—¿Sola? No siempre. En la Torre, todos estamos más próximos de lo que puedes imaginar. Todos somos parte de los otros. Aun así, como Celadora yo siempre estaba aparte, separada por una... una barrera que nadie podía atravesar. Creo que realmente hubiera sido más fácil estar verdaderamente sola. Ellemir sintió que su hermana no estaba hablándole a ella, sino a recuerdos remotos e incompartibles, tratando de expresar con palabras algo que nunca había deseado decir.
—En la Torre, los otros podían expresar de algún modo esa intimidad, esa proximidad. Podían tocarse. Podían amar. Una Celadora aprende un doble aislamiento. A estar cerca, más cerca que nadie, de cada una de las mentes que integran el círculo de matriz, y sin embargo... aprende a no ser real para ellos. No es nunca una mujer, ni siquiera un ser humano vivo, que respira. Sólo... sólo una parte de las pantallas y los transmisores.
Hizo una pausa, con la mente perdida en esa vida extraña, defendida, solitaria que había llevado durante tantos años.
—Hay tantas mujeres que lo intentan y fracasan. Se involucran, de algún modo, en el aspecto humano de los otros hombres y las otras mujeres que están allí. Durante el primer año que pasé en Arilinn, vi a seis muchachas que llegaron para recibir entrenamiento de Celadora y que fracasaron. Y me sentí orgullosa por poder resistir el entrenamiento. No es... fácil —dijo, sabiendo que las palabras resultaban ridículamente inadecuadas. No daban cuenta de los meses de rígida disciplina mental y física, hasta acostumbrar a la mente a un poder increíble, hasta que el cuerpo pudiera soportar esas tensiones y flujos inhumanos. Finalmente volvió a hablar, con suavidad y amargura ¡Ahora desearía haber fallado también! —y se detuvo al escucharse, horrorizada.
—Me gustaría que no hubiésemos crecido tan separadas, breda —dijo Ellemir con ternura. Casi por primera vez, había pronunciado la palabra que significaba hermana en el modo íntimo y que también significaba querida. Calista respondió más al tono que a la palabra.
—Nunca ocurrió que no... no te amara, o que no te recordara, Ellemir. Pero me enseñaron... ¡y no sabes cómo...!, a mantenerme apartada de cualquier contacto humano. Y tú eres mi hermana melliza, la persona más próxima a mí. Durante el primer año, lloré cada noche hasta dormirme porque te extrañaba muchísimo. Pero más tarde empezaste a ser lo mismo que toda mi vida anterior a Arilinn, alguien a quien sólo había conocido en sueños. Y así, después, cuando me permitieron verte de tanto en tanto, traté de mantenerte distante, como parte de ese sueño, para no desgarrarme con cada nueva separación. Nuestras vidas estaban separadas, y yo sabía que debía ser así.
Su voz era más triste que las lágrimas. Impulsivamente, ansiosa por consolarla, Ellemir se tendió junto a su hermana y la abrazó. Calista se puso rígida ante el contacto; después, suspirando, se quedó inmóvil, pero Ellemir percibió el esfuerzo que hacía su hermana para no desasirse. Pensó, con un violento estallido de furia:
¿Cómo pueden haberle hecho esto? ¡Es algo deformante, como si la hubieran convertido en una inválida, o en una jorobada!
La abrazó fuerte antes de hablar.
—¡Espero que hallemos el camino para encontrarnos nuevamente!
Calista toleró el gesto, aunque no se lo devolvió.
—Yo también lo espero, Ellemir —dijo tan sólo.
—Resulta espantoso pensar que jamás estuviste enamorada.
—Oh, no es tan malo —dijo su hermana, con ligereza—. En la Torre estábamos tan próximos que supongo que, de algún modo, siempre estábamos enamorados. —Estaba demasiado oscuro como para que Ellemir pudiera ver el rostro de Calista, pero de todos modos percibió su sonrisa cuando la otra continuó—:
¿Qué pasaría si te dijera que cuando llegué a Arilinn, Damon todavía estaba allí, y durante un tiempo me imaginé que estaba enamorada de él? ¿Eres muy celosa, Ellemir? Ellemir se rió.
—No, no demasiado.
—Era un técnico importante, me enseñó a monitorear. Por supuesto, para él yo no era una mujer, sino tan sólo una niña al principio del adiestramiento. Por supuesto, para él no existía ninguna mujer, salvo Leonie... —Se interrumpió y dijo rápidamente—: Eso fue hace mucho, por supuesto.
Ellemir se rió a carcajadas.
—Sé que el corazón de Damon es completamente mío. ¿Cómo pondría sentir celos del amor de un hombre por una Celadora, una virgen juramentada? —Ellemir escuchó sus propias palabras y se interrumpió, consternada—: ¡Oh, Calista, no tuve intención de decir...!
—Creo que sí —dijo Calista con amabilidad—, pero el amor es el amor, incluso sin que haya manifestaciones físicas. Si no lo hubiera sabido desde antes, lo habría aprendido en las cavernas de Corresanti, cuando llegué a amar a Andrew. Es amor, y era genuino, y en tu lugar no me reiría de eso, ni menospreciaría el amor de Damon por Leonie como si se tratara de la fantasía de un jovencito. —Pensó, aunque no lo dijo, que había sido suficiente corno para perturbar la tranquilidad de Leonie, aunque nadie más que Calista hubiera podido adivinarlo.
Hizo bien en despedir a Damon...
—A mí me parece extraño amar sin deseo —dijo Ellemir—, y no me resulta demasiado real, digas lo que digas.
—Hubo hombres que me desearon —comentó Calista suavemente—, a pesar del tabú. Sucede. La mayoría de las veces ese deseo no me provocó nada. Sólo me hizo sentir como si... como sí unos insectos sucios reptaran por mi cuerpo. Pero en otras oportunidades, casi deseé saber cómo desear, dar una respuesta.
De repente su voz se quebró. Ellemir percibió una nota salvaje, casi de terror.
—¡Oh, Ellemir, Elli...! Si no soporto el contacto de mi hermana melliza, ¿qué le haré a Andrew? Oh, por piedad de Avarra, ¿cuánto tendré que herirlo?
—
Breda
, Andrew te ama, seguramente comprenderá...
—¡Pero comprender tal vez no sea suficiente! ¡Oh, Elli, aunque se tratara de alguien como Damon, que conoce las costumbres de la Torre, que sabe qué es una Celadora, yo seguiría teniendo miedo! ¡Y Andrew no lo sabe, no comprende, y no hay palabras para explicárselo! Y él también ha abandonado el único mundo que conocía... ¿Qué le ofreceré a cambio?
—Pero tú has sido liberada de tu juramento de Celadora —dijo Ellemir con suavidad. Sabía que un hábito de muchos años no desaparecería en un día, pero una vez que Calista se librara de sus temores, todo iría bien. Abrazó estrechamente a su hermana y le dijo, con ternura—: No hay nada que temer en el amor,
breda
, aunque te parezca extraño o aterrador.
—Sabía que no comprenderías —dijo Calista, suspirando—. Había otras mujeres en la Torre, mujeres que no vivían según las leyes de una Celadora, que eran libres para compartir la intimidad que todos compartíamos. Había tanto... tanto amor entre nosotros, y yo sabía qué felices les hacía amar, o incluso satisfacer el deseo, cuando no había amor sino tan sólo... necesidad, y amabilidad. —Volvió a suspirar—. No soy ignorante, Ellemir —dijo con curiosa dignidad—, inexperta sí, a causa de lo que soy, pero no ignorante. He aprendido maneras de... no ser demasiado consciente de ello. Era más fácil así, pero yo sabía, oh, sí, sabía. Del mismo modo que sabía, por ejemplo, que tuviste otros amantes antes de Damon.
Ellemir se rió.
—Nunca hice de eso un secreto. Si no te lo conté, fue porque conocía las leyes por las que tú vivías, o al menos sabía tanto como puede saber un espectador, y esas leyes se interponían como una barrera entre nosotras.
—Pero seguramente sabrías que yo te envidiaba —dijo Calista, y Ellemir se incorporó, para mirar a su melliza con sorpresa y consternación. Apenas podían verse; una pequeña luna verde, un pequeñísimo cuarto creciente, pendía más allá de la ventana.
—¿Envidiarme... a mí? —preguntó al fin Ellemir, vacilante—. Yo creía... creía que seguramente... una Celadora, juramentada, me despreciaría, o le resultaría una vergüenza que yo... que una
comynara
... no fuera diferente de una campesina, ni de cualquier otro animal hembra en celo.
—¿Despreciarte? Nunca —dijo Calista—. Si no hablamos demasiado sobre eso, es porque tememos no poder soportar nuestras diferencias. Hasta las otras mujeres de la Torre, que no comparten nuestro aislamiento, nos consideran extrañas, casi inhumanas... El aislamiento, la distancia, el orgullo, se transforman en nuestra única defensa para ocultar una herida, para ocultar nuestra propia... nuestra propia deficiencia.
Su voz temblaba, pero Ellemir pensó que el rostro de su hermana, bajo la penumbrosa luz de la luna, lucía inhumanamente impasible, como esculpido en piedra, Calista parecía estar desgarradoramente lejana, parecía que ambas trataban de hablar atravesando un enorme y doloroso abismo que se extendía entre las dos.
Durante toda su vida, Ellemir había aprendido a pensar en una Celadora como en alguien muy remoto, por encima de ella, alguien que debía ser reverenciada, casi venerada. Hasta su propia Hermana, su melliza, era como una diosa, totalmente fuera de su alcance. Ahora, por un momento, experimentó una sobrecogedora sensación de marcha atrás, que hacía desaparecer todas sus certidumbres: ahora era Calista la que la consideraba por encima de ella, la que la envidiaba, Calista la que era de algún modo más joven y más vulnerable, que ya no estaba ataviada con la remota majestad de Arilinn, sino que se había convertido en una mujer corriente, frágil, insegura...
—Querría haber sabido todo esto antes, Cal... —dijo Ellemir en un susurro.
—Yo misma querría haberlo sabido antes —contestó Calista con una sonrisa de tristeza—. No se nos estimula demasiado a pensar en esas cosas, ni en ninguna otra que no sea nuestro trabajo. Sólo ahora empiezo a descubrirme como mujer, y... y no sé muy bien por dónde empezar. —A Ellemir la confesión le resultó increíblemente triste. Al cabo de un momento Calista volvió a hablar en la oscuridad—. Ellemir, te he dicho todo lo que puedo decirte sobre mi vida. Cuéntame algo de la tuya. No quiero fisgonear, pero tú has tenido amantes. Cuéntame eso. Ellemir vaciló, pero percibió que detrás de la pregunta había algo más que mera curiosidad sexual. También había eso, y considerando el modo en que Calista había sido obligada a eliminar esa parte de sí durante sus años de Celadora, la curiosidad era un síntoma saludable y un buen augurio con respecto a su inminente matrimonio. Pero también había algo más, el deseo de compartir la vida de Ellemir durante los años de su separación. Respondiendo impulsivamente a esa necesidad, Ellemir dijo:
—Fue el año que se casó Dorian. ¿Conociste a Mikhail?
—Lo vi en la boda. —Dorian, la hermana mayor, se había casado con un primo
nedestro
de Lord Ardáis—. Me pareció un joven amable y cortés, pero no cambié con él más de una docena de palabras. Yo había visto muy poco a Dorian desde la infancia.
—Fue en invierno —dijo Ellemir—. Dorian me rogó que fuera a pasar el invierno con ella; se sentía sola, ya estaba embarazada, y había hecho muy pocas amigas entre las mujeres montañesas. Papá me dio permiso. Y en primavera, cuando el embarazo ya estaba muy adelantado y a Dorian no le daba ningún placer compartir la cama con Mikhail, él y yo nos habíamos hecho tan amigos que yo ocupé el lugar de Dorian. —Soltó una risita, acordándose de algo.
—¡No tenías más de quince años...! —dijo Calista, alarmada.
Ellemir se rió.
—Ya es edad para casarse, Dorian no era mayor cuando lo hizo. ¡Yo también me hubiera casado, si papá no me hubiera pedido que me quedara en casa para atenderle!
Una vez más Calista sintió una envidia cruel, un sentimiento de desesperada soledad. ¡Qué simple había sido todo para Ellemir, y qué directo! ¡Y qué diferente era todo para ella!
—¿Hubo otros? —preguntó.
—No muchos —respondió Ellemir en la oscuridad—. Aprendí que me gustaba acostarme con los hombres, pero no quería que se chismorreara sobre mí como lo hacen sobre Sybil-Mhari... habrás oído decir que toma amantes entre los Guardias, e incluso entre los criados... y además no quería tener un niño que no se me permitiría criar, aunque Dorian me aseguró que si me quedaba embarazada de Mikhail, ella se ocuparía del niño. Y no quería que me casaran deprisa y corriendo con alguien que no me gustara, y sabía que eso era lo que haría papá si se producía algún escándalo. De modo que no hubo más de dos o tres hombres que pudieran decir, si querían, que habían tenido más de mí que la punta de los dedos para besar en la noche de Solsticio de Verano. Ni siquiera Damon. Ha esperado pacientemente...
Soltó una risita de excitación. Cal acarició el pelo suave de su melliza.
—Bien, ahora la espera casi ha terminado, querida.
Ellemir se apretó contra su hermana. Podía percibir los temores de Calista, su ambivalencia, pero todavía no entendía su naturaleza.
Ha hecho votos de virginidad
, pensó Ellemir,
ha vivido toda su vida separada de los hombres, de modo que no es sorprendente que sienta temor. Pero una vez que comprenda que es libre, y que Andrew será amable con ella, y paciente, será por fin feliz... feliz como yo... y Damon.
Estaban ligeramente en contacto, y Calista captó los pensamientos de Ellemir, pero no quiso preocupar a su hermana diciéndole que las cosas no eran tan simples.
—Debemos dormir,
breda
, mañana es el día de nuestra boda y mañana por la noche —agregó con picardía— es probable que Damon no te deje dormir demasiado.
Riéndose, Ellemir cerró los ojos. Calista quedó en silencio, con la cabeza de su hermana apoyada sobre su hombro, observando la oscuridad. Al cabo de un largo rato sintió que el hilo del contacto telepático entre ambas se adelgazaba y que Ellemir soñaba, ya dormida. Silenciosamente se levantó de la cama y fue hasta la ventana, a observar el paisaje inundado por la luz de la luna. Permaneció allí hasta que sintió frío, hasta que las lunas se pusieron y una fina llovizna empezó a empañar los cristales. Con la dura disciplina que había adquirido durante muchos años, no lloró.
Puedo aceptar esto y soportarlo, como he soportado tantas otras cosas. Pero ¿y Andrew? ¿Puedo soportar lo que le haré a él, lo que le haré a su amor?
Permaneció allí inmóvil hora tras hora, helada pero sin advertirlo, pues su mente se había retirado a uno de esos dominios más allá del pensamiento, a los que le habían enseñado a entrar para refugiarse y protegerse de las ideas atormentadoras, y había dejado atrás su cuerpo frío y acalambrado, ese cuerpo que le habían enseñado a despreciar.