Damon Ridenow (un sensible lord de Comyn) y el terrano Andrew Carr, junto a sus esposas Ellemir y Camila (la Celodora que ha renunciado a sus sagrados votos por amor a un terrano), contruyen una nueva Torre en el plano astral del supramundo. De este modo desafían el poder de las Celadoras y amenazan con subvertir algunos de los más arraigados tabúes y tradiciones que configuran la cultura darkovana. Todos las fuerzas de Darkover se alían para combatir esa Torre sacrílega, en una novela que obtiene su gran fuerza emotiva de un grave conflicto psiquico y en la que el amor, en todos sus facetas, es la causa última y, tal vez, la solución final de todos los enfrentamientos.
Marion Zimmer Bradley
La torre prohibida
ePUB v1.0
evilZnake27.02.12
Título original: The Forbidden Tower
Traducción: Mirta Rosenberg
1ª edición: junio, 1990
© by Marion Zimmer Bradley
ISBN: 84-406-1347-4
Depósito legal: B.6.709-1990
Diseño cubierta: Aurora Ríos
Ilustración: Juan Giménez
Para Diana Paxon, quien formuló la
pregunta que originó este libro,
y para
Theodore Sturgeon, que fue el primero
que exploró las cuestiones que,
directa o indirectamente, subyacen
a casi todo lo que he escrito.
LA TORRE PROHIBIDA continúa el hilo narrativo enhebrado en LA ESPADA ENCANTADA, y lo hace prácticamente con los mismos personajes. Se trata de Damon Ridenow, el sensible Lord del Comyn que tuvo que dejar la Torre de Arilinn rechazado por la Celadora Leonie y que aquí se alzará como el elemento central de una de las más profundas subversiones de las costumbres darkovanas. Junto a él, el terrano Andrew Can es aquel que, sorprendentemente, demostró poseer también el laran telepático que se creía exclusivo de los darkovanos y así pudo contactar con la Celadora Calista, perdida en el supramundo astral, y colaborar en su salvación. Ellos dos forman ahora la vertiente masculina del cuarteto protagonista de LA TORRE PROHIBIDA que se completa con sus esposas, las mellizas Ellemir y Calista.
Calista parece dispuesta a renunciar a sus votos como futura Celadora por amor al terrano Andrew, pero cumplir con las consecuencias de su decisión no será tan fácil y así lo constata la misma Calista, que, en su boda con el terrano, se da cuenta duramente de que
«todas las elecciones producen arrepentimiento»
. Se retoma así el tema de la dificultad de ser libre y de las consecuencias de la propia libertad, uno de los temas centrales en la ya famosa serie de Darkover a la que Susan M. Shwartz ha etiquetado justamente como una
«ética de la libertad»
.
Pero LA TORRE PROHIBIDA incluye una dedicatoria que parece haber tenido gran repercusión en la propia novela. Se trata de esa referencia que Bradley hace a
«Theodore Sturgeon, que fue el primero que exploró las cuestiones que, directa o indirectamente, subyacen a casi todo lo que he escrito»
. Y esa es una referencia infalible para afirmar que LA TORRE PROHIBIDA tiene como tema central el del amor en todas sus facetas.
Para los lectores y aficionados a la ciencia ficción, Tbeodore Sturgeon es uno de los grandes maestros del género y es precisamente quien ha abordado el tema del amor con mayor intensidad, interés y efectividad. Se trata de una concepción del amor que, sin rehuir la vertiente sexual, la sobrepasa en mucho y lo configura como la barrera segura contra la soledad y la incomprensión, al tiempo que constituye uno de los más evidentes caminos para la realización personal aunque no deje de estar también plagado de renuncias.
En LA TORRE PROHIBIDA, Marión Zimmer Bradley aborda con la extensión suficiente el tema central que Sturgeon fijó magistralmente en sus relatos y novelas cortas. Y el punto de vista de Bradley es, al mismo tiempo, complementario y seguidor del de Sturgeon. Bradley nos lleva de la mano para advertir las reticencias del terrano Andrew a aceptar ciertas costumbres sexuales y amorosas de los darkovanos, incluyendo la confusa sexualidad que se le ofrece, a la que no son ajenos ciertos perfiles tal vez homosexuales, que despiertan todos sus recelos. Y es precisamente el personaje del terrano Andrew el que nos hace apreciar la complejidad del entramado cultural de Darkover en lo que respecta al amor y al sexo. Andrew actúa en definitiva como esa figura tan querida por los sociólogos del
«observador-participante»
que interviene íntegramente en los hechos sin dejar de establecer el contrapunto cultural necesario para apreciar la profundidad de la sociedad estudiada.
De ahí que, paulatinamente, vayan surgiendo a la luz los tabúes a los que debe enfrentarse Andrew en su aceptación (primero casual y después voluntaria) de la cultura darkovana, tan parecida y, al mismo tiempo, tan distinta de la terrana.
Pero no es sólo el terrano Andrew (y nosotros como lectores poseedores de su misma cultura...) quien debe someter sus concepciones amatorias y sexuales a un juego de contrapuntos, sino que la propia cultura de Darkover tiene también sus tabúes y costumbres propias que han arraigado y muestran síntomas de anquilosamiento.
Y en este punto la figura de Damon Ridenow se alza como el desencadenante que pone en cuestión el mismísimo papel de los sexos en Darkover. El poder de las Celadoras de las Torres parece reservado a las vírgenes, que renuncian al sexo para dominar profundamente el laran, el poder telepático de los darkovanos. Pero esa rígida separación de las potencialidades de los sexos, que parece inevitable en la cultura telepática darkovana, tal vez no esté completamente justificada. Sabemos que Damon ha sido expulsado de la Torre de Arilinn por la Celadora Leonie y empezamos a intuir cuál puede ser la causa última de todo ello: el amor.
Tal vez es también necesaria la figura de este varón sensible que, en el fondo, se rebela ante el hecho de que al arquetipo masculino se le quiera privar de sensibilidad. Damon puede aportar un nuevo punto de vista, fruto de la cuestión que él mismo se plantea a mitad del capítulo nueve de esta novela:
«...¿por qué la sensibilidad habría de destruir a un hombre cuando capacita a una mujer para hacer el más delicado trabajo con matrices y el trabajo de una Celadora?»
Y ésa es, en mi opinión, la cuestión central en LA TORRE PROHIBIDA, la investigación del porqué de los roles sexuales establecidos (en Darkover y, ¿cómo no?, en Terra...) y de las posibles consecuencias de su superación. En definitiva y como ya decía antes, LA TORRE PROHIBIDA es esencialmente una novela (una interesante novela) sobre el amor y todas sus manifestaciones.
En estos tiempos difíciles (y escribo a finales de febrero), en los que el temor y el dinero logran comprar la dignidad de tantas conciencias, tal vez sea cierto que el amor es, todavía, uno de los últimos recursos de que dispone la especie humana. Pero ese amor, nos cuenta Bradley, debe ser abierto, debe superar el individualismo fácil y castrante para que pueda mantenerse erguido como un faro, como la Torre prohibida de Darkover, para dar nueva luz a un mundo gobernado en demasía por las costumbres y poderes del pasado.
MIQUEL BARCELÓ
Damon Ridenow cabalgaba a través de una tierra ya purificada. Durante casi todo el año, la gran meseta de las colinas Kilghard había estado sometida a la maligna influencia de los hombres-gato. Las cosechas se marchitaban en los campos, bajo la antinatural oscuridad que tapaba la luz del sol; las pobres gentes del distrito se acurrucaban en sus hogares, temerosas de aventurarse en la campiña arrasada.
Pero ahora los hombres trabajaban otra vez bajo la luz del gran sol rojo de Darkover, almacenando sus cosechas para protegerlas de las inminentes nevadas. Era principios del otoño, y casi todas las cosechas ya estaban recogidas.
El Gran Gato había muerto en las cavernas de Corresanti, y la gigantesca matriz ilegal que había utilizado también había sido destruida junto con él
[1]
. Los pocos hombres-gato que aún vivían habían escapado hacia los lejanos bosques lluviosos, más allá de las montañas, o habían caído bajo las espadas de los Guardias que Damon había lanzado contra ellos.
Una vez más la tierra estaba limpia y libre de terror, y Damon, que había ordenado regresar a casi todo su ejército, cabalgaba de vuelta a casa. Pero no a sus predios ancestrales de Serráis; Damon era el hijo menor, poco atendido, y jamás había sentido que Serráis fuera su hogar. Ahora cabalgaba hacia Armida, hacia su boda.
Detuvo su caballo a un costado del camino, observando a los últimos hombres que se separaban para seguir cada uno rutas diferentes. Había Guardias uniformados de verde y negro que se dirigían a Thendara; otros pocos hombres se encaminaban hacia el norte, hacia los Hellers, a los Dominios de Ardáis y de Hastur; y otros cabalgaban hacia el sur, dirigiéndose a las llanuras de Valeron.
—Deberías hablar a los hombres, Lord Damon —dijo un hombre bajo y de aspecto nudoso, que se hallaba junto a Damon.
—No soy muy bueno para los discursos.
Damon era un hombre menudo y delgado con rostro de estudioso. Hasta esta campaña, nunca había pensado en sí mismo como soldado, y todavía se sentía sorprendido de haber comandado a estos hombres, con éxito, contra los hombres-gato que quedaban.
—Ellos lo esperan, señor —le recordó Eduin, y Damon suspiró, sabiendo que lo que le decía el otro era cierto. Damon era Comyn de los Dominios, no señor de un Dominio, ni siquiera heredero, pero igualmente Comyn, de la antigua casta telepática, con talento psi, que había gobernado a los Siete Dominios desde épocas inmemoriales. Ya habían pasado los tiempos en que los Comyn eran tratados como dioses vivientes, pero todavía persistía el respeto hacia ellos, un respeto próximo a la reverencia. Y Damon había sido educado para asumir las responsabilidades de un hijo del Comyn. Suspirando, espoleó a su caballo y se trasladó a un sitio en el que los hombres pudieran verlo.
—Hemos hecho nuestro trabajo. Gracias a todos los hombres que respondieron a mi llamada hay paz en las Kilghard Hills y en nuestros hogares. Sólo me resta daros las gracias a todos y deciros adiós.
El joven oficial que había traído a los Guardias de Thendara se acercó a Damon mientras los demás se marchaban.
—¿Lord Alton vendrá a Thendara con nosotros? ¿Debemos esperarlo?
—Tendrías que esperarle demasiado —dijo Damon—. Fue herido en la primera batalla contra los hombres-gato, una herida pequeña, pero la médula resultó dañada, y fue imposible curarlo. Está paralizado de cintura para abajo. Creo que nunca volverá a cabalgar.
El joven oficial pareció trastornado.
—¿Quién será ahora comandante de los Guardias, Lord Damon?
Era una pregunta lógica. Durante generaciones, la comandancia de los Guardias había estado en manos del Dominio Alton; Esteban Lanart de Armida, Lord Alton, había sido comandante durante muchos años. Pero el hijo mayor superviviente de Dom Esteban, Lord Domenic, era un joven de diecisiete años. A pesar de ser ya un hombre, según las leyes de los Dominios, no tenía todavía la edad ni la autoridad necesarias para el cargo. El otro hijo de Alton, el joven Valdir, tenía once años y era novicio en el Monasterio de Nevarsin, donde lo educaban los hermanos de San Valentín de las Nieves.