alguna clase de actividad minera en esta zona.

—Eso costaría una fortuna, ¿no? —preguntó Nichos, levantándose para acercarse a los monitores y bajar la mirada por encima de los hombros de Cray y Luke.

Luke fue pasando de una pantalla a otra y estudió lecturas de masa, análisis espectrográficos y campos gravitacionales locales mientras el muro de luz que cambiaba continuamente se iba acercando más y más, hasta que llegó un momento en el que la claridad fue tan deslumbrante que sus delicados colores escaparon del visor para desparramarse sobre los rostros agrupados alrededor de la consola.

—Bueno, si supiera exactamente qué estoy buscando supongo que eso sería una gran ayuda… Eh, parece que ahí tenemos algo.

Luke incrementó levemente la velocidad y dirigió el
Ave de Presa
hacia las primeras hilachas que brotaban de los velos de luz. Los colores ondulaban y flotaban de un lado a otro, y peñascos tan grandes como todo un bloque de oficinas de Coruscant emergían repentinamente de los bancos de arena y las barras de luminosidad, haciendo que Luke tuviese que maniobrar muy lentamente por entre ellos. —Allá vamos…

Luke movió otro interruptor y pudieron distinguir un mundo frío y gris de pequeñas dimensiones que parecía estar incrustado en un amasijo de velos blancos y verdes. La superficie estaba repleta de agujeros en los que se podían ver pistas de descenso y viejas estructuras metálicas. —Parece alguna clase de base —dijo Luke—. Probablemente fue una explotación minera, y a juzgar por su aspecto supongo que los chatarreros se llevaron todo lo que aún podía ser útil hace bastante tiempo. —Me sorprende que alguien se tomara la molestia de venir hasta aquí. —Cray estiró el cuello para poder ver por encima del brazo de Luke—. ¿Podemos obtener alguna lectura de las rocas que hay alrededor? Teniendo en cuenta la cantidad de interferencias que producen los campos magnético e iónico de esa capa de polvo, este lugar sería un magnífico escondite.

—No capto nada, pero eso no quiere decir que no haya nada.

Luke movió el dial del visor para centrarlo en dos de las rocas de mayores dimensiones, un par de peñascos de unos nueve kilómetros de diámetro, pero la ionización creada por los campos eléctricos de la nebulosa reducía considerablemente el alcance visual. —Bien, vayamos a echar un vistazo… —sugirió. Cray siguió examinando las lecturas y transmisiones mientras Luke guiaba el
Ave de Presa
a través de los laberintos resplandecientes de velos, luz y rocas. Muy pocos pilotos se atrevían a aventurarse en los campos de asteroides, donde la apariencia de flotar lánguidamente a la deriva era una peligrosa ilusión en la que no se podía confiar, e incluso Luke les tenía un gran respeto. La gran mayoría de los asteroides eran tan grandes como su nave o más, y eso quería decir que eran demasiado grandes para poder ser repelidos por los deflectores. El mero movimiento de la nave bastaba para provocar ondulaciones gravitacionales y torbellinos que alteraban el ya frágil equilibrio del campo. El campo en sí era enorme, y los sensores torturados por las interferencias no paraban de mostrar más y más rocas. «Podemos estar casi seguros de que es un cinturón planetario», pensó Luke, y comprendió que incluso el examen más superficial de la zona exigiría varios días.

Y sin embargo…

Todos los instintos que poseía le estaban gritando que había algo allí o cerca de allí, y bastaba con echar una mirada a las lecturas para ver que en los alrededores no había absolutamente nada. Pasaron cerca de una gigantesca bola de roca que tenía casi sesenta kilómetros de diámetro, y Luke pudo ver más agujeros y los restos de una cúpula autoerigible bajo las sombras que proyectaba su flanco. Otra instalación, y parecía bastante grande. Resultaba obvio que estaba abandonada, pero…

¿Por qué había dos minas?

¿O acaso no eran minas?

—¿Hay alguna lectura de actividad minera en esta zona?

Nichos, que se había sentado delante del banco de ordenadores sin hacer ningún ruido, dejó que sus dedos bailaran sobre el teclado durante un momento.

—No hay ningún puesto de observación en todo este sector —dijo después—. Qué raro… —añadió—. No existe ningún registro de que hayan existido explotaciones mineras en ningún lugar cercano.

—¿Puedes captar algún rastro de antimateria? —preguntó Luke mientras hacía que el
Ave de Presa
describiese una curva alrededor de una densa masa de asteroides de gran tamaño que habían ido flotando a la deriva hasta entrar en la zona de proximidad gravitacional, y que habían acabado formando un pequeño cúmulo donde chocaban y se frotaban unos a otros con la silenciosa y estúpida torpeza de un grupo de matrimonios divorciados en una fiesta—. ¿Hiperpolvo? ¿Cualquier señal de que haya movimiento de naves por esta zona?

—Las estelas se disiparían en cuestión de semanas —le recordó Cray, pero aun así hizo la comprobación que había solicitado Luke—. Nada. ¡Condenadas interferencias! Creo que…

—¡Escudos! —gritó Luke.

Dejó caer la mano sobre los deflectores mientras se preguntaba —en la misma fracción de segundo en que algo chocaba contra el explorador con la fuerza del puño colosal de un demonio iracundo— si se había vuelto loco.

Un chorro de luz blanca y púrpura entró por el visor con una fuerza casi física, dejando tras de sí ceguera y la sacudida y las náuseas de la brusca desaparición del campo gravitatorio. Un instante después todo volvió a quedar engullido por una oleada de cegadora claridad cuando un segundo haz de plasma chocó con la nave en el mismo instante en que Luke viraba a toda velocidad. Oyó el olor a quemado de los aislantes chamuscados y oyó un chisporroteo seguido por las maldiciones de Cray. Para ser una joven tan elegante y dueña de sí misma, Cray parecía tener un repertorio de tacos y palabras gruesas sorprendentemente amplio. Los ojos de Luke se fueron recuperando del terrible impacto lumínico, y pudo ver que la mayor parte del tablero se había ennegrecido delante de él.

—¿De dónde vienen?

Las lecturas que aún funcionaban no se lo estaban indicando. —Sector dos, detrás de…

—¡Ahí!

Luke ya había iniciado un nuevo y frenético viraje, esperando que su impresión de que aquella parte del espacio no estaba ocupada por ningún asteroide correspondiese a la realidad, y pudo ver por el rabillo del ojo cómo una espada de luz blanca brotaba de un enorme asteroide que había estado detrás de ellos hasta hacía unos segundos.

—¡Centrad la mira en esa roca!

—¡Cuidado!

—¡Oh, cielos!

La exclamación había surgido de Cetrespeó un instante después de que la Consola de Sistemas Internos estallara junto a él y proyectara un geiser de chispas. Luke apenas se dio cuenta, pues el siguiente haz de plasma hizo añicos un meteorito y roció la nave con una andanada de varios millares de balas de cañón superrecalentadas.

—¡La superficie está vacía! —gritó Cray para hacerse oír por encima del crujir de los cables que se cortocircuitaban—. No hay cúpulas, no hay emplazamientos… Ni siquiera veo troneras… —A Luke le asombró que Cray fuera capaz de ver algo en la extraña luz sin sombras de la nebulosa—. Esa roca está repleta de agujeros…

—¡Cuidado!

Luke hizo virar la nave y la situó detrás de una montaña de roca y hielo, rezando para que el movimiento no les hubiera colocado justo en el punto de mira de las baterías del atacante. Salvo por el tamaño, todos los asteroides del campo eran prácticamente idénticos los unos a los otros y a menos que les estuvieran disparando, resultaba casi imposible saber en cuál de la media docena de rocas de entre uno y dos kilómetros de diámetro inmediatamente visibles en el universo de polvo resplandeciente estaban instalados los cañones. El asteroide detrás del que se había refugiado el
Ave de Presa
recibió un impacto terrible, y sólo sus considerables dimensiones impidieron que se hiciera añicos como le había ocurrido a la roca más pequeña. Los atacantes quedaron ocultos por la curvatura de los peñascos.

—Tengo una lectura direccional…

—Y dentro de un par de segundos ya no servirá de nada. —Luke llevó a cabo una veloz comprobación de sistemas. Era vagamente consciente de la presión que las tiras del arnés de seguridad ejercían sobre sus hombros y sus caderas. Si la gravedad interna había dejado de funcionar, los sistemas que les proporcionaban aire y calor probablemente no tardarían mucho tiempo en seguir el mismo camino—. Vamos a salir de aquí.

—Sensores delanteros de estribor inutilizados —informó Nichos, que estaba agarrado al asa de seguridad de la consola de datos averiada con los pies flotando en el aire—. Deflectores a un tercio de potencia…

Luke maniobró cautelosamente a lo largo del asteroide que les estaba sirviendo como escudo, guiándose por los visores y luchando continuamente contra la tendencia a desviar la popa hacia las rocas que estaba mostrando la nave, lo que le indicó que el estabilizador había dejado de funcionar. No necesitaba teclear la petición de lecturas para saber que no podían entrar en el hiperespacio.

—¿A qué distancia está Pzob?

—Tres o cuatro horas al máximo de velocidad sublumínica —le informó Cray. Su voz sonaba sombría y preocupada, pero no estaba asustada aunque nunca había tenido que soportar que disparasen contra ella. Luke pensó que Cray no lo estaba haciendo nada mal para ser una joven que había ido directamente del aula a la sala de conferencias sin ninguna parada intermedia—. Se trata de una conjetura, claro… Tengo una orientación general del casco, pero no puedo obtener la distancia exacta.

—Nuestros motores sublumínicos parecen estar intactos —dijo Luke—. Tendremos que usar el oxígeno de emergencia, y para cuando consigamos llegar hasta allí esto parecerá una nevera. Espero que sepas hablar el gamorreano, Cetrespeó.

—Oh, cielos… —murmuró Cetrespeó.

—El curso parece estar despejado en todas direcciones.

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