En voz alta, dijo:
—Cuando me despidieron, se me dio la libertad de actuar bajo mi propia responsabilidad, como cualquier otro hijo del Comyn.
Y ni siquiera ahora, Leonie, te atreverás a enfrentarte a mí.
¡Cómo te atreves!
La mujer se quitó el velo. Había perdido, pensó Damon con distanciamiento, los últimos restos de su notable belleza. Ella se irguió en toda su estatura —unos centímetros más que Damon— y dijo:
—¡No prestaré atención a estas tonterías!
Damon respondió con fría y deliberada insolencia.
—Yo no os invité aquí. ¿Acaso el guardián de los Alton debe escuchar y morderse la lengua, como si fuera un niño malcriado que recibe una reprimenda, en sus propias habitaciones?
Leonie frunció el ceño.
—¿Preferirías exponer formalmente estas cuestiones ante todo el Comyn, en la Cámara de Cristal?
Damon se encogió de hombros y dijo:
—Habla entonces. —Con un gesto, indicó las sillas que había en la habitación—. ¿No deseáis sentaros? No me gusta discutir cuestiones de importancia mientras estoy de pie y apoyo todo mi peso en uno y otro pie, como si fuera un cadete recibiendo su castigo. ¿Puedo ofreceros algún refresco?
—No, gracias.
Pero se sentaron, y también Damon se hundió en una silla. Andrew permaneció de pie. Sin saberlo, había adoptado la postura tradicional del escudero juramentado, detrás de su señor, un paso más atrás del lugar donde Damon se había sentado. Los otros lo advirtieron y fruncieron el ceño, mientras Leonie empezaba a hablar.
—Cuando te marchaste de Arilinn, confiamos en que observarías las leyes, y en general no tenemos quejas. De tanto en tanto seguíamos tu matriz en las pantallas de monitores, pero la mayoría de las cosas que hacías eran legales y menores.
—Excelente —dijo Damon con énfasis sarcástico—. ¡Me alivia saber que os pareció legal que utilizara mi matriz para cerrar mi caja de seguridad, para encontrar el camino a través de un bosque si me había extraviado, o para detener la hemorragia de la herida de un amigo!
Rafael Aillard le reprendió.
—¡Si nos escuchas sin hacer bromas de mal gusto, tal vez terminemos con esta penosa tarea más rápidamente!
—Tengo tiempo suficiente para escuchar lo que tenéis que decirme —dijo Damon—. Sin embargo, mi esposa está enferma y embarazada y mi suegro está en el umbral mismo de la muerte... ¡de modo que es verdad que podría pasar lo que queda del día de manera más provechosa que escuchando este montón de necedades que me estáis diciendo!
—Lamento que Ellemir no se encuentre bien —dijo Leonie—, pero ¿está Esteban tan seriamente enfermo? En la cámara del Concejo, hoy mismo, se le veía fuerte y enérgico.
Con los labios apretados, Damon dijo:
—Las noticias de la traición cometida por el bastardo que él amaba agravaron su estado. Es posible que viva todo el día, pero no es probable que llegue a ver la nieve de otro invierno.
—De modo que tú te hiciste cargo de vengarle, actuando como verdugo de Dezi —dijo Leonie—. No siento ninguna pena por él. No había permanecido más de diez días en Arilinn cuando advertí en su carácter defectos tan graves que supe que no podría quedarse allí.
—¿Y sabiéndolo asumiste la responsabilidad de entrenarle? Quien usa una herramienta inadecuada para una tarea no debería quejarse si luego sólo sirve para que se corte la mano. —De manera remota, advirtió que poco tiempo antes, en el Solsticio de Invierno, le hubiera resultado impensable la posibilidad de cuestionar las razones y las decisiones de cualquier Celadora, por no hablar de la Dama de Arilinn.
—¿Qué pretendías que hiciéramos? —Dijo Margwenn con impaciencia—. Sabes que no es fácil hallar hijos o hijas del Comyn con
laran
pleno, y fueran cuales fuesen los defectos de Dezi, sus dotes eran grandes.
—¡Habría sido mejor que entrenaran a un plebeyo con menos sangre noble pero con más decencia y mejor carácter!
—Sabes que nadie que no tenga sangre Comyn puede trasponer el Velo de Arilinn —dijo Rafael.
—Entonces, maldición —dijo Damon, pensando en el suave toque de Ferrika cuando había monitoreado a Ellemir—, ¡tal vez sea tiempo de rasgar el Velo y de introducir algunos cambios en Arilinn!
Los labios de Leonie se apretaron en una mueca de disgusto.
—¿De dónde sacas esas ideas, Damon? ¿Es consecuencia de haber aceptado a un terrano en tu casa?
Pero tampoco le dio tiempo a responder.
—No nos quejamos cuando utilizaste legalmente tu matriz. Ni siquiera nos quejamos cuando le quitaste la matriz a Dezi. Pero no quedaste satisfecho con eso. Has hecho muchas cosas ilegales. Has enseñado a este terrano, algunos rudimentos de la tecnología de matrices. Recordaras que Stefan Hastur decretó, la primera vez que los terranos llegaron aquí, que no se autorizaba a ningún terrano a presenciar una operación con matriz.
—Que descanse en paz —dijo Damon—, pero no estoy dispuesto a permitir que un hombre muerto actúe como guardián de mi conciencia.
—¿Acaso debemos rechazar la sabiduría de nuestros padres? —preguntó Rafael con ira.
—No, pero vivieron como les pareció cuando estaban vivos, y no me consultaron con respecto a mis deseos y necesidades, y haré lo mismo con ellos. ¡Sin duda no los reverenciaré como a dioses, ni trataré todas sus palabras como los
cristóforos
tratan todas las necedades de su Libro de las Cargas!
—¿Cuál es tu excusa por haber entrenado a este terrano —preguntó Margwenn.
—¿Qué excusa necesito? Posee
laran
, y un telépata no entrenado es una amenaza para sí mismo y para todos los que le rodean.
—¿Fue él quien estimuló a Calista para que quebrantara su juramento? Ella había prometido abandonar su trabajo para siempre.
—Tampoco soy el guardián de la conciencia de Calista —dijo Damon—. Tiene ese conocimiento en su cabeza, y yo no puedo quitárselo. —Una vez más, con gran amargura, formuló la pregunta a Leonie—: ¿Acaso debe pasarse la vida contando los agujeros de la ropa blanca y preparando especias para el pan?
Margwenn hizo una mueca despectiva.
—Aparentemente, ésa fue su elección. No se la obligó a que devolviera el juramento. Ni siquiera la violaron. Hizo una elección voluntaria, y ahora debe vivir acorde con ella.
¡Estáis todos locos!
, pensó Damon con cansancio, y no hizo ningún esfuerzo por ocultar el pensamiento. Lo vio reflejado en los ojos de Leonie.
—Una de las acusaciones es tan seria que hace que todas las otras sean triviales, Damon. Has construido una Torre en el supramundo. Estás haciendo funcionar un círculo de mecánicos ilegal, Damon, fuera de una Torre construida por decreto del Comyn, y ajena a los juramentos y salvaguardas requeridas desde las Épocas de Caos. El castigo por eso es espantoso. No me agradaría imponértelo. ¿Aceptarás entonces disolver el vínculo de tu círculo, destruir la Torre prohibida que has construido y jurarnos que no volverás a hacerlo? Si me lo prometes, no pediré para ti ningún otro castigo.
Damon se puso en pie, a la defensiva, como cuando se enfrentó al asesino ataque de Dezi.
Esto
, pensó,
debo afrontarlo de pie.
—Leonie, cuando me despediste de la Torre dejaste de ser mi Celadora, y también la celadora de mi conciencia. Todo lo que he hecho lo he hecho bajo mi propia responsabilidad. Soy un técnico de matrices, entrenado en Arilinn, y he vivido toda mi vida según los preceptos que me enseñaron allí. Mi conciencia está limpia, y no te haré la promesa que me pides.
—Desde las Épocas de Caos —dijo Leonie—, se ha prohibido que un círculo de matriz funcione fuera de una Torre sancionada por decreto del Comyn. Tampoco podemos permitirte que utilices dentro de tu círculo a una mujer que fue Celadora y que ha devuelto su juramento. Según las leyes en vigencia desde los días de Varzil el Bueno, nada de esto está permitido. ¡Es impensable, es obsceno! Debes destruir la Torre, Damon, y prometerme que nunca más volverás a trabajar con ella. Como regente de Alton y como guardián de Calista, te hago responsable de que ella nunca vuelva a violar las condiciones bajo las que devolvió su juramento.
—No acepto tu juicio —dijo Damon, manteniendo la voz firme con un gran esfuerzo.
—Entonces debo recurrir a algo peor —dijo Leonie—. ¿Deseas que plantee todo esto ante el Concejo y ante los trabajadores de todas las Torres? Sabes cuál será la pena si se te considera culpable. Una vez que todo el mecanismo se ponga en marcha, ni siquiera yo podré salvarte —agregó, mirándole directamente por primera vez desde que se había iniciado la conversación—. Pero sé que si me das tu palabra, no la traicionarás. Dame tu palabra, Damon, de que disolverás ese círculo ilegal, de que retirarás toda tu fuerza de tu Torre del supramundo, y prométeme personalmente que de este día en adelante sólo utilizarás tú matriz para las cosas legalmente permitidas; y a mi vez yo te doy mi palabra de que no iré más allá, a pesar de todo lo que has hecho.
—¿Tu palabra, Leonie? ¿Qué valor tiene tu palabra?
Fue como una bofetada en la cara. La Celadora se puso pálida. Su voz tembló.
—¿Me estás desafiando, Damon?
—Así es —dijo él—. Ni siquiera preguntaste por mis motivos, preferiste ignorarlos. Hablas de Varzil el Bueno. Creo que no sabes de él ni siquiera la mitad de lo que sé yo. Sí, te desafío, Leonie. Responderé a estas acusaciones en el momento adecuado. Puedes exponérselas al Concejo, si quieres, o a las Torres, y estoy dispuesto a responder a ellas.
El rostro de Leonie estaba mortalmente pálido.
Como una calavera
, pensó Damon.
—Que así sea entonces, Damon, conoces el castigo. Se te despojará de tu matriz y, para que no puedas hacer lo que hizo Dezi, se te quemarán los centros cerebrales del
laran
. Que la pena caiga sobre tu cabeza, Damon, y que todos éstos sean testigos de que yo intenté salvarte.
Giró para salir de la habitación. Los otros la siguieron. Damon permaneció inmóvil, con el rostro rígido e impasible, hasta que todos se marcharon. Consiguió mantener esa fría dignidad hasta que se extinguió el ruido de los pasos. Entonces, tambaleándose como un borracho, fue hasta la habitación interior de la suite.
Escuchó que Andrew maldecía todo un rosario de expresiones en un idioma que suponía debía ser terrano —Damon no sabía una palabra de esa lengua—, pero nadie que tuviera
laran
podía dejar de entender el significado. Pasó delante de Andrew, se arrojó boca abajo sobre un diván y se quedó allí, inmóvil, con el rostro entre las manos. El horror lo invadió mientras la náusea sobrecogía su estómago.
Ahora todo su desafío le parecía una bravata infantil.
Sabía
, sin ninguna duda, que no encontraría manera de responder a las acusaciones, que le hallarían culpable y debería sufrir el castigo.
Ciego. Sordo. Mutilado. Pasar el resto de su vida sin
laran
, prisionero para siempre dentro de su propio cráneo, intolerablemente solo para siempre... vivir como un animal sin mente. Se Retorció en su agonía. Andrew vino a su lado, perturbado, sólo parcialmente consciente de aquello que lo torturaba.
—Damon, no. Sin duda el Concejo permitirá que te expliques; sabrán que hiciste la única cosa que podías hacer.
Damon tan sólo gimió de pavor. Le parecía que todos los miedos de su vida, esos miedos que, según le habían enseñado, no eran de hombre y no debían reconocerse, lo invadían como si fuera una ola única y enorme que lo ahogaba. Los miedos de un niño solitario, no deseado, de un muchacho solitario en los cadetes, torpe y sin amor, tolerado solamente por haber sido el amigo íntimo de Coryn; toda su vida manteniendo el miedo bajo centro! para que nadie le creyera algo menos que un hombre, para que él mismo no lo pensara. El miedo y la inseguridad de que Leonie pudiera ver de algún modo más allá de su control y detectara su pasión y su deseo prohibidos, la culpa y el sentimiento de pérdida cuando ella le había despedido de Arilinn, diciéndole que no era suficientemente fuerte para ese trabajo, alimentando así la idea de su propia debilidad, el miedo que siempre había contenido. El miedo reprimido de todos aquellos años transcurridos en la Guardia, sabiendo que no era buen espadachín, buen soldado. La espantosa culpa de haber huido, dejando que los Guardias se enfrentaran a la muerte en lugar de él...
Toda su vida. Toda su vida había tenido miedo. ¿Acaso había pasado aunque tan sólo fuera un día durante el que no fuera consciente de que era un cobarde que vanamente fingía no tener miedo, que fingía con bravatas para que nadie se diera cuenta de que en realidad era un gusano, un cobarde impotente, una pobre cosa con la forma de un hombre? Su vida le importaba tan poco que prefería enfrentarse a la muerte antes de exponerse como el vergonzoso y cobarde debilucho que era en realidad.
Pero ahora le amenazaban con lo único que verdaderamente no podía soportar, no podía tolerar. Sería más fácil morir ya, acuchillándose en la garganta, antes que vivir ciego, mutilado, como un cadáver que caminara fingiendo estar vivo.
Lentamente advirtió, a través de la niebla del pánico y el pavor, que Andrew estaba arrodillado a su lado, preocupado y pálido. Le rogaba algo, pero las palabras no lograban llegar a Damon ni atravesar esa pavorosa bruma de temor.
Cómo debía despreciarle Andrew, pensó. El era tan fuerte...
Apenado, Andrew observaba la silenciosa lucha de Damon. Trató de razonar con él, pero sabía que sus palabras en realidad no le llegaban. ¿Le escucharía Damon? Tratando de hacerle reaccionar, se sentó junto a su amigo y le rodeó con un brazo.
—Basta, basta —le dijo con torpeza—. Todo está bien, Damon, yo estoy aquí. —Y entonces, sintiéndose torpe y tímido como siempre que aparecía entre ellos algún indicio de intimidad, dijo, casi en un susurro—: No les permitiré que te hagan daño,
bredu
.
Todo el terror congelado de Damon se quebró, invadiendo a ambos. El hombre sollozó convulsivamente, mientras desaparecían los últimos restos de su autocontrol. Conmovido, Andrew trató de retirarse, pensando que Damon no querría que él le viera en ese estado, pero luego advirtió que esa idea era en realidad un último vestigio de pensamiento terrano. No
podía
retirarse del dolor de Damon, porque era su propio dolor, era tanto una amenaza para Damon como para él mismo. Debía aceptar el miedo y la debilidad de Damon así como aceptaba otras cosas de él, como aceptaba su amor y su preocupación.