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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (6 page)

—Bien, no le gustaron demasiado, como ya puedes imaginarte —observó Calista—, pero finalmente no tuvo más remedio que aceptarlas. Creo que incluso le gustó que Leonie estuviera allí para pelearse con él... ¡lo hemos consentido demasiado desde que le hirieron! Empezó a portarse como hace siempre, y tal vez eso es síntoma de que se encuentra mejor. Después, cuando ya estaba plenamente convencido, Leonie empezó a seducirlo... diciéndole que afortunado era por tener dos yernos adultos que podrían manejar la propiedad para él, dejando a Domenic libre para ocupar su asiento en el Concejo, y él tendría también dos hijas que le harían compañía. Por fin, dijo que Leonie había dejado perfectamente en claro que yo no necesitaba su bendición para casarme, pero pidió que de todas maneras fueras a recibirla, Andrew.

Andrew todavía estaba furioso.

—Si ese viejo tirano cree que su bendición me importa mucho, o que su maldición me afecta... —empezó a decir, pero Damon le apoyó una mano en la muñeca, interrumpiéndole.

—Andrew, esto significa que te aceptará como a un hijo en su casa, y creo que por Calista debes aceptarlo con tanta amabilidad como puedas. Cal ya ha perdido una familia, ha decidido, por ti, no regresar a Arilinn. A menos que lo odies demasiado y que eso no te permita vivir en paz bajo su techo...

—No le odio en absoluto —comentó Andrew—, pero puedo cuidar de mi esposa en mi propio mundo. No quiero aparecer ante él sin un centavo, ni aceptar su caridad.

—La caridad, Andrew —dijo Damon con suavidad—, nos corresponde a ti y a mí. Él puede vivir todavía muchos años, pero nunca volverá a apoyar los pies en el suelo. Domenic debe ocupar su lugar en el Concejo. Su hijo menor tiene sólo once años. Si tú le arrebatas a Calista, lo dejas a merced de los desconocidos a los que pueda contratar por un sueldo, o de parientes lejanos que vendrán por codicia aquí para ver qué huesos pueden roer. Si te quedas aquí y le ayudas a administrar su propiedad, y le das además la compañía de su propia hija, serás tú quien más dé, no él.

Pensándolo, Andrew advirtió que Damon tenía razón.

—Aun así, si Leonie le arrancó el consentimiento en contra de su voluntad...

—No, pues en ese caso no te hubiera ofrecido su bendición —dijo Damon—. Lo conozco de toda la vida. Si no consintiera, hubiera dicho algo así como llévatela, y condenados sean los dos. ¿No es verdad, Cal?

—Damon tiene razón: su furia es terrible, pero no es rencoroso.

—Menos que yo —afirmó Damon—. En el caso de Esteban, todo es un estallido de ira y después todo vuelve a estar bien y vuelve a entregarte su corazón con tanta facilidad como te golpeó un minuto antes. Puedes volver a pelearte con él, y probablemente lo harás, ya que tiene mal genio y es irritable. ¡Pero no se alimentará de viejos rencores, ni de antiguas rencillas!

Después de que Damon y Ellemir se retiraran, Andrew miró a Calista, y le dijo:

—¿Esto es verdaderamente lo que deseas, amor? Tu padre no me desagrada. Simplemente me enfurecí porque te había mortificado y te había hecho llorar. Si quieres quedarte aquí...

Ella alzó los ojos y le miró, y volvió aquella intimidad, aquel viejo contacto que les había reunido antes de que se conocieran, el contacto que para él era más real que el vacilante y temeroso contacto físico que era todo lo que ella podía permitir.

—Sí papá y tú no os hubierais puesto de acuerdo, te habría seguido a cualquier parte de Darkover, o a cualquier lugar de tu Imperio de las estrellas. Pero con un dolor inconmensurable. Éste es mi hogar, Andrew. Mi deseo más profundo es no abandonarlo nunca más.

Él posó sus dedos sobre los labios de ella.

—Entonces también será mi hogar, amada. Para siempre —dijo con suavidad.

Cuando Andrew y Calista siguieron a la otra pareja hasta la casa principal, hallaron a Damon y Ellemir sentados en un banco junto a
Dom
Esteban. Cuando entraron, Damon se incorporó y se arrodilló ante el anciano. Dijo algo que Andrew no alcanzó a oír, y Lord Alton sonrió.

—Has demostrado ser mi hijo tantas veces, Damon, que no necesito nada más. Tienes mi bendición —dijo el anciano, y posó su mano por un momento sobre la cabeza de Damon. Incorporándose, el joven se inclinó y besó a Esteban en la mejilla.

Dom
Esteban miró por encima de la cabeza de Damon, esbozando una sonrisa sombría.

—¿Eres demasiado orgulloso para arrodillarte y recibir mi bendición, Ann'dra?

—Demasiado orgulloso no, señor. Si ofendo las costumbres, en eso o en alguna otra cosa, Lord Alton, te pido que lo consideres ignorancia y no una ofensa deliberada.

Dom Esteban les indicó con un gesto que se sentaran junto a Damon y Ellemir.

—Ann'dra —dijo dándole al nombre la inflexión darkovana—, en realidad no sé nada malo de tu pueblo, pero también sé pocas cosas de él que sean buenas. Supongo que son como la mayoría, algunos buenos y otros malos, y casi todos ni una cosa ni la otra. Si fueras un mal hombre, no creo que mi hija estuviera tan deseosa de casarse contigo, contrariando todas las costumbres y el sentido común. Pero no puedes inculparme de que no me sienta demasiado feliz al entregar a mi hija más amada a alguien de otro mundo, aunque seas un hombre que ha demostrado ser honorable y valiente.

Andrew, sentado junto a Ellemir, sintió que la joven apretaba los puños cuando su padre dijo que Calista era su hija más amada.

Pensó que había sido algo cruel decirlo en presencia de ella. Después de todo, Ellemir era la que se había quedado en casa todos estos años, comportándose como una hija obediente y atenta. La indignación que sintió ante la falta de tacto del anciano hizo que su voz sonara fría.

—Sólo puedo decir, señor, que amo a Calista y que trataré de hacerla feliz.

—No creo que ella pueda ser feliz entre tu gente. ¿Pretendes llevártela?

—Si tú no hubieras dado tu consentimiento a nuestro matrimonio, señor, no habría tenido otra opción. —Pero ¿en realidad podría haberse llevado a esta muchacha sensible, criada entre telépatas, a la Zona Terrana, para aprisionarla entre enormes edificios y máquinas, para exponerla a la vista de personas que la considerarían una rareza exótica? Incluso su
laran
habría sido considerado una locura o pura charlatanería—. Pero tal como están las cosas, señor, con gusto me quedaré aquí. Tal vez pueda demostrarte que los terranos no somos tan raros como crees.

—Eso ya lo sé. ¿Crees que soy desagradecido? ¡Sé perfectamente que de no haber sido por ti, Calista hubiera muerto en las cavernas, y las tierras seguirían aún bajo el manto de esa condenada sombra!

—Creo que eso fue más obra de Damon que mía —dijo Andrew con firmeza. El anciano soltó una risita picara.

—Y así todo ocurre como en los cuentos de hadas, por lo que corresponde que los dos sean recompensados concediéndoles las manos de mis hijas y la mitad de mi reino. Bien, no tengo reino para dar, Ann'dra, pero aquí tienes el lugar de un hijo mientras vivas y, si lo deseas, para tus hijos después.

Los ojos de Calista estaban llenos de lágrimas. Se deslizó del banco para arrodillarse junto a su padre.

—Gracias —susurró, y la mano de él se posó, por un momento, sobre los relucientes rizos cobrizos de la joven. Por encima de la cabeza de Calista, dijo:

—Bien, Ann'dra, arrodíllate para recibir mi bendición —y su voz áspera sonó cálida.

Con una especie de confusión, a medias incomodidad y a medias una inexpresable extrañeza, Andrew se arrodilló junto a Calista. En la superficie de su mente pululaban pensamientos fluctuantes, tales como lo necio que esto parecería en el Cuartel General, y que allá donde fueres... Pero en un nivel más profundo, algo en su interior se dulcificó ante el gesto. Sintió la mano callosa y grande del anciano en su cabeza, y con su todavía extraña y reciente conciencia telepática, que aún no aceptaba totalmente, captó una extraña mezcla de emociones: recelo, fusionado con un gusto, espontáneo. Se aseguró de que lo que percibía era exactamente lo que el anciano sentía por él; y para su propia sorpresa, advirtió que era probable que también él sintiera lo mismo por el anciano señor del Comyn.

Trató de conservar la neutralidad en su voz, aunque estaba perfectamente seguro de que también el viejo podía seguir sus pensamientos.

—Te lo agradezco, señor —musitó—. Trataré de ser un buen hijo para ti.

—Bien —dijo
Dom
Esteban, hosco—, como puedes ver, voy a necesitar un par de buenos hijos. Escucha, ¿vas a seguir llamándome
señor
por el resto de nuestras vidas, hijo?

—Por supuesto que no, pariente. —Utilizó la forma íntima de la palabra, tal como hacía Damon. Podía significar «tío» o cualquier otro estrecho grado de parentesco con una generación mayor que la propia. Se incorporó, y mientras se alejaba sus ojos se cruzaron con la mirada curiosa de Dezi, silencioso detrás de Esteban, y esa mirada estaba llena de una furiosa intensidad... sí, y algo más que Andrew pudo identificar como resentimiento y envidia.

Pobre chico
, pensó.
Llego aquí como un extraño, y ellos me tratan como si fuera de la familia. El es de la familia,.. ¡y el viejo lo trata como a un criado o un perro! ¡No es raro que esté celoso!

4

Se había decidido que las bodas se llevarían a cabo después de cuatro días, y que la ceremonia sería sencilla, con Leonie como única invitada de honor, y unos pocos vecinos que acudirían a la celebración. El breve intervalo daba el tiempo justo para que llegara el heredero de
Dom
Esteban, Domenic, que se hallaba en Thendara, y para que uno o más de los hermanos de Damon vinieran desde Serráis si así lo deseaban.

La noche anterior a la boda, ambas mellizas se hallaban despiertas en la habitación que habían compartido de niñas, antes de que Calista se marchara a la Torre de Arilinn.

Finalmente Ellemir habló, con voz triste.

—Siempre creí que el día de mi matrimonio habría grandes festejos, hermosos vestidos, que todos nuestros parientes vendrían a celebrarlo con nosotros... ¡Nunca pensé que tendría una boda apresurada con la presencia de unos pocos campesinos! Bien, con Damon por esposo puedo arreglármelas sin nada de eso, pero sin embargo...

—Yo también lo lamento, Elli, sé que es por mi culpa —dijo Calista—. Tú te casas con un señor del Comyn del Dominio Ridenow, de modo que no hay motivo para que no tengas un matrimonio
di catenas
, con todas las viejas ceremonias, con todos los festejos y celebraciones que desees. Andrew y yo te lo hemos arruinado todo. —Una hija del Comyn no podía casarse
di entenas
, según la antigua ceremonia, sin el permiso del Concejo del Comyn, y sabía que no había posibilidad de que el Concejo le diera su aprobación para casarse con un extraño, un don nadie... ¡un terrano! De modo que habían elegido la forma de matrimonio más simple, conocida como compañeros libres, que podía solemnizarse mediante una simple declaración ante testigos.

Ellemir percibió la tristeza que inundaba la voz de su hermana.

—Bien —acotó—, como tanto le gusta decir a papá, el mundo andará como quiera y no como tú o yo queramos. Damon ha prometido que en la próxima temporada de sesión del Concejo, viajaremos a Thendara y allá habrá suficientes festejos para todos.

—Y para entonces —agregó Calista—, mi matrimonio con Andrew ya estará tan firme que nada podrá alterarlo.

Ellemir se rió.

—Sería muy mala suerte que justo en ese momento ya estuviera embarazada, y no pudiera disfrutarlo. Y no porque crea que fuera una desgracia darle a Damon un hijo inmediatamente.

Calista quedó en silencio, pensando en sus años pasados en la Torre, durante los que había dejado de lado, sin lamentarlo, por ignorancia, todas las cosas con las que sueña una joven. Ahora, al escuchar esas cosas en boca de Ellemir, preguntó, vacilante:

— ¿Deseas un hijo de inmediato?

Ellemir volvió a reírse.

—¡Oh, sí! ¿Acaso tú no?

—No había pensado en eso —dijo Calista lentamente—. Pasé tantos años sin pensar en el matrimonio, en el amor, en los niños...

Supongo que Andrew querrá tener niños, tarde o temprano, pero me parece que una criatura debe ser deseada por ella misma, no solamente porque esa sea mi contribución al clan. He vivido tantos años en la Torre, pensando solamente en mí deber hacia los demás, que creo que primero debo tener un poco de tiempo para pensar únicamente en mí misma. Y en... en Andrew.

La afirmación desconcertó a Ellemir. ¿Cómo podía alguien pensar en su marido sin pensar primero en su propio deseo de darle un hijo? Pero percibió que no era ése el caso de Calista. De todos modos, pensó con inconsciente esnobismo, Andrew no era del Comyn; no importaba tanto que Calista le diera inmediatamente un heredero.

—Recuerda, Elli, que me pasé muchos años pensando que nunca me casaría...

Su voz sonó tan triste y extraña que Ellemir no pudo soportarla.

—Amas a Andrew, y le elegiste libremente —dijo, pero en esa afirmación había también algún indicio de interrogación. ¿Calista había elegido casarse con su salvador tan sólo porque eso era lo que parecía más simple? Calista siguió la idea.

—No, le amo —dijo—, más de lo que puedo expresar. Sin embargo, hay un viejo dicho que, hasta ahora, no había podido comprobar: todas las elecciones producen arrepentimiento, ya que cualquier opción nos traerá más pena y alegría de lo que prevemos. Mi vida me parecía inamovible, decidida, tan simple: tomaría el lugar de Leonie en Arilinn y serviría allí hasta que la muerte o la vejez me liberaran de la carga. Y ésa también me parecía una buena vida. El amor, el matrimonio, los niños..., ¡no soñaba con nada de eso!

Su voz temblaba. Ellemir se levantó de su cama y fue a sentarse en la de su hermana, tomándole la mano en la oscuridad. Calista se movió, con un gesto automático e inconsciente, para alejarse.

—Supongo que debo aprender a no hacer más esto —dijo después, penosamente, más para sí misma que dirigiéndose a Ellemir.

—No creo que a Andrew le agrade demasiado —contestó suavemente Ellemir.

Sintió que Calista asimilaba dolorosamente esas palabras.

—Es un... reflejo. Me resulta tan difícil desprenderme de él como me resultó aprenderlo.

—¡Debes haber estado muy sola, Calista! —dijo impulsivamente Ellemir.

La respuesta de Calista pareció llegar desde sus defendidas profundidades.

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