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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (31 page)

—Calista, si se tratara tan sólo de tu decisión —dijo Damon, en un susurro—, te dejaría morir. Pero te has convertido en una parte de nosotros, y no puedo dejarte morir.

Y de uno de ellos, Andrew nunca supo de cuál, emanó el pensamiento que se desplazó por el vínculo múltiple del círculo:
Calista, mientras tengamos esto, vale la pena seguir viviendo, con la esperanza de que hallaremos la manera de tener todo lo demás.

Como si emergiera de una profunda zambullida, Andrew recuperó su conciencia aparte. Los ojos de Damon se cruzaron con los de él, y Andrew no eludió la intimidad de la mirada. Los ojos de Calista estaban tan dilatados por el dolor que parecían negros en su rostro pálido, pero sonrió, moviéndose un poco contra el brazo del hombre.

—Está bien, Damon. Haz lo que debes hacer. Ya os he... ya os he herido lo suficiente a todos. —Su respiración se agitó y ella pareció debatirse por conservar la conciencia. Ellemir le dio un leve beso en la frente.

—No trates de hablar. Nosotros comprendemos.

Damon se incorporó y salió del cuarto, llevándose a Andrew.

—Maldición, esto es trabajo para una Celadora. Existieron Celadores en algún momento, pero yo no tengo el entrenamiento. —

No quieres hacerlo, ¿verdad Damon?

—¿Quién querría hacerlo? —Su voz temblaba de manera incontrolable—. Pero no se puede hacer otra cosa. Si vuelve a sufrir más convulsiones tal vez no termine el día. Y si sobrevive, es probable que el daño cerebral sea tan grande que no vuelva a reconocernos siquiera. La sobrecarga de todas las funciones vitales...pulso, respiración,... y si se deteriora más... bueno, es una Alton. —Sacudió la cabeza con desesperación—. Lo que te hizo a ti sería nada comparado con lo que podría hacernos a todos si su mente dejara de funcionar y ella creyera que le estamos haciendo daño. —Se estremeció de miedo—. Tengo que hacerle tanto daño. Pero debo hacerlo mientras esté consciente y en condiciones de controlarse y cooperar de manera inteligente.

—¿De qué tienes miedo? No puedes hacerle verdadero daño... ¿verdad?, si usas, ¿qué es?, ¿la fuerza psi?, para limpiarle los canales. Ni siquiera son físicos, ¿verdad?

Damon cerró los ojos por un momento, en un movimiento involuntario, casi espasmódico.

—No la mataré —dijo—. Sé lo suficiente para no hacerlo. Aunque por eso mismo ella debe estar consciente. Si yo calculara mal, podría dañar algún nervio, y están centrados alrededor de los órganos reproductivos. Podría hacerle suficiente daño como para perjudicar sus posibilidades de tener un niño, y ella sabe mejor que yo dónde están los nervios principales. —

En nombre de Dios —dijo Andrew en un susurro—, ¿no puedes hacerlo mientras ella está inconsciente? ¿Qué
importa
que no pueda tener un niño?

Damon lo miró consternado de horror.

—¡No estarás hablando en serio! —dijo desesperadamente, aunque comprendiendo el dolor de su amigo—. Calista es Comyn, tiene
laran
. Cualquier mujer preferiría morir antes de arriesgarse a
eso
. ¡Se trata de tu esposa, no de una mujer de la calle!

Ante el sincero horror de Damon, Andrew quedó en silencio, tratando de ocultar su absoluto desconcierto. Había vuelto a pisotear algún otro tabú darkovano. ¿Aprendería alguna vez?

—Lamento haberte ofendido, Damon —dijo rígidamente.

—¿Ofenderme? No exactamente, pero sí... sí me has sorprendido. —Damon estaba perplejo. ¿Acaso Andrew no creía que eso era la cosa más preciosa que ella podía darle, la herencia, el clan? ¿Su amor era tan sólo deseo egoísta? Volvió a quedar perplejo. No, pensó, Andrew había soportado demasiadas cosas por ella, no se trataba de simple egoísmo. Finalmente pensó, desesperado:
Le aprecio, pero ¿le comprenderé alguna vez?

Andrew, atrapado en las emociones del otro, se acercó y con incomodidad, apoyó una mano sobre el hombro de Damon.

—Me pregunto si... —dijo vacilante, en voz alta—... ¿alguna vez alguien entiende a alguien? Estoy intentándolo, Damon. Dame tiempo.

La reacción normal de Damon hubiera sido abrazar ¿Andrew, pero se había acostumbrado a que el otro rechazara, incómodo esos gestos naturales. También habría que hacer algo al respecto de eso.

—Acabamos de ponernos de acuerdo al menos en un punto, hermano: ambos deseamos lo mejor para Calista. Volvamos con ella.

Andrew regresó al lado de Calista. A pesar de todo, antes hubiera creído que Damon
debía
estar exagerando. Eran cosas psicológicas, ¿cómo podían tener un verdadero efecto físico? Ahora sabía que Damon estaba en lo cierto. Calista se estaba muriendo. Con un estremecimiento de miedo advirtió que la joven ya no intentaba mover la cabeza, aunque sus ojos se movieron.

—Damon, júrame que después habrá una manera de que... de que vuelva a la normalidad...

—Lo juro,
breda
—y la voz de Damon fue tan firme como sus manos, pero Andrew pudo ver que luchaba por controlarse. Calista, sin embargo, parecía tranquila.

—No tengo
kirian
, Calista.

Andrew pudo sentir el miedo en ella.

—Puedo arreglarme sin kirian —dijo—. Haz lo que tengas que hacer.

—Calista, si quieres arriesgarte a eso... ¿tienes flores de kireseth?

Ella hizo un débil gesto negativo. Damon ya sabía que no accedería: el tabú era absoluto entre los que tenían entrenamiento de Torre. Sin embargo, hubiera preferido que fuera menos escrupulosa, menos consciente.

—Dijiste que tratarías... —dijo la joven.

El asintió, extrayendo un frasquito.

—Es una tintura. Filtré las impurezas, y disolví las resinas en vino —dijo—. Tal vez sea mejor que nada.

Ella se rió sin hacer ruido, casi como un suspiro. Andrew, al verla, se maravilló de que todavía pudiera reírse.

—Sé muy bien que no es esa tu mayor habilidad, Damon. Lo tomaré, pero déjame probarlo primero. Si no es la resina adecuada... —Olió cautelosamente el frasco, probó unas gotas y dijo finalmente—: Es seguro. Lo intentaré, pero... —Pensó para agregar, finalmente, mostrando una mínima distancia entre el pulgar y el índice—: Sólo una cantidad así, pequeña.

—Necesitarás mucho más, Calista. No podrás soportar el dolor —protestó Damon.

—Tengo que estar completamente consciente con respecto a los centros más bajos, y a los nervios troncales. Los principales nódulos de descarga están sobrecargados así que tal vez tengas que hacer un reordenamiento.

Andrew sintió un escalofrío de horror ante el tono distanciado, clínico, de la voz de ella, que había hablado como si su propio cuerpo fuera una especie de máquina que funcionaba mal, como si sus propios nervios no fueran más que piezas defectuosas. ¡Qué cosa tan infernal, hacerle eso a una mujer!

Damon le alzó la cabeza y se la sostuvo mientras Calista tomaba la dosis convenida. Se detuvo precisamente en la cantidad indicada cerrando la boca con obstinación.

—No, no, basta, Damon, conozco mis límites.

—Va a ser mucho más duro que cualquier otra cosa que te hayan hecho antes —le advirtió él, con tono inexpresivo.

—Lo sé. Si tocas el nódulo demasiado cerca de... —Andrew no pudo comprender el término que ella utilizó—... puedo tener otra crisis.

—Seré muy cuidadoso. ¿Cuántos días hace que dejaste de sangrar completamente? ¿Sabes a qué profundidad tendré que trabajar?

Ella esbozó una sonrisa.

—Lo sé. Limpié dos veces los canales de Hilary, y yo tengo más sobrecarga de la que ella tuvo nunca. Todavía hay un residuo...

Damon percibió la expresión horrorizada de Andrew.

—¿De veras quieres que él se quede aquí, querida? —le preguntó a Calista.

—Tiene derecho —dijo ella, y le apretó la mano.

La voz de Damon fue tan tensa que sonó áspera, pero Andrew, que aún seguía en contacto con su amigo, supo que se trataba solamente de tensión interna.

—No está habituado a esto, Calista. Sólo se dará cuenta de que estoy haciéndote mucho daño.

¡Dios!, pensó Andrew. ¿Tendría que seguir viendo cómo Calista sufría? Pero dijo tan sólo:

—Me quedaré si me necesitas, Calista.

—Si yo estuviera dando a luz a su hijo, él permanecería aquí, en contacto telepático conmigo, y tendría que compartir conmigo un dolor mayor que éste.

—Sí —dijo Damon con suavidad—, pero si se tratara de eso... ¡y por el Señor de la Luz, cómo me gustaría que así fuera!, podrías apoyarte en él y usar su fuerza tanto como necesitaras Pero ahora, y tú lo sabes, Calista, tendría que prohibirle que te tocara, en cualquier caso. Y también que tú establecieras contacto con él. Permítele que se vaya.

Ella estuvo a punto de rebelarse otra vez, pero sintiendo, en su desdicha, el miedo de Damon, su deseo desesperado de no hacerle daño, alzó una mano, con una especie de dolorida sorpresa, y le tocó la cara.

—Pobre Damon —dijo en un susurro—. Odias tener que hacer esto, ¿verdad? ¿Si le digo que se vaya te resultará más fácil?

Damon asintió con un gesto, ya que no confiaba en sí mismo y no podía hablar. Ya le resultaba suficientemente difícil infligir dolor como para tolerar además las reacciones de otros que no tenían ni la menor idea de lo que estaba haciendo.

Con decisión, Calista miró a Andrew.

—Márchate, amor. Ellemir, llévatelo. Esto es un asunto para técnicos psi capacitados, y aunque tengas la mejor voluntad del mundo, no puedes ayudar, y tal vez perjudiques la tarea.

Andrew sintió una mezcla de dolor y alivio —si ella podía soportarlo, él debía ser lo suficientemente fuerte para compartirlo—, pero sintió que Damon agradecía la decisión de Calista. Percibía el esfuerzo que estaba haciendo Damon para crear en sí mismo la misma actitud clínica, poco emocional, que Calista trataba de demostrar. Con una mezcla de horror y culpa, de vergüenza y alivio, se incorporó rápidamente y salió de la habitación.

Detrás de él, Ellemir vaciló, mirando a Calista, preguntándose si las cosas no serían más fáciles si ambas podían compartirlas por medio del contacto telepático. Pero le bastó echar una mirada a Damon para decidirse. Esto ya era suficientemente malo para él. Si debía infligírselo también a su esposa, todo sería peor. Deliberamente, rompió el contacto que aún quedaba entre los tres, y sin volverse para ver qué efecto les hacía a los dos que quedaban —aunque pudo percibirlo, un alivio tan grande casi como el que había experimentado Andrew—, le siguió rápidamente al vestíbulo de la suite. Cuando le alcanzó, él ya estaba en el pasillo.

—Creo que necesitas una copa. ¿Qué te parece?

Lo llevó a la sala de la suite y rebuscó en un armario hasta encontrar una botella cuadrada, de cerámica, y un par de copas. Sirvió, captando los pensamientos inculpatorios de Andrew:
Aquí estoy disfrutando una copa y sólo Dios sabe lo que estará pasando Calista en este momento.

Andrew tomó la copa que ella le alcanzaba y bebió. Había esperado que fuera vino, pero en cambio se traba de un licor fuerte, feroz, muy concentrado. Tomó un sorbo.

—No quiero emborracharme —dijo con tono vacilante.

Ellemir se encogió de hombros.

— ¿Por qué no? Tal vez sea lo mejor que puedes hacer.

¿Emborracharme? ¿Con Calista..,?

Los ojos de Ellemir se cruzaron con los de él.

—Precisamente por eso —dijo—. Eso le da a Damon la seguridad de que no interferirás y le dejarás hacer lo que tiene que hacer. Odia tener que hacerlo —agregó, y la tensión de su voz hizo que Andrew advirtiera que la joven estaba tan preocupada por Damon como por Calista.

—No tanto —dijo ella, pero su voz tembló—. No de la misma... no de la misma manera. No podemos ayudar, todo lo que podemos hacer es... no interferir. Y no estoy acostumbrada... a que me deje fuera de este modo —dijo, guiñando con ferocidad.

Tan parecida a Calista, y tan diferente, pensó Andrew. Se había acostumbrado tanto a pensar que ella era más fuerte que Calista, y sin embargo Calista había sobrevivido a toda aquella odisea en las cuevas. No era ninguna frágil doncella en apuros, no era ni la mitad de frágil de lo que él había creído. Ninguna Celadora podía ser débil. Era una fuerza de otra clase. Incluso ahora, cuando había rehusado tomar la cantidad de droga que Damon le ofrecía.

Ellemir sorbió la fuerte bebida.

—Damon siempre ha odiado este trabajo —dijo—. Pero lo hará por Calista. Y —agregó al cabo de un momento— por ti.

—Damon ha sido un buen amigo. Lo sé —replicó él en voz baja.

—Aparentemente, te resulta difícil demostrárselo —dijo Ellemir—, pero supongo que así te enseñaron a reaccionar ante la gente en tu propio mundo. Para ti debe ser muy difícil —agregó—. Creo que ni siquiera puedo imaginarme hasta qué punto te resultan difíciles las cosas aquí. Encontrarte con gente que piensa de manera extraña, gente para quien cada una de las pequeñas cosas es diferente de lo que es para ti. Y supongo que es más difícil acostumbrarse a las cosas pequeñas que a las grandes, cuando son diferentes. Uno se acostumbra a las cosas grandes, la mente se adapta. Pero las cosas pequeñas llegan inesperadamente, cuando uno no las había previsto, no se había preparado para ellas.

Qué perceptiva era, pensó Andrew. Sin duda, lo más difícil para él eran las cosas pequeñas. La desenfadada desnudez de Damon —y de Ellemir—, que lo había puesto incómodo, como si todos los impensados hábitos de toda una vida se vieran constreñidos y fueran de alguna manera brutales; la extraña consistencia del pan; el hecho de que Damon besara a
Dom
Esteban a manera de saludo; Calista, al principio de su convivencia, que no se había sentido incómoda porque él la viera semidesnuda o cuando una vez, por accidente, la vio totalmente desnuda en el baño, pero que sí se había sonrojado y había empezado a tartamudear, incómoda, la vez que él, desde atrás, le había levantado las largas guedejas y había desnudado su cuello.

—Estoy tratando de habituarme a estas costumbres... —dijo en voz baja.

—Andrew, quiero hablar contigo —dijo ella, volviéndole a llenar la copa de licor.

Era la misma frase que había usado Calista, y eso lo puso de alguna manera alerta y vigilante.

—Te escucho.

—Aquella noche Calista te dijo —y él supo instantáneamente a qué noche se refería ella— lo que yo había ofrecido. ¿Por qué te enojaste por eso? ¿De verdad te disgusto tanto?

—¿Que si me disgustas? Por supuesto que no —dijo Andrew—, pero... —y se detuvo, literalmente sin habla—. No me parece justo que me tientes de este modo.

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