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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (14 page)

—¡Lamentable! —Los ojos del hombre centellearon de furia y de dolor—. ¿Eso es todo lo que puedes decir,
vai dom
? ¿Eso es todo lo que significa para ti? ¿Sabes lo que eso significa para nosotros, especialmente este año? ¡No hay una casa en Ardéis o Corresanti que no haya perdido algún hombre o tal vez más por culpa de los condenados hombres-gato, y la cosecha del año pasado se secó sin ser recogida en los campos, de modo que hay hambre en las montañas! Y ahora hay más de una docena de hombres fuertes heridos, tai vez durante meses, y que tal vez no puedan volver a caminar, y lo único que se te ocurre decir es que «es lamentable». —En su dialecto, imitó con furia la cuidada pronunciación de Damon.

»Está muy bien para los que son como tú,
vai dom
... ¡Tú no pasarás hambre, pase lo que pase! Pero ¿qué ocurrirá con mi esposa, con mis hijos? ¿Qué pasará con la esposa de mi hermano y con
sus
hijos, de los que me hice cargo cuando mi hermano enloqueció y se suicidó en las Tierras Oscurecidas, cuando las brujas-gata se pusieron a jugar con su alma? ¿Qué pasará con mi vieja madre, y con su hermano que perdió un ojo y un pierna durante la campaña de Corresanti? Hay muy pocos hombres capaces en las aldeas, así que hasta las niñas y las esposas viejas tienen que trabajar en los campos, y son demasiado pocas para ocuparse de las cosechas y los animales, y tampoco alcanzan para recoger las nueces antes de que la nieve sepulte nuestra comida, y ahora la mitad de los hombres sanos de dos aldeas están aquí con las manos y los pies congelados, tal vez inválidos de por vida... ¡Lamentable!

Su voz se quebraba por la furia y el dolor, y Damon cerró los ojos, apenado. Era demasiado fácil olvidar. ¿La guerra no había terminado, entonces, cuando se estableció la paz en esta tierra? Podía matar a los enemigos comunes, o lanzar hombres armados contra ellos, pero era impotente ante los enemigos mayores... el hambre, la enfermedad, el mal tiempo, la pérdida de hombres capaces.

—No puedo dar órdenes al clima, amigo. ¿Qué quieres que haga?

—Hubo una época..., eso me contó mi abuelo..., en que la gente del Comyn, los de las Torres, los hechiceros, podían usar sus piedras estelares para curar heridas. Eduin —dijo, señalando al Guardia que se hallaba junto a
Dom
Esteban— te vio curar a Caradoc para que el hombre no se desangrara y muriera cuando la espada de un hombre-gato le hirió en la pierna. ¿No puedes hacer algo por nosotros,
vai dom
?

Sin advertirlo conscientemente, los dedos de Damon se cerraron sobre la pequeña bolsa de cuero que pendía de su cuello y que guardaba la piedra matriz que le habían dado en Arilinn, cuando era un técnico psi novato. Sí, podía hacer alguna de esas cosas. Pero como lo habían despedido de la Torre... sintió que se le cerraba la garganta, de miedo y de rechazo. Era difícil, peligroso, inquietante pensar en hacer esas cosas fuera de la Torre, sin la protección del velo electromagnético que defendía a los técnicos psi de pensamientos y peligros exteriores...

Sin embargo, la alternativa era que estos hombres murieran o quedasen inválidos; un sufrimiento indescriptible, como mínimo, y hambre y miseria en las aldeas.

—Ha pasado tanto tiempo —dijo, sabiendo que su voz temblaba—. No sé si todavía puedo hacer algo. ¿Tío...?

Dom
Esteban sacudió la cabeza.

—Nunca tuve esas habilidades, Damon. El poco tiempo que pasé en la Torre fue trabajando en comunicaciones. Y creí que la mayoría de esas habilidades se habían perdido durante las Épocas de Caos.

Damon sacudió la cabeza.

—No, nos las enseñaron a algunos de los que estábamos en Arilinn. Pero no puedo hacer demasiado yo solo.


Domna
Calista —dijo Raimon— era
leronis
...

También eso era verdad. Damon trató de controlar su voz.

—Veré qué puedo hacer. Por ahora, lo más importante es ver hasta qué punto la circulación puede recuperarse naturalmente. Ferrika —dijo a la joven, que había regresado trayendo frascos con ungüentos de hierbas y extractos—, por ahora te dejaré al cuidado de estos hombres. ¿Lady Calista está todavía arriba con mi esposa?

—Está en el cuarto de destilación,
vai dom
, y me ayudó a encontrar estas cosas.

Ese cuarto se hallaba en un pequeño corredor trasero, cerca de las cocinas, y era estrecho, con piso de piedra y atiborrado de estantes. Calista, con la cabeza envuelta en una tela azul, estaba clasificando manojos de hierbas secas. Había otras hierbas colgadas de las vigas y en botellas y jarros. Damon arrugó la nariz ante el acre olor a hierbas que invadía el lugar. Calista se volvió hacia él.

—Ferrika me dijo que tienes unos casos graves de congelamiento. ¿Debo ayudar a rodearlos de ladrillos calientes?

—Puedes hacer algo más que eso —dijo Damon y posó la mano, en un gesto involuntario sobre su propia matriz—. Voy a intentar una regeneración celular con los casos más graves, pues si no Ferrika y yo tendremos que amputar al menos una docena de dedos, o algo peor. Pero no puedo hacerlo solo, debes monitorearme.

—Cierto —dijo ella rápidamente, y sus manos se posaron automáticamente sobre la matriz que pendía de su cuello. Ya estaba dejando nuevamente los frascos en los anaqueles cuando se volvió hacia él... y se detuvo, con los ojos desorbitados por el pánico.

—¡Damon, no puedo! —Permaneció en el umbral de la puerta, tensa; una parte de ella ya estaba decidida a la acción, pero otra parte estaba paralizada al recordar la situación real.

—¡He retirado mi juramento! ¡Tengo prohibido hacerlo!

El la miró con gran pena. Podría haber comprendido si Ellemir, que nunca había vivido en una Torre y sabía poco menos que un extraño, le hubiera dicho esas palabras, esa antigua superstición. ¿Pero Calista, que había sido Celadora?


Breda
—dijo con suavidad, rozándole ligeramente la manga, tal como se hacía entre la gente de Arilinn—, no te pido que hagas el trabajo de una Celadora. Sé que nunca más podrás entrar en los transmisores ni en los anillos de energones... eso es para los que viven aparte, salvaguardando sus poderes con la reclusión. Sólo te pido un simple monitoreo, algo que puede hacer cualquier mujer que no viva según las leyes de una Celadora. Se lo pediría a Ellemir, pero está embarazada y no sería prudente. Seguramente sabes que no has perdido esa habilidad: nunca la perderás.

Ella sacudió la cabeza con obstinación.

—No puedo, Damon. Sabes que cualquier cosa de esta clase que haga sólo servirá para reforzar viejos hábitos, viejas... viejas estructuras que ahora debo romper. —Se quedó inmóvil, bella, orgullosa, furiosa, y Damon maldijo para sus adentros los supersticiosos tabúes que le habían inculcado. ¿Cómo podía ella creer todas esas necedades?

—¿Te das cuenta de lo que está en juego, Calista? —le dijo con ira—. ¿Sabes a cuántos sufrimientos condenas a esos hombres?

—¡No soy la única telépata de Armida! —le espetó ella—.¡Ya he dado años de mi vida por eso, ahora basta! ¡Creí que tú, entre todos los hombres, podrías comprenderlo!

—¡Comprender! —Damon sintió la frustración y la furia que estallaban dentro de él—. ¡Lo que comprendo es que eres egoísta! ¿Te vas a pasar el resto de tu vida contando los agujeros de la ropa blanca y haciendo especias para los panes de hierbas? ¿Tú, que fuiste Calista de Arilinn?

—¡No lo digas! —Ella se protegió como si él la hubiera golpeado. Su rostro se contrajo de dolor—. ¿Qué intentas hacerme, Damon? ¡He hecho mi elección, y no hay manera de regresar, aunque quisiera! ¡Para bien o para mal, ya elegí! ¿Crees... —Su voz se quebró y ella le dio la espalda para que no la viera llorar—. ¿Crees que no me he preguntado... una y otra vez... qué es lo que he hecho? —Ocultó el rostro entre las manos mientras todo su cuerpo se convulsionaba por el terrible dolor que sentía y que la desgarraba. Damon también sintió el dolor que amenazaba con quebrarla y que ella sólo podía controlar merced a un esfuerzo desesperado:

Tú y Ellemir tenéis vuestra felicidad, ella ya tiene a tu hijo. Y Andrew y yo... Andrew y yo... Ni siquiera he sido capaz de besarlo, nunca he estado en sus brazos, nunca he conocido su amor...

Damon giró, aturdido, y salió del cuarto de destilación, escuchando los sollozos que estallaban a sus espaldas. La distancia no mejoró las cosas: el dolor de ella estaba
allí
, con él,
dentro
de él. Se sintió desgarrado, y luchó por alzar sus barreras, por eliminar su propia conciencia de la angustia de la joven. Damon era un Ridenow, un empata, y la emoción de Calista le golpeó tan profundamente que, durante unos instantes, cegado por ese dolor, se tambaleó por el salón, sin saber dónde estaba ni adonde iba.


Bendita Cassilda
, pensó.
Sabía que Calista era desdichada, pero no tenía ni idea de hasta qué punto... Los tabúes que rodean a una Celadora son fuertes, y ella creció escuchando relatos acerca de los castigos que se aplican a una Celadora que quebranta su voto... No puedo, no puedo pedirle nada que pueda prolongar su sufrimiento, ni siquiera por un día...

Al cabo de un rato logró interrumpir el contacto, recluirse un poco dentro de sí... ¿O acaso Calista había podido controlarse?, esperando, contra toda esperanza, que la angustia de la joven no hubiera alcanzado a Ellemir. Después empezó a pensar qué alternativas tenía. ¿Andrew? El terrario no tenía entrenamiento, pero era un telépata poderoso. Y Dezi... aunque lo hubieran despedido de Arilinn al cabo de una o dos temporadas, debía conocer las técnicas básicas.

Ellemir había bajado y estaba ayudando a Dezi en la tarea de lavar y vendar los pies de los heridos menos graves. Los hombres gruñían y se quejaban, doloridos, a medida que la circulación se restablecía en sus miembros congelados, pero a pesar de que sus sufrimientos eran terribles, Damon sabía que sus heridas eran mucho menos serias que las de los otros.

Uno de los hombres lo miró, con el rostro contraído por el dolor, y le rogó:

—¿No podemos beber algo, Lord Damon? ¡Tal vez no sirva para nuestros pies, pero al menos apaciguará el dolor!

—Lo siento —dijo Damon, con pena—. Podéis tomar tanta sopa como queráis, pero nada de vino ni de bebidas fuertes; eso altera mucho la circulación. Después, Ferrika os traerá algo para aliviar el dolor y para ayudaros a dormir. —Pero haría falta mucho más para ayudar a los otros, cuyos pies estaban gravemente congelados.

—Debo ir a ver a tus camaradas, a los que están en peores condiciones. Dezi...

El muchacho pelirrojo lo miró.

—Cuando estos hombres estén atendidos —le dijo Damon—, ven a hablar conmigo, ¿quieres?

Dezi asintió, y se inclinó sobre el hombre cuyos pies estaba untando con un ungüento oloroso, y empezó a vendárselos. Damon advirtió que tenía manos hábiles y que trabajaba rápidamente, con pericia. Damon se detuvo junto a Ellemir, que enrollaba una venda alrededor de unos dedos congelados, y le dijo:

—No trabajes demasiado duro, querida.

Ella le dedicó una sonrisa rápida y alentadora.

—Oh, sólo me siento mal por la mañana, a primera hora. Más tarde, como ahora, me siento perfectamente bien. Damon, ¿puedes hacer algo por esos pobres hombres? Darril, Piedro y Raimon jugaban con Calista y conmigo cuando éramos niños, y Raimon es hermano de crianza de Dómenle.

—No lo sé —dijo Damon, conmovido—. Haré todo lo que pueda por ellos, mi amor.

Regresó al lugar donde Ferrika estaba ocupada con los heridos más graves, y la ayudó a hacer los vendajes preliminares, administrando a los hombres drogas fuertes para aliviar el dolor. Pero sabía que eso era tan sólo el principio. Sin más ayuda que la de Ferrika y sus hierbas medicinales, morirían o quedarían mutilados de por vida. En el mejor de los casos, perderían dedos de las manos y de los pies, y yacerían indefensos e inválidos durante meses.

Calista ya había recobrado su autodominio, y trabajaba con Ferrika, ayudándole a poner ladrillos calientes alrededor del cuerpo de los heridos. Restaurar la circulación era la única manera de salvarles los pies, y recuperar la sensibilidad de sus miembros, podría considerarse como una victoria. Damon la observó con remota tristeza, sin culparla. Le resultaba difícil superar su propia inquietud al pensar que debía volver al trabajo de matriz.

Leonie le había dicho que era demasiado sensible, demasiado vulnerable, que si persistía acabaría por destruirse.

También le había dicho que, de haber sido mujer, hubiera sido una buena Celadora.

Se dijo firmemente que no la había creído entonces, y se negaba a creerle ahora. Cualquier buen mecánico de matrices podía desempeñar el trabajo de una Celadora, recordó. Sintió un escalofrío de temor al tener que hacer ese trabajo fuera de los seguros confines de una Torre.

Pero era aquí donde lo necesitaban, y aquí donde debía hacerlo. Tal vez hubiera más necesidad de mecánicos de matrices fuera de las Torres, y no dentro de ellas... Damon advirtió hacia dónde lo estaban conduciendo sus pensamientos arbitrarios, y se estremeció ante la blasfemia. Las Torres —Arilinn, Hali, Neskaya, Dalereuth, el resto dispersas en los Dominios— eran el medio por el cual las antiguas ciencias de matriz de Darkover se habían hecho seguras, después de los terribles abusos cometidos durante las Épocas de Caos. Bajo la segura supervisión de las Celadoras —juramentadas, recluidas, vírgenes, desapasionadas, excluidas de las tensiones políticas y personales del Comyn— todos los operarios de matrices eran cuidadosamente entrenados y probados, cada matriz era monitoreada y protegida de los malos usos.

Y cuando se usaba ilegalmente una matriz, fuera de una Torre y sin permiso, ocurrían cosas similares a la oscuridad que tendió el Gran Gato sobre las Kilghard Hills: locura, destrucción, muerte...

Sus dedos vagaron hasta posarse en su matriz. La había usado, fuera de una Torre, para destruir al Gran Gato y para librar del terror a las Kilghard Hills.
Eso
no había sido darle mal uso. Y este trabajo curativo que estaba a punto de hacer tampoco era un mal uso: era legítimo, permitido. Él era un operario de matriz entrenado y sin embargo se sentía inseguro e incómodo.

Finalmente todos los hombres, los más graves y los otros, fueron vendados, alimentados y acostados en los salones interiores. Los más graves habían sido aliviados por las pociones anestésicas de Ferrika y ésta, con algunas mujeres, se había quedado a vigilarlos. Pero Damon sabía que, a pesar de que algunos de los hombres se recuperarían sin más tratamiento que buenos cuidados y ungüentos curativos, con otros no ocurriría lo mismo.

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