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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

La plaza (13 page)

BOOK: La plaza
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Desde la cumbre inaccesible del poder, 105 Grandes Sacerdotes que lo ejercen justifican:

—Es del dominio público que varios locales, que son edificios públicos por ser propiedad de la Nación y estar destinados a un servicio público, habían sido ocupados y usados ilegalmente, desde fines de julio último, por distintas personas, estudiantes o no, para actividades ajenas a los fines académicos… Estas mismas personas han ejercido el derecho de plantear demandas públicas; pero también casi desde el anonimato, han planteado y ejecutado actos francamente antisociales y posiblemente delictuosos… Hubo necesidad de hacer uso de la fuerza pública para desalojar de los edificios universitarios a las personas que no tenían derecho a permanecer en ellos, con el fin de hacer su entrega a la brevedad posible a los funcionarios correspondientes, así como para restablecer la autoridad interna y salvaguardar la autonomía universitaria
.

Desde la cumbre de la serenidad, más grito de cólera que lamento de derrota, el Rector:

—La ocupación militar de la Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía… La atención o solución de los problemas de los jóvenes requieren comprensión antes que violencia. La razón y la serenidad deben prevalecer sobre la intransigencia y la injusticia. La Universidad debe ser reconstruida, una vez más, porque es parte esencial de la Nación. Los universitarios sabremos cumplir con este deber… Esperemos que los deplorables hechos que confrontamos no afecten irreparablemente la democracia en la República
.

La cinta girará, se repetirá, girará y se repetirá todas las horas que dure el sueño de mi ebriedad. Me olvido de ella; me olvido de Mina «me olvido, incluso, de»

A pesar de lo mucho que bebí, despierto tranquilo, sin jaqueca ni ardor en el estómago: fresco, descansado. Supongo, y por un instante me ahoga una arritmia, que debe ser muy tarde, quizá media mañana, y que he estado perdiendo, en el sueño, un tiempo valiosísimo. No son, sin embargo, más que las seis con diez minutos, y algo así como una sofocación de vergüenza me trastorna un poco al darme cuenta de que pasé la noche con la ropa puesta.

En el cuarto de transmisión encuentro la grabadora que funcionó toda la noche; sus carretes siguen, como los dejé, girando. Comparto la curiosidad del trampero del que pesca con red: ¿qué habrá en la cinta que estoy haciendo, ahora, retroceder? Reconozco, cuando la detengo y la pongo en
forward
, ruidos que pueden ser toses, el golpear nervioso de un anillo, de una moneda o de algún objeto metálico en los hierros de la jaula; bostezos y gruñidos, como si el prisionero se hubiese desesperado varias veces; metros adelante, una vaga voz vagamente dirigida a los carceleros sólo convocables por la palabra:

—Oigan, gentes. . . Traigan algo con que taparme… ¿Me oyen? Algo con que taparme. Una cobija; traigan una cobija para taparme, hijos-de-la-chingada…

Después, la nada del silencio. La cinta pasando sin interrupciones del carrete que la contiene al que la recibe. Son casi las seis y media. A esa hora, mis insomnios lo recuerdan, se transmiten varios noticieros; en realidad es el mismo radio-noticiero que a través de una cadena de estaciones dispersa, para información de los últimos que se acuestan o de los primeros que se levantan, un resumen de los diarios. En un alarido concluye la
Serenata Ranchera Matutina
y luego de que a gritos se nos hace saber que son las 6-y-31-en-punto-de-esta-lindísma-mañanita-mexicana, el locutor lee los boletines: “EL Señor Presidente decidió en su acuerdo de ayer…“; “El Señor Presidente recibió anoche…“ “Para el próximo domingo el Señor Presidente…“ y así, con las reiteradas alusiones al Señor Presidente se gasta el tiempo sin que se haya aludido al secuestro; sin que entre las palabras se haya filtrado una, una siquiera, sobre la cual fincar la hipótesis de que el Gobierno tiene ya conocimiento de que por primera vez se ha consumado por cuenta de particulares el rapto de un personaje de la política. Las estridencias del mariachi, el canto de los gallos, el piar de los pájaros indican que la
Serenata Ranchera Matutina
se reanuda. La consulta a las frecuencias policíacas resulta igual de improductiva. Una patrulla se comunica a su central, y divierte el diálogo entre varias mujeres todavía alegres y sin duda ebrias y los manipuladores de la emisora, con los que conciertan para esta noche una cita en algún lugar que designan sólo como
allá
, un sitio cuya dirección no esclarecen porque les debe a unas y a otros ser conocido.

Frente a mi cara, que la navaja de barbero va desnudando a tajos de la espuma que la cubre, encuentro la cara de un hombre que debería estar pensando en cosas importantes; repasando las razones de su odio; repitiendo el inventario de sus recuerdos; pero que hoy, como lo hacen los labios de la ciudad, como lo hizo Jueves la tarde de ayer, silba la canción en boga o canta a media voz, las únicas palabras del primer verso que sabe:

lalala lala lalala

y
mi corazón gitano por ti se volvió

y al darme cuenta de semejante frivolidad, me endurezco, detestándome; me castigo después con la ducha helada, con el golpe del agua sobre la espalda. Si
ellos
están ablandándose, si
ellos
han empezado a olvidar, no yo, no yo, ¿cómo podría?

…eran los días de la violencia que para otros, en otra parte, había empezado en mayo y que nos alcanza tardíamente, como siempre, igual que las modas, los libros, las ideas y los periódicos que se inventan en París; eran los días en que México-capital vivía estremecida por las algaradas estudiantiles, guerra civil entre jóvenes y granaderos; los días de Las-Grandes-Frases, de la quema de tranvías y los secuestros de autobuses; de la depredación por cuenta de las turbas, de las pedreas y las provocaciones; de los abusos contra las mujeres, de la amenaza de golpes, y de los golpes, si no se cooperaba, dándole dinero a los pedigüeños, con el Movimiento: los días en que las casas que venden armas son clausuradas para evitar que los montoneros las invadan; los días y las noches de pintar y despintar paredes en monótona competencia; los días en que los periódicos publican manifiestos escritos y aparentemente pagados por intelectuales que niegan la «libertad de expresión» que están ejerciendo; los días en que la policía lanza a las calles sus propias bandas de golpeadores de asesinos, de «porristas», guaruras, antes; guantes blancos, pronto; halcones, después, disfrazados de estudiantes, para que ataquen al pueblo, asalten comercios, rompan vidrieras, al grito de «Viva el Movimiento Estudiantil! ¡Muera el Presidente!» Eran los días de los secuestros, de las misteriosas desapariciones, de los menudos incidentes que nutrirían, pasado el tiempo, el reportaje, los libros de testimonios no todos auténticos:

… los llevaron a la Dirección Federal de seguridad. Los agentes, al parecer, sólo querían averiguar que Secretarios de Estado estaban dándole dinero al Movimiento, y cómo obtenían los líderes de éste las armas… Lo único que preguntaban era eso
.

Eran los días de «Todo-Es-Posible-en-la-Paz»
y
de «México recibe con los brazos abiertos a 5u hermanos del mundo»; y eran también los días en que el Zócalo, primero, la Universidad más tarde, habían dejado de ser (aquél, por cuenta de los estudiantes; ésta, por cuenta del Ejército) territorios vírgenes: los días en que la tropa acarreaba sus armas contundentes al extremo opuesto de la capital, al barrio politécnico

… los estudiantes estábamos preparados para recibir a la tropa, unos mil soldados que llegaron en trece tanques ligeros y treinta transportes, cincuenta y nueve patrullas de la Policía Preventiva y 150 agentes de la Policía Judicial se colocaron alrededor… Vuestras «armas» eran rudimentarias, pero, no obstante, asustaron un tiempo a los soldados… Les lanzábamos cohetes, bombas molotov y lo que podíamos… Varias horas los tuvimos a raya
.

(En la estufita a gas he puesto a calentar agua para el café. Beberé un poco y le daré algo a él).

…pero supongo que les cansamos la paciencia o les llegó la orden de la superioridad, porque alrededor de las siete de la tarde, los soldados empezaron a disparar contra los edificios y a llenar el aire con su humo lacrimógeno… Y todo Dios, hombres, mujeres y niños, habitantes de los edificios cercanos al Casco de Santo Tomás, fueron capturados aunque no tenían culpa de nada…

Eran los días en que el MURO, banda fascista que tiene, dicen, influencia de la CIA y que agrupa a miles de estudiantes de la Universidad Nacional y de otros planteles superiores, atacaba con ametralladoras las escuelas del Politécnico, las casas de algunos políticos, los centros de investigación científica, o pretendía dinamitar los viaductos, las torres que transportan desde los lejanos sistemas hidroeléctricos donde se produce, la energía que mantiene vivo el corazón del país.

(El agua ha empezado a hervir. Me preparo con ella una taza de café. La que sobra será para el prisionero al que aún no veo, al que no tengo, ahora, interés de ver).

Eran los días en que las-personas-decentes, molestas por lo que estaba aconteciendo, preocupadas por el espectáculo de InMadurez y DesOrden que escenificábamos ante Los-Ojos-del-Mundo fijos en Nuestra Inminente Olimpiada del 12 de octubre, decían, decíamos; o pensaban, pensábamos:


¿Qué se creen que son estos estudiantes revoltosos? Cuando salen de la Universidad, del Politécnico, de la Escuela de Agricultura, ¿a dónde van a trabajar? O al Gobierno o a los negocios de los burgueses… de esos a los que desprecian
.


Atacan al PRI y lo primero que hacen, si son listos, y aun si no lo son, es ingresar a él. No veo, entonces, por que censuran de ese modo al Partido de la Revolución


Nos guste o no, el PRI es la única razón que tenemos los mexicanos. ¿Por que?, inclusive los ricos, los reaccionarios, forman parte del PRI

Eran los días de mis agrias polémicas con Mina; de mi condena a una manera de ser que desaprobaba porque no la entendía, y no la entendía por que todo: pensamientos, sentimientos y actitudes eran totalmente nuevos para mí, que no hallaba el modo de organizarlos dentro del esquema de valores morales en que había sido educado; y no entendí ¿cómo, si mis oídos eran de otro tiempo?, lo que Mina estaba pidiéndome cuando me decía: «Papá, sé contemporáneo. Eres lindo por fuera; no seas viejo y feo por dentro… No veas cosas sucias donde hay pureza. ¿Mi falda tan corta? Papa, ¡por Dios! Si somos felices, si yo soy feliz, ¿por qué he de taparme? Dime, ¿por qué?», y tomaba su morral de cuero, se lo echaba al hombro en un revuelo de flecos multicolores, fingía con los dedos la V, murmurando
Love, Love, peace-and-love
, repetía
Ciao
, y me dejaba colérico más contra mí (pues no tenía respuestas que ofrecerle) que contra ella que se llevaba una sonrisita de triunfo —y me parecía que a propósito acentuaba el vaivén de su grupa cubierta apenas por la falda cada día más corta, más ceñida, más provocativa que usaba para exhibirse.

(Si él acostumbra endulzar el café, hoy lo tomará, como yo, amargo. Privarlo de azúcar es una venganza irrisoria que, no obstante, me satisface).

Eran, en fin, los días del largo verano en que maduraba la sangre próxima ya a ser vertida en la lluvia de una noche de otoño; eran los días que por un momento, mientras tarareaba:

lalala lala lalala

y mi corazón gitano por ti se volvió

estaba olvidando también, como los han olvidado, que no los vivieron, los muy jóvenes; o, deliberadamente, porque los sufrieron, los que eran igual de jóvenes que éstos aquella noche.

Debe estar dormido porque no escucho que se mueva cuando entro. Una atroz pestilencia infecta el aire y mi estómago se agita, rechazando el olor a diarrea. Enciendo sólo una luz: la del foco que cuelga junto al micrófono y lo veo. Caracol, ha recargado el rostro en un barrote de la jaula, tiene metidas las dos manos enlazadas entre los muslos. Algo gris, que no es nada más la barba, entristece sus mejillas. Está en camisa. Ha usado la chaqueta que vestía para tapar el bote en el que ha ido depositando sus excrementos, sus vómitos, en el curso de la noche. Abre los ojos. Sin lentes, ha de resultarle difícil mirar a quien ha entrado con una taza de café: la que deposito en la tierra del piso.

Se levanta entonces, sin agilidad, con torpeza de anciano. Necesita apoyarse en los hierros. Diríase que fue él quien bebió casi una botella de coñac anoche y aún no se repone.

—Usted, el que anda allí, óigame… Saque esta porquería de aquí… ¿Me oye? No pueden tratarme de este modo… No soy un perro. Tengo derecho a que… Llévese ese bote lleno de mierda…

Desde la sombra yo, me escucha:

—Le traje café. La taza está en el suelo, del lado izquierdo; no vaya a pisarla…

Prendido a ellos con las dos manos, sacude los barrotes:

—Llévese la porquería… La mierda y su café, lléveselos. Tráigame leche. Leche, ¿entiende? Necesito de la que no se hierve, de ésa… Tengo úlcera, ¿sabe?, una úlcera grande y necesito leche, y también pastillas de magnesia. Tráigamelas… Yo pago. ¿Me oye, me oye? Pastillas y leche… Llévese el bote sáquelo de aquí. Respeten lo que soy. Noseanhijosdesuputamadre… ¡Respétenmeeee!

La aguja que vigilo y cuyas oscilaciones regulo se mueve cada vez más acusadamente a medida que el rehén hace crecer el tono de su voz y se enfurece; alcanza el máximo, golpea el tope, cuando él convierte en grito la palabra que insiste en repetir:

— Respétenmeeeee!

El dedo índice oprime con saña el botón de
play
de la Telefunken que reproduce las cintas previamente grabadas, y la celda comienza a anegarse de voces (de mi voz manipulada de suerte que suena como la de otros, como la de muchos); voces que lo acompañarán, como una conciencia, mientras yo esté ausente; que repetirán como un dolor:

… abiertas las manos me empujaron contra el automóvil. Me registraron de pies a cabeza, y luego, sin que les diera yo motivo, empezaron a pegarme… Más tarde nos subieron a un camión del Ejército y nos ordenaron que nos quitáramos los zapatos… Nosotros la pasamos peor: descalzos, los muy cabrones empezaron a pisarnos y si nos agachábamos nos daban golpes de karate o patadas en los huevos… A mí y a varios del grupo nos amarraron las manos y luego nos cortaron el pelo con una bayoneta… Nos tenían en fila. Un oficial dijo: «Ustedes, pinches alborotadores, súbanse al camión», y a medida que pasábamos ante los policías nos daban de madrazos, y algunos nos escupían en la cara… En la Jefatura de Policía nos metieron en una galera del sótano y los agentes se acercaban y así nada más, nos golpeaban duro, diciéndonos

BOOK: La plaza
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