Se unió a Andrew y a Calista, diciéndoles:
—¿Venís conmigo a la capilla para ver qué han hecho con Domenic? Si todo es correcto, podemos ahorrarle esto a nuestro padre, y también a Ellemir. Ferrika la ha acostado. Ella era la que mejor conocía a Domenic... no hay necesidad de seguir hiriendo sus sentimientos.
La capilla estaba en la parte más baja del castillo Comyn, excavada en la roca misma de la montaña. Tenía todo el frío y la humedad de una caverna subterránea. Domenic yacía en ese silencio colmado de ecos, en un largo féretro colocado sobre caballetes ante la imagen tallada que Andrew reconoció como la Bendita Cassilda, Madre de los Dominios. Le pareció reconocer en la figura tallada cierta semejanza con los rasgos de Calista, y con el rostro frío y sin vida del joven muerto.
Damon bajó la cabeza, sepultando el rostro entre las manos. Calista se inclinó suavemente y besó la fría frente, murmurando algo que Andrew no pudo comprender. De pronto, una figura oscura, arrodillada junto al féretro, se incorporó. Era un joven bajo y rollizo, desaliñado y con los ojos hinchados y los párpados enrojecidos de tanto llorar. Andrew supo quién era incluso antes de que Calista le tendiera las manos.
—Cathal, querido primo.
Él les miró fija y penosamente durante un momento antes de poder hablar.
—Lady Ellemir, señores...
—No soy Ellemir sino Calista, primo —le dijo ella con suavidad—. Te agradecemos que hayas permanecido con Domenic hasta que llegáramos. Es correcto que haya junto a él alguien que le amaba.
—Eso me pareció, y sin embargo me he sentido culpable. Yo, su asesino... —Su voz se quebró. Damon abrazó al tembloroso muchacho.
—Todos sabemos que fue mala suerte, pariente. Cuéntame cómo ocurrió.
La mirada enrojecida del joven movía a compasión.
—Estábamos en la armería, trabajando como todos los días con las espadas de práctica, de madera. Él era mejor espadachín que yo —dijo Cathal, y su rostro se descompuso. También él, advirtió Andrew, tenías los rasgos del Comyn; la designación «primo» no era mera cortesía.
—No sabía que le había golpeado con tanta fuerza, de veras que no lo sabía. Pensé que fingía, que estaba burlándose de mí, que se pondría en pie y empezaría a reírse... lo hacía con tanta frecuencia. —Su rostro se contorsionó. Damon, recordando las bromas de Domenic durante su año en los cadetes, apretó la mano de Cathal.
—Ya lo sé, muchacho. — ¿Acaso este joven había estado así, sin ningún consuelo, desde el momento de la muerte?
—Cuéntamelo todo.
—Lo sacudí. —Cathal estaba pálido de horror—. Le dije: «Levántate, burro tonto, deja de bromear.» Y entonces le quité la máscara y vi que estaba inconsciente. Pero ni siquiera entonces me preocupé demasiado... siempre hay alguien que resulta herido.
—Lo sé, Cathal, yo mismo caí desmayado de un golpe media docena de veces durante mis años de cadete, y mira mi dedo corazón: todavía está torcido de cuando Coryn me lo quebró con una espada de práctica. Pero ¿qué hiciste entonces, muchacho?
—Salí corriendo a buscar al oficial médico. Maese Nicol.
—¿Le dejaste solo?
—No, su hermano estaba con él —dijo Cathal—. Dezi le ponía agua fría en la cara, tratando de reanirmarle. Pero cuando regresé con maese Nicol, estaba muerto. v—¿Estás seguro de que estaba con vida cuando le dejaste, Cathal?
—Sí —dijo Cathal con seguridad—. Percibí su respiración y le tomé el pulso.
Damon sacudió la cabeza, suspirando.
—¿Te fijaste en sus ojos? ¿Tenía las pupilas dilatadas? ¿Contraídas? ¿Reaccionaba de alguna manera a la luz?
—Yo... no me fijé, Lord Damon. No se me ocurrió.
Damon volvió a suspirar.
—No, supongo que no. Bien, querido muchacho, las heridas en la cabeza no siempre siguen las reglas. Durante mi año como oficial médico, un Guardia fue golpeado contra una pared durante una pelea callejera, y cuando lo levantaron parecía encontrarse bien, pero a la hora de la cena se quedó dormido sobre la mesa, y nunca más se despertó. Murió mientras dormía. —Se puso en pie, mientras su mano se posaba sobre el hombro de Cathal.
—Quédate en paz, Cathal. No había nada que pudieras hacer.
—Lord Hastur y algunos de los otros me interrogaron una y otra vez, como si creyeran que yo podía haber deseado hacerle daño a Domenic. Éramos
bredin
... yo le amaba. —El muchacho se dirigió hacia la imagen de Cassilda y dijo con vehemencia—: ¡Que los Señores de la Luz me hieran ahora mismo si alguna vez deseé hacerle daño! —Después se volvió y se arrodilló por un momento a los pies de Calista—:
Domna
, tú eres
leronis
, puedes demostrar que no me animaba ningún sentimiento maligno hacia mi querido señor... ¡que hubiera muerto por protegerle, que hubiera preferido que mi mano perdiera vida!
Otra vez lloraba, y Damon se inclinó y le obligó a incorporarse, diciéndole con firmeza:
—Lo sabemos, querido muchacho, créeme.
La pena y la culpa lo invadieron. El muchacho estaba completamente abierto a Damon, pero la culpa sólo era por el descuido del golpe, Cathal no era culpable.
—Si ahora sigues llorando, sólo será por autocompasión. Debes ir a descansar. Eres su hombre juramentado, deberás cabalgar junto a él cuando sea entregado a la tierra.
Cathal respiró profundamente, mirando a Damon a los ojos,
—Tú me crees, Lord Damon. Ahora creo que verdaderamente podré dormir.
Damon observó cómo se marchaba, suspirando. A pesar de las seguridades que se le dieran, Cathal viviría el resto de su vida sabiendo que por mala suerte había asesinado a su pariente y amigo juramentado. Pobre Cathal. Domenic había muerto rápidamente y sin dolor. Cathal sufriría durante muchos años.
Calista estaba en pie ante el féretro, mirando a Domenic, ataviado con los colores de su Dominio, el pelo rizado alisado de manera poco natural, con los ojos pacíficamente cerrados. Buscó algo en el cuello del joven.
—¿Dónde está su matriz? Damon, debe ser sepultada con él.
Damon frunció el ceño.
—¿Cathal? —llamó.
El muchacho, que había llegado hasta la puerta de la capilla, se detuvo.
—¿Señor?
—¿Quién lo preparó para el entierro? ¿Por qué le quitaron la matriz?
—¿Matriz? —Sus ojos azules no comprendían—. Con frecuencia le oí decir que no tenía ningún interés en esas cosas. Ni siquiera sabía que tuviera una.
Los dedos de Calista se deslizaron hasta su cuello.
—Se la dieron cuando fue probado. Tenía
laran
, aunque rara vez lo utilizaba. La última vez que le vi la llevaba colgada del cuello, en una bolsita como ésta.
—Ahora recuerdo —dijo Cathal—. Tenía algo colgando del cuello, yo creí que era un talismán o algo así. Nunca supe qué era. Tal vez el que lo haya preparado para el entierro creyó que era algo muy vulgar para enterrarlo con él.
Damon dejó que Cathal se marchara. Preguntaría quién había preparado el cadáver de Dómenle para el entierro. Sin duda, la matriz debía ser sepultada con él.
—¿Cómo es posible que alguien la cogiera? —preguntó Andrew—. Me has dicho, y me has demostrado, que no es seguro tocar la matriz de otro. Cuando tú tomaste la de Dezi, fue casi tan doloroso para ti como para él.
—En general, cuando el dueño de una matriz sintonizada muere, la piedra muere con él. Después es solamente un pedazo de cristal azul, muerto, sin luz. Pero no es adecuado que se la deje y que alguien más la toque. —Había muchísimas posibilidades de que algún criado hubiera creído, tal como dijo Cathal, que era un talismán vulgar, poco adecuado para que fuera sepultado junto con un heredero del Comyn.
Si Maese Nicol, sin comprender, la hubiera tocado, o aflojado tratando de dar más aire a Domenic,
eso
podría haberle matado, pero no, Dezi estaba ahí. Dezi se hubiera dado cuenta, porque había sido entrenado en Arilinn. Si Maese Nicol hubiera intentado quitarle la matriz, Dezi, que, como Damon sabía, podía hacer el trabajo de una Celadora, hubiera preferido seguramente manejarla él mismo, que hubiera podido hacerlo con toda seguridad.
Pero si Dezi era el que la había cogido...
No.
No
podía creer eso. A pesar de todos sus defectos, Dezi había amado a Domenic. Domenic había sido el único de la familia que le había protegido, que le había tratado como a un verdadero hermano, que había insistido defendiendo sus derechos.
Ya antes algún hermano había asesinado a su hermano, pero no. Dezi había amado a Domenic, amaba a su padre. Hubiera sido difícil, sin duda, no amar a Domenic.
Por un momento Damon permaneció junto al féretro del joven muerto. Pasara lo que pasase, esto era el fin de la vieja época de Armida. Valdir era tan joven que si tenía que ser heredero tan pronto no tendría tiempo para recibir el entrenamiento habitual de un hijo del Comyn, los años en el cuerpo de cadetes y en la Guardia, y pasar una temporada en la Torre si eso era lo adecuado para él. El y Andrew harían todo lo posible para comportarse como hijos del anciano Lord Alton, pero a pesar de sus buenas intenciones, no eran Alton, ni estaban empapados de las tradiciones de los Lanart de Armida. Pasara lo que pasase, esto era el final de una época.
Calista siguió a Andrew cuando éste fue a examinar las pinturas murales. Eran muy antiguas, y estaban hechas con pigmentos que brillaban como gemas, y describían la leyenda de Hastur y Cassilda, el gran mito del Comyn. Hastur con sus ropas doradas vagando por las orillas del lago; Cassilda y Camila en sus telares; Camila rodeada de sus palomas, llevándole a Hastur frutos tradicionales; Cassilda, con una flor en la mano, ofreciéndosela al hijo del Dios. Los dibujos eran antiguos y estilizados; pero ella podía reconocer algunos frutos y algunas flores. El capullo azul y dorado que Cassilda tenía en la mano era el
kireseth
, la flor azul en forma de estrella de las Kilghard Hills, coloquialmente llamada campanilla dorada. ¿Era por esta asociación sagrada, se preguntó la joven, que la flor del
kireseth
era tabú en todos los círculos de Torre, desde Dalereuth hasta los Hellers? Pensó, con un ramalazo de dolor, cómo había yacido en brazos de Andrew, sin temor, durante la floración invernal. Solían bromear sobre eso en las bodas, cuando la novia era remisa. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero las contuvo. Ahora que el heredero del Dominio, su amado hermano mayor, yacía allí, muerto... ¿era el momento de preocuparse por sus problemas particulares?
Era una mañana gris. El sol estaba oculto detrás de bancos de niebla, y caían ráfagas de lluvia y aguanieve alrededor de las cumbres, mientras la procesión funeral marchaba hacia el norte de Thendara, llevando el cuerpo de Domenic Lanart-Alton a que yaciera junto a sus ancestros del Comyn. El
rhu fead
, en Hali, el lugar sagrado del Comyn, estaba a una hora de marcha al norte del Castillo Comyn, y cada uno de los señores y las damas de sangre Comyn que habían podido llegar al Concejo durante los tres últimos días marchaban con ellos para honrar al heredero de Alton, muerto a tan temprana edad por una trágica desgracia.
Todos excepto Esteban Lanart-Alton. Andrew, que cabalgaba junto a Cathal Lindir y el joven Valdir, recordó la escena que se había producido esa mañana cuando Ferrika, al ser llamada por el anciano, que le pidió que le administrara algo que lo fortaleciera para el viaje, se había negado en redondo a hacerlo.
—No estás en condiciones de viajar,
vai dom
, ni siquiera en una litera. Si lo acompañas a su tumba, estarás allí enterrado con él en menos de diez días. —Más amablemente, agregó—: El pobre muchacho ya está más allá de cualquier daño o de cualquier consuelo, Lord Alton. Debemos pensar ahora en tu propia fuerza.
El anciano había caído en una furia tal que Calista, a quien llamaron apresuradamente, había temido que su misma ira produjera la catástrofe que tanto temía Ferrika. Había intentado mediar, diciendo:
—¿Puede hacerle tanto daño como una alteración de esta clase?
—No aceptaré órdenes de una mujer —había gritado
Dom
Esteban—. ¡Llamad a mi criado personal y marchaos de aquí las dos! Dezi... —Se había dirigido al muchacho, buscando confirmación, y Dezi respondió, mientras su rostro se sonrojaba:
—Si tú vas, tío, yo iré contigo.
Pero Ferrika había salido y había regresado enseguida con Maese Nicol, el oficial médico de la Guardia. Éste tomó el pulso del anciano, le bajó los párpados para observar las pequeñas venas y por fin dijo brevemente:
—Señor, si cabalgas hoy, es probable que no regreses. Hay otros que pueden sepultar a los muertos. Tu heredero ni siquiera ha sido aceptado por el Concejo, y en todo caso no es más que un joven de doce años. Tu obligación,
vai dom
, es reservar tus fuerzas hasta que el muchacho sea adulto. Por prestar un último servicio sentimental a tu hijo muerto, ¿te arriesgarás a dejar huérfano al que te queda?
Ante estas verdades poco gratas, no había nada que decir. Apenado,
Dom
Esteban había permitido que Maese Nicol volviera a acostarle. Se había aferrado a la mano de Dezi, y el muchacho había permanecido dócilmente junto a él.
Ahora, cabalgando hacia el norte en dirección a Hali, Andrew recordó las visitas de condolencia, las largas conversaciones con otros miembros del Concejo, que habían exprimido al máximo las fuerzas de Lord Alton. Aunque sobreviviera a la inminente temporada de sesión del Concejo y al viaje de regreso al hogar... ¿viviría hasta que Valdir fuera declarado adulto, a los quince años? Y ¿cómo haría un muchacho de quince años para enfrentarse con las complejidades políticas del Dominio? ¡Sin duda sería difícil para este muchacho protegido y educado en un monasterio!
Valdir cabalgaba a la cabeza de la procesión, vestido formalmente de luto, con el rostro muy pálido en contraste con las negras vestiduras. A su lado cabalgaba su amigo juramentado, Valentine Aillard, que había venido con él desde Nevarsin, un muchacho grande y fuerte, con pelo tan rubio que parecía blanco. Ambos muchachos tenían aspecto solemne, pero no parecían demasiado apenados. Ninguno de los dos había conocido a Domenic lo suficiente.
En las costas del Lago de Hali, donde, según decía la leyenda, había llegado a Darkover, Hastur, hijo de la Luz, el cuerpo de Domenic fue colocado en una tumba sin nombre, tal como requería la costumbre. Calista se apoyó en Andrew mientras ambos se hallaban junto a la tumba abierta, y él captó su pensamiento:
No importa dónde se le entierre, él se ha ido a otro lugar. Pero hubiera sido un consuelo para mi padre que se le sepultara en la tierra de Armida.