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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (29 page)

Lo había perdido cuando Leonie le despidió de Arilinn, se había resignado a vivir sin eso y entonces, cuando ya había perdido toda esperanza, había vuelto a encontrarlo en sus dos primas y este extraño... Ahora prefería morir antes de volver a perderlo.

—Leonie hizo esto —dijo con firmeza— por las razones que fueran, buenas o malas, y es la responsable. Calista no está aún lo suficientemente fuerte para que pueda darnos una respuesta. Pero Leonie, y únicamente Leonie, debe tener la clave de lo que ocurre.

Andrew observó la oscuridad, punteada de blanco por la nieve que se extendía más allá de la ventana.

—Eso no es de gran ayuda. ¿A qué distancia de aquí está Arilinn?

—No sé cómo mides la distancia. Nosotros la calculamos como diez días de viaje —dijo Damon—, pero no había pensado ir allí. Haré lo mismo que Calista: la buscaré en el supramundo. —Sus labios rígidos esbozaron una sonrisa sombría—. Ahora que
Dom
Esteban está inválido, y que Domenic todavía no es adulto, yo soy su pariente más próximo. Tengo el derecho y la responsabilidad de pedir a Leonie que me rinda cuentas de lo ocurrido.

Pero ¿quién podía pedirle a una Hastur, Dama de Arilinn, que rindiera cuentas?

—Tengo ganas de ir contigo y montar mi propio escándalo —dijo Andrew.

—No sabrías qué decirle. Te prometo, Andrew, que si hay una respuesta, yo la descubriré.

—¿Y si no hay ninguna?

Damon le dio la espalda, porque ni siquiera quería pensar eso. Calista dormía con inquietud, removiéndose continuamente y gimiendo en sueños. Ellemir cosía en un sillón, frunciendo el ceño con cada puntada, mientras su rostro brillaba bajo el óvalo de luz de la lámpara. Damon buscó contacto con ella, y sintió la rápida respuesta, un roce de confirmación, de amor.
La necesito conmigo, y debo ir solo.

—Vamos a la otra habitación, Andrew, aquí las molestaríamos. Tienes que controlarme —dijo mientras se dirigían a la otra habitación y se acomodaba luego en una gran silla, con Andrew a su lado—. Controla...

Se concentró en la matriz, sintió el breve shock al dejar su cuerpo, sintió la fuerza de Andrew mientras flotaba un momento en la habitación... Después se encontró de pie en la planicie gris e informe, viendo con sorpresa que debajo de él, en el supramundo, había un hito, una estructura leve, todavía en sombras. Por supuesto, Dezi, Andrew y él la habían construido como refugio mientras trabajaban con los hombres congelados, era un refugio, una protección.
Mi propio lugar. Ahora y a no tengo otro.
Con firmeza, dejó de lado esa idea, buscando la centelleante luz, como un faro, que era Arilinn. Después, literalmente con la velocidad del pensamiento, se encontró allí, y Leonie ante él, con la cara tapada por un velo.

Había sido tan bella... Una vez más se sintió tocado por el viejo amor, el viejo anhelo, pero se acorazó pensando en Ellemir. Pero ¿por qué Leonie acudía con un velo, ocultándose, ante él?

—Cuando Calista vino supe que no tardarías mucho, Damon. Por supuesto que sé, a grandes rasgos, qué deseas. Pero ¿cómo puedo ayudarte, Damon?

—Lo sabes tan bien como yo. No necesito ayuda para mí, sino para Calista.

—Ella ha fracasado —dijo Leonie—. Yo estaba dispuesta a liberarla... ha tenido su oportunidad, pero ahora ya sabe que éste es el único lugar para ella. Debe regresar con nosotros, a Arilinn, Damon.

—Es demasiado tarde para eso —dijo Damon—. Creo que antes preferiría morir. Y está muy próxima a la muerte. —Escuchó que su voz temblaba—. ¿Estás diciendo que prefieres verla muerta antes que liberarla, Leonie? ¿El poder de Arilinn es pues el poder de la muerte?

Pudo ver el horror de Leonie como una nube visible, aquí donde las emociones eran una realidad sólida.

—¡Damon, no! —Su voz tembló—. Cuando se libera a una Celadora, es porque ya no se puede lograr que sus canales mantengan la estructura típica de una Celadora, y ya no están lo suficientemente limpios para cumplir con el trabajo psi. Yo creí que eso nunca podría ocurrirle a Calista, pero ella me dijo que así era, y yo accedí a liberarla.

—¡Sabías que tú misma lo habías hecho imposible! —la acusó Damon.

—Yo,.. no estaba segura —dijo Leonie, y sus velos se agitaron en gesto de negación—. Ella me dijo... me dijo que lo había tocado. Había... Damon, ¿qué podía pensar? Pero ahora sabe que no es así. En la época en que las niñas recibían entrenamiento de Celadoras antes de ser adultas, se daba por hecho que la elección era de por vida, y que no había manera de revocarla.

—¿Y tú sabías eso, y aun así hiciste esa elección para Calista?

—¿Qué otra cosa podía hacer, Damon? Debemos tener Celadoras, pues si no nuestro mundo se oscurece con la sombra de la barbarie. Hice lo que debía hacer, y si Calista es mínimamente justa conmigo, admitirá que lo hice con su consentimiento. Y no obstante, Damon escuchó, como un eco de la mente de Leonie, el grito desesperado:

¿Cómo podía consentir? ¡Sólo tenía doce años!

—¿Me estás diciendo que no hay esperanza, entonces? —dijo Damon, furioso—. ¿Que Calista debe regresar a Arilinn o morir de pena?

La voz de Leonie fue insegura; hasta su imagen se hizo borrosa en el mundo gris.

—Sé que alguna vez existió una manera, y que la manera era conocida. Nada del pasado puede ocultarse por completo. Cuando yo misma era joven conocí a una mujer que había sido tratada de esa manera, y me dijo que existía un modo para revertir esta fijación de los canales, pero no me dijo cuál era, y murió antes de que tú nacieras. Ese método era conocido en todas partes en la época en que las Torres eran como templos y las Celadoras sacerdotisas. He dicho toda la verdad —dijo, quitándose el velo de su rostro descarnado—. Si hubieras vivido en esa época, Damon, hubieras hallado tu verdadera vocación como Celador. Naciste con trescientos años de retraso.

—De poco me sirve eso ahora, parienta —dijo Damon. Se alejó de Leonie, de su rostro, viéndolo emborronarse y cambiar ante él y transformarse a medias en la Leonie que había sido cuando él estaba en la Torre, cuando la amaba, y a medias en la Leonie de hoy, la que había visto en su boda. No quería ver su rostro, deseaba que volviera a cubrirse con su velo.

—En la época de Rafael II, cuando las Torres de Neskaya y Tramontana fueron incendiadas hasta los cimientos, todos los círculos murieron con sus Celadoras. Muchas, muchas de las antiguas técnicas se perdieron entonces, y no todas han sido recordadas o redescubiertas.

—¿Se supone que debo redescubrirlas durante los próximos días? ¡Tienes una extraordinaria confianza en mí, Leonie!

—Las ideas que han existido alguna vez en la mente humana, en cualquier parte del universo, no pueden perderse del todo jamás.

—¡No estoy aquí para tener una discusión filosófica! —respondió él con impaciencia.

Leonie sacudió negativamente la cabeza.

—Eso no es filosofía sino simples hechos. Si una idea ha agitado alguna vez la materia de la que está hecho el universo, esa idea permanece, indeleble, y puede ser recuperada. Hubo una época en la que estas cosas se sabían, y la textura del tiempo permanece...

Su imagen se difuminó, se estremeció como un estanque al que se arrojara una piedra, y desapareció. Damon, solo otra vez en el interminable e informe mundo gris, se preguntó:
¿Cómo, en nombre de todos los Dioses, puedo cuestionar la textura del tiempo?
Y por un instante vio, como desde una altura enorme, la imagen de un hombre vestido de verde y oro, con el rostro semioculto, y nada claro para los ojos de Damon, salvo un gran anillo centelleante que llevaba en un dedo. ¿Un anillo o una matriz? Empezó a moverse, a ondular, a emanar grandes olas de luz, y Damon sintió que su conciencia se atenuaba, desvaneciéndose. Se aferró a la matriz que llevaba en el cuello, tratando desesperadamente de orientarse en el supramundo gris. La imagen desapareció, y volvió a hallarse solo en el vacío, en la nada sin formas. Percibió apenas, en el horizonte, la forma vaga que marcaba su propio hito, el que ellos habían construido allí. Con absoluto alivio, sintió que sus pensamientos le llevaban en esa dirección, y súbitamente se encontró de vuelta en su habitación de Armida, donde Andrew se inclinaba, con ansiedad, sobre él.

Parpadeó, tratando de coordinar sus desperdigadas impresiones.
¿Encontraste una respuesta?
Captó la pregunta en la mente de Andrew, pero todavía no lo sabía. Leonie no había prometido ayudar, liberar a Calista de su atadura, en cuerpo y mente, a la Torre. No podía hacerlo. En el supramundo, no podía mentir ni tampoco ocultar sus intenciones. Quería que Calista regresara a la Torre. Sentía instintivamente que Calista había tenido ya su oportunidad, y había fracasado. Sin embargo, tampoco podía ocultar que había una respuesta, y que esa respuesta debía hallarse en las profundidades del tiempo. Damon se estremeció por el frío mortal que parecía concentrarse en sus huesos, arropándose con la sobretúnica que le cubría los hombros. ¿Era ésa la única manera?

En el supramundo, Leonie no podía mentir directamente. Sin embargo, él percibía que tampoco le había dicho toda la verdad, porque él no sabía dónde buscar toda la verdad, y había muchas cosas que la mujer le ocultaba. Pero ¿por qué? ¿Por qué tenía necesidad de ocultarle algo? ¿Acaso no sabía que Damon siempre la había amado, que todavía —que los Dioses le ayudaran— la amaba, y que nunca haría nada que pudiera dañarla? Dejó caer el rostro entre las manos, tratando desesperadamente de rehacerse. No podía ver a Ellemir en este estado. Sabía que su pena y su confusión estaban dañando a Andrew, y Andrew ni siquiera comprendía cómo.

Una de las cortesías básicas de un telépata, recordó, era enfrentarse con la propia desdicha para evitar que también todos los demás se sintieran desdichados... Al cabo de un momento logró calmarse y volver a establecer sus barreras. Alzó el rostro hacia Andrew.

—Creo que tengo un indicio de la respuesta. No la respuesta completa, pero si tenemos tiempo, tal vez pueda conseguirla. ¿Cuánto tiempo estuve afuera?

Se puso de pie y fue hasta la mesa, donde aún quedaban restos de la cena, y se sirvió una copa de vino que sorbió lentamente, dejando que le calentara y le calmara.

—Horas —dijo Andrew—. Debe ser más de medianoche.

Damon asintió. Conocía el efecto telescópico-temporal de esos viajes. El tiempo, en el supramundo, parecía transcurrir en una escala diferente que ni siquiera era constante, sino algo completamente diferente, de modo que a veces una breve conversación podía llevar horas, y otras veces un viaje prolongado que subjetivamente parecía durar días pasaba tan rápido como un abrir y cerrar de ojos.

Ellemir apareció en la puerta, diciendo con ansiedad:

—Bien, todavía estáis despiertos. Damon, ven a ver a Calista, no me gusta la manera en que gime en sueños.

Damon dejó la copa de vino, se apoyó con ambas manos en la mesa. Fue a la otra habitación. Calista parecía dormida, pero tenía los ojos semiabiertos, y cuando Damon la tocó hizo un gesto de dolor, evidentemente consciente del roce, pero sin conciencia en la mirada. La expresión de Andrew se hizo sombría.

—¿Qué le ocurre ahora, Damon?

—Una crisis. Esto es lo que temía —dijo Damon—, pero creía que sobrevendría la primera noche. —Rápidamente, desplazó los dedos sobre el cuerpo de la joven, sin tocarla—. Elli, ayúdame a darle la vuelta. No, no la toques, ella es consciente de ti aun durante el sueño.

Ellemir le ayudó a darle la vuelta, compartiendo con él el momento de consternación al quitarle las mantas de encima. ¡Cuánto había adelgazado! Revoloteando celosamente cerca de las líneas de luz que brotaban del cuerpo de Calista, Andrew vio las oscuras y desvaídas corrientes. Pero Damon sabía que no acababa de comprenderlo.

—Sabía que debía limpiarle los canales inmediatamente —dijo Damon, con furia y desesperanza. ¿Cómo podría lograr que Andrew comprendiera? Intentó, sin mucha esperanza, expresarlo con palabras:

—Necesita alguna clase de... de vaciado de la sobrecarga de energía. Los canales están bloqueados y la energía se acumula... se filtra, si te parece, en todo el resto de su sistema, y está empezando a afectar sus funciones vitales: el corazón, la circulación, la respiración. Y antes de que pueda...

Ellemir soltó un súbito suspiro de temor. Damon vio que el cuerpo de Calista se ponía rígido y se arqueaba hacia atrás mientras la joven emitía un extraño grito. Durante varios segundos un estremecimiento, un temblor convulsivo agitó todos sus miembros, y luego cayó inerte, inmóvil.

—¡Dios! —Exclamó Andrew—. ¿Qué fue eso?

—Una convulsión —dijo escuetamente Damon—. Eso era lo que temía. Significa claramente que ya no tenemos tiempo. —Se agachó para controlarle el pulso y comprobar la respiración.

—Sabía que debía limpiarle los canales.

—¿Y por qué no lo hiciste? —preguntó Andrew.

—Te lo dije: no tengo
kirian
para darle, y sin él no sé si Calista podría soportar el dolor.

—Hazlo ahora que está inconsciente —dijo Andrew, y Damon negó con la cabeza.

—Tiene que estar despierta para poder cooperar conscientemente conmigo, pues de otro modo puedo causarle un serio daño. Y... y ella no desea hacerlo —dijo finalmente.

—¿Por qué?

Después de una pausa, Damon respondió, reticente:

—Porque si limpio sus canales ella recuperará su estado normal, el estado normal de una Celadora, con los canales completamente separados de los de una mujer normal... limpios para la fuerza psi, y fijados de esa manera. Igual que antes de irse de la Torre. Sería completamente indiferente a ti, incapaz de reaccionar sexualmente. De vuelta al punto de partida.

Andrew exhaló un profundo suspiro.

—¿Qué alternativa hay?

—Me temo que ninguna, ahora —dijo Damon escuetamente—. Así no puede vivir mucho tiempo más.

Tocó brevemente la fría mano de la joven y luego fue a su cuarto, donde guardaba la provisión de remedios y hierbas que había estado utilizando. Vaciló, eligió finalmente un pequeño tubo, regresó, lo destapó y vertió el líquido entre los exangües labios de Calista, sosteniéndole la cabeza para que lo tragara.

—¿Qué es eso? ¿Qué le estás dando, maldición?

—Impedirá que tenga otra convulsión —dijo Damon—, al menos durante el resto de la noche. Y mañana... —Pero no terminó la oración. Ni siquiera cuando trabajaba regularmente en la Torre le había gustado limpiar los canales. No le agradaba infligir dolor, no quería enfrentar a Calista con la dura idea de que debía sacrificar todos los progresos que había hecho en su maduración y volver al estado que le había impuesto Leonie, sin respuesta, inmadura, neutra. Se alejó de Calista para lavar y volver a llenar el tubo, tratando de tranquilizarse. Se sentó en la otra cama, mirando apenado a Calista mientras Ellemir se sentaba a su lado. Andrew seguía arrodillado junto a su esposa, y Damon pensó que debía alejarle, porque incluso dormida, Calista era consciente de su presencia, y sus canales reaccionaban ante su presencia física, aunque la mente no lo hiciera. Por un momento le pareció ver a Andrew y a Calista en campos magnéticos unidos, enlazados, corriendo el uno hacia la otra, asiendo e intercambiando polaridades. Pero allí donde las energías deberían reforzarse entre sí, todas las fuerzas se arremolinaban concentrándose en Calista, drenando su fuerza, incapaces de fluir con libertad. Y ¿qué le ocurría a Andrew? También él perdía fuerza. Con violencia, Damon eliminó esa percepción, obligándose a volver a la superficie, a ver a Calista tan sólo como una mujer desesperadamente enferma que había quedado postrada después de una convulsión, y a Andrew simplemente como un hombre preocupado, atado a ella por el temor y la desesperación.

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