—Esas cosas suceden, Manolo querido, y no puede uno evitarlas. Líos organizados por los comunistas, por los americanos, por los que gustes nombrar… ¿y sabes con qué fin? Para estropearnos la paz y la Olimpiada que tanto nos ha costado… Y si hubo muertos, mala suerte, pero ellos se lo buscaron…
y así, todavía al margen del rencor y de la sangre, proseguí mi polémica con Cali, a la que fueron agregándose, como se agregó Ribeiro, otros solitarios de la noche que cubría, en ese momento, una porción considerable del planeta; una noche, igual de cerrada que esta que he provocado al apagar las luces del cuarto oscuro en el que se lava la serpentina de negativos.
Paso a lo que sin serlo es mi recámara; esta alcoba, contigua a los cuartos de fotografía y de radio, en la que vivo permanentemente desde la noche en que Mina no regresó. Faltarán unos cinco minutos para las once y el silencio se sacude cuando pasa, con el estrépito que trae de Nueva York o de más lejos, el jet de esta hora. He puesto el televisor a funcionar, y cuando todos los circuitos del aparato alcanzan el punto exacto de calentamiento, en la pantalla brota, surge, se materializa una mujer casi desnuda, de caderas suntuosas y espectaculares senos, que se agita, se enrosca, se hace y deshace delante de la cámara ofreciéndose a la codicia visual de quienes, como yo, han llegado a la extrema soledad de tener por única compañía un receptor de TV, y me parece increíble que un espectáculo como el que estoy presenciando (larga copulación sin macho a la que se entrega la mujer de las mas surrealistas) sea permitida por los que deciden lo que sí lo que no podemos ver;
por fin, con un retraso que explica la cantidad de anuncios que a manera de cuña se meten entre los programas, se inicia el noticiero. Los sucesos nacionales son descritos antes que la tediosa información sobre Vietnam, la permanente crisis árabe-israelí, los embates a China comunista por parte de los rusos y el descontento de los países de América Latina por las restricciones de orden económico con que Washington los extorsiona; sucesos nacionales que se reducen a:
—
El Señor Presidente de la República, esto…
—
El Señor Presidente de la República, lo otro…
—
El Señor Presidente de la República, lo de más allá
y el lugar común «el-señor-presidente-de-la-república» reiterado por el locutor suena cada vez más a cosa hueca, huera, vaga, despersonalizada, abstracta. El Señor Presidente de la República; y recuerdo la letanía invariable de injurias o alabanzas que cada mexicano, político o no, dedica (según el lado en que se encuentre) al dios que mágicamente, en ciclos exactos de seis años, muda de rostro y, en ocasiones, de métodos;
cuando ya no quedan por este día mis que agradecerle al Señor-Presidente-de-la-República, cambio de canal y encuentro, no a uno sino a tres comentaristas que me dicen:
—
El Señor Presidente de la República
—
El Señor Presidente de la República
—
El Señor Presidente de la República
—sin que en sus palabras o en su expresión se advierta que tienen, para darla por sorpresa, la Gran-Noticia-del-Año. Las condiciones meteorológicas se mantendrán invariables el día de mañana; se nos desean sueños tranquilos y se nos recomienda, para disfrutar de una embriaguez más placentera y económica, el consumo de…
Esperaba encontrar los noticieros de la noche atestados de referencias al secuestro, pero los noticieros sólo han repetido las sosas informaciones de costumbre. ¿También a la televisión le han impuesto apretada censura? De no ser así, ¿por qué no se aludió al rapto? ¿será tan torpe la policía que aún no descubre el auto abandonado o tan hábil que ya tiene a todos sus agentes y soplones,
madrinas
y verdugos, trabajando en la localización de quienes considere sospechosos de haber organizado el golpe?
Si descarta la posibilidad de que se trata de un secuestro «normal», montado únicamente para cobrar un rescate, la policía tendrá que admitir que en la desaparición del personaje están involucrados otros intereses, fuerzas ajenas al mundo de la delincuencia, personas que con este primer plagio tratan de infiltrar el terror, el suspenso, el miedo entre los próceres de la política. Porque no debe escapar a la perspicacia de los investigadores que el cometido por Jueves y por mí esta tarde, es un acto largamente meditado, cuidadosamente organizado y profesionalmente consumado… ¿Por quiénes?
Con queso y rebanadas ya duras de pan de centeno, y una gran ración de coñac que me he servido en un vaso, me improviso la cena; alimento a mi estómago que ha estado devorándose a sí mismo desde las siete de la mañana, hora en que recibió, como último y único alimento del día, el par de huevos tibios y la tostada que constituyeron su desayuno. La radio policial sigue tranquila: llamadas de rutina, emergencias también de rutina.
Entre los que fueron lastimados en otros días por el prisionero estamos los miembros del grupo. La policía ha de conocer, sin duda, la identidad de cada uno. Podría apostar que ya rastrea en los legajos, que ya remueve todo el dolor que hay en los archivos, buscando los nombres de los deudos de quienes murieron en la plaza del Llanto; es posible que interroguen a cada uno, que lo atormenten: es posible que no, pues son muchísimos los que tendrían que apresar. Si alguno de los que componen mi gestalt fuera detenido, no importa; la seguridad del grupo está garantizada. Hablará, sí, de que un individuo que se hace llamar Domingo lo invitó a participar en el secuestro. Más, ¿quién es Domingo? ¿dónde vive? ¿a qué se dedica? ¿cuál es su relación con Tlatelolco? Podrán matarlo y no conseguirán que diga más de lo que sabe; esto es: nada, excepto una mentira en serie, pues:
ni me llamo Domingo
ni perdí a mi esposa en Tlatelolco
ni soy empleado del Gobierno
.
Sólo eso saben los del grupo, sólo eso. Nada sobre Mina, nada que pueda poner a la policía sobre el rastro de un hombre que está tratando de vengar la muerte que más lo ha afectado, que no se resigna a que en la plaza se haya perdida la vida que más fue suya. ¿Quién podría asociar a Domingo, el viudo-sánchez, el viudo-pérez, el viudo-lópez, el viudo-rodríguez-martínez-hernández, con el padre de una muchacha cuyo segundo apellido, el extranjero, fue siempre erróneamente transcrito por quienes elaboraron la menguada lista oficial de muertos que apareció en los periódicos?
Más aprisa que otras noches el coñac está venciéndome. En ocasiones resisto durante horas sus efectos. Hoy, la ebriedad ha madurado antes de lo que esperaba. Siento que grandes zonas de mi cabeza están ya borrachas. Me veo tambalear mientras, desde el espejo, me miro lavándome los dientes; me oigo trastabillar así que me dirijo a la grabadora y coloco en ella una nueva cinta, la última del día que el hijo de la chingada que tengo encerrado en la jaula soportará toda la noche…
Los pasos, ahora, aplanan el silencio de la ciudad y el helicóptero ronda, amenaza «ojo que el gobierno envió a espiar a los que se dirigen hacia Zócalo. Las mantas son gritos en movimiento»:
LIBERTAD A LA VERDAD: DIÁLOGO
Los volantes de mano explican a quienes los reciben cuáles son Los Seis Puntos cuya satisfacción exigen al gobierno los líderes del movimiento:
1. Libertad de todos los presos políticos
2. Derogación del Artículo 145 del Código Penal Federal
3. Desaparición del Cuerpo de Granaderos
4. Destitución de los jefes policiacos
5. Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto
6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos
.
Pasos. Pasos. Pasos. Tres segundos de pasos. Tres segundos de gritos:
MÉXICO-LIBERTAD-LIBERTAD A LA VERDAD
DIALOGO-MÉXICO LIBERTAD-DIÁLOGO
Tres segundos de helicóptero. Tres segundos de silencio, una voz, informando al país, desde el Congreso:
(—El orden jurídico no es una simple teoría ni un capricho; es una necesidad colectiva vital; sin él no puede existir una sociedad organizada. La policía, pues, debe intervenir en todos los casos en que sea absolutamente necesario. Las autoridades, siempre que sea preciso, la harán intervenir… Defenderé los principios y arrostro las consecuencias… No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos…)
.
Voces en la cinta: la conciencia de la ciudad el coro de los mudos que de pronto recuperan el habla y descubren la eficiencia de la palabra:
…
el gobierno sólo habla consigo mismo… el poder lo ejercen unos cuantos. Siempre los mismos: líderes venales, banqueros ambiciosos, industriales voraces, políticos prevaricadores… En México, aunque el gobierno diga lo contrario, no existe opinión pública; o más bien: una opinión pública distinta a la que tiene bien amaestrada y le bate palmas
…
Un minuto de aplausos continúa a la voz del coro, grabado con efecto de reverberación; de la
Tocata y Fuga
de Bach, que «Fantasía» convirtió en artículo de consumo, utilizo a manera de exigencia a la atención, los primeros compases.
(La voz del Rector:
—La situación actual de la Universidad, casi sobra decirlo, es delicada en extremo. Desde hace varias semanas se suspendieron las labores docentes… Esa interrupción, aunada al uso de bienes y servicios de la Universidad para fines que no son estrictamente universitarios, no sólo ha perjudicado a losalumnos, sino que ha quebrantado gravemente a la propia casa de estudios al desviarse, e impedirse en gran parte, el cumplimiento de las funciones que nos encomienda la ley y que constituyen nuestra obligación ante el pueblo mexicano
…).
HAY QUE ODIAR CON AMOR REVOLUCIONARIO
LIBERTAD A LOS PRESOS POLÍTICOS
PUEBLO: ABRE YA LOS OJOS
Puestos en pie, los Miembros del Congreso Aplauden Largamente:
—
… Hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos
… —Arrecia la ovación—
Lo que sea nuestro deber, lo haremos
, y el aplauso se funde, se confunde, con la música dentro de la que lo vierto y de la que surge el gran coral del repetido
Heil Heil, Heil
que enronqueció a las juventudes de la camisa parda cuando se les dijo que su destino era gobernar al mundo; vivas y aplausos, Wagner y estruendo de cañones se ahogan, como la sensación posterior al orgasmo, en un silencio, en un especie de sueño encapsulado en el silencio. Pero no por mucho tiempo.
Las máquinas de guerra, alertas desde el principio del verano, los hombres que las manejan, lo jefes que las dirigen, han recibido La Orden. Allá abajo, la ciudad estremecida por los disturbios que no acaban, que cada día encuentran un nuevo pretexto para prolongarse, ignora que los tanques, los jeeps, los comandos, los transportes, las motocicletas, las ambulancias, están a punto de abatirse sobre ella, de invadirla. Son las 21:00 del 18 de septiembre de 1968.
Como una oleada bajan de los lomeríos donde tienen sus cuarteles-prisión, su fortaleza-crematorio los diez mil soldados; policías y agentes de tránsito cuidan que los civiles no estorben el avance silencioso y rapidísimo del Ejército, de ese Batallón de Paracaidistas de probada rudeza, hábil en el sitio y captura de universidades provincianas. Su destino, esta noche, es el sur, el mar de lava entre el se fundó la Ciudad Universitaria, tierra a la que no tiene acceso nadie que no sea estudiante o maestro; nadie que no vaya en son de paz… El ruido de los tanques, de los camiones, de los jeeps, todo lo que rueda pintado color-verde-olivo azora las calles, y los que tienen a alguien comprometido en el Movimiento sospechan y acuden a los teléfonos, comunican el peligro, congestionan las líneas. (Música, adecuada, de
Pedro y el Lobo
).
—
Bien, gracias
…
—
Sí, compañero; ya nos dijeron
…
—
Muy amable, señora
…
Nadie cree los avisos. Nadie supone cómo es que el Ejército va a penetrar en territorio universitario. En el auditorio de la Facultad de Medicina el Consejo Nacional de Huelga celebra una reunión. Hay poquísimos asistentes, y se proyecta reconvenir a los delegados que no acuden cuando se les llama. Alguien entra y dice que las tropas se acercan. Se le expulsa del lugar. Otro muchacho aparece minutos después. Lo que dice no admite réplica, convence. Los paracaidistas están abajo, en el parque de estacionamiento… Todos huyen. Aterrada, una muchacha se encierra en un cuarto de baño. En él habrá de permanecer los quince días que se prolonga la visita de los militares a la Ciudad Universitaria. Esos militares que, para no aburrirse, jugaban a los naipes o mataban el tiempo limpiando las puertas de las aulas, bautizadas, ahora, con nombres más actuales, con nombres que sí significan algo para jóvenes: Che Guevara, Camilo Torres, Lenin, Mao-Tse-Tung.
Puente sonoro. La
Marcha Fúnebre
, de Berlioz; ruido de botas militares pisando baldosas resonantes; redoble de tambores; confusión de órdenes que lo comprenden aquellos a las que van dirigidas. El «parte» que rindieron los periódicos a sus lectores, detalla:
«
La operación
se
llevó a cabo sin que hubiera actos de violencia y sin que ninguna de las personas que se encontraban en el interior de la ciudad Universitaria opusiera resistencia
».
(El poeta no está de acuerdo. Su inconformidad dice:
—Después de que los soldados me dieron el balazo en Ciudad Universitaria el 19 de septiembre de 1968 —me lo dieron en el fémur y por pocos milímetros me rompen la femoral— estuve dos meses internado en el Hospital 20 de Noviembre
…).
Prosigue el «parte» periodístico:
«Los detenidos fueron obligados a colocarse las manos detrás de la cabeza y muchos de ellos a acostarse en el suelo, en tanto que los soldados, fusil en mano, con la bayoneta calada, se mantenían vigilantes. Unas trescientas personas fueron colocadas en esta posición. A las 22:50 un grupo de cinco soldados empezó a arriar la bandera que se encontraba a media asta desde que el rector la colocó en ese sitio el pasado 29 de julio, pocas horas después de que el Ejército entrara en la Escuela Nacional Preparatoria. Al comenzar a ser arriada la enseña patria, los que se encontraban en el suelo se pusieron de pie y entonaron el Himno; prorrumpieron también en Vivas a México y a la Universidad
».