—No se trata de quién piense que soy —respondió Luke con suavidad y acercándose un poco más—, sino de quién soy. —Bajó la voz para excluir a los demás de la conversación, y dirigió sus palabras únicamente a los oídos de Ugbuz—. Mayor Calrissian, servicios especiales. 229811-B. —Acababa de darle el número de serie del bloque motriz del
Halcón Milenario
—. Inteligencia.
Si los ojillos de Ugbuz hubieran podido desorbitarse lo habrían hecho, pero la estructura facial del gamorreano hizo que tuviera que conformarse con inclinar las peludas orejas hacia adelante en señal de respeto impresionado. Ugbuz lanzó una rápida mirada por encima de su hombro hacia el sitio al que había sido arrojado el jawa. Krok le había lanzado por los aires con la fuerza suficiente para que acabara con todos los huesos rotos, pero el jawa ya no estaba allí. Los jawas, al igual que las ratas, tenían la capacidad de soportar casi cualquier cantidad de castigo físico y. aun así, seguir siendo capaces de escabullirse por la primera rendija no vigilada en cuanto volvían a gozar de libertad de movimientos.
Luke puso la mano sobre el brazo del capitán de las tropas de asalto. Su furia y el esfuerzo de usar la Fuerza le habían dejado temblando, al borde de las náuseas y con el rostro cubierto de sudor helado, pero se obligó a hablar en voz baja y suave y proyectó en ella todo su poder Jedi.
—Está bien —dijo—. Hizo lo que consideraba más adecuado, y le felicito por la astucia de que han dado muestra al capturarle. Pero ese agente tenía órdenes mías de infiltrarse entre los rebeldes y las estaba cumpliendo. No ha habido que lamentar ningún daño real. Usted obró correctamente al proteger la misión, y me aseguraré de que su nombre aparezca en las recomendaciones al Ubictorado, pero después de esto… Bien, a partir de ahora deje que sea yo quien interrogue a los prisioneros.
—Sí, señor.
Una expresión de desilusión profundamente gamorreana apareció por un momento en el rostro lleno de colmillos de Ugbuz, pero se esfumó enseguida. Después volvió a ser el capitán Ugbuz del Servicio Imperial y saludó marcialmente.
—Lo ha hecho muy bien, capitán —dijo Luke, y utilizó la Fuerza para proyectar sutilmente dentro de la mente de Ugbuz el calor complacido que trae consigo la seguridad de que tus actos hayan sido aprobados.
—Gracias, señor.
El pseudo-oficial de las tropas de asalto volvió a saludar y fue a recoger su carabina desintegradora, deteniéndose un par de veces para mirar por encima del hombro a Luke, que se alejó cojeando hacia la puerta apoyándose pesadamente en su bastón cargado de luces mientras caminaba.
—Excelente, amo Luke —dijo Cetrespeó en voz baja cuando Luke, totalmente exhausto, hubo llegado a la puerta—. Aunque debo decir que si no queremos acabar pereciendo de frío y asfixia, realmente debería encontrar alguna forma de evitar que esos jawas continúen con sus depredaciones sobre la estructura de esta nave. No parecen tener ni idea de los daños que están causando a su propio entorno.
—Bueno, tampoco serían los primeros —observó Luke.
Se apoyó en la pared. Se sentía terriblemente agotado, y la cabeza volvía a dolerle a pesar del comarén. Si hubiera tenido que enfrentarse a un peligro inmediato de muerte por congelación, dudaba mucho de que pudiera haber invocado la Fuerza suficiente para encender ni aunque sólo fuese una vela.
—Si tiene la bondad de venir por aquí, señor… —dijo el androide—. Creo que he descubierto un diagrama parcial de la nave.
El diagrama de las Cubiertas 10 a la 13 estaba grabado sobre cuatro paneles de cristalplex en lo que probablemente era el despacho del encargado de la planta física, y mostraba las localizaciones de los ascensores y las pasarelas, con las conducciones de energía marcadas en rojo y las fuentes de agua —duchas, conductos refrigerantes, rociadores para el control de incendios— en azul. La asimetría de la forma de la nave hacía que resultaran difíciles de recordar. Luke se acordó de que visto desde fuera el asteroide tendía a una forma de judía más que a la redondez, por lo que las cubiertas superiores tendrían que ser más pequeñas y estar agrupadas en la popa. La situación de los conductos refrigerantes le permitió deducir que los núcleos energéticos principales que alimentaban el reactor, el núcleo del ordenador y los cañones también se encontraban a popa.
Su solicitud de un diagrama completo al ordenador del despacho provocó una demanda de un código de autorización, y el probar suerte con los distintos códigos estándar imperiales que conocía o de los que Cray le había hablado obtuvo por única respuesta un
Estado actual de todos los departamentos en consonancia con la planificación temporal y los objetivos de la Voluntad.
«La Voluntad», pensó Luke. El programa-núcleo. El plan central, el que lo coordinaba todo. Lo que regulaba cuanto había a bordo de la nave, desde la temperatura del café del comedor hasta esa puntería casi humana de los cañones defensivos…
¿Casi humana? Luke ya no estaba tan seguro de eso.
La cosa que sabía cuándo se llevaría a cabo el salto al hiperespacio que conduciría la nave hasta Belsavis, y que sabía que el plan de batalla tenía como objetivo destruir aquel pueblo indefenso.
«Sin conocimiento humano», pensó Luke. En consecuencia, eso quería decir que no había nadie a quien se pudiera obligar, coaccionar, persuadir o hablar después de que lo hubieran capturado. Sólo estaba la Voluntad.
Luke volvió a estudiar los diagramas que la Voluntad consentía en mostrar.
—Las conexiones de los tanques de combustible y los cargadores de energía no pueden ser muy grandes —explicó mientras volvía a cojear por el pasillo unos minutos después, con Cetrespeó avanzando junto a él y produciendo su tintineo metálico de costumbre—. Eso significa que todos los hangares principales tienen que estar en una zona, o como mucho en dos: a babor y a estribor. La enfermería está en el lado de babor de la Cubierta Diez, y al lado hay una serie de cámaras de descontaminación, por lo que me jugaría lo que quieras a que esa gran cámara rectangular de la Cubierta Diez sobre la que el diagrama no da ningún dato es el hangar donde se posó el transporte.
Resultó serlo. Los motores del transporte estaban apagados, y nada de lo que Luke pudo hacer consiguió revivirlos —«Bueno, ¿por qué no? Ya han servido a su propósito», pensó— y en cualquier caso no había ninguna forma de utilizar los controles de manera manual. Los androides G-40 estaban inmóviles, silenciosos y muertos, y uno de ellos ya había sido medio desmantelado por los jawas al ver que no podían llevárselo. Los rastreadores en forma de burbuja plateada no eran visibles por parte alguna.
Una juiciosa manipulación de los controles de un ascensor de servició —usando, una vez más, el núcleo de energía y el cableado de un MSE que reaccionó con cierta indignación al ultraje— permitió que Luke consiguiera dejar inmóvil la cabina del ascensor entre las Cubiertas 10 y 9 y pudiera entreabrir las puertas. Mientras Cetrespeó se iba poniendo cada vez más nervioso y predecía inminentes catástrofes en el hangar de la Cubierta 10, Luke ató un extremo del rollo de treinta metros de cable de emergencia que sacó de un compartimento a una pata del transporte y bajó, con considerable dificultad, a través de la cabina del ascensor hasta que consiguió llegar al hangar inmediatamente inferior, el de la Cubierta 9.
Las luces de aquel recinto estaban apagadas, y el hangar era una vasta caverna silenciosa iluminada únicamente por el débil resplandor opacado de las estrellas que brillaban más allá del campo magnético que protegía la atmósfera del hangar. A través de las inmensas puertas del hangar, ribeteadas por la roca del asteroide camuflador dentro del que había sido construido el
Ojo,
Luke podía contemplar los interminables panoramas negros del vacío. Un puñado de asteroides habían sido arrastrados por el
Ojo
cuando llevó a cabo sus saltos hiperespaciales para recoger a su dotación desvanecida hacía ya mucho tiempo —Luke pensó que probablemente habían sido traídos para que sirviesen como cobertura—, y unos cuantos flotaban a la deriva entre el
Ojo
y el infinito como otros tantos fragmentos de hueso descolorido.
A juzgar por su aspecto, el hangar sumido en las tinieblas había sido diseñado para acoger a un solo transporte de tamaño medio. Los cables de la célula de energía colgaban del techo y signos direccionales indicaban dónde quedaría colocada la nave, en el centro del hangar con el morro apuntando hacia la oscuridad estrellada que se extendía más allá del campo magnético. Pero allí no había ningún transporte.
En su lugar, había un maltrecho caza Y de casco ennegrecido en un extremo del hangar. La vastedad vacía del hangar recogió los ecos del bastón de Luke cuando atravesó el suelo metálico para ir hasta ella, y las sombras se agitaron nerviosamente cuando alzó el bastón con las varillas luminosas para echar un vistazo a la carlinga abierta sobre su cabeza.
Era un biplaza. Luke no pudo verlo muy bien desde donde estaba, pero le pareció que las conexiones de presión de los dos asientos habían sido utilizadas.
—Eso explica lo que ocurrió.
Luke se hundió con un suspiro de gratitud en una de las sillas de plástico blanco del comedor y aceptó la bandeja que le ofrecía Cetrespeó: la comida había sido reconstituida a partir del envoltorio irradiante, y sólo guardaba un parecido nominal con un auténtico bistec de espalda blanca con guarnición de puré de topatas a la crema, pero como sucedáneo alimenticio no estaba nada mal. A pesar del perígeno que había ingerido, la pierna de Luke parecía estar a punto de desprenderse de su cadera —Luke, pensándolo bien, se dijo que dado su estado actual eso no parecía tan mala idea— y estaba tan cansado que le dolía todo el cuerpo, pero aun así tenía la sensación de que por lo menos ya había obtenido un cierto control parcial de la situación.
—¿Qué ocurrió cuándo? —preguntó Cetrespeó.
—Qué ocurrió hace treinta años. Como nos contó Triv, el
Ojo de Palpatine
y, de hecho, toda la misión de Belsavis, fueron un asunto de alto secreto desde el principio, y el secreto se mantuvo oculto incluso a los Caballeros Jedi. Por eso lo automatizaron todo, para que no hubiera filtraciones.
»Pero hubo una filtración, Cetrespeó… Alguien lo descubrió.
Un sonido procedente del umbral hizo que volviera la cabeza en esa dirección. Cuatro o cinco tripodales entraron por la puerta del comedor, unas criaturas magníficas con sus delicados matices turquesa y rosa y el largo pelaje amarillo que brotaba alrededor de sus caderas y sus tentáculos. Luke se puso en pie, se apoyó en su bastón con una mueca de dolor, y fue cojeando hasta el suministrador de agua instalado a un lado de las ranuras alimenticias. El montón de bandejas usadas apilado junto a esa pared tenía casi un metro de altura. Luke escogió el cuenco más grande que pudo encontrar, lo llenó de agua y se lo llevó a los tripodales, pues ya había averiguado que colocarlo encima de una mesa no daba ningún resultado. Cetrespeó, siguiendo órdenes de Luke, iba detrás de él con un par de platos de gachas que las pobres y confusas criaturas aceptaron con gratitud, hundiendo sus largos hocicos en ellos para sorberlas ávidamente.
—Alguien lo descubrió —siguió diciendo Luke mientras trabajaba— y fue a la Nebulosa Flor de Luna. Su caza Y casi fue hecho pedazos por las defensas automáticas, que son lo más próximo a un ser humano que he visto jamás, pero consiguieron entrar en la nave. Desactivaron el mecanismo de activación del
Ojo,
y probablemente también desactivaron todas las estaciones de señales esclavas que pudieron encontrar, con lo que ya no podía llegar ninguna señal que iniciara la misión. Después cogieron el transporte del hangar, y huyeron.
—Ojalá también hubieran desactivado las defensas automáticas —dijo Cetrespeó.
—Tal vez no pudieron hacerlo —dijo Luke.
Los tripodales empezaron a alejarse, lanzando suaves mugidos e intercambiando murmullos entre ellos, y Luke y Cetrespeó volvieron a la mesa a la que se había sentado Luke.
—Según las lecturas de la célula de energía del hangar, ese recinto se encuentra justo encima de los compartimentos de los cazas donde están atracados los aparatos de corto alcance. Son los apoyos de superficie y las escoltas, y según los gráficos de consumo de energía tienen que ser cazas TIE. Si la misión llevaba implícito un ataque de superficie, y si iban a recoger tropas de asalto está claro que tenía que haber un ataque de superficie, entonces tiene que haber lanzaderas de asalto en algún sitio. Probablemente estén en las cubiertas superiores de esta misma zona, pero no hubiesen servido de nada en el espacio profundo. Tienen que haberse llevado el transporte.
—Comprendo —dijo el androide. Guardó silencio durante unos momentos, sosteniendo el bastón de Luke y ofreciéndole el brazo para ayudarle a sentarse—. Pero si la señal de activación fue destruida, ¿qué ha vuelto a poner en marcha la misión después de treinta años?
Una horrible cacofonía de gritos estalló en el pasillo. Luke se puso en pie y fue cojeando hasta la puerta, dejando atrás a Cetrespeó. Podía oír un ensordecedor atronar de pies por entre los gruñidos, chillidos y alaridos.
Era un miembro de la tribu de los klaggs. Luke le reconoció al instante, pues todos los klaggs habían llevado cascos y armadura regular de la armada en vez de equipo de las tropas de asalto, y sus cascos eran en forma de cubo y sus petos de color gris en vez del blanco que tan familiar le resultaba. Fuera cual fuese el sitio en el que habían establecido sus cuarteles generales, resultaba obvio que se encontraba cerca de unos arsenales distintos a los saqueados por los gakfedds. Pero Luke apenas necesitaba aquella observación, pues el aterrorizado klagg estaba huyendo de quince gakfedds que aullaban y agitaban hachas y lanzas de energía, enarbolaban desintegradores y carabinas y, de vez en cuando, lanzaban un disparo que se perdía en un sinfín de letales rebotes a lo largo de los pasillos como una avispa al rojo vivo.
—¡Vamos! —exclamó Luke.
—¿Cómo ha dicho, amo Luke?
—¡Ese klagg volverá a su territorio!
Luke cruzó el comedor hasta las puertas del otro extremo, sabiendo que el pasillo por el que los gakfedds estaban persiguiendo a su presa no llevaba a ninguna parte y que el klagg tendría que desviarse. Tal como había esperado, unos instantes después oyó el retumbar de un par de pies en el pasillo por detrás de él y el jadear mezclado con resoplidos entrecortados del jabalí klagg fugitivo. Metió a Cetrespeó en un compartimento de lavandería para permitir que el klagg pudiera pasar sin verles, y después salió de él y empezó a seguirle, aguzando el oído para que no se le escapara ningún sonido. Los gakfedds parecían haber perdido a su presa. Los ecos de sus gritos resonaban en los pasillos cercanos, pero si se concentraba en el tramo de corredor que se extendía delante de él Luke podía oír sin ninguna dificultad la respiración jadeante del klagg y el ruido de sus pies. Los gamorreanos no eran muy buenos corredores. Con las dos piernas en buen estado. Luke podría haber dejado atrás a la carnada más ágil de gamorreanos, e incluso teniendo que apoyarse en un bastón no le costó demasiado evitar que el fugitivo le sacara ventaja.