Read La Torre Prohibida Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (43 page)

BOOK: La Torre Prohibida
2.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El resplandor del anillo colmó la conciencia de Damon. La visión se desvaneció, la luz le abandonó, su cuerpo se tornó informe. Flotaba, luchando por mantener el equilibrio sobre un abismo de nada. Se debatió para encontrar algún apoyo, sintió que algo le empujaba y caía.
Todos esos niveles que tan penosamente subí... ¿debo caer a través de ellos...?

Cayó, y supo que seguiría cayendo, cayendo, durante cientos de años.

Oscuridad. Dolor. Agotamiento sin forma. Después la voz de Calista.

—Creo que está volviendo en sí. Andrew, levántale la cabeza, ¿quieres? Elli, si no dejas de llorar, te haré salir de aquí..., ¡y lo digo en serio!

Damon sintió el ardor del
firi
en la lengua, y después el rostro de Calista apareció dentro de su campo visual. Damon susurró, sintiendo que le castañeteaban los dientes:

—Frío... tengo tanto frío...

—No, no lo tienes, amor —le dijo tiernamente Calista—. Estás envuelto con todas las mantas que tenemos y hay ladrillos calientes a tus pies, ¿ves? El frío está
dentro
de ti, ¿o crees que no lo conozco? No, basta de
firi
. En un minuto te datemos un poco de sopa caliente.

Ahora podía ver, y cada uno de los detalles de su viaje, de su conversación con Varzil. volvieron como una marea a su mente. ¿De verdad había estado con un antepasado muerto tanto tiempo antes que ahora hasta sus huesos eran polvo? ¿O acaso había soñado, dramatizando conocimientos profundamente sepultados en su inconsciente? ¿O acaso su mente había explorado profundamente el tiempo para ver lo que estaba escrito en la textura del pasado? ¿Qué
era
la realidad?

Pero ¿a qué festival se había referido Varzil? Había dicho que ni en trescientos ni en mil años los Comyn olvidarían el festival y el sacramento, pero Varzil no había tenido en cuenta las Épocas de Caos, ni la destrucción de la Torre de Neskaya.

Sin embargo, la respuesta estaba allí. Todavía era oscura, pero Damon ya podía ver adonde conducía.
La mente se inscribe profundamente en el cuerpo.
De algún modo, pues, debía conducir la mente de Calista de regreso a la época en que su cuerpo estaba libre todavía de las crueles restricciones impuestas durante sus largos años como Celadora.
A ti te corresponde, como su Celador, conducirla al antiguo sacramento de Fin de Año, como si fuera medio chieri y emmasca.

Fuera cual fuese ese festival perdido, podría reconstruirse de alguna manera. ¿Un ritual destinado a liberar la mente de sus restricciones? Si todo lo demás fracasaba... ¿qué había dicho Varzil?
Regresa cuando hayas ganado toda tu fuerza de Celador.

Damon se estremeció. ¿Entonces debía continuar con este aterrador trabajo, fuera de la seguridad de una Torre, convertirse verdaderamente en Celador, con el potencial que Leonie había percibido en él? Bien, lo había prometido, y tal vez para Calista no hubiera otra salida.

Tal vez no fuera tan malo, pensó esperanzadoramente. Debía haber algún registro del festival de Fin de Año en las otras Torres, o tal vez en Hali, en el
rbu fead
, el lugar sagrado del Comyn.

Ellemir miró por encima del hombro de Calista. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Él se incorporó, aferrando las mantas contra sí.

—¿Te asusté, mi amor querido?

Ella jadeó.

—Estabas tan frío, tan rígido, ni siquiera parecías respirar. Y después empezaste a jadear, a gemir... Creí que te morías, que habías muerto... ¡Oh, Damon! —Sus manos se aferraron a él—. ¡No vuelvas a hacerlo! ¡Prométemelo!

Cuarenta días antes, él se lo hubiera prometido con gusto.

—Querida, me entrenaron para este trabajo, y debo ser libre para hacerlo según la necesidad. —Varzil le había saludado nombrándolo Celador. ¿Era ése su destino?

Pero no en una Torre. Allí habían convertido el hecho de deformar las vidas de los trabajadores en un arte. Al procurar liberar a Calista, ¿acabaría por liberar también a todos los hijos e hijas por venir?

Calista alzó la cabeza al escuchar un ruido.

—Eso debe ser la comida que pedí. Ve a buscarla, Andrew, no queremos extraños aquí.

Cuando Andrew regresó, Calista sirvió sopa caliente en un cuenco.

—Tómala tan rápido como puedas, Damon. Estás tan débil como un pichoncito recién nacido.

Él hizo una mueca, diciendo:

—La próxima vez me quedaré dentro del huevo. —Empezó a tomar la sopa con sorbos vacilantes, inseguro al principio de poder tragarla. Sus manos temblaban tanto que no podía sostener el cuenco, y Andrew le ayudó.

—¿Cuánto tiempo estuve afuera?

—Todo el día y la mayor parte de la noche —dijo Calista—. Y por supuesto, tampoco yo pude moverme durante todo ese tiempo... ¡así que estoy tan rígida como los listones de un ataúd! —Con gesto de cansancio, estiró sus miembros acalambrados, y Andrew, dejando que Ellemir sostuviera el cuenco de Damon, se Acercó y se arrodilló ante Calista, le quitó los escarpines de terciopelo y empezó a masajearle los pies con sus manos fuertes.

—¡Qué fríos están! —dijo, apenado.

—Casi la única ventaja que tienen los niveles más altos con respecto a los inviernos de Nevarsin es que uno no se congela —dijo Calista, y Damon esbozó una sonrisa picara.

—Uno tampoco se congela en los infiernos —dijo—, pero nunca escuché que nadie dijera que ésa es una buena razón para no quedarse en ellos. —Andrew pareció perplejo, y Damon le preguntó—: ¿O tu gente tiene un infierno caliente, como he oído decir de los de las Ciudades Secas?

Andrew asintió, y Damon terminó su sopa y extendió el cuenco pidiendo más.

—Supuestamente —empezó a explicar—, Zandru reina en nueve infiernos, cada uno más frío que el anterior. Cuando yo estaba en Nevarsin solían decir que el dormitorio de los estudiantes se mantenía más o menos a la misma temperatura que el cuarto infierno, como manera de demostrarnos lo que nos aguardaba si transgredíamos demasiadas leyes. —Echó un vistazo a la oscuridad que se extendía más allá de los cristales de las ventanas—. ¿Está nevando?

—¿Acaso alguna vez ocurre
otra cosa
aquí de noche? —preguntó Andrew.

Damon se calentó los dedos con el cuenco cerámico.

—Oh, sí, a veces, en verano, tenemos ocho o diez noches sin nieve.

—Y supongo —dijo Andrew, muy serio—, que la gente empieza a desmayarse por la insolación o se muere por deshidratación.

—Bueno, no, nunca escuché que... —empezó Calista, pero al ver el guiño de Andrew, se interrumpió y rompió a reír.

Damon los observó, exhausto, agotado, en paz. Movió los dedos de sus pies.

—No me sorprendería descubrir que sí estoy congelado, después de todo. En uno de los niveles ascendí a través del hielo... o creí hacerlo —agregó, con un estremecimiento provocado por el recuerdo.

—Quítale el calzado y mira, Ellemir.

—Vamos, Cal, estaba bromeando...

—Yo no. Una vez, Hilary quedó atrapada en un nivel en el que parecía haber fuego, y regresó con quemaduras y llagas en las plantas de los pies. No pudo caminar durante días —dijo Calista—. Leonie solía decir: «Lamente se inscribe profundamente en el cuerpo»... Damon, ¿qué ocurre? —Se agachó para mirar los pies descalzos del hombre y sonrió—. No, no parece haber daños físicos, pero estoy segura de que te
sientes
medio congelado. Cuando termines tu sopa, tal vez debieras tomar un baño caliente. Eso asegurará que tu circulación no ha sufrido daño.

Captó la mirada inquisitiva de Andrew. y prosiguió:

—De veras, no sé si es el frío de los niveles el que se refleja en el cuerpo, o algo mental, o si el
kirian
hace más fácil que la mente se refleje en el cuerpo, o si el
kirian
vuelve más lenta la circulación y eso hace que sea más fácil visualizar el frío. Pero sea lo que fuere, la experiencia subjetiva del supramundo es el frío, un frío glacial, frío hasta la médula, y sin argumentar de dónde procede ese frío, lo he experimentado con suficiente frecuencia para saber que la sopa, los ladrillos calientes, un buen baño caliente y muchas mantas deben estar siempre preparadas para cualquiera que regrese de uno de esos viajes.

Damon no deseaba estar solo, ni siquiera en el baño. Mientras estuvo acostado se sintió bien, pero en cuanto intentó incorporarse, caminar, le parecía que su cuerpo se adelgazaba hasta la insustancialidad, sus pies no sentían el suelo y él caminaba sin cuerpo, desvaneciéndose en el espacio vacío. Escuchó, avergonzado, su propio gemido de protesta.

Sintió el fuerte brazo de Andrew que le sostenía, volviéndolo sólido,
real
para sí mismo.

—Lo siento —dijo, como disculpándose—. Sigo sintiendo que desaparezco.

—No te dejaré caer. —Finalmente, Andrew casi tuvo que cargarlo hasta el baño. El agua caliente devolvió a Damon la conciencia de su ser físico. Andrew, a quien Calista había advertido acerca de esta reacción, pareció aliviarse cuando Damon empezó a parecer él mismo. De todos modos, se sentó en un banco junto a la bañera.

—Aquí estoy por si me necesitas —dijo.

Damon se sintió colmado de una enorme calidez, de gratitud. ¡Qué buenos eran todos con él, qué amables, qué amantes, qué preocupados por su bienestar! ¡Cómo los amaba a todos! Flotó en su baño, eufórico, sintiendo una alegría tan grande como grande había sido antes su desdicha, hasta que el agua empezó a enfriarse. Andrew, pasando por alto el ruego de que llamara al criado personal de Damon, lo alzó en vilo, sacándolo del agua, lo secó y lo envolvió en una bata. Cuando regresaron adonde estaban las mujeres, Damon todavía seguía eufórico. Calista había pedido más comida, y Damon comió lentamente, disfrutando cada bocado, sintiendo que la comida nunca le había parecido tan fresca, tan dulce, tan buena.

En las profundidades de su mente sabía que su actual bienestar era simplemente una parte de la reacción, y que tarde o temprano daría paso a una depresión enorme, pero se aferró a la sensación, disfrutándola, tratando de saborear cada momento. Cuando terminó de comer tanto como pudo (también Calista había comido como un campesino tras su larga sesión de monitoreo), les rogó:

—No quiero estar solo. ¿No podemos quedarnos todos juntos como lo hicimos en el Solsticio de Invierno?

Calista vaciló y luego dijo, lanzando una mirada a Andrew:

—Sin duda. Ninguno de nosotros te dejará mientras nos necesites cerca.

Sabiendo que la presencia de criados no-telépatas sería intensamente dolorosa para Damon y Calista en el estado en que se encontraban, Andrew fue a llevar los platos y los restos de la comida. Cuando regresó, todos estaban en la cama, Calista dormía ya junto a la pared y Damon tenía a Ellemir en sus brazos, con los ojos cerrados. Ellemir le miró y lentamente le hizo sitio a su lado, y Andrew se les unió sin vacilaciones. Parecía correcto, natural como respuesta a la necesidad de Damon.

Damon, con Ellemir estrechamente abrazada a él, sintió que primero Andrew y luego Ellemir se dormían, pero él permaneció despierto, reticente a dejarles, incluso en sueños. No sentía ni un atisbo de deseo —sabía que en su estado no lo sentiría durante varios días—, sino que simplemente se contentaba con tener a Ellemir en sus brazos, su pelo contra la mejilla, asegurándole que él era
real
. Podía escuchar y percibir a Andrew, un poco más allá, como un fuerte bastión contra el miedo.
Aquí estoy con mis seres amados, no estoy solo, estoy a salvo.

Suavemente, sin deseo, acarició a Ellemir; sus dedos corrieron por el pelo suave, por el cuello cálido y desnudo, por sus pechos tersos. Su conciencia tenía una sintonía tan alta que pudo sentir, a través del sueño de la joven que ella respondía a su mano con un nuevo cosquilleo. Tal como le habían enseñado mucho tiempo atrás, cuando era monitor, dejó que su conciencia se hundiera en el cuerpo de ella, percibiendo los cambios en los pechos, en lo profundo del vientre, sin ninguna sorpresa. El había sido tan cuidadoso desde que perdieron el niño que éste debía ser obra de Andrew. Sintió que eso estaba bien. Ella y él estaban tan cercanos. Le besó la nuca, tan cálido y tan lleno de amor que pensó que estallaría. Por instinto, había protegido a Ellemir del peligro de tener un niño tras muchas generaciones de endogamia, y ahora ella podía tener el hijo que tanto deseaba, sin temor.
Sabía
, con un profundo conocimiento interno, que esta criatura no se perdería, y se alegró por Ellemir, por todos ellos. Se estiró por encima de Ellemir para rozar la mano de Andrew en la oscuridad. Andrew no se despertó, pero aun dormido sus dedos apretaron los de Damon.
Mi amigo. Mi hermano. ¿Sabes ya de nuestra buena fortuna?
Abrazando estrechamente a Ellemir, advirtió, estremeciéndose, que podría haber muerto allá, en los niveles más altos del supramundo, que podría no haber vuelto a ver nunca a los que tanto amaba, pero ni siquiera esa idea le perturbó demasiado.

Andrew se hubiera ocupado de ellas, de sus vidas. Pero era bueno estar todavía con ellos, compartir este calor, pensar en los niños que nacerían aquí, en la vida que se extendía por delante, en la interminable calidez. Nunca más volvería a estar solo. Al dormirse, pensó:
Nunca en mi vida he sido tan feliz.

Cuando Damon se despertó, horas más tarde, de su espíritu habían desaparecido los últimos rastros de euforia y calidez. Se sentía solo y frío, y su cuerpo era vago y tenue. No podía sentirlo, y se aferró a Ellemir en un espasmo de pánico. El contacto la despertó de inmediato, y reaccionó ante la desesperada necesidad de contacto apretándose contra él, cálida, sensual, viva, contrastando con ese frío mortal. Él sabía, racionalmente, que por ahora su necesidad no era sexual, pero aun así se aferró a ella tratando de encender en sí mismo alguna chispa, alguna sombra del amor que sentía por la joven. Era una necesidad agónica, y Ellemir sabía que en realidad no era en absoluto sexual. Lo abrazó y lo calmó, haciendo todo lo posible, pero en el estado de agotamiento de Damon éste no podía sostener ni siquiera los intermitentes chispazos de excitación. Ella sentía mucho miedo de que él se agotara aún más con este intento desesperado, pero no se le ocurría nada que pudiera decirle sin herirle todavía más. Temía que le estallara el corazón al sentir toda esa frenética ternura. Finalmente, tal como ella había supuesto que ocurriría, Damon suspiró, soltándola. Ella deseaba decirle que no tenía importancia, que comprendía, pero para él sí tenía importancia, y Ellemir lo sabía, y jamás habría manera de cambiar eso. Simplemente le besó, aceptando el fracaso y la desesperación, y suspiró.

BOOK: La Torre Prohibida
2.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sudden Storms by Marcia Lynn McClure
Breathe Me (A 'Me' Novel) by Williams, Jeri
Across the Long Sea by Sarah Remy
Ghost Walk by Cassandra Gannon
Maggie MacKeever by The Misses Millikin
The Wooden Shepherdess by Richard Hughes
Seaworthy by Linda Greenlaw
Relentless by Ed Gorman


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024