Eché un vistazo a los demás periódicos. No se hablaba de otra cosa. ¡ESCÁNDALO DE UN ABOGADO!, anunciaba el
Sun
. En uno de los artículos el señor Thompson comentaba que, puesto que le tocaba pagar los gastos del divorcio, se negaba a «tener que pagar también la cama». Iba a celebrarse una audiencia en el colegio de abogados. A mí me daba un poco de pena Rory Cheetham-Stabb, pero la verdad es que no me sorprendió lo sucedido. Por eso hablaba tanto de «sus esposas».
En cuanto salí del trabajo llamé a Peter. Él también estaba al tanto.
—Pobre tío. ¿A ti no te hizo proposiciones?
—Siento decir que no.
—Vaya, qué decepción, cariño. Bueno, no importa. Oye, Faith, ¿has comprobado si se retiró la demanda de divorcio?
—Seguro que sí. Rory Cheetham-Stabb es muy eficiente.
—Puede, pero deberías llamar a su secretaria, para estar segura.
—Muy bien.
Llamé de inmediato y la secretaria me dijo que el abogado no estaba.
—Tiene un día muy… ajetreado —me explicó diplomática.
—Lo entiendo —pregunté si me podía atender alguna otra persona. Por lo visto había otro abogado que conocía mi caso, pero había salido a almorzar—. Es que quería saber si el señor Cheetham-Stabb siguió mis instrucciones sobre mi divorcio.
—Seguro que sí —contestó la secretaria—. Pero me temo que la única persona que puede ayudarla es el señor Blake, que no volverá hasta las dos y media.
Así que me llevé a Graham a dar un paseo y luego me ocupé en poner un poco de orden en casa. Volví a meter en el armario la ropa de Peter y colgué su abrigo en el recibidor. Luego metí los platos en el lavavajillas y terminé con el líquido de aclarar Finish que había ganado hacía un año. Saqué la foto de boda del cajón y después de pulir el marco la coloqué en su sitio. Además tomé nota de llevar a arreglar el espejo que nos había regalado Lily. El sol había vuelto a nuestras vidas.
A las dos y media llamé al señor Blake.
—Es que mi marido y yo nos hemos reconciliado —expliqué—. Así que hace tres días llamé al señor Cheetham-Stabb para que retirara la demanda de divorcio, porque la sentencia debe de estar a punto de salir. Le dejé un mensaje.
—Espere un momento. Voy a ver para cuándo estaba prevista. Le dieron la separación el 22 de noviembre, así que la sentencia definitiva saldría seis semanas y un día después. Si descontamos los tres días de fiesta que hemos tenido… Debería salir el 6 de enero.
—¿El 6 de enero? —resollé—. ¡Pero eso es hoy!
—Pues… sí.
—Entonces necesito estar segura de que el abogado retiró la demanda. Para eso llamo precisamente.
Oí ruido de papeles al otro lado de la línea.
—Estoy mirando su expediente y no veo que la demanda se haya retirado. Vamos, estoy seguro de que no.
—¿Qué?
—Que no se ha retirado.
—¿No?
—Me temo que no, señora Smith.
—Pero no lo entiendo. Le dejé un mensaje hace tres días pidiéndole que la retirara de inmediato.
—Lo siento, señora Smith. Mire, es muy raro que alguien retire una demanda a estas alturas del proceso. Además, el señor Cheetham-Stabb ha estado muy ocupado.
—Sí, lo sé. Pero esto era importantísimo. Mi marido y yo ya no queremos divorciarnos.
—Le repito que lo siento mucho. —A mí me había entrado el pánico—. Pero la demanda se ha enviado. Esta misma mañana llegaba al tribunal.
—¡Pues hay que impedirlo!
—No se puede. Estas solicitudes se procesan muy deprisa. Me temo que su divorcio será definitivo hoy mismo.
—¡Pero es que yo no quiero el divorcio! —insistí desesperada.
—Siento decirle que es demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde? ¡No puede ser! Mire, llevo casada mucho tiempo, señor Blake, y pienso seguir casada.
—No quisiera desanimarla, señora Smith, pero no puede usted hacer nada.
—Pero…
—Lo siento mucho, de verdad. Tendrá que hablar con el señor Cheetham-Stabb cuando vuelva. Perdone, pero tengo una reunión ahora mismo.
Me quedé aferrada al auricular. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Yo no quería divorciarme. Peter y yo queríamos seguir casados el resto de nuestras vidas. Llamé a Peter para darle la noticia.
—¡Mierda! —exclamó—. ¡Qué desastre! Yo también pienso denunciar a Cheetham-Stabb.
—¿Pero qué vamos a hacer, Peter? El divorcio será definitivo hoy mismo.
—Llama a Karen. A ver qué te dice. Siempre nos ha aconsejado bien.
Así que telefoneé a nuestra abogada.
—Qué horror —comentó—. Rory Cheetham-Stabb debía haber seguido tus instrucciones de inmediato. Sobre todo sabiendo que la sentencia era inminente.
—El señor Blake ha dicho que ya no se puede hacer nada —expliqué mirando nuestra foto de boda con los ojos llenos de lágrimas. Se nos acababa el tiempo.
—Bueno, se puede intentar una cosa, como último recurso. Podríais ir a First Avenue House.
—¿Eso qué es?
—El edificio del Registro Civil, donde se sellan todos los papeles de divorcio. No sé si servirá de algo —añadió—, pero tampoco tenéis nada que perder. Está en High Holborn número 42. Ve ahora mismo y pide que busquen tu expediente. Con algo de suerte todavía no lo habrán sellado. Pero tienes que darte prisa, porque cierran a las cuatro y media.
Miré el reloj. ¡Dios mío! Eran las tres menos cinco. Di las gracias a Karen y llamé a Peter.
—¿Puedes ir ahora mismo? —le pregunté.
—No; estoy en una reunión hasta las cuatro.
—Pues cancela la reunión. Es muy urgente.
—Imposible. Es con el presidente Jack Price. Pero en cuanto termine salgo disparado. Tú coge un taxi.
—No puedo arriesgarme a meterme en un atasco. Mejor voy en metro. Nos vemos en la salida de Chancery Lane a las cuatro y diez.
Salí de casa a toda prisa, con la adrenalina corriéndome por las venas. Por suerte el metro llegó enseguida, pero cada vez que se paraba en un túnel miraba el reloj con un ataque de pánico. A las cuatro menos veinte estaba en la estación de Victoria, a las cuatro menos diez en Oxford Circus. Pero se me había olvidado lo largo que es el trasbordo de Victoria a la Central Line. Además, había muchísima gente y las escaleras mecánicas no funcionaban, para variar. Así que para cuando llegué a la salida de Chancery Lane eran ya las cuatro y cuarto. Peter me esperaba. Parecía muy agitado.
—¡Vamos! Creo que es por aquí.
Giramos a la izquierda, pasamos por delante del edificio Prudential, de ladrillo rojo, y nos dirigimos hacia St Giles. Pero no encontrábamos por ningún lado el número 42. Ya era casi de noche. Por fin vi que estábamos en el 236.
—¡No es por aquí, Peter! Es en la otra dirección.
Volvimos corriendo hacia el metro. Pasamos por la United House, Rymans y el arco de la entrada de Gray's Inn. Por fin vimos la Alliance House, pero no encontrábamos el 42, así que nos paramos para ver si era al otro lado de la calle.
—Perdone…
Me volví. La que me había llamado era una anciana de ochenta años por lo menos, una mujer diminuta, de pelo blanco y algo encorvada. Me miraba sonriente y un poco confusa.
—Perdone —repitió—, ¿pero no nos conocemos?
—No, yo…
—Es que su cara me suena mucho. Seguro que la conozco.
—No, de verdad. Mire, tengo muchísima prisa…
—¡Ya sé! —exclamó—. ¡Es la chica de la tele! —Asentí con un suspiro—. Quería decirle…
Me preparé para recibir algún insulto, como aquella vez en el supermercado.
—Quería decirle lo mucho que me gusta. De verdad que me alegra usted el día. Sí, me alegra el día verla en la tele. —Me tocó el brazo con su mano frágil. Bajo la piel fina como el papel se veía un entramado de pálidas venas azules—. De verdad —insistió—. Sí, me anima muchísimo.
—Bueno, se lo agradezco, pero es que no puedo pararme porque…
—Sí, me da usted una alegría, ¿sabe?, y me hace mucha falta sobre todo ahora. Mi marido murió hace tres semanas.
—Ah.
—Lo sentimos mucho —terció Peter—. Es una tragedia.
—Sí, es muy triste —dijo la anciana con los ojos llenos de lágrimas—. Llevábamos casados sesenta años. Nos casamos cuando teníamos veinte, ¿saben? Entonces no era como hoy en día —comentó, sacándose de la manga un pañuelo de papel—. Ahora la gente tarda mucho en casarse. Sesenta años —repitió, enjugándose los ojos.
—Es maravilloso, pero nosotros tenemos que…
—¿Y saben cuál es el secreto? —Yo negué con la cabeza—. El amor. Yo siempre le dije a mi marido cuánto le quería. Se lo decía todos los días: «Te quiero, Harry. Siempre te querré». Y siempre le quise. Espero que no le importe que se lo diga, pero es como si la conociera.
—No, no me importa. —Yo sentía un nudo en la garganta—. Y siento mucho lo de su marido, pero es que…
—¿Están ustedes casados?
—Sí —contestó Peter.
—Lo imaginaba. Se les ve enamorados.
Sonreí.
—Lo estamos —dijo Peter—. Pero tenemos que irnos ya. Si no llegamos al registro antes de las cuatro y media nos van a dar el divorcio. No quisiera parecer grosero, pero tenemos muchísima prisa.
—Entiendo. Vayan ustedes, vayan. Y buena suerte. Me ha alegrado el día hablar con ustedes. Espero que también pasen juntos sesenta años.
Por fin echamos a andar y enseguida vimos el edificio.
—¡Ahí está! —exclamé—. ¡Vamos!
En ese preciso instante oímos dos sonoras campanadas. Habían dado las cuatro y media. Seguimos andando como si fuéramos al cadalso. Las enormes puertas de roble de First Avenue House estaban cerradas.
—Hemos llegado tarde —murmuré—. Hemos llegado tarde, Peter. Estamos divorciados. Justo lo que no queríamos.
—No.
—Estamos divorciados —repetí llorosa y desesperada. Peter me miró, pálido.
—¡Dios mío! —susurró.
Dimos media vuelta y echamos a andar deprimidos. Al cabo de un momento Peter sacó del bolsillo un sobre rojo.
—Es una tarjeta de aniversario —explicó—. Puede que ya no sea muy apropiada. Estamos divorciados. —Parecía tan traumatizado como yo—. Pero por otra parte… —Me rodeó los hombros con el brazo—. Por otra parte no nos vamos a separar. Puede que técnicamente estemos divorciados, Faith, pero seguimos juntos.
—Sí, eso es verdad.
—De hecho, nunca hemos estado más unidos, ¿no?
—No.
—Además, el matrimonio no es más que un papel.
—Desde luego.
—Muchas parejas conviven sin casarse.
—Así es.
—Así que podemos vivir juntos y en paz, ¿no?
—Sí.
Me había animado un poco. Una perfecta luna llena se alzaba en el cielo oscuro. ¿Qué era lo que había predicho el horóscopo de Lily? Que para cuando llegara la luna llena de enero sabría por qué cierta persona me atraía. Y la vidente que me había leído los pies me había dicho que me divorciaría. Y era verdad.
—Viviremos juntos, cariño —repitió Peter, abrazándome por la cintura—. Claro que, ¿sabes lo que podríamos hacer?
—No, ¿qué?
—Pues casarnos otra vez.
—Mmm.
—Elizabeth Taylor lo hizo, ¿no? ¿Por qué no nos casamos? Podríamos pasarnos por el Registro Civil. ¿O preferirías casarte por la Iglesia?
—Pues…
—Ah, no, no podemos. Se me olvidaba que los católicos no pueden casarse dos veces por la Iglesia. Claro que igual podrían hacer una excepción con nosotros. ¿Por qué no nos enteramos, cariño? Podría escribir al Papa.
—Mmm…
—Sería estupendo casarnos de nuevo, ¿no te parece? Me encanta la idea. ¿Crees que Lily querría ser dama de honor otra vez? ¿Y yo qué debería ponerme? Graham podría recibir a los invitados para irlos sentando. Tiene mucho de perro ovejero, así que se le daría bien. Podríamos ponerle un lazo en el collar. A los niños les encantaría. Sí, ya lo estoy viendo. Y esta vez daríamos una recepción por todo lo alto, en un buen hotel, con banda de jazz y todo —prosiguió soñador—. Y champán auténtico, por supuesto. Y lo mejor es que nos harían un montón de regalos. Sí, Faith. ¿No te gustaría? Una boda a lo grande. Y una luna de miel de fábula, claro. Dime, cariño, te has quedado muy callada. ¿Qué piensas?
Le miré sonriendo.
—Peter, todo eso suena muy bien. Y me siento muy halagada. ¿Pero no te parece un poco… prematuro?
—¿Prematuro?
—Bueno, me parece que no deberíamos apresurar las cosas. ¡Al fin y al cabo el matrimonio es un gran paso!
Isabel Wolff nació en Warwickshire. Inició su andadura profesional como actriz antes de recalar en la BBC, donde trabajó durante doce años como periodista y productora de World Service. Colaboradora habitual en distintos medios de comunicación del Reino Unido (
The Spectator
,
The Times
y el
Daily Telegraph
), en 1998 se dio a conocer en la escena literaria con
The Trials of Tiffany Trott
, que fue saludada con un gran éxito de crítica y público.
The Making of Minty Malone
(1999),
La chica del tiempo
(2001) y
Rescuing Rose
(2002) la han consagrado definitivamente como una autora imprescindible dentro del género de la comedia romántica.
Actualmente es autora de ocho libro de gran éxito en Gran Bretaña, entre ellos
Behaving Badly
(2003),
A Question of Love
(2005),
Forget Me Not
(2007),
Una pasión vintage
(2009),
The Very Picture of You
(2011) y varias colecciones multiautores.