Andrew miró a su alrededor, el cementerio, y se estremeció. Aquí, bajo sus pies, yacían los desechos mortales de incontables generaciones de Comyn, sin ningún signo que señalara sus sepulturas salvo los irregulares montículos formados por la nieve invernal y el deshielo de la primavera. ¿Yacerían aquí algún día sus propios hijos e hijas? ¿Acaso él mismo yacería algún día bajo el extraño sol?
Valdir, como pariente más próximo, fue el primero que se acercó a la tumba. Su voz era aguda e infantil, y habló con vacilación:
—Cuando yo tenía cinco años, mi hermano Domenic me bajó de mi pony y dijo que yo debía tener un caballo adecuado para un hombre. Me llevó a los establos, y ayudó al
coridom
a elegir un caballo manso para mí. Que ese recuerdo aligere el dolor.
Dio un paso atrás y Valentine Aillard ocupó su lugar.
—Durante mi primer año en Nevarsin —dijo—, me sentía solitario y desdichado, como se sienten en ese caso todos los niños, y más aún porque no tengo padre ni madre vivos, y mi hermana fue educada en otra parte. Domenic vino a visitar a Valdir. Me llevó a la ciudad y me compró regalos y dulces para que tuviera lo mismo que los otros niños después de una visita de sus parientes. Cuando envió regalos a Valdir para el festival del Solsticio de Invierno, también me los envió a mí. Que ese recuerdo aligere el dolor.
Uno a uno los miembros del cortejo fúnebre se adelantaron para expresar algún recuerdo o para presentar tributo al que yacía en la tumba. Cathal Lindir sólo pudo quedar en silencio, tragándose los sollozos, y finalmente espetó:
—Éramos
bredin
. Yo le amaba —y dio un paso atrás, ocultándose en la multitud, incapaz de pronunciar incluso las palabras rituales.
Calista, que tomó su lugar junto a la tumba, dijo:
—Era el único miembro de mi familia para quien yo no era... no era algo distante ni extraño. Incluso mientras vivía en mi Arilinn, y todos mis otros parientes me trataban como a una extraña, Domenic siguió siendo el mismo conmigo. Que ese recuerdo aligere el dolor. —Deseó que Ellemir estuviera aquí para que pudiera escuchar los tributos que se hacían a su hermano favorito, pero ella había preferido quedarse con su padre. Domenic, había dicho, estaba más allá de todo daño y de todo consuelo, pero su padre la necesitaba.
Cuando llegó su turno, Andrew avanzó hacia la tumba.
—Yo llegué a Armida como un extraño. Él estuvo a mi lado durante mi boda, pues yo no tenía parientes. —Cuando concluyó diciendo: «Que ese recuerdo aligere el dolor», sintió tristeza por haber tenido tan poco tiempo de conocer a su joven cuñado.
Parecía que cada uno de los señores y las damas del Comyn que habían cabalgado hasta la tumba de Domenic habían escarbado en su memoria para hallar algún recuerdo amable, algún encuentro grato a los deudos, que les permitiera recordar al muerto. Lorenz Ridenow, quien, según Andrew recordaba, había intrigado para despojar a Domenic de su cargo de comandante de la Guardia diciendo que era demasiado joven, explicó que el joven había sido muy modesto y muy competente para hacerse cargo de la autoridad que había caído sobre él siendo tan joven. Danvan Hastur, un joven bajo y fuerte, de pelo dorado y ojos grises, maestro de cadetes de la Guardia, contó cómo el joven comandante había intercedido por la víctima de una cruel broma de los cadetes. Damon, que había sido maestro de cadetes de Domenic cuando aquél tenía catorce años y acababa de ingresar en el cuerpo, recordó, y les contó, que a pesar de las eternas bromas y jugarretas del joven, jamás había oído a Domenic hacer una broma maliciosa, ni una jugarreta cruel. Andrew advirtió, con un ramalazo de dolor, que el joven sería echado de menos por todos. Sería duro para Valdir ocupar el lugar de un joven tan querido y respetado.
Cuando cabalgaban de regreso, la niebla empezó a disiparse. Al pasar a través del desfiladero que bajaba hasta Thendara, Andrew volvió a mirar a través del valle, hacia los edificios que habían empezado a crecer dentro de los muros cerrados de la Zona Terrana, escuchando, aun desde allí, el zumbido de las máquinas de construcción. Una vez él había sido Andrew Carr y había vivido en un lugar así, donde las luces amarillas borraban el color del sol bajo el cual vivía, y no le había importado en absoluto lo que había más allá. Ahora miró con indiferencia las pequeñas y distantes formas de las naves espaciales, los esqueletos de sostén de los rascacielos en obra. Todo eso no tenía nada que ver con él.
Cuando se volvió vio la mirada de Lorill Hastur detenida sobre él. Lorill era el Regente del Concejo del Comyn, y Calista le había explicado que era más poderoso que el Rey, un hombre de mediana edad, alto, imponente, con pelo rojo oscuro ligeramente encanecido sobre las sienes. Sus ojos retuvieron los de Andrew por un momento. El terrano recordó que se suponía que Lorill era un poderoso telépata y desvió rápidamente la mirada. Sabía que era una tontería... ¡si el señor de Hastur quería leerle la mente, podía hacerlo sin mirarle a los ojos! Y ahora ya sabía lo suficiente de las cortesías de los telépatas para darse cuenta de que Lorill no haría tal cosa sin permiso, salvo por alguna buena razón. Sin embargo, se sintió incómodo, ya que sabía que se encontraba allí bajo apariencia falsa. Nadie sabía que él era terrano. Pero trató de aparentar indiferencia, atendiendo a Calista, que le señalaba los diferentes estandartes de los Dominios.
—El abeto plateado sobre fondo azul es Hastur, por supuesto, lo viste cuando Leonie vino a Armida. Y aquél es el estandarte de los Ridenow, verde y oro, allí donde cabalga Lorenz. Damon tiene derecho a un porta-estandarte, pero rara vez se molesta en llevarlo. Aquél rojo con plumas grises es el estandarte de los Aillard, y el árbol plateado con la corona pertenece a los Elhalyn. Alguna vez fueron un clan de los Hastur. —El príncipe Duvic, pensó Andrew, que había venido a honrar al heredero de Alton, tenía aspecto menos regio que Lorill Hastur, e incluso que el joven Danvan. Duvic era un joven malcriado, de aspecto disoluto, pomposamente vestido con pieles.
—Y aquél es el anciano
Dom
Gabriel de Ardáis, y su esposa Lady Rohana... ¿Ves el halcón de su estandarte?
—Eso suma seis, contando Armida —dijo Andrew, calculando—. ¿Cuál es el séptimo Dominio?
—El Dominio de Aldarán fue exiliado hace mucho tiempo. He escuchado todo tipo de razones para eso, pero sospecho que simplemente vivían demasiado lejos pata asistir al Concejo todos los años. El castillo Aldarán está lejos, en los Hellers, y es difícil gobernar a gente que vive tan arriba de las montañas que nadie sabe si respetan o no las leyes. Algunos dicen que los aldaranes no fueron exiliados sino que se separaron por propia voluntad. Cada uno a quien preguntes te dará una respuesta diferente acerca de por qué Aldarán ya no sigue siendo el séptimo Dominio. Supongo que algún día alguno de los Dominios más grandes volverá a dividirse, y nuevamente habrá siete. Eso hicieron los Hastur cuando se extinguió el antiguo linaje de Elhalyn. De todos modos, todos somos parientes, y muchos de los miembros de la nobleza menor tienen sangre Comyn. Papá habló alguna vez de casar a Ellemir con Cathal... —Se quedó en silencio y Andrew suspiró, pensando en lo que eso implicaba. Se había vinculado por matrimonio a una casta hereditaria de gobernantes. El hijo de Ellemir, todos los que Calista podía concebir, heredarían una terrible responsabilidad.
¡Y yo empecé en un rancho de caballos, en Arizona!
Se sintió igualmente consternado cuando, más tarde, ese mismo día, el Concejo del Comyn se reunió en lo que Calista llamaba la Cámara de Cristal, una habitación en la parte más alta de una de las torres, hecha de piedra translúcida cortada en prismas que centelleaban con la luz del sol, de modo que estar allí era como caminar en el corazón de un arco iris. La habitación era octogonal, con asientos, y cada uno de los Dominios del Comyn tenía una parte asignada, señalada por cada emblema y estandarte. Calista le susurró que cada miembro de una familia con derecho al Concejo, que hubiera demostrado tener
laran
, tenía indiscutible derecho a asistir y a hablar en el Concejo. Como Celadora de Arilinn, ella había tenido ese derecho, aunque rara vez se había molestado en asistir.
Leonie estaba allí, entre los Hastur; Andrew desvió la mirada de ella. De no haber sido por ella, Calista sería su esposa no sólo de nombre y tal vez sería Calista, no Ellemir, la que hubiera concebido a su hijo.
Pero entonces, pensó, él nunca habría conocido a Ellemir. ¿Cómo podía desear eso?
Dom
Esteban, pálido y demacrado pero digno y erguido en su silla de ruedas, estaba sentado en una de las filas más bajas, al nivel del suelo. A ambos lados estaban sentados sus hijos. Valdir, pálido y excitado, y Dezi, con el rostro tranquilo e inexpresivo. Andrew vio las cejas que se alzaban, las miradas curiosas que caían sobre Dezi. La semejanza familiar era inconfundible, y el hecho de que
Dom
Esteban hubiera hecho sentar a Dezi a su lado en la Cámara de Cristal era un tardío reconocimiento público.
Se oyó la voz de Lorill Hastur, profunda y solemne.
—Esta mañana presentamos nuestros respetos al heredero de Alton, trágicamente muerto por mala suerte. Pero la vida continúa, y ahora debemos designar al próximo heredero. Esteban Lanart-Alton, quieres... —Se corrigió al mirar al anciano en su silla de ruedas—. ¿Puedes ocupar tu lugar entre nosotros? Si no, puedes hablar desde donde estás.
Dezi se incorporó y empujó la silla hacia adelante, regresando rápida y ágilmente a su asiento.
—Esteban, te pido que designes los próximos herederos de tu Dominio, para que todos podamos conocerlos y aceptarlos.
Esteban dijo con calma:
—Mi heredero más inmediato es mi hijo menor, legítimo, Valdir-Lewis Lanart Ridenow, concebido por mi legal cónyuge
di catenas
, Marcella Ridenow. —Con un gesto, indicó a Valdir que se adelantara; el muchacho se arrodilló a los pies de su padre.
—Valdir-Lewis Lanart-Alton —dijo
Dom
Esteban, nombrándolo por primera vez con el título del Dominio, que sólo usaban el principal y su heredero más próximo—, como hijo menor, no fuiste juramento ante el Comyn ni siquiera por intermediación, y a causa de tu juventud, no se te pedirá ni se te aceptará juramento alguno. Sólo te pido pues, que cumplas fielmente los votos hechos en tu nombre, y que los repitas cuando tengas la edad legal para hacerlo.
—Lo haré —dijo el muchacho con voz temblorosa.
—Entonces —dijo Esteban, indicando a Valdir que se incorporara, y besándole luego formalmente, en ambas mejillas—, te nombro heredero de Alton. ¿Hay alguien que lo cuestione?
Gabriel Ardáis, un hombre de más de sesenta años, alto y marcial pero encanecido y demacrado, con la palidez típica de la mala salud, dijo con voz áspera y ronca:
—No cuestiono, Esteban, que el muchacho tiene un nacimiento adecuado y parece sano, y mi hijo adoptivo Valentine, que fue compañero de él en Nevarsin, me ha dicho que es rápido e inteligente. Pero no me gusta que el heredero de un Dominio tan poderoso sea un muchacho menor de edad. Tu salud es incierta, Esteban; debes considerar la posibilidad de que tal vez no vivas hasta que Valdir llegue a la madurez. Habría que designar un regente para el Dominio.
—Estoy dispuesto a designar un regente —dijo Esteban—. Mi siguiente heredero, después de Valdir, es el hijo no nacido de mi hija Ellemir. Con permiso, señores, designaré a su esposo, Damon Ridenow, como regente de Alton y guardián de Valdir y del niño que aún no ha nacido.
—No es un Alton —protestó Aran Elhalyn, y Esteban respondió:
—Es un pariente más próximo que muchos otros; su madre fue Camila, mi hermana menor. Es mi sobrino, posee
laran
, y tiene derecho al Dominio por matrimonio.
—Conozco a Lord Damon —dijo Aran—. No es un joven, sino un hombre responsable que bordea los cuarenta años. Ha asumido con honor muchas responsabilidades asignadas a los hijos del Comyn. Pero el Concejo no fue informado de ese matrimonio. ¿Podemos saber por qué un matrimonio realizado entre un hijo del Comyn y una
comynara
se hizo con una celeridad tan inadecuada, y solamente en calidad de compañeros libres?
—No era época de sesión del Concejo —dijo Esteban—, y los jóvenes no quisieron esperar medio año más.
—Damon —dijo Lorill Hastur—, si te van a nombrar regente de un Dominio, sería más adecuado que tu matrimonio se hiciera legalmente según la ley del Concejo,
di catenas
. ¿Estás dispuesto a casarte con Ellemir Lanart con toda ceremonia?
Damon replicó de buen humor, tomando la mano de Ellemir:
—Me casaré con ella doce veces, si así lo deseáis, o con cualquier otro ritual que elijáis, si ella me acepta.
Ellemir se rió en voz alta, con un sonido cristalino.
—¿Puedes dudarlo, esposo mío?
—Entonces adelántate, Damon Ridenow de Serráis.
Damon se abrió paso hasta el espacio central de la habitación, y Lorill le preguntó solemnemente:
—Damon, ¿eres libre para aceptar esta obligación? ¿Eres heredero de tu propio Dominio?
—No, salvo tal vez en duodécimo lugar —dijo Damon—. Tengo cuatro hermanos mayores y, entre ellos, creo que tienen once hijos, o los tenían la última vez que los conté, tal vez ahora sean más. Y Lorenz ya es dos veces abuelo. Juraré gustosamente lealtad a Alton si mi hermano, el Señor de Serráis, me autoriza a hacerlo.
—¿Lorenz? —preguntó Lorill mirando hacia la zona de la habitación donde se sentaban los señores Ridenow.
Lorenz se encogió de hombros.
—Damon puede hacer lo que quiera. Tiene edad suficiente para ser responsable, y no es probable que herede Serráis. Se ha casado dentro del Dominio Alton. Doy mi consentimiento.
Damon miró a Andrew, levantando cómicamente una ceja, y Andrew captó su pensamiento:
Ciertamente es la primera vez que Lorenz ha aprobado completamente algo que yo haga.
Pero externamente siguió siendo solemne, tal como correspondía a la seriedad de la ocasión.
—Arrodíllate, entonces, Damon Ridenow —dijo Lorill—. Has sido designado regente y guardián del Dominio Alton, como pariente varón más cercano de Valdir-Lewis Lanart-Alton, heredero de Alton, y del no nacido hijo de Ellemir, tu legítima esposa. ¿Estás dispuesto a jurar lealtad al señor del Dominio, Custodio de Alton, y a renunciar a todas las otras lealtades, salvo a aquélla dedicada al Rey y a los Dioses?