—Oh, Excelencia, en toda la historia de este rebaño y de este mundo jamás habíamos padecido un ataque semejante…
Leia tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad y sus instintos de diplomática para no apartar a la enlace de un empujón.
Luke, y eso atrajo la atención de Leia al instante, se había dirigido sin vacilar hacia la arcada de la que había surgido aquel hombre, y estaba saltando de la plataforma a la balconada para examinar la columnata y la plaza que se extendía más allá de ella.
¡Los niños!
Leia se abrió paso por entre la multitud hasta llegar al umbral.
Winter se había esfumado. Cetrespeó surgió de las sombras con su contoneante y torpe caminar mecánico y la cogió del brazo.
—Winter se ha llevado a Jacen, Jaina y Anakin a su guardería, Excelencia —le informó—. Sólo se quedó aquí el tiempo suficiente para que pudieran ver que el general Solo estaba ileso. Tal vez sería aconsejable que usted y el general Solo fueran allí en cuanto tengan oportunidad de hacerlo y acabaran de tranquilizar a los niños.
—¿Están protegidos?
Han podía cuidar de sí mismo, y durante un fugaz pero espantoso momento de horror Leia volvió a ver el rostro barbudo y convulso del loco que alargaba sus manos retorcidas hacia los niños.
—Chewbacca ha ido con ellos.
—Gracias, Cetrespeó.
—No he detectado ningún otro peligro. —Luke apareció junto a ella con un revoloteo de su capa negra. Sus cabellos castaño claro estaban despeinados allí donde había apartado el capuchón de un manotazo y su rostro, marcado por la cicatriz que le había infligido una criatura de los hielos de Hoth, estaba tan indescifrable como siempre, pero sus ojos azules parecían verlo todo—. ¿Y los niños? ¿Se encuentran bien?
—Están en la guardería, y Chewbacca ha ido con ellos.
Leia miró a su alrededor. Han seguía inmóvil donde le había visto por última vez, rodeado por una multitud de ithorianos que gritaban y gesticulaban, y tenía los ojos clavados en el umbral lleno de sombras por el que se habían llevado a su atacante. Estaba asintiendo e incluso daba alguna clase de contestación a las frenéticas preguntas de los líderes de los rebaños, que intentaban asegurarle que esas cosas no ocurrían jamás, pero Leia se dio cuenta de que en realidad no estaba oyendo ni una palabra de lo que le decían.
Se volvió hacia su hermano, y ella y Luke se fueron abriendo paso hasta Han.
—¿Estás bien?
Han asintió, pero apenas si les miró. Leia le había visto menos afectado después de haber caído en una emboscada con fuego pesado apoyada por cazas estelares del Imperio.
—Eso no puede haber sido un intento planeado. —Luke siguió la dirección de la mirada de Han hasta clavar los ojos en la puerta—. Cuando se le empiecen a pasar los efectos del tranquilizante, iré a verle e intentaré entrar en su mente. Tal vez consiga averiguar quién es…
—Ya sé quién es —dijo Han.
Los dos hermanos le contemplaron con el rostro lleno de perplejidad.
—Si no era un fantasma, y es muy posible que lo fuese… —murmuró Han—. Bien, yo diría que esa ruina humana era mi viejo amigo Drub McKumb reducido a un cincuenta por ciento del Drub que conocí.
—Niños…
El hombre atado a la cama de diagnóstico balbuceó la palabra como si sus labios, su lengua y su paladar estuvieran hinchados y entumecidos. Sus ojos azules eran dos esferas vacías de toda expresión incrustadas en el paisaje lunar erosionado de su rostro marchito y lleno de arrugas. Las diminutas pantallas de los monitores iban trazando dibujos de colores tan luminosos como gemas sobre la superficie acolchada de la cama de diagnóstico. Leia conocía sus lecturas lo suficientemente bien para saber que el del centro indicaba que el contrabandista no estaba sufriendo ningún dolor físico —de hecho, con tanto gilocal dentro no podía sentir ningún dolor—, pero el monitor de la derecha mostraba una espantosa confusión de tonos rojos y amarillos, como si todas las pesadillas de la galaxia estuvieran celebrando una ruidosa fiesta en su lóbulo frontal.
—Niños… —volvió a murmurar el hombre—. Esconden los niños en el pozo.
Leia se volvió hacia su esposo. Clavó la mirada en sus ojos, y el reflejo que vio en sus pupilas color avellana no era el de la criatura demacrada que yacía ante ellos envuelta en los restos del mono de plastireno verde de un transportista de larga distancia, sino el del arrogante y jovial capitán siempre dispuesto a saltar de un planeta a otro que Han había conocido hacía años.
La Casa de Curación del
Nube-Madre
era un reino de penumbra que olía a plantas, como todo el rebaño, y estaba bañado por una suave claridad verde azulada. Tomla El, el médico jefe del rebaño, era pequeño para ser un ithoriano, y su piel tenía el mismo tono verde azulado que las luces del recinto, por lo que su túnica púrpura hacía que pareciese ser únicamente una sombra dotada de voz mientras examinaba los monitores y hablaba con Luke, que permanecía inmóvil junto a él.
—No estoy muy seguro de que entrar en su mente vaya a servirle de algo, Maestro Skywalker. —Los párpados del ithoriano subieron y bajaron sobre los redondos ojos dorados que no se apartaban ni un instante de los frenéticos colores que mostraba la pantalla de la derecha—. No nos atrevemos a aumentar las dosis de gilocal e hipnócano que ya le hemos inyectado. El cerebro ha sufrido severos daños, y todo su sistema está saturado de roca mental que le ha sido administrada repetidamente y en grandes dosis.
—¿Roca mental? —preguntó Luke, visiblemente perplejo.
—Bueno, eso explica su estado —comentó Han—. Hace siete u ocho años que no veo a Drub, pero cuando le conocí ni siquiera se permitía probar algo tan inofensivo como los vapores del quitapenas, así que ya no hablemos de alucinógenos de semejante calibre.
—Lo más sorprendente es que no creo que su estado actual sea atribuible a ninguna droga —dijo Tomla El—. A juzgar por sus respuestas autónomas, me parece que la roca mental está actuando como depresor de la actividad mental y que permite breves períodos de lucidez. Por cierto, hemos encontrado esto en sus bolsillos…
El ithoriano les mostró media docena de hojitas de plastipapel llenas de manchas y arrugas. Han y Leia se acercaron un poco más para poder leerlas por encima de los hombros de Luke cuando éste las desdobló.
HAN SOLO
ITHOR
EL MOMENTO DE LA REUNIÓN
SENO DE BELIA — SULLUST —HANGAR 58
SANTO AROMÁTICO — YETOOM NA UUN — HANGAR 12
FARGEDNIM P'TAAN
—P'taan es un traficante de drogas entre mediano y grande de Yetoom. —Han se frotó la cicatriz de su mentón sin darse cuenta de lo que hacía, como si el contacto con ella le recordara las locuras de sus días de contrabandista—. Si Drub empezó a consumir roca mental, podría haberla obtenido de él…, siempre que haya encontrado alguna forma de volverse millonario durante los últimos siete años, desde luego. Ah, y además sólo un millonario puede llegar a tomar una dosis de roca mental lo bastante grande para que te produzca esa clase de lesiones cerebrales.
Han meneó la cabeza y volvió a clavar la mirada en aquel cuerpo enflaquecido por el hambre que yacía sobre la cama de diagnóstico. Sus ojos se posaron en las uñas llenas de suciedad que parecían garras, y se estremeció.
—Supongo que el
Santo Aromático
y el
Seno de Belia
son naves, ¿no?
Los ojos de Leia seguían sin apartarse de las lecturas de pesadilla que se iban sucediendo sobre la cama de diagnóstico.
—El
Santo
se dedica al tráfico de agroandroides, copias baratas sin licencia que salen de las fábricas clandestinas de los sistemas de Kymm, y de vez en cuando transporta esclavos del Sector de Senex. Sí, tiene sentido… Yetoom está en los límites de Senex.
Han volvió a menear la cabeza, y bajó la mirada hacia lo que quedaba del hombre que había conocido.
—Era más grande y fuerte que nosotros tres juntos… Yo solía tomarle el pelo diciéndole que era el hermano pequeño de Jabba el Hutt, y que se había quedado con toda la belleza de la familia.
—Niños —volvió a susurrar McKumb, y las lágrimas brotaron de sus ojos inmóviles que no veían nada—. Escondieron a los niños en el Pozo de Plett. —Su cabeza osciló de un lado a otro en un violento espasmo, y su rostro se retorció en una mueca de dolor—. Han… Todos moriréis. Os matarán a todos. He de decírselo a Han. Están allí…
—«He de decírselo a Han» —repitió Luke en voz baja—. Eso no suena como una amenaza.
—En el… Pozo de Plett…
Leia se preguntó por qué aquel nombre despertaba vagos ecos en su memoria, y qué le recordaba.
¿Qué voz lo había pronunciado antes, y quién había reducido al silencio esa voz apenas oyó aquellas palabras?
—Está claro que lleva mucho tiempo sin alimentarse adecuadamente —dijo Tomla El mientras examinaba la hilera de números de la pantalla inferior—. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que vio a este hombre por última vez, general Solo?
—Ocho años, tal vez nueve —respondió Han—. Fue antes de los combates de Hoth. Me encontré con él en Ord Mantell, y me informó de que Jabba el Hutt había ofrecido una considerable suma de dinero a quien le trajese mi cabeza. Nunca he oído hablar de un sitio llamado Pozo de Plett.
—Pozodeplett. —Drub McKumb habló en un tono casi natural y volvió la cabeza hacia Leia, que era quien estaba más cerca de la cama de diagnóstico aunque sus ojos, momentáneamente tranquilos y lúcidos, parecieron ver algo o alguien que no era ella—. Busca a Solo, cariño. Cuéntaselo… Yo no puedo hacerlo. Todos los niños estaban en el pozo. Se están reuniendo…
Se encogió sobre sí mismo, y la pantalla de la derecha se convirtió en un manchón rojo sangre. El cuerpo de Drub McKumb se tensó, desgarrado por un espasmo repentino que lo arqueó sobre la superficie acolchada.
—¡Matadles! —aulló—. ¡Detenedles!
Tomla El reaccionó al instante, y su mano fue hacia la cama de diagnóstico para añadir otro parche de gilocal a la hilera que ya empezaba a cubrir el cuello del hombre. El estallido de color rojo del monitor empezó a debilitarse y se fue volviendo más oscuro, y McKumb cerró los ojos. —Los niños… —volvió a murmurar—. Los hijos de los Jedi…
Las pautas de ondas cerebrales del monitor de la izquierda se fueron normalizando a medida que McKumb se iba hundiendo en el sueño, pero las que aparecían en la pantalla de la derecha siguieron oscilando y ardiendo mientras la mente que las generaba se perdía en sueños de los que no podía ser despertada.
—Pozodeplett…
La doctora Cray Mingla pronunció la palabra como si la estuviera saboreando, y pareció darle vueltas en la boca igual que si fuese un circuito impreso de diseño desconocido que deseara examinar por todos los lados. Al mismo tiempo, sus manos de dedos largos y exquisitamente manicurados se fueron moviendo por entre el montoncito de objetos que habían sido encontrados en los bolsillos de Drub McKumb. Había unos cuantos créditos, varias ampollitas rotas y unos minúsculos paquetes de plastireno negro impregnados por una delgada película de residuos de roca mental que olían a moho, y media docena de joyas que parecían bastante antiguas: un colgante con tres ópalos, un brazalete, y cuatro pendientes que no hacían juego y cuyos intrincados dibujos de alambre de bronce y perlas danzantes estaban recubiertos por una gruesa capa de sales minerales de un rosa dorado. Las dos líneas rectas de sus cejas, un poco más oscuras que la seda color sol invernal de su cabellera meticulosamente recogida y peinada hacia arriba, se fruncieron sobre el puente de su nariz y Leia, que estaba sentada al otro lado de la mesa en la Casa de Invitados, volvió a oír cómo el nombre resonaba dentro de su mente.
El Pozo de Plett… Alguien —¿su padre, tal vez?— había pronunciado esas palabras. ¿Cuándo lo había hecho?
—Mi madre —dijo Cray pasados unos momentos—. Sí, creo que se lo oí decir a mi madre… —Lanzó una mirada titubeante a Luke, que llevaba un buen rato inmóvil y en silencio al lado de la puerta—. Ella y mi tía abuela estaban discutiendo, o eso me parece recordar. Yo era muy pequeña, pero recuerdo que mi tía abuela acabó abofeteándola y le dijo que no debía volver a hablar de eso nunca más. De una cosa sí estoy segura, y es que tenía algunas joyas muy parecidas.
Mientras hablaba de su infancia, la incertidumbre y las dudas lograron abrirse paso a través de la meticulosa perfección de su belleza, y Luke se acordó de que Cray sólo tenía veintiséis años, unos cuantos menos que él. Cray deslizó una uña cubierta de laca rosada sobre los depósitos minerales de un pendiente. Tomla El los había analizado, y les había dicho que el metal era una combinación de sulfuro oxidizado y antimonio mezclado con restos de minerales y barro.
—Mis tías también tenían algunas joyas casi iguales —dijo Leia con voz pensativa—. Rouge, Celly y Tia… Ah, sí, las tres hermanas de mi padre. —Acordarse de aquellas tres temibles solteronas hizo que sus labios se fruncieran en una sonrisa entre sarcástica y melancólica—. Nunca dejaron de intentar convertirme en lo que ellas llamaban una Auténtica Princesa, y recuerdo que siempre estaban tratando de casarme con algún fantoche sin cerebro de cualquiera de las otras antiguas casas gobernantes…
—¿Alguien como Isolder, por ejemplo?
Han no había podido resistir la tentación de pronunciar el nombre del príncipe hereditario del Consorcio de Hapes —y antiguo pretendiente de Leia—, y Leia volvió la mirada hacia el umbral de la puerta del comedor, en el que Han estaba inmóvil junto a Luke, y le sacó la lengua.
—Pero estoy segura de que tenían joyas como estas —siguió diciendo Leia pasados unos momentos—. Es bronce de la Antigua República, ¿sabes? La manera de trabajar los pendientes, esa curiosa pátina iridiscente que tienen… Sí, es inconfundible.
—Bien, pues si ha estado comprando roca mental durante todo el trayecto, Drub tuvo que iniciarlo con los bolsillos repletos de joyas parecidas —observó Han.
Leia deslizó la mano sobre la mesa y tocó sus pendientes, que se había apresurado a quitarse apenas le fue posible dejar de representar su papel de gran personalidad pública. Las yemas de sus dedos se deslizaron sobre la austera modernidad de los dos relucientes discos de plata pulida, en los que no había ni el más pequeño adorno.
—Tal vez tengan cuarenta o cincuenta años de antigüedad —murmuró—. Ahora ya no hacen joyas parecidas.