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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (59 page)

Si tan sólo hubiera confiado entonces en Ellemir y en Damon...
y a través de su arrepentimiento percibió el pensamiento de Damon:
Eso fue entonces, esto es ahora, todos hemos cambiado, hemos crecido.

Y ése fue para todos el último momento de conciencia independiente. Ahora, casi como había ocurrido en el Solsticio de Invierno, el contacto telepático era completo. Ninguno de ellos supo ni quiso saber nunca, ninguno de ellos trató jamás de separar o desenmarañar las sensaciones aisladas. Los detalles ya no importaban —de quién eran los muslos que se abrían o aferraban, los brazos de cuál de ellos abrazaban, quién se alejaba por un momento, sólo para acercarse más, quién besaba, explorando, los labios de quién se abrían bajo el beso, quién penetraba o era penetrado. Por un rato les pareció que todos ellos tocaban todo, compartiendo tan profundamente la intimidad que no existía en ellos conciencia independiente. Después, Calista no estuvo segura de si había compartido la conciencia que Ellemir tenía del acto amoroso o si la había experimentado por sí misma, y durante un breve lapso, en estrecho contacto telepático con uno de los hombres, se vio y se abrazó
a sí misma
... ¿o a su melliza? Sintió que uno de los hombres estallaba en el orgasmo, pero no estuvo segura de si había participado en él o no. Su propia conciencia era demasiado difusa. Sentía que se expandía, mientras Damon y Andrew y Ellemir se convertían en lugares más sólidos que su propio cuerpo, que de alguna manera se había expandido hasta ocupar todo el espacio de la habitación, pulsando con múltiples ritmos de excitación y de conciencia. Nunca estuvo completamente segura de si ella misma había conocido el placer o si simplemente había compartido el intenso placer de los otros; tampoco deseó saberlo. Tampoco ninguno de ellos supo nunca quién había poseído por primera vez el cuerpo de Calista. No tenía importancia; ninguno quería saberlo. Flotaban, sumergidos en éxtasis, tan fusionados sexualmente, compartiendo tanto esa intensidad amorosa que esas cosas eran irrelevantes. El tiempo se había salido de foco, y todo pareció seguir durante años.

Mucho más tarde, Calista advirtió que estaba adormecida, tremendamente satisfecha, todavía rodeada por todos ellos. Ellemir estaba dormida, su cabeza apoyada sobre el hombro de Andrew. Calista se sintió agotada, extraña y dichosa, hundiéndose a veces en la conciencia de Damon, otras en la de Andrew, sumergiéndose durante varios minutos en el sueño de Ellemir. Flotando entre el pasado y el futuro, consciente de su propio cuerpo como nunca desde la infancia, supo que sería capaz de presentarse ante el Concejo y de jurar que su matrimonio había sido consumado y también, con una reticencia que la hizo reír un poco, que a partir de esa noche estaba embarazada. En realidad no deseaba una criatura, todavía no. Había deseado tener un poco de tiempo para conocerse a sí misma, para conocer la clase de crecimiento, de desarrollo, que había tenido Ellemir, para explorar todas las dimensiones nuevas e inexplicadas de su vida.

Pero sobreviviré a esto, todas las mujeres lo hacen
, pensó riéndose en secreto, y la risa alcanzó a Damon. El extendió la mano, enlazando los dedos con los de ella.

¡Gracias a los Dioses que puedes reírte de eso, Cal!

No es como si hubiera tenido que elegir, que era lo que temía. Como si nunca pudiera volver a usar mis habilidades. Es una ampliación de lo que soy, no una disminución de las opciones.

Todavía le dolía el hecho de tener un hijo por elección del Concejo y no por la suya propia —nunca perdonaría al Concejo esa actitud—, pero aceptaba la necesidad y sabía que lograría amar con facilidad a esa criatura no deseada, lo suficiente como para esperar que la hija que vendría no sabría, mientras no tuviera edad suficiente para comprender, hasta
qué punto
no había sido deseada.

Pero nunca deseo saber quién fue su padre... Por favor, Elli, ni cuando me monitorees, nunca, nunca permitas que esté segura.
Y se prometieron mutuamente, en silencio, que nunca tratarían de saber si la niña concebida esa noche era hija de Damon o de Andrew. Podrían tener sospechas, pero jamás lo sabrían con seguridad.

Durante horas dormitaron, descansando, compartiendo el cuádruple contacto telepático, sintiendo que iba y venía. Aunque todos los otros se habían dormido cerca del amanecer, Damon estaba en vela, y un poco temeroso. ¿Los habría debilitado, se habría debilitado él mismo para la batalla inminente? ¿Calista podría limpiar sus canales con suficiente rapidez?

Y entonces, hundiéndose en la conciencia de Calista, supo que sus canales estarían siempre completamente limpios para la fuerza que ella decidiera utilizar. Ya no necesitaría el
kireseth
; ahora ella misma sabía qué se sentía cuando se los cambiaba de los mensajes sexuales a la plena potencia del
laran
. Y Damon supo, con confianza creciente, que podía enfrentarse con cualquier problema que se planteara.

Y entonces supo también, con reticencia, por qué se había abandonado el uso del
kireseth
. Como rito extraño, sacramental, era seguro y necesario, ya que ayudaba a las Celadoras a reafirmar su humanidad común, fortaleciendo el estrecho vínculo de los antiguos círculos de Torre, el más estrecho vínculo conocido, más íntimo que el parentesco, más íntimo que el deseo sexual.

Pero con igual facilidad podía convertirse en una huida; una adicción. Si esta libertad era accesible, ¿acaso los hombres aceptarían los ocasionales períodos de impotencia que se producían después de un trabajo exigente? ¿Aceptarían las mujeres la disciplina de aprender a mantener sus canales limpios? Si se abusaba de él, el kireseth era peligroso. Miles de historias acerca de los Vientos Fantasmas, en los Hellers, lo demostraban. Y la tentación de utilizarlo en exceso sería prácticamente irresistible.

De modo que primero se había convertido en tabú, que sólo admitía un uso raro y sacramental; después el tabú se había ampliado hasta implicar absoluta falta de uso y mala fama. Con nostalgia por lo que recordaría siempre como una de las más intensas experiencias de su vida, Damon supo que, incluso como parte del ritual de Fin de Año, el uso del
kireseth
sería una tentación demasiado grande. A ellos les había hecho atravesar, sin ningún daño, la última barrera que se interponía entre este punto y la plenitud, pero en el futuro, todos deberían basarse en la propia disciplina y en la contención.

¿Contención? Nunca, si se tenían entre sí.

Y sin embargo, si todo el tiempo coexistía, esa hora mágica estaría siempre presente para ellos, sería tan real como ahora.

Con tristeza, con amor, sintiéndose rodeado por la presencia de todos, y lamentando que debieran separarse, suspiró. Uno a uno, los despertó.

—Falta poco para que salga el sol —dijo con seriedad—. Observarán precisamente los términos establecidos, no nos darán ni un momento de ventaja, de modo que debemos estar preparados. Es hora de prepararse para el desafío.

23

Reinaba esa fina oscuridad que precedía al amanecer. Damon, de pie ante la ventana todavía en sombras, ni siquiera agrisada por la luz inminente, se sentía incómodo. Aún estaba invadido por la satisfacción, pero también experimentaba una pequeña e insidiosa inseguridad.

¿Sería esto algo incorrecto, después de todo? Según todas las leyes de Arilinn, la noche pasada debía haberlos debilitado, incapacitándolos para el conflicto que se avecinaba. ¿Habría cometido el más trágico e irrevocable de los errores? Amándolos a todos, ¿los habría condenado a algo peor que la muerte?

No. Había apostado sus vidas por creer que era correcto lo que estaban haciendo. Si a pesar de todo, las antiguas leyes de Arilinn estaban en lo cierto, entonces todos ellos merecían morir y él aceptaría esa muerte; aunque no con alegría, al menos con cierto sentimiento de justicia. Estaban trabajando en una nueva tradición, una menos cruel y menos mutilatoria que la que él había rechazado, y su convicción de que estaban en lo cierto debía triunfar.

Se había envuelto en un grueso abrigo para protegerse del frío del supramundo. Calista había hecho lo mismo, y había envuelto los hombros de Ellemir con un chal. Andrew, encogiéndose de hombros dentro de su capa de montar de piel, preguntó:

—¿Qué ocurrirá exactamente, Damon?


¿Exactamente?
No puedo decírtelo —respondió Damon—. Es la vieja prueba para un Celador: construiremos nuestra propia Torre en el supramundo y ellos tratarán de destruirla, y a nosotros con ella. Si no lo logran, tendrán que reconocerla como legal, reconocer que tenemos derecho a estar allí. Si la destruyen... bien, ya sabes lo que ocurrirá entonces. De modo que no debemos permitirles que lo hagan.

Calista se veía pálida y atemorizada. Damon tomó su rostro entre sus manos.

—Nada puede dañarnos en el supramundo si no creemos en ello —le dijo. Pero entonces supo qué era lo que la estaba perturbando: durante toda su vida, la joven había sido condicionada a creer que su poder descansaba en su virginidad ritual.

—Toma tu matriz —le ordenó él suavemente.

Ella obedeció, vacilante.

—Concéntrate en ella. ¿Ves? —le dijo, a medida que las luces empezaron a reunirse dentro de la piedra—. Y sabes que tus canales están limpios.

Lo estaban. Y no era solamente por el
kireseth
. Al liberarse de las enormes tensiones y de la coraza que le había dado el entrenamiento de Celadora, los canales de Calista ya no estaban fijos. La joven podía controlar su normal selectividad. Pero ¿por qué el instinto no se lo había sugerido?

—Damon, ¿cómo y por qué permiten que un secreto como éste haya sido olvidado?

Eso significaba que nadie tenía que volver a hacer la cruel elección que Leonie le había impuesto a ella siendo niña, la elección que otras Celadoras, durante siglos, habían aceptado hacer por absoluta lealtad al Comyn y a las Torres.

—¿Cómo podían abandonar
esto
—dijo Calista, y sus palabras contuvieron toda la maravilla y el descubrimiento de la noche anterior— por
aquello
?

—No lo sé —dijo Damon, con tristeza—, y tampoco sé si lo aceptarán ahora. Es una amenaza para todo lo que les han enseñado, algo que convierte todos sus sacrificios y sufrimientos en algo inútil, en un gesto necio.

Y sintió en el corazón un ramalazo de dolor al saber que, en lo que estaba haciendo, así como en todos los grandes descubrimientos, se ocultaban los gérmenes de una lucha cruel. Los hombres y las mujeres morirían defendiendo uno u otro bando en esta gran lucha, y supo, angustiado, que una hija suya, con el rostro y el nombre de una flor, una hija engendrada por otra mujer, que no era ninguna de las que se hallaban en la habitación, sería brutalmente asesinada por tratar de introducir este conocimiento en Arilinn. Piadosamente, la idea volvió a borrarse, el tiempo era
ahora
, y no se atrevía a preocuparse por el pasado ni el futuro.

—Arilinn, como las demás Torres, está encerrada en una decisión tomada por nuestros antepasados. Ellos, nuestros ancestros, pueden haber sido guiados por razones que entonces eran válidas, pero que ya no lo son. No estoy obligando a los círculos de Torre a que abandonen su elección, si es que es verdaderamente una elección y si, después de conocer el precio, sabiendo que existe ahora una alternativa, prefieren conservar sus costumbres, no haré nada. Pero quiero que sepan que la alternativa
existe
, que si yo, trabajando solo y fuera de la ley, la he descubierto, puede haber otras, muchos otras que también sirvan y algunas de ellas puedan resultar más aceptables que la que yo descubrí. Pero reclamo el derecho, para mí y para mi círculo, de trabajar a mi manera, según las leyes que nos parezcan correctas y adecuadas.

Todo parecía tan simple y racional. ¿Cómo era posible que otros les amenazaran con la muerte y la mutilación sólo por esto? Sin embargo, Calista sabía que les habían amenazado, y que concretarían esa amenaza.

—No estoy preocupado por ti —dijo Andrew a Ellemir—, pero me gustaría estar seguro de que esto no pondrá en peligro al niño.

Supo que había acertado con el mismo miedo de Ellemir. Pero la joven dijo con firmeza:

—¿Confías o no en Damon? Si él sintiera que hay peligro, me lo habría explicado, permitiéndome elegir con toda libertad.

—Confío en él —dijo Andrew, pero se preguntó si Damon no sentiría que si perdían la batalla que se avecinaba, de todos modos sería inútil que alguno de ellos sobreviviera, incluso Ellemir y el bebé. Con firmeza, desterró esa idea de su pensamiento. Damon era su Celador. La única responsabilidad de Andrew era decidir si Damon era o no digno de confianza, y si lo era, debía seguir sus directrices sin reservas mentales. De modo que preguntó:

—¿Qué haremos primero?

—Construir la Torre, y establecernos allí firmemente, con toda nuestra fuerza. Ha estado allí durante mucho tiempo, pero es aquello que nosotros nos imaginamos que es. —Y agregó, dirigiéndose a Ellemir—: Tú nunca has estado en el supramundo; sólo me has vigilado desde aquí. Establece contacto conmigo, y yo te llevaré allí.

Con un fuerte impulso mental, se encontró en el suprarnundo, con Ellemir a su lado en la tenue penumbra. Al principio difusamente, pero con más claridad al cabo de cada momento que pasaba en medio de la supraluz, pudo distinguir los muros protectores de su construcción.

Al comienzo había sido un rústico refugio, como una cabaña de pastores, visualizada de manera casi accidental. Pero con cada sucesivo uso se había hecho más sólida y fuerte, y ahora una Forre verdadera se erguía en torno a ellos, con grandes y relucientes muros azules, tan real bajo sus pasos como el cuarto del castillo Comyn en el que habían consumado su vínculo cuádruple. Sin duda, habían traído con ellos gran parte de ese mundo, porque, pensó Damon, el vínculo cuádruple y su plenitud era en cierto modo la cosa más importante que le había ocurrido a cada uno de ellos.

Como siempre en el supramundo, se sintió más alto, más fuerte, más confiado, y sintió que eso era la esencia de todo. Ellemir, a su lado, no se parecía a Calista tanto como en el mundo sólido. Físicamente, Calista y ella eran muy semejantes, pero aquí, donde la mente determinaba la apariencia física, eran muy diferentes. Damon sabía lo suficiente de genética para preguntarse, brevemente, si después de todo las dos no eran, en definitiva, gemelas idénticas. Si no lo eran, eso podía significar que tal vez Calista podía darle un hijo sin correr tantos riesgos como Ellemir. Pero esa idea era para otro momento, para otro nivel de conciencia.

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