Amanecía. Y el destino de ellos cuatro, y tal vez el destino de todos los telépatas de Darkover, se había decidido en una batalla astral que había durado menos de un cuarto de hora.
—Eres un tonto, Damon —dijo Lorenz, Lord de Serráis, con profundo disgusto—. ¡Siempre has sido un tonto y siempre lo serás! ¡Podrías haber sido regente de Alton y comandante de la Guardia durante el tiempo necesario para romper la tradición y el poder de los Alton en ese cargo, y dárselo al Dominio de Serráis!
Damon rió de buen humor.
—Pero no quiero ser comandante —dijo—, y ahora ya no es necesario. Es probable que
Dom
Esteban viva el tiempo suficiente como para que Valdir llegue a la madurez, y probablemente más.
Lorenz le miró con suspicacia y desconfianza.
—¿Cómo lo lograste? ¡Nos habían dicho que estaba al borde de la muerte!
—Exageraciones —dijo Damon encogiéndose de hombros, sabiendo que éste sería el trabajo de toda su vida: estudiar las maneras de curar por medio de las matrices y el monitoreo.
Una vez establecido el daño, no había sido difícil entrar en el corazón alterado, eliminar el bloqueo y devolver pleno funcionamiento al corazón. Esteban Lanart, Lord Alton, estaría paralizado para el resto de su vida, pero un hombre podía comandar la Guardia desde una silla de ruedas. Cuando fuera necesario, Danvan Hastur o Kieran Ridenow podrían reemplazarle. Damon era regente del Dominio sólo nominalmente, para prevenir cualquier accidente o situación desafortunada. La precognición no era el don principal de los Alton ni de los Ridenow, pero ahora tuvo un destello, y supo que Valdir se haría cargo de Alton siendo maduro, y que sería uno de los Alton más innovadores.
—¿No tienes ninguna ambición, Damon? —preguntó Lorenz, con disgusto.
—Más de la que tú imaginas —dijo Damon—, pero asume una forma diferente de la tuya, Lorenz. Y ahora me temo que debemos parar. Nos espera una larga cabalgada. Regresamos a Armida. El niño de Ellemir es el próximo heredero del Dominio, y debe nacer allí.
Lorenz hizo una reverencia poco graciosa. Ignoró a Andrew, que cabalgaba detrás de Damon, pero saludó cortésmente a Ellemir, y a Calista con algo parecido al respeto. Damon se volvió para abrazar a su hermano Kieran.
—¿Querrás visitarnos en Armida cuando vuelvas a Serráis?
—Sin duda lo haré —dijo Kieran—, y espero ver entonces al hijo de Ellemir. ¡Quién sabe, tal vez sea algún día comandante de la Guardia!
Se quedó atrás, dejando que los Guardias que debían acompañar a Damon y su grupo se adelantaran a ellos. Damon estaba a punto de dar la señal para que los demás se pusieran en marcha cuando vio a una mujer esbelta, con manto y capucha, como correspondía a una
comynara
ante tantas personas, que bajaba las escaleras del patio del castillo Comyn. El instinto le dijo quién era. ¿O era tan sólo que nada podría haberle impedido que reconociera a Leonie de Arilinn? Así pues, no montó, sino que indicó a su criado que le tuviera listo el caballo y fue hacia ella, encontrándola al pie de la escalera.
—Leonie —dijo, inclinándose sobre su mano.
—Vine a despedirme, y a darle mi bendición a Calista —dijo ella con suavidad.
Andrew hizo una profunda reverencia cuando Damon la condujo hasta Calista, que se disponía a montar su yegua gris. Leonie alzó la cabeza, y a Andrew le pareció que los ojos de la mujer ardían desde las profundidades de su cráneo, con intenso resentimiento hacia él, pero Leonie tan sólo hizo una inclinación formal y dijo:
—Que la buena fortuna te asista. —Extendió las manos, y Calista le rozó apenas las puntas de los dedos, con el levísimo roce con el que un telépata saludaba a otro.
—Tienes mi bendición, niña —dijo Leonie con suavidad—. Sabes que lo digo de corazón, y que te deseo buena suerte.
—Lo sé —susurró Calista. Su resentimiento había desaparecido. Lo que había hecho Leonie era difícil de tolerar, pero también había posibilitado esta salida más satisfactoria, le había dado lo que ahora sabía que era la más profunda satisfacción posible. Ella y Andrew podrían haber estado juntos sin peligro, y vivir felizmente unidos, pero ella hubiera tenido que abandonar para siempre su
laran
, tal como se suponía que debía hacer una Celadora. Ahora, Calista sabía que en ese caso hubiera tenido que vivir a medias el resto de su vida. Se llevó a los labios los dedos de Leonie y los besó, reverentemente y con profundo amor.
Calista sabía que era demasiado tarde para Leonie, pero ahora la mujer ya no les negaba su felicidad.
Leonie se volvió hacia Ellemir, con un gesto de bendición. Ellemir le hizo una inclinación de cabeza, aceptando el saludo sin devolverlo, y Leonie se dirigió a Damon. Una vez más, en silencio, él se inclinó sobre la mano de la mujer, sin mirarla a los ojos. Todo había sido dicho; entre ellos no había nada más que decir o que hacer. Sabían que no volverían a encontrarse. Había una distancia enorme, infranqueable, entre Arilinn y la Torre prohibida, y así debía ser. Del trabajo de Damon surgiría toda una nueva ciencia de mecánica de matrices, una ciencia que aliviaría la pesada carga que debían llevar las Torres. Ella volvió a hacer el gesto de bendición y se marchó.
En silencio, Damon montó en su caballo y todos ellos atravesaron los portales; Andrew cabalgando junto a Calista a la cabeza del grupo y después los criados, Guardias y portaestandartes. Al final cabalgaba Damon, con Ellemir a su lado. Él sentía que se le rompía el corazón. Tenía su felicidad, una felicidad que jamás se había imaginado. Pero esta felicidad había sido construida sobre las vidas de Leonie y de otros como ella, que habían mantenido vivo el conocimiento. «Cassilda, madre de los Dominios, rezó, haz que nunca olvidemos, que nunca tomemos a la ligera ese sacrificio...»
Cabalgaba con la cabeza gacha, apenado, hasta que vio los ojos ensombrecidos de Ellemir, y supo que no debía seguir tan triste.
Durante toda su vida recordaría y se lamentaría, pero su dolor debía ser privado, casi un lujo secreto. Ahora debía volver el rostro con firmeza hacia el futuro.
Había trabajo por hacer. Trabajo que quizá fuera demasiado trivial para las Torres, pero importante: trabajos tales como curar el corazón de
Dom
Esteban, como salvar los pies y las manos de los hombres congelados. Y lo que era aún más importante, había que probar los límites de quienes podían recibir en realidad entrenamiento con las matrices. Calista, tal como se lo había prometido, ya había enseñado a Ferrika a monitorear. Era una discípula capaz y aprendería más cosas. Y en los años siguientes, habría otros.
Ellemir cambió de posición en la montura, y Damon le dijo con ansiedad:
—No debes fatigarte, amor mío. ¿De veras quieres montar ahora?
Ellemir se rió con alegría.
—Ferrika está esperando para dar la orden de que preparen la litera, pero por ahora prefiero cabalgar al sol.
Se adelantaron juntos, pasando junto a los criados, los animales de carga, hasta que llegaron junto a Calista y Andrew.
Cuando atravesaban el paso, Andrew echó un último vistazo al espaciopuerto terrano. Tal vez nunca volviera a verlo, pero sin duda los terranos estarían allí durante el resto de su vida. Tal vez la actitud de Valdir hacia los terranos fuera diferente, porque habría conocido bien a Andrew, no como un ajeno, un extraño, sino como a un hombre como todos, el esposo de su hermana.
Pero todo eso pertenecía al futuro. Desvió la vista del espaciopuerto sin volver a mirar atrás. Su mundo estaba ahora en otra parte.
Empezaron a descender, al otro lado del paso, y el espaciopuerto desapareció. Pero Calista pudo escuchar el sonido atronador de una de las grandes naves, y se estremeció. La hacía pensar demasiado en los cambios que habían llegado a Darkover, en todos los cambios que vendrían, los conociera o no. Pero pensó que si ella misma había podido soportar todos los cambios del último año, sin duda podría enfrentar a los que vinieran después. Ella también tenía trabajo por hacer, junto con Damon, y también tenía que pensar en su hija.
A ella también la llaman sin desearla, a un mundo que tampoco ella desea, como yo...
Pero a sus hijos correspondería enfrentarse al mundo futuro. Todo lo que ella podía hacer era prepararlos, y tratar de construir un mundo mejor donde ellos pudieran vivir. Y ya había comenzado. Buscó la mano de Andrew, disfrutando de saber que podía hacerlo, sin necesidad de sentir que debía alejarse de él. Cuando Damon y Ellemir se reunieron con ellos, Calista sonrió. Cualquier cambio que sobreviniera, lo afrontarían juntos.
[1]
Esta historia se relata en
La Espada Encantada
(
N. del E.
)
[2]
Juego de palabras con funcionario (
civil servant
) y servidor (
servant
). (
N. del E.
)
[3]
En castellano en el original (
N. de la T.
)