Damon evitó dolorosamente la pregunta. Era imposible que ella lo hubiera dicho a propósito, no al menos en el sentido que él le daba.
Ya no vivían en los días anteriores a las Épocas de Caos, cuando las Celadoras eran mutiladas, e incluso castradas, convirtiéndolas en algo menos que una mujer. Oh, sí, aún se entrenaba a las Celadoras, Damon lo sabía, con una terrible disciplina, habituándolas a vivir separadas de los hombres, infundiéndoles reflejos profundos en el cuerpo y en la mente. Pero ya no se las cambiaba. Y seguramente Leonie no podía haber sabido... si no, pensó Damon, no le hubiera hecho justamente esa pregunta a él. Se protegió en la inocencia de Leonie, se obligó a mirarla, a decirle suavemente:
—Sin duda, Leonie, si amara tanto como Andrew.
Mientras luchaba duramente para lograr que su voz se mantuviera firme e impasible, algo de su lucha interna se comunicó a Leonie. Ella alzó los ojos, rápidamente y apenas por un momento, un segundo o menos. Sus miradas se encontraron pero rápidamente Leonie desvió sus ojos.
Ellemir
, se acordó Damon con desesperación.
Ellemir, mi amada, mi prometida.
—Trata de enfrentarte a Andrew sin prejuicios —dijo con voz tranquila—, y creo que advertirás que es una clase de hombre a quien con gusto entregarás a Calista en matrimonio.
Leonie había vuelto a controlarse.
—Tus palabras te honran, Damon. Pero aun cuando lo que me dices sea cierto, sigo sintiendo cierta reticencia.
—Lo sé —dijo Damon, observando el camino. Ya tenían a la vista los grandes portales de Armida, el predio hereditario del Dominio de Alton. Mi casa, pensó, y Ellemir esperándole.
—Pero aun cuando lo que
tú
dices sea cierto, Leonie, no sé qué podremos hacer para detener a Calista. No es ninguna tonta jovencita engreída, es una mujer adulta, entrenada en la Torre, capacitada, acostumbrada a tener opinión, y creo que hará su voluntad, a despecho de todos nosotros.
Leonie suspiró.
—No la obligaría a regresar contra su voluntad: la carga de una Celadora es demasiado pesada para llevarla a regañadientes. Yo la he llecado toda la vida, y lo sé. —Parecía cansada, agobiada por el peso—. Sin embargo, no es facil dar con una Celadora. Si puedo conservarla para Arilinn lo haré, Damon, debes saberlo.
Damon lo sabía. Los antiguos dones psi de los Siete Dominios, fijados en los genes de las familias del Comyn cientos de miles de años atrás, eran ahora más escasos y estaban moribundos. Los telépatas eran más escasos que nunca. Ya no podía darse por hecho que los hijos e hijas en línea directa de cada uno de los Dominios tendrían el don, el poder psi heredero de su Casa. Y ahora apenas le importaba a nadie. El hermano mayor de Damon, el heredero de la familia Ridenow de Serrais, no tenia
laran
. Damon era el único de los hermanos que poseía
laran
pleno, y nadie lo había honrado de manera especial por ello. Por el contrario, su trabajo en la Torre había logrado que sus hermanos lo despreciaran, por considerarlo menos que un hombre. Era difícil encontrar telépatas suficientemente potentes para el trabajo de la Torre. Algunas de las antiguas Torres habían sido clausuradas y permanecían oscuras, sin enseñar, sin trabajar con las antiguas ciencias psi de Darkover. Los que no pertenecían o sólo tenían un mínimo de sangre Comyn habían sido admitidos en las Torres menores, aunque Arilinn se atenía a las costumbres antiguas, y solo admitía a aquellos estrechamente vinculados, por sangre, a los Dominios. Y se encontraban pocas mujeres con la fuerza, la capacidad psi y la energía —más la voluntad y el valor necesarios para sacrificar casi todo lo que era querido para una vida de mujer en los Dominios— que hacían falta para soportar la terrible disciplina de las Celadoras. ¿A quien encontrarían para ocupar el lugar de Calista?
Entonces, en cualquier sentido sería una tragedia. Arilinn debía perder una Celadora... o Andrew una esposa y Calista un marido. Damon suspiró profundamente.
—Lo sé, Leonie —dijo, y ambos cabalgaron en silencia hasta los grandes portales de Armida.
Desde el patio exterior de Armida, Andrew Carr vio a los jinetes que se aproximaban. Llamó a los mozos de establo para que se hicieran cargo de los caballos, y fue al salón principal para anunciar su llegada.
—Ése debe ser Damon que regresa —dijo Ellemir, excitada, y corrió hacia el patio. Andrew la siguió más lentamente, con Calista a su lado.
—No es Damon solo contestó ella, y Andrew supo, sin necesidad de preguntarle, que la joven había usado su capacidad psi para establecer la identidad de los jinetes. El ya se había acostumbrado a eso, y no le resultaba misterioso ni atemorizante.
Calista le sonrió, y Andrew volvió a sentirse impresionado por la belleza de la joven. Tendía a olvidarla cuando no la miraba. Antes de verla por primera vez, ya había llegado a conocer su mente y su corazón, su amabilidad, su coraje, su rápido entendimiento. Había llegado a conocer y a valorar su ingenio y su alegría, incluso cuando estaba sola, aterrorizada, prisionera en la oscuridad de Corresanti.
Pero también era bella, muy bella, una joven esbelta y de miembros largos, con pelo cobrizo flojamente recogido sobre la nuca, y ojos grises bajo cejas rectas.
—Es Leonie, la
leronis
de Arilinn —dijo ella mientras caminaba junto a él—. Ha venido, tal como se lo pedí.
Él le tomó la mano con suavidad, aunque ese gesto era siempre arriesgado. Sabía que la joven había sido entrenada y disciplinada, mediante métodos que ni siquiera podía suponer, para evitar hasta el más leve roce. Pero esta vez, aunque sus dedos se estremecieron, Calista los dejó en la mano de él, y pareció que ese leve temblor era una tormenta que la estremecía, interiormente, a través de su calma aparente. El pudo ver, en las manos y muñecas delgadas de la joven, un gran número de diminutas cicatrices, quemaduras o cortes curados. Una vez la había interrogado acerca de ellas. La joven se había encogido de hombros, diciendo solamente:
—Estas heridas están curadas desde hace mucho tiempo. Fueron... una ayuda para recordar. —No había dicho nada más, pero el había podido adivinar el significado, y el horror volvió a estremecerlo. ¿Alguna vez llegaría verdaderamente a conocer a esta mujer?
—Creí que
tú
eras la Celadora de Arilinn —dijo Andrew ahora.
—Leonie ha sido la Celadora desde antes de que yo naciera. Ella me entrenó para que yo ocupara algún día su lugar. Ya había empezado a trabajar como Celadora. A ella le corresponde liberarme, si lo desea. —Una vez más se estremeció ligeramente, lanzándole una rápida mirada de soslayo. ¿Que poder tenía esa terrible anciana sobre Calista?
Andrew observó a Ellemir, que corría hacia las puertas. ¡Qué parecida era a Calista —la misma esbeltez, el mismo pelo cobrizo dorado, los mismos ojos grises, pestañas negras, cejas rectas—..., pero que diferente de su melliza! Con una tristeza tan profunda que ni siquiera le pareció envidia, Andrew vio como Ellemir corría hacia Damon, vio que él se deslizaba de la montura, la estrechaba fuertemente y la besaba. ¿Alguna vez Calista seria suficientemente libre como para correr hacia él de esa manera?
Calista le llevó hasta Leonie, que había desmontado con la ayuda de un miembro de su propia escolta. Los delgados dedos de Calista estaban todavía en manos de Andrew, como un gesto de desafío, como una deliberada transgresión del tabú. Él sabía que ella deseaba que Leonie viera eso. Damon presentaba a Ellemir a la Celadora.
—Nos honras, señora. Bienvenida a Armida.
Andrew observó atentamente mientras Leonie se quitaba la capucha. Preparado para encontrarse con alguna vieja horrible, se sorprendió al ver que era tan solo una mujer mayor, delgada y frágil, con ojos todavía adorables y sombreados por largas pestañas, e indicios de lo que debía haber sido una belleza notable. No tenía aspecto severo ni formidable, y sonreía amablemente a Ellemir.
—Eres muy parecida a Calista, niña. Tu hermana me ha enseñado a amarte; estoy contenta de conocerte por fin. —Tenía una voz amable y clara, muy suave. Después se volvió hacia Calista, extendiendo las manos en un gesto de saludo.
—¿Ya estás bien,
chiya
? —Era bastante sorprendente que alguien llamara «niñita» a la imponente Calista. La joven soltó la mano de Andrew; sus dedos rozaron las yemas de los de Leonie.
—Oh, sí, bastante bien —dijo, riéndose—, pero todavía duermo como los niños pequeños, con una luz en el cuarto, para no despertar en la oscuridad pensando que otra vez estoy en esas condenadas cavernas de los hombres-gato. ¿Estás avergonzada de mi, prima?
Andrew hizo una reverencia formal. Ahora conocía lo suficiente de los modales darkovanos para saber que no debía mirar directamente a la
leronis
, pero sintió sobre él los ojos grises de Leonie.
—¡Éste es Andrew, mi prometido! —dijo Calista, con una voz ligeramente desafiante.
—Calla,
chiya
, todavía no tienes derecho a decir eso —la reprendió Leonie—. Hablaremos de eso más tarde. Ahora debo ir a saludar a mi anfitrión.
Recordando sus deberes de anfitriona, Ellemir soltó la mano de Damon y acompañó a Leonie hasta la escalera. Andrew y Calista les siguieron, pero cuando él intentó tomar a la joven de la mano, ella la retiró, no deliberadamente sino sin darse cuenta, con un hábito de años. El sintió que ella ni siquiera advertía su presencia.
El Gran Salón de Armida era una enorme habitación con piso de piedra, amueblada a la antigua usanza, con bancos junto a la pared, y con antiguas armas y estandartes que colgaban encima de la gran chimenea de piedra. En un extremo del recinto había una mesa. Cerca de ella,
Dom
Esteban Lanart, Lord Alton, estaba tendido en una cama con ruedas, entre almohadas. Era un hombre grande y pesado, de hombros anchos y abundante pelo rojizo veteado de gris. Cuando entraron los huéspedes, dijo con voz severa;
—Dezi, muchacho, ayúdame a sentarme para recibir a mis huéspedes. —Un joven que se encontraba sentado en uno de los bancos se incorporó de un salto, con pericia apiló las almohadas y levantó al anciano hasta dejarlo sentado en la cama. Al principio, Damon creyó que el muchacho era uno de los criados de Esteban, pero luego advirtió la gran semejanza que existía entre el viejo señor del Comyn y el joven que le atendía.
Era solamente un muchacho, delgado como un látigo, con rizado pelo rojo y ojos mas azules que grises, pero sus facciones eran casi iguales a las de Ellemir.
Se parece a Coryn
, pensó Damon. Coryn había sido el hijo mayor de
Dom
Esteban y de su primera esposa, que había muerto mucho tiempo atlas. Mucho mayor que Ellemir y Calista, había sido el amigo juramentado de Damon cuando ambos eran adolescentes. Pero hacia muchos arios que Coryn estaba muerto y sepultado. Y no había vivido lo suficiente como para dejar un hijo de esta edad... era imposible.
Sin embargo
, pensó Damon,
el muchacho es un Alton. ¿Pero quién es? ¡Nunca lo he visto!
No obstante, Leonie pareció reconocerlo de inmediato.
—¿Así que has encontrado un lugar, Dezi?
El muchacho esbozo una sonrisa obediente.
—Lord Alton me hizo llamar para que sirviera aquí, señora.
—Mis saludos, prima —dijo Esteban Lanart—. Lamento no poder levantarme para darte la bienvenida. Me honras,
Domna
. —Capto la mirada de Damon, y agrego como casualmente—: Olvidé que no conocías a nuestro Dezi. Se llama Desiderio Leynier. Se supone que es un hijo
nedestro
de uno de mis primos, aunque el pobre Gwynn murió antes de poder legitimarlo. Lo hicimos probar por su
laran
y estuvo en Arilinn durante una o dos temporadas, pero cuando necesité tener a alguien todo el tiempo, Ellemir recordó que él estaba de regreso en su casa, así que lo hice llamar. Es un buen muchacho.
Damon se sintió consternado. ¡De qué manera directa, incluso brutal, había hablado
Dom
Esteban, en presencia de Dezi, de su bastardía y de su categoría de pariente pobre! Dezi había apretado los labios, pero había guardado la compostura, y Damon se sintió bien dispuesto hacia él. ¡Así pues, el joven Dezi también sabía lo que era conocer la intimidad y el calor de un círculo de Torre, y después ser arrojado de él!
—Maldición, Dezi, ya hay suficientes almohadas, deja de moverte —ordenó Esteban—. Bien, Leonie, esta no es manera de recibirte bajo mi techo después de tantos años, pero debes tomar el deseo como un hecho y darte por recibida, formalmente, y con todas las cortesías debidas... ¡como si yo pudiera levantarme de esta condenada cama!
—No necesito ninguna cortesía, primo —dijo Leonie, acercándose más—. Solo lamento encontrarte en este estado. Me habían dicho que estabas herido, pero no sabía que fuera tan grave.
—Tampoco yo lo sabía. Era una herida pequeña... me he hecho otras peores y más profundas con un anzuelo; pero grande o pequeña, la medula resultó dañada, y dicen que nunca volveré a caminar.
—Eso ocurre a menudo con las heridas de la medula —observó Leonie—. Eres afortunado si conservas el uso de tus manos.
—Oh, sí, eso supongo. Puedo sentarme en una silla, y Damon ideó un aparato para mi espalda que me permite sentarme sin desmoronarme como si fuera un bebe demasiado pequeño para su sillita alta. Y Andrew ayuda a supervisar las tierras y el ganado, mientras Dezi se dedica a hacer mis recados. Todavía puedo controlar las cosas desde mi silla, así que, como dices, supongo que soy afortunado. Pero fui soldado, y ahora... —Se interrumpió, encogiéndose de hombros—. ¿Damon, muchacho, que tal resultó tu campaña?
—Hay poco que contar, suegro —dijo Damon—. Los hombres-gato que no murieron han escapado a los bosques. Unos pocos presentaron una última defensa, pero murieron. Eso es todo.
Esteban se río con picardía.
—¡Es fácil advertir que no eres un soldado, Damon! Aun así, tengo motivos para pensar que sabes luchar cuando debes hacerlo! Algún día, Leonie, se dirá en todas partes que Damon blandió mi espada en Corresanti contra los hombres-gato, con nuestras mentes en contacto por medio de la matriz... ¡pero eso será otra vez! Por ahora, supongo que si quiero detalles de la campaña y de las batallas, tendré que preguntárselos a Eduin... ¡él sabe que es lo que deseo escuchar! En cuanto a ti, Leonie, ¿has venido a devolverle la sensatez a mi tonta muchacha, para que vuelva a Arilinn, adonde pertenece?