Era cegador. Era mutilante. Era una mutilación...
Era la pena impuesta por el juramento de Arilinn para castigar el uso ilegal de una matriz. Y, según la ley, eso es lo que debía hacer cumplir ahora.
—Sin una Celadora presente, lo que cometes es un asesinato —dijo Dezi, en un último impulso desafiante—. ¿El asesinato es la pena, entonces, por el intento de asesinato?
Damon, a pesar de sentir el terror de Dezi en sus propias visceras, logró que su voz siguiera siendo inexpresiva.
—Cualquier técnico de matrices medianamente competente, y yo soy un técnico graduado, puede hacer esta parte de la tarea de una Celadora, Dezi. Puedo combinar las resonancias y quitártela con total seguridad. No te mataré. Si tratas de no resistirte, será más fácil para ti.
—¡No, maldito seas! —le escupió Dezi, y Damon se preparó para la odisea que le esperaba.
Admiraba el intento del muchacho de fingir coraje, una cierta dignidad. Tuvo que recordar que el coraje era un defecto en un cobarde que había dado mal uso a su
laran
en contra de un hombre al que había emborrachado con ese propósito. Admirar a Dezi ahora, tan sólo porque no cedía y no rogaba piedad —tal como Damon sabía que él mismo habría hecho en el lugar del otro— no tenía ningún sentido.
Seguía sintiendo las emociones de Dezi —corno empata entrenado, su
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se había afinado en Arilinn, y no podía bloquearlas del todo— pero se acorazó para ignorarlas, concentrándose en el trabajo que le esperaba. El primer paso era concentrarse dentro de su propia matriz, dejar que su conciencia se expandiera por el campo magnético de su cuerpo. Dejó que las emociones se filtraran a través de él, como debía hacerlo una Celadora, sintiéndolas y aceptándolas sin penetrar ni un ápice en ellas.
Leonie le había dicho una vez que si hubiera sido mujer habría sido Celadora, pero que, como hombre, era demasiado sensible, y que ese trabajo le destruiría. De algún modo, ese recuerdo volvió a ponerle furioso, y esa furia le fortaleció. ¿Por qué la sensibilidad habría de destruir a un hombre, cuando capacitaba a una mujer para hacer el más delicado trabajo con matrices, el trabajo de una Celadora? En aquel momento, las palabras de Leonie habían estado a punto de destruirle; las había sentido como un ataque contra su virilidad. Ahora le confirmaron la idea de que podía cumplir con esta parte de la tarea de una Celadora.
Andrew, que observaba ligeramente contactado con Damon, volvió a verle como le había visto, durante un momento, la noche anterior, mientras vigilaba a la durmiente Calista: como un arremolinado campo de corrientes interconectadas con centros pulsantes, de donde surgían colores relucientes. Lentamente, empezó a ver a Dezi de la misma manera, a percibir lo que estaba haciendo Damon, que era acercar su nivel de vibraciones al nivel de las de Dezi, adaptar los flujos de modo que sus cuerpos —y sus gemas matrices— vibraran en perfecta resonancia. Sabía que esto permitiría tocar la matriz de Dezi sin causar dolor, sin infligirle al joven un shock físico o nervioso que pudiera causarle la muerte.
Si alguien que no estaba sintonizado con k resonancia precisa intentaba tocar la matriz de otro, podía causarle un shock, convulsiones, incluso la muerte y, en cualquier caso, una insoportable agonía.
Vio cómo las resonancias se igualaban, cómo pulsaban juntas como si, por un momento, los dos campos magnéticos se hubieran fundido hasta convertirse en uno solo. Damon se incorporó de su silla —a Andrew le pareció que era una nube de campos energéticos vinculados, que se desplazaba— y se acercó al muchacho. Repentinamente, Dezi logró nuevamente el control de sus resonancias, quitándoselas a Damon y destrozando la fusión del contacto. Fue como el choque de una explosión de fuerzas. Damon jadeó, angustiado, y Andrew sintió el dolor lacerante que explotó en los nervios y en el cerebro de su amigo. Automáticamente, Damon se salió del alcance de los campos en choque, y se acomodó para volver a combinar sus resonancias con el nuevo campo que Dezi había creado. Pensó, casi con lástima, que Dezi había sufrido un acceso de pánico que no había podido controlar.
Una vez vueltas a combinar las resonancias, los campos de energía empezaron a vibrar en consonancia; una vez más se produjo el intento de acercarse a Dezi para quitarle físicamente la matriz y alejarla del campo magnético de su cuerpo. Y una vez más ese dolor lacerante cuando Dezi rompió las resonancias y las separó con una explosión de dolor cayendo sobre los cuerpos de los dos.
—Dezi, sé que es duro —dijo Damon, compasivamente.
Para sí, se dijo que el muchacho también podría haber sido Celador. ¡A su edad, Damon no podía combinar resonancias de esa manera! Pero nunca se había sentido tan desesperado, ni tampoco tan atormentado. El hecho de quebrar las resonancias le resultaba tan doloroso a Dezi como al mismo Damon.
—Trata de no resistirte esta vez, muchacho. No quiero hacerte daño.
Y entonces —estaban abiertos entre sí— sintió el agudo desprecio de Dezi por su propia compasión, y supo que la reacción del muchacho no era en absoluto producto del pánico. ¡Dezi simplemente se resistía, luchaba! Tal vez pensara que podía resistirse a Damon, derrotarle. Damon salió del cuarto y regresó con un apaciguador telepático, un curioso aparato que emitía una vibración capaz de atenuar las emanaciones telepáticas dentro de una amplia gama de frecuencias. Sombríamente, pensó en la broma que les había hecho Domenic la noche de su boda con Ellemir. Esos aparatos se usaban, a veces, para impedir filtraciones telepáticas, cuando había otros cerca, para proteger la intimidad, para permitir conversaciones secretas o para impedir filtraciones telepáticas involuntarias o deliberadas. A veces se utilizaban en el Concejo del Comyn, o para proteger a otros cuando había un adolescente descontrolado que sufría alteraciones físicas porque todavía no había aprendido a controlar o concentrar sus poderes. Vio que el rostro de Dezi cambiaba y dejaba traslucir un verdadero pánico, más allá de la expresión desafiante.
Inexpresivamente, Damon advirtió a Andrew:
—Ponte fuera del alcance si deseas hacerlo. Voy a tener que usarlo para atenuar las frecuencias que él trate de imponer.
Andrew sacudió la cabeza.
—Me quedaré —dijo.
Damon captó el pensamiento de Andrew:
No te dejaré solo con él.
Agradecido por la lealtad de su amigo, Damon se arrodilló y empezó a preparar el apaciguador.
Al poco rato, lo sintonizó para atenuar el ataque que Dezi lanzaba contra su conciencia. Después, sólo tuvo que vigilar sus propias resonancias, adecuándolas al campo físico de vibraciones de Dezi. Esta vez, cuando llegó al punto en que los campos se mezclaban, el apaciguador bloqueó el ataque mental de Dezi, destinado a alterar las frecuencias y alejar a Damon. Era penoso y difícil desplazarse dentro del campo del apaciguador, algo que, según creía, sólo una Celadora hábil podía lograr, con el apaciguador al máximo. Físicamente parecía que estuviera debatiéndose dentro de un espeso y viscoso fluido que inmovilizara sus miembros y también su cerebro.
Cuando se acercó, Dezi empezó a debatirse como loco. Pero no tenía esperanzas, y lo sabía. Dezi podía agotarse intentando cambiar las frecuencias, pero ya no podría alterar las de Damon, y cuanto más lograra cambiar las de él, más daño le haría el shock final.
Suavemente, Damon posó una mano sobre la pequeña bolsita de seda que pendía del cuello de Dezi. Sus dedos se movieron, desatando el cordón. Dezi había empezado a gemir y a debatirse otra vez, y sus movimientos, como los de un conejo en la trampa, dieron lástima a Damon, a pesar de que el terror del muchacho estaba ahora bloqueado por la acción del apaciguador. Consiguió abrir la bolsita. La piedra azul, pulsante, centelleante por el terror de Dezi, cayó en sus manos. Mientras cerraba los dedos, sintió el terrible espasmo, la fractura interior, y vio que Dezi caía como segado por un golpe demoledor. Se preguntó, con desdicha, si habría matado al muchacho. Lanzó la matriz dentro del campo del apaciguador, la vio aquietarse, cobrar un pulso leve, un ritmo de reposo. Dezi estaba inconsciente, con la cabeza caída a un lado, y había espuma entre sus labios mordidos. Damon tuvo que endurecerse y recordar a Andrew, inconsciente, en su sueño mortal sobre la nieve, tuvo que pensar en el dolor de Calista si se hubiera encontrado abandonada, o si fuera viuda debido a una traición, antes de poder decir:
—Ya está.
Puso la matriz bajo el apaciguador durante algunos minutos, la vio palidecer y mostrar levísimas luces pulsantes. Todavía vivía, pero su fuerza había sido disminuida hasta un punto en el que ya no podía utilizársela para el
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.
Lanzó una mirada compasiva hacia Dezi, sabiendo que le había cegado. Dezi estaba peor ahora que Damon cuando le despidieron de Arilinn. A pesar del crimen cometido por el muchacho, Damon no podía evitar sentir lástima por él, tan dotado, un telépata tan poderoso, con un potencial más elevado que el de muchos que trabajaban actualmente con las pantallas y los transmisores.
¡Por los infiernos de Zandru, pensó, qué desperdicio!
Y él lo había mutilado.
—Terminemos con esto, Andrew —dijo con voz cascada—. Entrégame esa caja sellada, ¿quieres?
Se la había dado
Dom
Esteban, quien la había vaciado previamente de algunas alhajas que contenía. Mientras arrojaba la matriz en su interior y cerraba la tapa, pensó en el antiguo cuento de hadas: el del gigante que conservó su corazón fuera del cuerpo, en el lugar más secreto que pudo encontrar, para que nadie pudiera matarle si no hallaba primero su corazón oculto. Dio una breve explicación a Andrew mientras cerraba el pequeño cerrojo que sellaba la caja con la matriz, acercándole su propia gema.
—No podemos destruir la matriz —dijo—, pues Dezi moriría con ella. Pero aquí está guardada con un cerrojo de matriz, de modo que solamente mi propia piedra, sintonizada, puede volver a abrir esta caja.
La caja se cerró, Damon la guardó, regresó y se inclinó sobre Dezi, controlando la respiración del joven, su corazón acelerado.
Sobreviviría.
Mutilado... cegado... pero sobreviviría. Damon sabía que, de estar en su lugar, preferiría haber muerto.
Se incorporó, escuchando el inquietante ruido de la tormenta, afuera.
Extrajo su daga y cortó las ligaduras que inmovilizaban al muchacho, pensando que tal vez fuera mejor cortarle la garganta. Ya no querría vivir. ¿Su terrible lucha habría sido sólo una manera de suicidarse?
Suspiró, colocando un poco de dinero, en una bolsa, cerca del muchacho.
—
Dom
Esteban me dio esto para él —dijo a Andrew—. Probablemente se vaya a Thendara, donde Domenic le prometió que tendría un nombramiento de cadete. Allí no puede hacer mucho daño, trabajando en los Guardias de la Ciudad, y tal vez pueda hacer una carrera. Domenic se ocupará de él... después de todo, hay cierto sentimiento de lealtad familiar. Dezi ni siquiera tendrá que confesarle lo que ha hecho. Estará bien.
Más tarde, mientras le contaba a Ellemir lo que había hecho, mientras Andrew controlaba a la durmiente Calista, lo repitió:
—Yo no hubiera querido vivir. Cuando me incliné sobre él con la daga, para cortar las sogas con las que le habían atado, me pregunté si no sería más piadoso matarle. Pero yo me las arreglé para vivir después de que me despidieron de Arilinn. Dezi también debe tener su oportunidad.
Suspiró, recordando el día que se había marchado de Arilinn, ciego de dolor, atontado por la ruptura del vínculo con el círculo de Torre, el vínculo más estrecho que conocían los que tenían
laran
, más estrecho que el parentesco, más estrecho que el vínculo entre amantes, más estrecho que el vínculo entre esposo y esposa...
—Yo seguí deseando morirme —dijo—, y pasó mucho tiempo antes de que volviera a desear la vida. —Abrazando estrechamente a Ellemir, pensó:
Sólo cuando te tuve a ti.
Los ojos de Ellemir mostraron la suavidad de la ternura y luego, mientras su boca se endurecía, dijo:
—Deberías haberle matado.
Damon, pensando en la dormida Calista, quien había estado, sin saberlo, tan próxima a la muerte, pensó que era una simple expresión de amargura. Andrew era el marido de su hermana, Ellemir había estado en contacto con él por medio de la matriz durante la larga búsqueda de Calista, y todos se habían reunido durante el breve y espontáneo vínculo cuádruple, antes de que el aterrador reflejo que Calista no pudo controlar los separara. Al igual que Ellemir, también Damon había estado conectado con Andrew, había sentido su fuerza y su suavidad, su ternura y su pasión... y ése era el hombre que, por resentimiento, Dezi había intentado matar. Dezi, que había estado en contacto telepático con Andrew cuando curaron a los hombres congelados. Dezi, que tan bien conocía sus cualidades y su bondad.
Ellemir repitió, implacable:
—Deberías haberle matado.
Sólo meses más tarde Damon advirtió que no lo decía por amargura, sino que era precognición.
Por la mañana, la tormenta amainó y Dezi, llevándose el dinero que Damon le había dejado, sus ropas y su caballo se marchó de Armida. Damon esperaba, casi con sentimiento de culpa, que se las arreglara para vivir de alguna manera, para recorrer el camino hasta Thendara, donde estaría bajo la protección de Domenic. Domenic, heredero de Alton, era, después de todo, medio hermano de Dezi. Damon estaba seguro de eso ahora: nadie que no fuera Comyn puro podría haber presentado semejante batalla.
Domenic lo cuidaría, pensó. Pero era como un peso sobre su corazón, un peso que no quería sacarse.
Andrew soñaba...
Vagaba en medio de la tormenta que arrojaba nieve y cierzo, contra los torreones de Armida. Pero él nunca había visto Armida. Estaba solo y vagaba por un páramo sin caminos, sin casas, sin refugios, como le ocurrió cuando el avión se estrelló y él quedó abandonado en un mundo extraño. Avanzaba tambaleándose sobre la nieve y el viento le desgarraba los pulmones y una voz susurraba como un eco dentro de su cabeza:
Aquí no hay nada para ti.
Y entonces vio a la muchacha.
Y la voz dentro de su cabeza susurró:
Todo esto ya ha ocurrido antes.
Ella tenía puesto un camisón delgado y rasgado, y él podía ver su piel pálida a través de los desgarrones, pero la prenda no ondulaba ni se movía con los furiosos vientos, ni tampoco el pelo de la joven se encrespaba con el rugir de la tormenta. De hecho ella no estaba allí, era un fantasma, un sueño, una muchacha que nunca había existido, y sin embargo él sabía que, en otro nivel de realidad, ella era Calista, era su esposa. ¿O habría sido sólo un sueño dentro de otro sueño, algo que había soñado mientras estaba allí en medio de la tormenta, y se quedaría allí y seguiría soñando hasta morir...? Empezó a debatirse, se oyó gritar...