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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (24 page)

BOOK: La Torre Prohibida
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En su mente había una voz que se abría camino, arrastrándose como un gusano, derribando sus barreras, hasta lo más profundo de su inconsciente, venciendo todas sus resistencias.

Nadie te quiere aquí. Nadie te necesita aquí. Por qué no irte ahora, mientras aún puedes hacerlo, antes de que ocurra algo espantoso. Vete ahora, regresa al lugar del que viniste, regresa a tu propio mundo. Allí serás más feliz. Vete ahora. Márchate ahora. Nadie lo sabrá. A nadie le importará.

Andrew sabía que este razonamiento era erróneo. Damon le había dado algunas buenas razones de por qué no debía marcharse, pero entonces recordó que estaba enojado con Damon.

La voz persistía, suavemente, instándole:

Crees que Damon es tu amigo. No confíes en Damon. Te usará cuando necesite ayuda, y luego te dejará de lado.

Había algo familiar en la voz, pero no era en absoluto una voz. ¡De algún modo la escuchaba dentro de su cabeza! Invadido por el pánico, trató de eliminarla, pero era tan acariciante...

Vete ahora. Vete ahora. Nadie te necesita aquí. Serás más feliz si regresas con tu gente. Aquí nunca serás feliz.

Con pasos torpes, tambaleándose, Andrew salió hacia el pasillo lateral. Buscó su capa de montar y se la ajustó sobre los hombros. Alguien le ayudaba a ajustar los pasadores ¿Era Damon? Damon sabía que él no podía quedarse. No podía confiar en Damon. Sería feliz con su propia gente. Regresaría a Thendara, regresaría a la Ciudad Comercial, al Imperio Terrano, donde su mente era verdaderamente suya...

Vete ahora, Nadie te quiere aquí.

A pesar de la borrachera, y de su intensa confusión, la violencia de la tormenta le golpeó, dejándole sin aliento. Estaba a punto de regresar a la casa, pero la voz empezó a sonar una vez más.

Vete ahora. Márchate. Aquí nadie te quiere. Has fracasado. Sólo has logrado herir a Calista. Vete, ve con tu propia gente.

Sus botas resbalaban en la nieve, pero él siguió, levantándolas y dejándolas caer con obstinada resolución.
Calista no te necesita.

Estaba más borracho de lo que había advertido. Apenas podía caminar. Apenas si podía respirar... ¿o acaso la arremolinada nieve le había quitado el aliento, se lo había arrebatado, se negaba a devolvérselo?

Vete. Márchate con tu propia gente. Aquí nadie te necesita.

En un desesperado intento final de conservación, volvió un poco a sus cabales.

Estaba solo en medio de la tormenta, y las luces de Armida ya habían desaparecido en la oscuridad. Se volvió desesperadamente, tambaleándose, cayendo de rodillas, advirtiendo que estaba borracho, o loco. vCon gran dificultad, se puso en pie, sintió que su mente se ofuscaba, y volvió a caer cuan largo era sobre la nieve. Debía levantarse, seguir, regresar, conseguir algún refugio... pero estaba tan cansado...

Sólo descansaré aquí un minuto... Sólo un minuto...

La oscuridad cubrió su mente mientras perdía el sentido.

9

Damon trabajó durante largo rato en el estrecho cuartito de destilación, y finalmente abandonó, derrotado. No había forma de preparar el
kirian
tal como lo hacían en Arilinn. No tenía la pericia ni, según sospechaba a partir de una investigación relativamente cuidadosa del equipo disponible, los materiales adecuados. Miró la inacabada poción que había logrado producir sin ningún entusiasmo. Ni siquiera suponía que quisiera probarla, y estaba seguro que Calista no lo haría. Sin embargo, había una buena cantidad de materia prima, y tal vez le saliera mejor en otra oportunidad. Tal vez debería haber comenzado por una extracción de éter. Le preguntaría a Calista. Mientras se lavaba las manos y eliminaba cuidadosamente los residuos, pensó repentinamente en Andrew. ¿Adonde habría ido? Pero cuando subió, para hallar que Calista seguía durmiendo, Ellemir respondió con sorpresa a su preocupada pregunta.

—¿Andrew? No, creí que estaba contigo. ¿Debo ir a...?

—No, quédate con Calista.

Pensó que Andrew debía de haber ido a hablar con los hombres, o a los establos por los túneles subterráneos. Pero
Dom
Esteban, que cenaba frugalmente con la única compañía de Eduin y Caradoc, frunció el ceño cuando escuchó la pregunta.

—¿Andrew? Lo vi bebiendo en el salón inferior, con Dezi. A juzgar por la manera en que tragaba, supongo que se ha desmayado en alguna parte. —Las cejas grises del anciano se alzaron con desprecio—. ¡Bonita conducta, con su esposa enferma, la de emborracharse así! ¿Cómo está Calista?

—No lo sé —dijo Damon, y súbitamente pensó que el anciano
Dom
sabía algo. ¿Qué otra cosa podía ser, si Calista estaba enferma, en cama, y Andrew se emborrachaba? Pero en Darkover, uno de los más fuertes tabúes sexuales era el que separaba a las generaciones. Aun cuando
Dom
Esteban hubiera sido el padre de Damon, no de Ellemir, la costumbre no hubiera permitido que trataran el tema.

Damon exploró la casa, todos los lugares que le parecieron más probables y después, con pánico creciente, todos los lugares improbables. Finalmente llamó a los criados, para escuchar tan sólo que nadie había visto a Andrew desde media tarde, cuando él y Dezi habían estado bebiendo en el salón inferior. Mandó a buscar a Dezi, temiendo repentinamente que Andrew, borracho y no habituado todavía al clima darkovano, pudiera haber salido en medio de la tormenta, subestimando el peligro. Cuando el joven entró en la habitación, le interrogó:

—¿Dónde está Andrew?

Dezi se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? No soy su guardián... ¡ni su hermano adoptivo!

Pero ante el evidente centelleo de triunfo y el resplandor momentáneo que vio en la mirada de Dezi, Damon lo supo, antes incluso de que Dezi desviara los ojos.

—Está bien —dijo sombríamente—. ¿Dónde está, Dezi? Tú fuiste el último que le vio.

El muchacho volvió a encogerse de hombros, frunciendo el ceño.

—¡De vuelta al lugar del que vino, supongo, y que tenga buen viaje!

—¿Con este tiempo? —Damon observó consternado la tormenta que rugía afuera. Después se volvió hacia Dezi con una violencia que hizo que el muchacho retrocediera y se alejara de él.

—¡

tuviste algo que ver con esto! —dijo, en voz baja y furiosa—. Me ocuparé de ti más tarde. ¡Ahora no hay tiempo que perder!

Corrió, llamando a gritos a los criados.

Andrew se despertó, lentamente, sintiendo un dolor lacerante en manos y pies. Estaba envuelto en mantas y en vendajes. Ferrika estaba inclinada sobre él con algo caliente. Sosteniéndole la cabeza, le ayudó a tragar. Los ojos de Damon emergieron entre una niebla, y Andrew advirtió que su amigo estaba verdaderamente preocupado por él. Le importaba. No era verdad lo que Andrew había pensado.

—Creo que te encontramos justo a tiempo —dijo Damon suavemente—. Una hora más y no podríamos haber salvado ni tus pies ni tus manos; dos horas más y hubieras muerto. ¿Qué es lo que recuerdas?

Andrew se debatió, tratando de recordar.

—No mucho. Estaba borracho —dijo—. Lo siento, Damon, debo haberme vuelto loco. No dejaba de pensar:
Vete, Calista no te quiere.
Era como una voz dentro de mi cabeza, de modo que traté de hacerlo, hacer eso, irme... Lamento haber causado tanto problema, Damon.



no tienes que lamentarlo —dijo sombríamente Damon, mientras su furia se hacía palpable por el resplandor rojo que lo circundaba.

Andrew, sensibilizado, lo vio como una red de energías eléctricas, no como el Damon de siempre, el que conocía. Centelleaba, temblaba de furia.

—Tú no causaste el problema. Fuiste víctima de una sucia treta, que casi te mató. —Volvió a ser Damon, un hombre esbelto y delgado, que apoyaba una mano, suavemente, sobre el hombro de Andrew.

—Duerme y no te preocupes. Estás aquí, con nosotros, y nosotros te cuidaremos.

Dejó a Andrew dormido y fue en busca de
Dom
Esteban. La furia hacía latir su mente. Dezi tenía el don de Alton, la capacidad de forzar el contacto telepático, de forzar el vínculo mental con cualquiera, incluso con un no-telépata. Andrew, borracho, había sido una víctima perfecta, y conociendo a Andrew, Damon sospechaba que no se había emborrachado por propia voluntad.

Dezi estaba celoso de Andrew. Eso era obvio. Pero ¿por qué? ¿Acaso creía que si sacaba de en medio a Andrew,
Dom
Esteban lo reconocería como el hijo que tan desesperadamente necesitaba? ¿O tenía pensado casarse con Calista, esperando que eso obligara al anciano a admitir que Dezi era el hermano de Calista? Todo eso constituía un acertijo que Damon no podía descifrar.

Tal vez hubiera podido perdonar que un telépata común sufriera una tentación semejante. Pero Dezi había sido entrenado en Arilinn, y había hecho el juramento de todas las Torres de no interferir jamás en la integridad de otra mente, ni forzar la voluntad ajena, ni su conciencia. Se le había confiado una matriz, y todo el pavoroso poder que una de esas piedras comportaba.

Y él había traicionado su juramento.

No había llegado a asesinar. La fortuna, y la vista aguda de Caradoc, habían hecho que descubrieran a Andrew en un remolino de nieve, cubierto en parte por los copos que caían. En una hora más, hubiera quedado completamente sepultado, y tai vez hubieran hallado su cadáver durante el deshielo de la primavera. ¿Y qué habría ocurrido con Calista, si hubiera creído que Andrew la había abandonado? Damon se estremeció, advirtiendo que tal vez no hubiera sobrevivido. Gracias a todos los dioses que había estado dormida todo el tiempo por acción de las drogas. Tendría que saberlo —no había forma de mantener estas cosas en secreto dentro de una familia telepática—, pero todavía no.

Dom
Esteban escuchó toda la historia con profunda congoja.

—Sabía que el muchacho tenía mala sangre —dijo—. Le hubiera reconocido como hijo mío años atrás, pero nunca sentí que pudiera confiar absolutamente en él. Hice lo que pude por él, lo mantuve en lugares donde pudiera vigilarle pero siempre me pareció que había algo malo en él.

Damon suspiró, sabiendo que el estallido del anciano estaba causado por la culpa. Seguro, reconocido, criado como hijo del Comyn, Dezi no hubiera tenido necesidad de compensar sus enormes inseguridades por medio de los celos, la envidia y el desprecio, sentimientos que finalmente le habían conducido a un intento de asesinato. Lo más probable, pensó Damon, aislando cuidadosamente la idea para que el anciano no la captara, es que
Dom
Esteban no había querido perpetuar ni cargar con la responsabilidad de un episodio de ebriedad. La bastardía no era una desgracia. Para una mujer, engendrar un hijo del Comyn era un honor, para ella y para el niño, aunque el epíteto más oprobioso de la lengua
casta
se traducía como «de seis padres».

Y hasta eso podría haberse evitado, Damon lo sabía, si durante el embarazo la muchacha hubiera sido monitoreada para descubrir de quién era el hijo que llevaba. Damon pensó con desesperación que algo estaba muy mal en la manera en que se utilizaban los telépatas en Darkover.

Pero ya era muy tarde para esas cosas. Para lo que Dezi había hecho existía un único castigo. Damon lo sabía,
Dom
Esteban lo sabía, y Dezi —Damon podía verlo perfectamente— también lo sabía. Más tarde lo trajeron ante Damon atado de pies y manos y medio muerto de miedo.

Lo habían hallado en los establos, preparándose para ensillar y salir en medio de la tormenta. Habían hecho falta tres de los guardias de
Dom
Esteban para dominarlo.

Damon pensó que hubiera sido mejor que se marchara. En la tormenta habría hallado la misma justicia, la misma muerte que había preparado para Andrew, y una muerte sin mutilación. Pero Damon estaba obligado por el mismo juramento que Dezi había quebrantado.

Andrew sentía que también él hubiera preferido enfrentarse a la muerte en medio de la tormenta antes que someterse a la furia terrible que percibía en Damon. De todos modos, paradójicamente, Andrew sintió lástima por Dezi en el momento en que lo trajeron, flaco y asustado, casi un niño. Parecía un muchacho adolescente, de modo que las sogas que le sujetaban aparecían como una injusticia y una tortura.

¿Por qué Damon no lo dejaba en sus manos?, se preguntó Andrew. El le daría una buena paliza, y para un muchacho de esa edad, debería ser suficiente. Se lo dijo a Damon, pero éste ni siquiera se molestó en contestarle. Ya había sido muy claro.

De otra manera, Andrew no volvería a estar a salvo del cuchillo en la espalda, del pensamiento asesino... Dezi era un Alton, y un pensamiento asesino podía matar. Ya había estado a punto de lograrlo. Dezi no era un niño. Según la ley de los Dominios, podía batirse en duelo, reconocer a un hijo, ser responsable de un crimen.

Miró ahora al asustado Dezi y a Damon con temor. Como todos los hombres que se enojaban fácilmente, pero cuya furia era de corta vida, Andrew no tenía ninguna experiencia con los resentimientos duraderos, ni tampoco con la furia que se vuelca hacia adentro devorando al hombre furioso tanto como a la víctima de su ira. Eso fue lo que percibía ahora Damon, como un resplandor rojo, siniestro, ligeramente visible a su alrededor. El señor del Comyn parecía sombrío, y su voz era inexpresiva.

—Bien, Dezi no espero que hagas que esto sea fácil, ni para mí ni para ti, pero te daré la alternativa, a pesar de que es más de lo que mereces. ¿Estás dispuesto a combinar tus resonancias con las mías para dejar que te quite tu matriz sin lucha?

Dezi no respondió. Sus ojos centellearon con un amargo odio desafiante. Damon pensó que todo esto era una lástima, un desperdicio. ¡Era tan fuerte! Retrocedió, evitando la intimidad a la que el muchacho le forzaba, la menos grata de todas, la intimidad entre el torturador y el torturado.
No quiero matarle, y probablemente tenga que hacerlo. Por caridad de Avarra, ni siquiera deseo hacerle daño.

Sin embargo, pensando en lo que tenía que hacer, no pudo evitar un estremecimiento. Sus dedos se cerraron, con gesto espasmódico, sobre la matriz que tenía en su bolsa aislante y que pendía de su cuello.

Allí, por encima del pulso, por encima del centelleante centro del canal nervioso principal.
Desde que se la habían entregado a Damon, a los quince años, cuando las luces de la piedra se encendieron por primera vez ante el contacto con su mente, nunca la había dejado fuera del alcance confirmatorio de sus propios dedos. Ningún otro ser humano, con la excepción de su Celadora, Leonie, y durante un breve lapso del tiempo que pasó en la Torre, de la joven Sub celadora Hilary Castamir, la había tocado jamás. La sola idea de que pudieran despojarle de ella para siempre lo colmaba de un terror frío y negro peor que el de la agonía. Conocía, con cada fibra del don de los Ridenow, el
laran
empático, el tormento que Dezi sufría ahora.

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