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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (52 page)

—¡No soy una esnob!

—¡Sí lo eres! ¡Pero si ni siquiera vuelas con la compañía Qantas porque dices que no tiene clase!

—¡Eso no es justo! Pero escucha…

—Eres una egocéntrica. Lo único que te importa en la vida es el
Moi!
Es verdad que tienes un mantra, pero en lugar de Om, Om, Om tú lo que repites es yo, yo, yo. Y todos tus rollos astrológicos… qué idiotez. Claro que tu signo te va de maravilla. Escorpio. Tú si que eres un escorpión, siempre con el aguijón listo. No sé si lo sabes, pero haces mucho daño a la gente y te da igual. No te importa causar dolor a cualquiera, con tal de quedar tú por encima. ¡Y eres tan competitiva! Vamos que…

Lily, que hasta entonces tenía una expresión de ansiedad y arrepentimiento, de pronto puso cara de susto. Al dar un paso hacia mí pisó una revista y resbaló. Cayó hacia atrás dejando ver un destello de sus bragas doradas y se estrelló de cabeza contra la reluciente chimenea de mármol blanco.

—¡Dios mío! ¡Lily! ¡Lily!

—¡Guau! ¡Guau! —Jennifer Aniston bajó de un brinco del sofá y se puso a husmear el cuerpo yerto de Lily.

—¡Dios mío! —exclamé con un ataque de pánico—. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Lily! ¡Ay, Dios mío! ¡Lily! ¡Di algo, por favor! —Le busqué el pulso, pero no noté nada. Fui corriendo a llamar a urgencias—. ¡Mi amiga se ha resbalado con una revista! —resollé sin aliento—. Se ha dado un golpe en la cabeza y creo que… ¡creo que está muerta!

Los siguientes cinco minutos fueron los más largos de mi vida, junto al cuerpo inmóvil de Lily. Por fin oí una sirena a lo lejos. Luego las luces azules se reflejaron en las paredes y el techo e iluminaron su rostro sin vida. Mientras íbamos en la ambulancia a toda velocidad por las calles de Chelsea oí las doce campanadas en el Big Ben y de pronto, a través de las ventanillas ahumadas, vi estallar un castillo de fuegos artificiales.

—Es media noche —dijo el enfermero. Asentí con la cabeza y esbocé una triste sonrisa—. Feliz Año Nuevo.

Enero

—Feliz Año Nuevo —me dijo una enfermera.

Sonreí llorosa y me volví hacia Lily, que seguía inconsciente. Llevaba así casi tres horas.

—Por favor, Dios —rogué—, que se recupere. Si se recupera haré lo que sea. Prometo ir a misa los domingos y dar dinero a los pobres. Incluso estoy dispuesta a ser la madrina del hijo de Andie, pero por favor, por favor que no se muera.

La vida de Lily parecía pender de un hilo, o más exactamente de cuatro tubos enganchados a dos monitores que emitían pitiditos.

La enfermera cogió el historial de Lily, al pie de la cama, y anotó algo.

—¿Algún cambio? —pregunté ansiosa.

Ella apretó los labios y negó con la cabeza. Yo repasé mentalmente las últimas tres horas: el trayecto al Chelsea and Westminster, la entrada en urgencias, los médicos enfocando una linterna en los ojos de Lily y dándole golpecitos en las rodillas, la alarmante mención de un escáner cerebral y por fin su ingreso en la cuarta planta.

Entre la tensión y la noche sin dormir, estaba destrozada y además me iba a estallar la vejiga. Pedí a la enfermera que se quedara con Lily mientras yo iba un momento al servicio. Salí disparada por el pasillo y volví a la carrera, casi histérica de miedo pensando que Lily podía morirse mientras yo estaba fuera. Cuando ya me acercaba a la sala advertí el olor a desinfectante del hospital y los vistosos cuadros de las paredes, unos ronquidos lejanos y el timbre de un teléfono. Y justo cuando llegaba a la cortina que ocultaba la cama de Lily oí la voz de la enfermera.

—¿Perrier? —decía perpleja.

—Sí-í… Perr-i-er… —gimió Lily—. Perri-e-r… —repitió con un hilo de voz. Yo aparté la cortina.

—¿Quieres agua, Lily? —preguntó la enfermera. Echó agua en un vaso y se lo acercó a los labios. Pero Lily seguía sin abrir los ojos.

—Perr-i-er —murmuró de nuevo—. Quiero… Perr-i-er.

—Sí, sí, toma, aquí tienes agua.

—No; Perrier —repitió ella imperiosa. La enfermera me miró y se encogió de hombros.

—Vaya, qué remilgos. No quiere agua del grifo, tiene que ser mineral. Muy bien, ¿con gas o sin gas, Lily?

—No, agua no. ¡Perrier! —chilló Lily.

—¡Ah, lo que pide es Laurent Perrier! —exclamé yo—. Es su champán favorito. Lily —dije, cogiéndole la mano—, ¿quieres Laurent Perrier? Puedo traerte una botella. Mira, te traigo todas las botellas que quieras, pero despierta. Lily, ¿me oyes? —insistí desesperada—. Soy Faith. ¿Sabes quién soy?

Ella movió los párpados, pestañeó un par de veces y abrió los ojos.

—¡Aah! —gimió, llevándose la mano a la cabeza, que tenía vendada—. ¡Aay! —Cerró los ojos y de pronto los abrió de golpe, como sobresaltada—. ¡Faith! Esta vez sí la he cagado.

—¡Lily! —chillé, apretándole la mano—. ¡Ay, Lily! ¡Gracias a Dios que estás bien! Perdona que te gritara. Por mi culpa te has dado un golpe en la cabeza.

—No, no, perdóname tú. —Con mi ayuda y la de la enfermera, se incorporó poco a poco—. Todo ha sido por mi culpa —aseguró con voz llorosa—. Lo he hecho todo mal.

—Pero si yo no te hubiera gritado, no te habrías caído. Te resbalaste con el
Vogue
.

—¡Con el
Vogue
! —gimió ella, poniendo los ojos en blanco—. ¡Cómo no! ¡Pienso denunciarlos! Oye, Faith, tengo que decirte una cosa —añadió ansiosa.

—No importa.

—Sí que importa. Pero el problema es que ahora no me acuerdo. Solo sé que era importantísimo, pero no… ¡Ah! ¡Ya lo tengo!

—De verdad, Lily, vamos a olvidarlo.

—No. Es que…

—De verdad que me da igual —repetí—. De verdad. Estoy tan contenta de que estés bien…

—Pero es que es sobre ella —susurró.

—¿Quién?

—¿Quién va a ser? Andie.

—¿Qué pasa con Andie?

Lily respiró hondo.

—Que no está embarazada.

—¿Cómo?

—Que Andie no está preñada.

—¿Qué dices?

—¡Que no hay bollos en el horno, hija!

—¿Ah, no? ¡Ah! —Me había quedado tan parada que solo pude repetir—: Ah. ¿Pero tú cómo lo sabes?

—Porque hace tres semanas me la encontré en el Savoy, en los servicios. Estaba sacando Tampax de la máquina.

—Ah. Igual eran para una amiga.

—Lo dudo mucho. Además, se puso casi colorada al darse cuenta de que la había visto.

—¿Seguro que era ella?

—Segurísimo. No la conozco en persona, pero sí de vista. Era ella.

—¿Y crees que no está embarazada?

—Sí. Eso era lo que quería decirte anoche.

—Un momento, un momento. —Se me había acelerado el corazón—. ¿Por qué demonios no me lo dijiste antes?

—¿Qué por qué no te lo dije antes? —repitió, mirando a lo lejos con expresión contrita—. Pues porque soy una hija de puta, por eso.

—¿Lo sabías desde mediados de diciembre? —Lily asintió con expresión culpable—. ¿Y no me dijiste nada? —Volvió a asentir—. ¿No dijiste nada?

—Perdóname, Faith —susurró, toqueteándose la pulsera de papel del hospital—. Tenía que habértelo dicho.

—¡Sí! —exclamé acalorada—. ¡Desde luego!

—Pero me engañé pensando que para ti no significaría gran cosa, porque estabas con Jos.

—Pero tú sabías que yo no era feliz con Jos.

—Sí.

—Y sabías que quería volver con Peter.

—Sí —murmuró—, es verdad.

—Y sabías que la única razón de que no estuviera con él era el embarazo de Andie.

—Sí —gimió.

—¡Ay, Lily! No entiendo cómo has podido hacer una cosa tan baja y rastrera.

Lily tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Perdóname, Faith —suplicó cogiéndome la mano—. Pero es que estaba furiosa con Peter. Cuando anoche me contaste lo bien que había hablado de mí en el informe, me di cuenta de que había cometido un error garrafal. Entonces intenté contarte lo de Andie, pero tú no querías escuchar. Y luego vino lo de mi resbalón freudiano.

—Así que Andie no está embarazada. —Sentí tal oleada de euforia que mi enfado se evaporó—. ¡Estás viva! —exclamé—. ¡Y Andie no va a tener un hijo! Así que Dios existe. —Y entonces rompí a llorar.

—Lo siento —dijo Lily, con la frente arrugada en expresión de ansiedad—. Lo siento mucho, de verdad. —Dos lagrimones le surcaron las mejillas. Me dio un pañuelo y cogió otro para ella—. Es que estaba convencida de lo de Peter, estaba furiosa, estaba…

—Obsesionada.

—Le odiaba con toda mi alma —confesó.

—A muerte.

—Sí, pero tú sabes que mi carrera lo es todo para mí.

—Así que estabas dispuesta a vengarte de Peter por algo que no había hecho, y terminaste haciéndomelo pagar a mí. ¡Ay, Lily! ¡Has hecho mucho daño!

—Sí —gimió ella—, ya lo sé. Haría lo que fuera por solucionarlo, Faith, pero es que no sé cómo.

—¡Yo sí! —exclamé, enjugándome los ojos con otro kleenex. Tragándome las lágrimas miré el reloj, que marcaba las cuatro y media—. Quiero que llames a Peter ahora mismo y que le digas lo que acabas de contarme.

—¿A estas horas? —preguntó nerviosa.

—Sí, da igual. Le gustará saberlo.

—Pero no tengo mi móvil.

—Está el teléfono del hospital —señalé.

—Está bien. Acércamelo.

De modo que traje el carrito del teléfono, lo enchufé y metí unas monedas. Luego marqué el número del móvil de Peter y pasé el auricular a Lily. Ella respiró hondo.

—Peter, soy Lily. Sí, ya sé que son las cuatro de la mañana, pero escucha… No, no, no, por favor, espera un momento, espera. Creo que deberías saber una cosa…

La conversación duró menos de un minuto, al cabo del cual Lily me tendió el auricular.

—Faith —dijo Peter, con la voz rota por la emoción y el sueño—. ¿Faith?

—¿Sí, cariño? —sollocé.

—Vuelvo a casa. Dame cuarenta y ocho horas.

—¡Feliz Año Nuevo! —me dijo el quiosquero dos días después, cuando fui a comprar el
Mail
.

—¡Igualmente! —repliqué.

—Se ha comprado usted otro perro —comentó él, mirando a Jennifer Aniston.

—No, no, de momento lo estoy cuidando porque su ama está en el hospital.

—Vaya. Espero que no sea nada serio.

—No, no es nada. Claro que la cosa podría complicarse.

—¿Tiene para mucho tiempo en el hospital? —preguntó el hombre, solícito.

—El tiempo que pueda.

El quiosquero me miró extrañado, pero no tenía tiempo de explicarle la situación. El caso es que Lily se negaba a salir del hospital y yo creía saber por qué.

Ese mismo día fui a verla.

—Todavía me duele… la cabeza —le oí decir al doctor Walter, el neurólogo, un hombre muy atractivo.

—Hemos hecho todos los análisis posibles, Lily —contestó él, poniéndole el termómetro—. Lo único que tenías era una contusión, y creo que ya podemos darte de alta.

—¡No, no! —se apresuró a exclamar ella—. Seguro que necesito más observación. ¿No puedo quedarme una noche más?

—Pero ya llevas aquí tres días.

—Por favor.

—De acuerdo… puesto que estás en una cama privada —concedió él—. Pero mañana te vas a casa.

—¿Y si tengo una recaída? —sugirió Lily alegremente.

—Lily, estás bien.

—Pero podría haber sufrido un daño permanente en el cerebro —insistió ella.

—Es muy poco probable.

—¿No podría venir como paciente externa? —pidió Lily a la desesperada, cuando el doctor ya se marchaba.

—No creo que sea necesario.

—Pero necesitaré revisiones.

—Está bien —accedió él—. Te veré una vez más.

—Tal vez podrías examinarme mientras cenamos —propuso Lily encantada—. En mi casa. Vivo muy cerca de King's Road.

—Ah. Bueno, es muy tentador, pero tendré que pensarlo, por aquello de la ética profesional. A propósito —prosiguió, mirando la bolsa de Louis Vuitton que yo había metido a hurtadillas en el hospital a petición de Lily—, seguro que sabes que aquí no se permiten perros.

Lily sonrió con expresión culpable y abrió la bolsa.

—Ya lo sé, pero solo ha venido de visita, ¿a que sí, cariño? Me ayuda a recuperarme.

Jennifer salió gruñendo de la bolsa.

—Mi madre tiene un shih tzu —dijo el doctor Walker.

—¡No! —exclamó Lily, encantada.

—Ha concursado en Crufts y todo.

—¿De verdad? —Lily estaba encendida de alegría—. Yo estaba pensando en inscribir a Jennifer. Su nombre en el Kennel Club es Fantasía Traviesa. Su padre era de muy buena raza. ¿Verdad que son preciosos? —preguntó. Jennifer la miró con su cara hinchada.

—Pues… sí —concedió él de mala gana—. Si a uno le gustan esas cosas. Pero no creo que puedas inscribirla este año porque te habrás dado cuenta de que está embarazada.

Lily se llevó las manos a la boca, mostrando su impecable manicura, y se quedó mirando pasmada a la perra.

—Mi madre criaba perros —explicó el doctor Walker—, así que estoy seguro.

Acarició a Jennifer, que se tumbó boca arriba, y entre la cortina de pelo blanco advertimos un claro bulto.

—Dará a luz dentro de un mes, yo diría. La has cruzado, ¿no?

—¡Yo no! ¡Jennifer! —exclamó—. ¡Cómo has podido! ¡Serás descarada! —Entonces se volvió hacia mí—. No habrá sido Graham, ¿no?

—No, imposible.

—Entonces debió de ser cuando se escapó en diciembre. —Lily puso los ojos en blanco—. Llegó hasta King's Road. ¡Señorita Jennifer Aniston! —prosiguió, blandiendo el dedo—. ¡Dios sabe cómo saldrán los cachorros! —exclamó consternada—. Dudo que Jennifer se liara con el equivalente canino de Brad Pitt. ¡Ay, Dios! Serán chuchos.

—Serán cruces —la corregí—. Y eso no tiene nada de malo.

—Pero igual salen feísimos. —Yo guardé un silencio diplomático—. Podrían ser perros feísimos, Faith —repitió—. Claro que por otra parte podría sacarla en la revista —dijo de pronto animada—. ¡Sí! Ya lo estoy viendo. Jennifer, desnuda y embarazada en la portada del
Moi!
Vamos, si Demi Moore lo hizo no veo por qué Jennifer Aniston va a ser distinta. Lo sacaremos en abril. Toda la revista será un especial de perros. Podríamos llamarla Dogue. Traeré al mejor fotógrafo. —Cogió su móvil y marcó un número—. ¿Polly? Escucha, soy Lily. Quiero que llames a John Swannell.

—No te canses demasiado —advirtió el doctor Walker—. Pasaré a verte después de comer, ¿de acuerdo?

—¡Sí! —contestó ella con una sonrisa beatífica—. Puedes pasar a verme cuando quieras. ¡Ay, Faith! —exclamó en cuanto el médico se marchó—, ¿no te parece divino?

Asentí con la cabeza. Desde luego era muy atractivo y parecía muy agradable.

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