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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (44 page)

Pero ahora Damon percibió que los otros se habían despertado. Se extendió suavemente, reuniendo a su alrededor el cuádruple contacto telepático, que le daba más seguridad que su desesperado intento sexual. Intensamente consciente, más íntimo que el roce de los cuerpos, más allá de las palabras, todos sintieron que se fundían en uno solo. Andrew, sintiendo en él mismo la necesidad de Damon, buscó a Ellemir, que se entregó ansiosamente a sus brazos. La excitación mezclada creció, inundándolos a todos, atrapando incluso a Calista, fundiéndolos en una entidad única que tocaba, abarcaba, surgía, respondía. ¿Los labios de quién se tocaron y apretaron, los muslos de quién se cerraron, los brazos de quién abrazaron al cuerpo de quién en un beso feroz? Todo fluyó, se extendió como una ola, como una marea de fuego, como una caliente y estremecedora explosión de placer y satisfacción. A medida que la excitación cedió —o se estabilizó, más bien, en un nivel menos intenso—, Ellemir se desprendió de los brazos de Andrew y abrazó a Calista, sosteniéndola, abriendo generosamente su mente a la de su hermana. Hambrienta. Calista se aferró a ese contacto mental, tratando de asir algo de esa intimidad, esa reunión que sólo podía compartir de esta manera, de segunda mano. Por un momento perdió conciencia de su cuerpo anestesiado, tan estrechamente unida estaba a esa inquebrantable cadena de emociones.

Andrew, que percibió que lamente de Calista se había abierto plenamente, de tal manera que en cierto sentido
había sido
ella quien había estado en sus brazos, sintió una loca exaltación. Sentía como si se derramara, como si se extendiera hasta ocupar todo el espacio de la habitación, abarcándolos a los cuatro en sus brazos, y tanto Damon como Calista captaron su impulsivo pensamiento:
¡Querría estar en todas partes al mismo tiempo! ¡Quiero hacer el amor con todos al mismo tiempo!
Damon se acercó a Andrew, abrazándole con el confuso deseo de compartir, de algún modo, este intenso deleite y esta intimidad, de compartir participando verdaderamente de la lenta repetición de la excitación, de las suaves e intensas caricias...

Entonces la consternación, la depresión...
¿Qué demonios está pasando?
...cuando Andrew advirtió de quién eran las manos que le acariciaban. La frágil urdimbre del contacto telepático se hizo añicos como un cristal, destruida por el duro golpe físico. Calista soltó un grito breve y tembloroso, como un sollozo, y Ellemir casi gritó en voz alta:
¡Oh, Andrew, cómo pudiste...!

Andrew se quedó muy quieto, obligándose rígidamente a no separarse físicamente de Damon.
Es mi amigo. No tiene tanta importancia.
Pero el momento ya había pasado, Damon se alejó, enterrando el rostro en la almohada, y cuando habló su voz fue ronca.

—Por los infiernos de Zandru, Andrew, ¿durante cuánto tiempo más nos temeremos mutuamente?

Andrew, parpadeando, emergió lentamente de la confusión. Sólo vagamente se daba cuenta de lo ocurrido. Giró y puso una mano sobre el hombro de Damon.

—Lo lamento, hermano —dijo torpemente—. Me sobresaltaste, eso es todo.

Damon había logrado controlarse, pero había sido atrapado en el momento de mayor vulnerabilidad, totalmente abierto a todos ellos, y el rechazo le había herido de manera inimaginable. Aun así, era un Ridenow, un empata, y le dolieron el arrepentimiento y la culpa que percibía en Andrew.

—¿Otro de tus tabúes culturales?

Andrew asintió, estremecido. Jamás se le había ocurrido que algo que pudiera hacer podía herir tan enormemente a Damon.

—Lo... Damon, lo siento. Fue tan sólo una especie de... una especie de reflejo, eso es todo. —Torpe, asustado todavía por la inmensidad de lo que le había hecho a Damon, se inclinó hacia el otro y lo abrazó. Damon se rió, le devolvió el abrazo y se incorporó. Se sentía agotado, dolorido, pero la desorientación había desaparecido.

Tratamiento de shock, advirtió. En los casos de histeria, tranquilizar era efectivo. Pero también un buen bofetón. Cuando se levantó para lavarse y vestirse se sintió gratamente sólido, otra vez real. Pensó, con sobriedad, que después de todo no había sido tan malo. Esta vez, cuando Andrew había recibido el golpe contra uno de sus tabúes profundos, no había salido corriendo ni tampoco se había desasido por la fuerza. Sabía que había herido a Damon, y lo había aceptado.

Ambos se entretuvieron un momento en la habitación de la suite, cuando las mujeres ya se habían vestido y se habían marchado. Andrew miró a Damon tímidamente, preguntándose si su amigo todavía estaría enojado con él.

—Enojado no —dijo Damon en voz alta—. Debería haberlo esperado. Siempre has tenido miedo de la sexualidad masculina, ¿verdad? Aquella primera noche, cuando Calista y tú entrasteis en contacto telepático con Ellemir y conmigo, lo percibí. Esa noche tuve tantas cosas en las que preocuparme que lo había olvidado, pero cuando nos tocamos accidentalmente, durante el contacto, sentiste pánico. —Volvió a sentir la evasiva respuesta de Andrew, su perturbación, su aislamiento—. ¿Es necesario culturalmente que consideres que todas las sexualidades masculinas, salvo la tuya, son una amenaza?

—No tengo miedo —dijo Andrew, con un chispazo de furia—, sino que me siento asqueado cuando se dirige a mí.

Damon se encogió de hombros.

—Los humanos no son una manada de animales en la que cada macho considera que los otros son un rival o una amenaza. ¿Te resulta imposible sentir placer con la sexualidad masculina?

—Demonios, sí —dijo Andrew, con disgusto—. ¿A ti no?

—Claro que no —dijo Damon, perplejo—. Celebro la... la conciencia de tu masculinidad así como celebro la femineidad de las mujeres. ¿Es tan difícil de comprender? Eso me hace más consiente de mi propia... de mi propia virilidad... —Se interrumpió con una risa de incomodidad—. ¿Cómo llegamos a semejante enredo? Ni siquiera la telepatía es útil, no hay imágenes mentales que coincidan con las palabras. —Agregó, más suavemente—: No soy un amante de hombres, Andrew. Pero me resulta difícil comprender esa clase de... temor.

—Me imagino que no tiene tanta importancia —masculló Andrew, sin mirarle—. No aquí.

Damon se apenó de que algo tan simple para él pudiera causar tantas dudas, tanto verdadero temor a su amigo.

—No —dijo preocupado—, pero, Andrew, estamos casados con hermanas mellizas. Probablemente pasemos juntos gran parte de nuestra vida. ¿Siempre tendré que temer que un momento de... de afecto pueda volverte ajeno, perturbarte hasta el punto de que todos nosotros, incluso las mujeres, terminemos heridos? ¿Siempre temerás que yo... transgreda algún límite invisible, que traté de obligarte a algo que... rechazas tanto? ¿Cuánto tiempo... — y su voz se quebró—... cuánto tiempo estarás en guardia conmigo?

Andrew sintió una profunda incomodidad. Deseaba estar a mil millas de distancia para no tener que encontrarse así, expuesto a la intensidad de Damon, a su proximidad. Nunca se había dado cuenta de lo que significaba ser telépata y formar parte de un grupo como éste, en el que no había manera de ocultarse. Cada vez que trataban de ocultarse de los otros tenían problemas. Tenían que enfrentarse a los, hechos. Bruscamente, levantó la cabeza y miró directamente a Damon.

—Mira, eres mi amigo —dijo en voz baja—. Cualquier cosa que desees... estará bien para mí. Trataré de no... no turbarme con las cosas. Yo... —ni siquiera sus manos se tocaban, pero de alguna manera le pareció que Damon y él estaban muy juntos, abrazándose como hermanos— lo siento, siento haber herido tus sentimientos. No quiero herirte por nada del mundo, Damon, y si no lo sabes, deberías saberlo.

Damon le miró tremendamente conmovido, percibiendo la tremenda valentía que Andrew debía tener para decirle eso. Un extraño, que había llegado de muy lejos. Sabiendo que Andrew ya había franqueado más de la mitad del abismo, que había cerrado la herida infligida, le rozó levemente la muñeca, con el roce que los telépatas usaban entre sí para hacer más intensa la intimidad.

—Y yo trataré de recordar —dijo Damon suavemente— que todo esto es extraño para ti. Ahora eres hasta tal punto uno más de nosotros que a veces me olvido de hacer concesiones. Y ahora basta. Hay trabajo que hacer. Debo buscar en los archivos de Armida para ver si hay allí algún registro del festival de Fin de Año, de antes de las Épocas de Caos y del incendio de Neskaya. Si aquí no hay nada, debo mirar en los registros de todas las otras Torres, y parte de ese trabajo tendrá que hacerse por difusión telepática. No puedo viajar a Arilinn, a Neskaya y a Dalereuth, pero verdaderamente creo que ahora podremos tener la respuesta en algún momento.

Empezó a contarle todo a Andrew. Todavía se sentía cansado y deprimido, producto de la fatiga residual del largo viaje por el supramundo que todavía le perturbaba con la inevitable reacción. Se dijo que no debía echar la culpa a Andrew por su propio estado mental. Sería más fácil cuando todos ellos volvieran a su estado normal.

Pero al menos, pensó, ahora había alguna esperanza de lograrlo.

16

La búsqueda en los archivos de Armida resultó improductiva. Había registros de toda clase de festivales que habían sido habituales en algún momento en las Kilghard Hills, pero el único festival de Fin de Año que Damon pudo descubrir era un viejo ritual de fertilidad que se había extinguido mucho tiempo antes del incendio de Neskaya y que no parecía tener nada que ver con el problema de Calista. Sin embargo, ahora que la investigación estaba en marcha, ella parecía más paciente, y su salud siguió mejorando.

Había tenido dos veces la menstruación, pero aunque Damon insistió en que, por precaución, la joven pasara un día en cama cada vez, y había estado preparado para limpiarle los canales otra vez si era necesario, nada de esto hizo falta. ¡Era un buen signo con respecto a su salud física, pero malo para el eventual desarrollo de la selectividad normal de sus canales!

El trabajo invernal normal de Armida dejó paso a un invierno benigno a medida que se aproximaba el deshielo de primavera. Como era usual durante el invierno, Armida estaba aislada, con pocas noticias de lo que ocurría en el mundo exterior. Las noticias más insignificantes adquirían gran importancia. Una de las yeguas de los campos de pastoreo más bajos había dado a luz mellizas.
Dom
Esteban se las regaló a Calista y Ellemir, diciéndoles que en pocos años podrían tener la misma cabalgadura. El viejo juglar, Yashri, que había tocado en el baile del Solsticio de Invierno, se rompió dos dedos de una mano en una caída, borracho, tras una fiesta de cumpleaños en la aldea, y su nieto de nueve años vino con orgullo a Armida, trayendo el arpa del abuelo —que era casi tan alta como él— para tocar para ellos durante las largas noches. Una mujer del límite de la propiedad dio a luz cuatro niños en un único parto, y Calista fue con Ferrika hasta la aldea en cuestión para entregar regalos y buenos deseos. Una tormenta súbita la obligó a pasar dos noches fuera de casa, para preocupación de Andrew. Cuando regresó y Andrew le preguntó por qué había sido necesario su alejamiento, ella le dijo suavemente:

—Era necesario para seguridad de las criaturas, esposo mío. En las montañas más distantes la gente es ignorante. Consideran un nacimiento así como un suceso afortunado o maligno... ¿y quién sabe cuál de las dos posibilidades pueden elegir? Ferrika puede
decirles
que todo son tonterías, pero ellos no le prestarán atención porque es una de ellos, a pesar de ser una comadrona entrenada en Arilinn, Amazona libre y probablemente mucho más inteligente que yo. Pero yo soy
Comyn
, y
leronis
. Si llevo presentes a los niños, y consuelo a la madre, la gente sabe que están bajo mi protección, y al menos no los considerarán como un terrible presagio de alguna catástrofe inminente.

—¿Cómo eran los bebés? —preguntó ansiosamente Ellemir, y Calista hizo una mueca.

—Todos los recién nacidos me parecen conejos pelados para el asador, Elli, extraordinariamente feos.

—¡Oh, Cal, cómo puedes decir
eso
!—le reprochó Ellemir—. Bien, tendré que ir a verlos por mí misma. ¡Cuatro de una vez, qué maravilla!

—Sin embargo, es duro para la pobre mujer. Pude lograr que dos de las mujeres de la aldea colaboraran para amamantarlos, pero incluso antes de que sean destetados tendremos que enviarles algún animal lechero.

La noticia del nacimiento cuádruple se extendió por las montañas, y Ferrika dijo que le alegraba que todavía fuera invierno y que los caminos no estuvieran en muy buenas condiciones —aunque ciertamente era un invierno benigno—, pues si no la pobre mujer estaría acosada por mucha gente llegada a ver la maravilla. Andrew se preguntó cómo sería un invierno severo, si éste era benigno. Supuso que algún año lo averiguaría.

Había perdido la noción del paso del tiempo, salvo en lo que se refería a las fechas esperadas de nacimientos en las caballerizas, por lo cual se enfrascaba en largas y complejas discusiones con Dom Esteban y Rhodri acerca de los acoplamientos de las mejores yeguas. Los días se alargaban perceptiblemente cuando reparó por la fuerza en el paso del tiempo.

Había llegado a la casa tras un largo día a caballo, y se dispuso a subir para lavarse y prepararse para la comida de la noche. Calista se hallaba en el Gran Salón con su padre, enseñándole a tocar el arpa. Ellemir le recibió en la puerta de la suite que compartían y le condujo a su mitad de las habitaciones.

Esto no era inusual. Damon había estado abstraído en su investigación, y de tanto en tanto hacía prolongados viajes por el supramundo. Hasta ahora sus esfuerzos habían sido estériles, pero había sufrido las consecuencias normales del trabajo de matriz, y Ellemir, de manera natural, había acogido a Andrew varias veces en su lecho. Al principio, él había aceptado la situación como lo que siempre había sido, un sustituto de la incapacidad de Calista. Después, una noche, cuando tan sólo estaba durmiendo con ella —que había rechazado una intimidad mayor, diciéndole que estaba muy cansada—, había advertido que no deseaba solamente eso de Ellemir.

La amaba. No como sustituía de Calista, sino por ella misma. La idea le resultó intensamente perturbadora, ya que siempre había creído que enamorarse de una mujer involucraba desenamorarse de todas las otras. Ocultó cuidadosamente el pensamiento, sabiendo que la perturbaría, y sólo se permitió explorarlo cuando estaba en medio de las montañas, lejos de todos.
Que Dios me ayude, ¿me he casado con la mujer equivocada?
Y sin embargo cuando volvió a ver a Calista, supo que no la amaba menos que antes, que la amaría eternamente aunque no pudiera ni rozarle la punta de los dedos. Las amaba a las dos. ¿Qué podía hacer al respecto? Ahora, mientras miraba a Ellemir, pequeña, sonriente y sonrojada, no pudo evitar tomarla en sus brazos y besarla apasionadamente.

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