—¡Es maravilloso! —Me eché a reír, incrédula—. Así que cuando estás en la cama miras esto y te crees que estás en África.
—Bueno, es mejor que empapelar las paredes. Pero basta de hablar de mi pintura. En realidad lo que quiero es impresionarte con mi arte culinario.
Así que bajamos de nuevo a la cocina, donde se percibía un olor delicioso.
—¡Sabes hacer curry! —exclamé, mirando la olla de arroz.
—No es tan difícil. El truco está en mezclar bien las especias. Yo me hago mi propio garam masala mezclando comino, hinojo, cúrcuma, cardamomo, pimienta en grano y clavo. Es casi como mezclar colores en la paleta.
—Huele de miedo.
Diez minutos después, ya cenando, comenté: —Está buenísimo.
Estábamos sentados en la cocina, charlando alegremente. Entonces me di cuenta de que Jos ya no era un extraño. Sabía muchas cosas de él, de su familia (está muy ligado a su madre), de su trabajo. Me nombró a un par de amigos suyos, pero no dijo nada de antiguas novias. La verdad es que yo esperaba que no dijera nada, porque no quería saber. Al fin y al cabo eran los comienzos de nuestra relación, y podía decir algo que a mí no me gustara. De modo que tomé la decisión de contener mi curiosidad sobre su pasado y preocuparme solo del presente. Me sentía totalmente feliz y un poco achispada.
De pronto Jos me cogió la mano sobre la mesa.
—Faith. Faith… —En ese momento sonó el teléfono—. ¡Mierda! —exclamó—. Perdona.
En lugar de responder en la cocina, salió al pasillo. Yo no quería que pensara que estaba escuchando, de modo que me dediqué a recoger la mesa. Al abrir el cubo de la basura para tirar los restos algo me llamó la atención. Era un colorido sobre con la etiqueta: «Tandoori instantáneo. No requiere preparación. ¡Abrir y servir!», anunciaba. Me quedé de piedra. ¡Tanto rollo sobre comino e hinojo, y al final resulta que era una mezcla de sobre! Al principio casi me indigné, pero me eché a reír. Claro. ¡Qué gracia! La verdad es que era muy tierno. Bueno, Jos había dicho que quería impresionarme. Cuando volvió a la cocina le dediqué una sonrisa indulgente.
—Perdona —dijo mesándose el pelo—. Eh… era mi madre. Le gusta charlar conmigo.
Eché un vistazo al reloj. Eran las diez y diez.
—Muchas gracias por la cena. Estaba buenísima. Pero ahora tengo que irme.
—Vaya. —Parecía alicaído—. ¿De verdad?
—Sí, por Graham.
—¿Qué pasa? ¿No le gusta que salgas con desconocidos? —me preguntó con una sonrisa.
—No lo he probado nunca. Ahora que lo dices, no sé cómo reaccionaría contigo. Seguro que le caes bien, porque a mí me gustas.
—¿Ah, sí? ¿Te gusto? —Su tono era casi infantil—. ¿Cuánto te gusto?
Estaba muy cerca de mí. Notaba en la cara su aliento, cálido y dulce.
—Pues me gustas… mucho —contesté con timidez.
—¿Sí? —Me rodeó la cintura con los brazos.
—Sí —susurré.
—¿Pero mucho, mucho?
—Sí. —Entonces me besó en los labios—. Mucho, mucho. —Me besó el cuello.
—¿Mucho, mucho, mucho, o incluso mucho, mucho, mucho, mucho?
—Mucho, mucho, mucho, mucho, muchísimo. Jos comenzó a desabrocharme la falda.
—¿Mucho elevado a seis?
—No, mucho elevado a diez.
—¿Así que te gusto de verdad?
—Mmm. De verdad de la buena.
—¿Así que irías a África conmigo?
—¿África? Alt. Eh… sí. Vale.
—Pero no hay que llamar la atención del león —me dijo, mientras subíamos por las escaleras.
—No, es verdad. No hay que hacer ruido.
—¡Ssshh!
—¡Sshhhhhhhh!
—¡Sshhhhhhhhhhhhh! ¡Mira, lo has asustado!
Nos echamos a reír, quitándonos los zapatos y desnudándonos mutuamente. Yo le quité la camisa mientras él me bajaba la cremallera de la falda. Luego me desabrochó despacio la blusa de seda y dejó que se deslizara hasta el suelo. Caímos en la cama entre risas y besos. Al mirar al techo vi que lo había pintado de azul pálido, con brochazos blancos. Un vencejo surcaba el aire en busca de insectos.
—Esas nubes son cirros —murmuré—. Significa que hará buen tiempo.
—Ya lo sé. ¿Y sabes cuál es mi predicción? —preguntó mientras me quitaba despacio el sujetador. Me besó el hombro—. Predigo que vamos a hacer el amor.
—Mmmm. —Me sacudió una oleada de deseo.
—Eres preciosa.
—¿Sí? —Estaba como en trance—. A mí no me lo parece.
—Pues lo eres —murmuró—. Hazme caso. Te lo digo yo, que soy un artista.
Puede que fuera el efecto del vino, pero el caso es que de pronto me sentí muy rara. Miré sus grandes ojos grises y me imaginé que eran castaños. Le acaricié el pelo rubio y deseé que fuera rojizo. Toqué su cuerpo perfecto y musculoso y eché de menos el cuerpo rollizo de Peter. Jos era guapísimo, pero mi deseo se había evaporado como el rocío de la mañana.
—¿Qué pasa, Faith?
—Nada. Es que…
—¿Qué? —Jos se quedó quieto. Notaba su aliento en la oreja—. ¿Qué ocurre?
—Es que… —suspiré—. Es la primera vez que… desde lo de Peter.
—Ah. ¿No quieres?
—Sí, sí que quiero. Bueno, no. Creo que no. No lo sé. Es que… es que… —No podía hablar. Me dolía la garganta—. Es que nunca en la vida me he acostado con nadie más. Me casé muy joven —expliqué deprimida—, y no había estado con nadie antes. Y aunque Peter me ha sido infiel es como si ahora… como si estuviera haciendo algo malo. Lo siento, Jos. —Me incorporé en la cama para coger mi blusa.
—No importa —dijo, encogiéndose de hombros con filosofía.
—No quería darte una falsa impresión —gemí. Una lágrima corría por mi mejilla—. Creía que quería acostarme contigo, pero ahora… no puedo. Lo siento.
Pensé que se enfadaría, pero no. Me rodeó con el brazo y me dio un suave apretón.
—No te preocupes. No importa, de verdad. ¿Prefieres que echemos una partida de Scrabble?
A las nueve y cuarto esta mañana Sophie miraba a la cámara dos.
—Siempre hay quien va demasiado deprisa —decía—, sobre todo estando al volante. Pues bien, en el futuroesposible que lavelocidadsea controladaporsatélite. —Se le notaba la confusión en la cara, mientras intentaba seguir el ritmo del
autocue
acelerado—. Si seintroduceel Sistema de Adaptación de Velocidad Inteligente —prosiguió, haciendo un esfuerzo por mantener la calma—, podríaimplantarse el limitadordevelocidadelectrónico. Las personasafavordel sistemasostienenque podríansalvarse másdedosmilvidasal año.
—¡Pobre Sophie!—.
… Estesistema, ligadoaunsatélitedenavegación, señalaríalaposicióndetodos losvehículosyrestringiría automáticamentesuvelocidad allímitelegal.
Los partidariosdelsistema quierenquecomience aintroducirse enlospróximos dosaños yparael2oo5…
—Dios mío, Sophie —interrumpió Terry irritado—. Me parece que te estás pasando un poco. Pido perdón a todos —dijo, volviéndose hacia la cámara tres—. Vamos a esperar a que Sophie vuelva a pasar al carril lento, que por cierto es el suyo. Sugiero que pasemos directamente al informe de Tatiana desde el teatro Stephen Joseph en Scarborough, donde se estrena esta noche una nueva obra de Alan Ayckbourn.
Sophie se quedó allí sentada, murmurando al micrófono.
—¡Dijiste que no volvería a pasar! —reprendió a Lisa, en realización.
—Perdona, Sophie. Ha sido un fallo técnico.
—¡Pues con Terry nunca hay fallos técnicos!
—A mí no me metas en esto —protestó Terry—. No es culpa mía que no seas capaz de leer un simple
autocue
.
Sophie no perdió la compostura, pero a pesar de la capa de maquillaje noté que se había puesto colorada. Las luces del estudio iluminaron cruelmente las lágrimas que brillaban en sus ojos. Cuando se terminó el programa y comenzaron a salir los créditos, Sophie se dirigió al servicio.
—Sophie —la llamé—. Sophie, soy yo, Faith.
Sophie salió del último retrete con la cara hinchada. Normalmente es tan tranquila y compuesta, que me sorprendió muchísimo verla llorar.
—Esos dos no se quedarán tranquilos hasta que me marche —sollozó, aferrada al borde del lavabo.
—Precisamente por eso no debes marcharte.
—Pero es que no puedo soportarlo —exclamó, sacudida por el llanto—. Ya es bastante tener que aguantar este horario espantoso, para que encima la tomen conmigo. Y Darryl no me ayuda nada.
—Darryl es un pelele. Además, tampoco puede hacer gran cosa, porque sabe que Terry tiene un contrato a prueba de bomba.
—Yo solo intento hacer mi trabajo. —Sophie tenía la cara surcada de lágrimas.
—Y lo haces muy bien. Por eso están tan furiosos esos dos.
—Ha sido humillante —su rostro se arrugó como una bolsa vacía de patatas frita—. ¡Cinco millones de personas me han visto meter la pata! ¡Cinco millones! Todo el mundo se ha reído de mí.
—Ya, pues te puedo asegurar que al final serás tú quien ría la última.
—¿De verdad lo crees?
—Sí.
—¿Cómo?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Pero lo que sí sé es que tú llegarás lejos, y Terry y Tatiana no irán a ninguna parte.
—Gracias, Faith. —Sophie suspiró trémula—. Muchas gracias. Ya estoy mejor. —Esbozó una débil sonrisa y se lavó la cara—. ¿Y a ti cómo te va?
—Ya es seguro que me divorcio.
—Vaya, lo siento —dijo, arrancando una toalla de papel.
—Pero lo más increíble es que he conocido a otra persona.
—¡Vaya! Qué suerte.
Yo no pensaba decir nada más de Jos, de verdad, pero ella me preguntó de pronto: —Dime, ¿cómo es?
—Muy simpático. —Sophie tiró la toalla de papel—. La verdad, es genial. —Y entonces me dejé llevar por mi entusiasmo—. Es un tipo amable, decente, y tiene muchísimo talento. Es diseñador de teatro, bastante famoso. Además es muy atractivo. Tiene un pelo precioso, rubio y rizado.
De pronto Sophie me miró en el espejo.
—¿Cómo se llama?
—Jos Cartwright. —Sophie se detuvo bruscamente, con el lápiz de labios en el aire—. ¿Sabes algo de él? —Se produjo un silencio.
—Eh… sí —contestó por fin—. Sí. —Me dio un brinco el corazón.
—Ah, ¿lo conoces?
—No, no. Vamos, no en persona.
—Pero has oído hablar de él…
—Sí. —Sophie se ruborizó.
—¿Por su reputación?
—Sí.
—Bueno, no me extraña, porque ya digo que se está haciendo muy famoso. Hace muy poco que lo conozco, ¿sabes?, así que es pronto para decir nada. Pero me encanta. Y parece que a él también le gusto.
Sophie mostraba una expresión muy rara.
—Faith —comenzó. Pero yo la interrumpí.
—Me alegro muchísimo de haberle encontrado, porque antes estaba muy deprimida. Pero ahora, con Jos, estoy contenta, me siento deseada. Pensé que no volvería a sentirme así, después del horror de los últimos meses.
Sophie se limitó a sonreír y asentir con la cabeza.
—Me alegro por ti, Faith —dijo, cerrando su bolso—. Y… espero que todo vaya bien.
Y está yendo muy bien, de eso no hay duda. Me siento a gusto con Jos. Es un hombre atractivo, ingenioso, con talento. Y además es un caballero. Me lo demostró la otra noche. Pensé que lo ocurrido lo alejaría de mí, que me consideraría una neurótica, una persona atrapada en su pasado, cosa que supongo que es verdad. Pero no, Jos comprendió que necesito más tiempo, de forma que nos lo vamos a tomar con calma. Hoy me propuso quedar para almorzar, así que fuimos a Covent Garden, porque él acababa de salir de una reunión en la Opera House, sobre
Madame Butterfly
. Nos sentamos en la terraza del Tuttons, al sol, y me enseñó sus bocetos para el vestuario.
—Son los quimonos de la Butterfly —me explicó.
—Son preciosos. Tienen mucho movimiento. Me encantaría tenerlos enmarcados en la pared.
Luego me enseñó el diseño para la escenografía, que estaba ya lista para empezarse a construir.
—Primero hacemos una maqueta —me contó—, una versión en miniatura, pero con todos los detalles. Luego, una vez que el director está satisfecho, se construye la escenografía auténtica. Mi diseño es bastante tradicional, con una casa de té muy sencilla aquí, en el centro del escenario, pero detrás he añadido este bloque de vecinos, de aspecto bastante siniestro. La ópera es bastante sencilla, y no se presta a cosas demasiado de vanguardia. Claro que en Glyndebourne hicieron una producción muy interesante hace unos diez años.
—¿Ah, sí? —dije distraída, examinando los bocetos.
—¿Vamos? —preguntó de pronto.
—¿Adónde?
—A Glyndebourne. La nueva temporada comienza el 25 de mayo. —A mí me dio un brinco el corazón. ¿Glyndebourne? No había estado nunca.
—Me encantaría. ¿Pero no es difícil encontrar entradas?
—No para mí. —Jos sonrió, dándose unos golpecitos en la nariz—. Tengo contactos, Faith. Seguro que puedo conseguirlas.
Così fan tutte!
—exclamó.
—¿Cómo?
—
Così fan tutte!
Es la obra con la que abren la temporada. A mí me encanta, ¿a ti no?
—Sí. Bueno, eso creo. Hace años que no la veo. De hecho se me ha olvidado de qué iba.
—Trata de la infidelidad. Ay, lo siento. ¿Crees que te sentaría mal?
—Claro que no —exclamé echándome a reír—. Solo me sienta mal en la vida real.
—Pues a diferencia de la vida real, la ópera tiene un final feliz. Pero puede que tú también tengas un final feliz.
—Eso espero.
—Y puede que yo también tenga un final feliz —dijo, como compungido—. Puede que… —y aquí me cogió la mano— puede que los dos tengamos un final feliz.
Sonreí, esperando que mi cara no reflejara el júbilo que sentía.
—Bien. —Jos dio una palmada—. Así pues, nos vamos a Glyndebourne. Y nos llevaremos un picnic para chuparse los dedos. Y naturalmente litros de Krug.
—¿Gran reserva esta vez?
—No hagas preguntas difíciles. —Jos se inclinó sobre la mesa y acercó mi cara a la suya—. ¿Qué tienes que hacer esta tarde?
—Nada.
—Bien —susurró—. Eso esperaba, porque yo ya he terminado por hoy y pensaba que estaría bien volver a mi casa…
—¿Sí?
—Y…
—¿Qué?
—Hacer el amor apasionadamente, la verdad. ¿Qué te parece?
Se produjo un breve silencio y luego me levanté.
—Vaya, ¿te he escandalizado? —preguntó apurado.
Le tendí la mano.
—Vamos.
Al día siguiente llamé a Peter al trabajo para pedirle que se encargara de los niños. Ahora que mi nueva relación empieza a tomar forma, por fin puedo hablar con él sin que me duela demasiado. Me estoy comunicando con mi ex, pensé contentísima, mientras sonaba el teléfono. Peter pareció alegrarse de oírme. La verdad es que siempre se alegra, lo cual me conmueve. Esta vez parecía bastante animado, aunque algo frívolo.