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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (22 page)

BOOK: La chica del tiempo
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—Desde luego. Vas a hacer todo lo que no has hecho antes. De momento ir de compras como es debido. —Rió—. ¡Se acabaron las tiendas de segunda mano!

—Pero es que a mí me gustan. ¡Vaya! ¿Esa camisa es de Clements Ribeiro?

—Se acabó también Principies.

—Pero es que me gusta —contesté, probándome unos vaqueros de Cerruti.

—Podemos ir a fiestas y clubes —prosiguió Lily alegremente—. Podremos hacer todo lo que dijimos que haríamos cuando éramos pequeñas, todas las cosas que te has perdido durante tanto tiempo.

—Yo no estoy tan segura de haberme perdido nada. —Me puse un top de seda de Prada—. Además, los clubes no son lo mío. A mí me va más la vida tranquila.

—¡Pero mira mi vida! —exclamó, pasándome una camisa de Agnés B—. ¡Mira la repisa de la chimenea!

Estaba cubierta de invitaciones, todas de pie como diminutos tablones de anuncios que pregonaran el éxito, sí, el enorme éxito de la vida social de Lily. Mi amiga se acercó sorteando las relucientes revistas y se puso a leerlas en voz alta:

—Lunes: presentación de un libro en The Ivy. Martes: piscolabis en la Casa del Tíbet. Miércoles: desfile de moda benéfico para
Mujeres Contra la Adicción
. Jueves: tres pases privados. Viernes: cena con Tom y Nicole. Sábado: fiestón en Tramp en honor de Marie Helvin.

—Ya veo.

—Pero, Faith, tu vida también podría ser así.

—No, yo no tengo tu glamour. Además, ¿de verdad te gusta, Lily? ¿De verdad conoces a toda esa gente?

—No. Solo me quedo un ratito en cada fiesta.

—¿Entonces para qué demonios vas?

—Porque lo importante es haber estado allí.

—¿Pero no te cansas de andar dando tumbos de una fiesta a otra? ¿No te apetece asentarte?

—¿Asentarme? —Parecía perpleja—. ¡Preferiría acudir a mi propia autopsia!

—¿De verdad eres feliz, Lily?

—Desde luego. Más feliz que una bulímica en un bufé. Sácale a Peter hasta el último céntimo que puedas —añadió con firmeza.

—Ay, no sé, Lily. En todo caso no sé de cuánto dinero podrá disponer, porque cabe la posibilidad de que le echen del trabajo. —No quería contarle aquello a Lily, pero el champán me había soltado la lengua—. Puede que le despidan.

—¿De verdad? —preguntó ella sorprendida—. Sería terrible. Mira, pruébate este abrigo Miu Miu.

—Es que ha salido un artículo en el
Hello!
—expliqué mientras me quitaba la camisa de Laura Ashley.

—¡No me digas! ¿Y qué contaba?

—Pues que tenemos problemas y que Peter podría perder su trabajo.

—¿Por qué?

—Porque en Bishopsgate no les gusta que el personal tenga líos matrimoniales. Peter solo tiene un contrato de un año. Si sale algo más en la prensa sobre nuestra separación, puede que no le confirmen el puesto.

—Vaya, sería horrible. Pero seguro que su queridita americana puede encontrarle otro trabajo. —Lily bebió un sorbo de champán.

—Puede ser. Pero no creo que fuera tan bueno. Su valor en el mercado bajaría mucho, después de que lo despidieran de Bishopsgate.

—Sí, es verdad —replicó ella pensativa—. Estás pasando muy mal momento, Faith, pero Jennifer y yo hemos encendido varias velas para ti, ¡mira! —El altar budista, en una alcoba junto al fuego, resplandecía de velas votivas—. Y vamos a rezar cinco misterios del rosario por ti, ¿verdad, Jen? —Jennifer alzó la cara un instante y lanzó un gruñido porcino—. ¡Aay! —suspiró Lily—. La pobre está agotada. Pero es que hoy ha tenido un día muy ajetreado en la oficina.

—¿Sí?

—Sí. La he nombrado ayudante de redacción del Chienne. Es un trabajo muy duro. Vaya, Faith, eso te queda de maravilla —comentó—. De verdad, debajo de la capa de grasa tenías una figura estupenda. Así que puede que Peter pierda su trabajo.

—Sí. Y entonces las cosas se pondrían difíciles para mí.

—Sí, es verdad. Aunque por otro lado, Andie gana una fortuna, así que en cierto modo te estaría subvencionando ella, lo cual es justicia poética.

—Mmmm…

—Y con este cambio de vida, Faith, deberías tener más ambiciones.

—¿Cómo cuáles?

—Convertirte en presentadora habitual.

—No quiero. A mí me gustan los boletines del tiempo.

—Pero, Faith, todo cambia. Esa es la única constante en la vida. Y si no, mira cómo está cambiando tu vida privada… Ya es hora de que los cambios afecten también a tu trabajo. Mira Ulrika Jonson, por ejemplo, antes no era más que la chica del tiempo y ahora es famosa.

—¿Sí?

—Y… cómo se llama… Tracey Sunchine, Tanya Bryer, ella empezó colocando los símbolos del tiempo. Y mira ahora.

—Mmm.

—Y Gaby Roslin, que también anunciaba el tiempo y al final logró una carrera fabulosa. Tú podrías hacer lo mismo. Sí —repitió, mordisqueando un canapé—. Este divorcio es una oportunidad maravillosa para que cambies tu vida por fin.

—Sí, bueno, puede ser. Puede que tengas razón.

—Sé que tengo razón. Y te voy a ayudar, Faith, como te ayudo siempre.

—Es verdad que siempre me ayudas —dije dudosa.

—Te voy a conseguir varios reportajes en las columnas del corazón. ¡Te voy a hacer famosa! Vamos a sacar tus fotos en nuestras páginas de sociedad. Yo seré tu relaciones públicas extraoficial. Ya verás cómo te cambia la vida —prosiguió con fervor—. Será un nuevo comienzo.

—Sí-í.

Lily sirvió más champán y alzó la copa.

—¡Por tu nueva vida, Faith! —exclamó encantada—. ¡Por tu brillante futuro!

—¿Sabes?, quiero mucho a Lily —le contaba a Graham esta tarde—. Pero me parece ridículo cómo trata a su perra. ¡Vamos, cualquiera pensaría que Jennifer Aniston es una persona! —resoplé—. Supongo que es porque vive sola, y la perra es el sustituto de un compañero. A ver, Graham —dije, alzando dos cintas de vídeo—, ¿prefieres Gary Rodees o Keith Floyd?

Diez minutos después me dirigía en metro hacia Tottenham Court Road, al encuentro de Josías. Él había propuesto tomar una copa en Bertorelli's, en Charlotte Street. Estaba muy nerviosa, pero por lo menos sabía que estaba guapa. Llevaba una falda de Versace por encima de las rodillas, una camisa blanquísima de Prada y una chaqueta de Galliano de pata de gallo. Casi no me reconocía ni yo. ¿Esa era yo?

—Pues debo de ser yo —comenté maravillada mirando mi reflejo.

Lily me había dicho que llegara un poco tarde, de modo que eran las siete y diez cuando subí los escalones y me guiaron hasta la barra. Allí estaba Josías, leyendo
The Week
. De pronto alzó la vista y al verme se levantó de un brinco. Yo le tendí la mano y él tuvo un detalle encantador al llevársela a los labios.

—Esto es para compensar por mi comportamiento tan poco caballeroso en el coche —sonrió—. Debiste de pensar que era un fresco.

—No, no. No exactamente. —Entonces me eché a reír—. Pero la verdad es que me quedé un poco cortada.

—Sí, fui un poco atrevido. Normalmente no voy por ahí sonriendo a desconocidas, pero es que pensé que te conocía, porque te tengo vista en la tele. Seguro que te pasa mucho.

—Pues… bueno, a veces. —Estaba encantada de la vida.

—Tú te pusiste tan furiosa que me dio risa. Para cuando me hiciste aquel gesto con los dedos, yo ya estaba a tus pies. Me gustan las mujeres con nervio.

—¿Ah, sí? Qué bien.

—Sí. Son un desafío maravilloso. —Sonrió de nuevo y sus grandes ojos grises parecieron resplandecer—. No sé tú, Faith, pero a mí me apetece una copa de champán.

—A mí también.

¿Y saben lo que pidió? ¡Una botella de Krug!

—Lo siento. No es el gran reserva —sonrió cuando llegó el cubo de hielo, pero es que estoy intentando ahorrar.

Estuvimos allí más o menos una hora, charlando como viejos amigos. Me encontraba muy a gusto con él, como si nos conociéramos desde hacía años. Y sus modales eran encantadores. Cada vez que le preguntaba algo sobre él, él centraba la conversación en mí. Y ahora advertí encantada que estaba coqueteando. Se notaba porque imitaba mi lenguaje corporal. Estábamos los dos sentados, vueltos el uno hacia el otro, con las piernas cruzadas de la misma forma. Cuando yo me llevaba la copa a los labios, él hacía lo mismo. Si yo me inclinaba un poco, él también. Aquella mujer del curso sobre la seducción tenía razón. Cuando alguien repite nuestros movimientos de forma inconsciente, una se siente genial. ¿Qué era lo que había dicho? Ah, sí, que a todos nos gusta la gente a la que gustamos. Ahora Josías sonreía y me preguntaba por la AM-UK!

—Me encanta cómo anuncias el tiempo —dijo.

—Bueno, solo estoy en pantalla un par de minutos.

—Sí, pero lo haces muy bien. Lo que más me gusta es que cuando hace mal tiempo tú sonríes todavía más. Espero que no te moleste que te lo diga —prosiguió con aire tímido—, pero eres mucho más guapa en persona. Y más delgada. Ya dicen que la televisión engorda unos kilos. —Yo no expliqué que en realidad parecía más delgada porque había perdido unos kilos—. Estabas casada, ¿verdad? —preguntó Josías vacilante—. Estoy seguro de haberlo leído en algún lado.

—Sí, lo estaba. Y sigo casada, pero nos hemos separado —contesté con un suspiro—. Y ahora parece que nos divorciamos.

—Lo siento —dijo él con tacto—. ¿Te importa si pregunto por qué?

—No, no me importa. —Y era verdad: no me importaba—. Es porque mi marido tiene una amante.

—Vaya. Es terrible. Te debe de haber dolido mucho.

—Sí. Ha sido espantoso. Fue todo repentino. Pero creo que lo estoy superando.

—¿Tienes hambre, Faith? ¿Te apetece que cenemos juntos? —Me miró a los ojos un instante y yo sentí una curiosa oleada de calor por dentro—. Anda, ven a cenar conmigo.

—Sí, me encantaría. ¿Aquí mismo?

—No. Hay un sitio muy divertido aquí al lado. Pero hay que tener ganas de aventura. ¿Qué, tienes ganas de aventura? —preguntó con una sonrisa.

—Sí.

De modo que subimos por Charlotte Street, giramos a la derecha por Howland y llegamos a Whitfield Street al lado de Fitzroy Square.

—¡Aquí es!

Era un restaurante diminuto llamado La Jaula. Nada más entrar me quedé sin aliento. El interior era pequeñísimo, y de lo más extravagante. La gente estaba sentada en butacones llenos de bordados, rodeados de budas dorados y ruedas de oración tibetanas. Las paredes, color rojo sangre, estaban llenas de tortugas disecadas y pinturas eróticas de hombres desnudos. Había jaulas de pájaros antiguas colgadas y jarrones con plumas de pavo real que oscilaban con la suave brisa del ventilador de bronce del techo.

—Es divertido, ¿a que sí? Es lo que se llama fusión oriental. ¡Y ya verás la comida!

Una camarera negra con una vistosa peluca azul nos condujo a una mesa cerca de la ventana, sobre la cual se veía una colección muy curiosa: una flauta indonesia, una lupa y un pájaro de plástico con cuerda.

—Aquí se trata de divertirse —explicó Josías—. Les gusta bromear.

—Sí, ya veo. —Reí. La camarera nos trajo dos libros de tapas duras, en los cuales estaban los menús doblados.

—A mí me ha tocado
La montaña mágica
—dijo Josías—. ¿Y a ti?


La reina hada
.

Miré el menú y me quedé alucinada; carpaccio de reno ahumado al enebro… consomé de cabra con musgo irlandés… pescado blanco en papel con patata a la lavanda… ensalada sanadora de cábala.

Yo pedí sopa de coco, pan de oro y foie gras, y Josías morrales de arroz de cacto amargo. La camarera nos trajo como aperitivo unos huevos hervidos de pavo real y dos cervezas de Iguazú, informándonos con orgullo de que contenían extracto de lagarto.

—¿Son huevos auténticos de pavo real? —quise saber.

Ella asintió.

—¡Esto es mágico! —exclamé.

—Justo: mágico. Ésa es la palabra. —Josías volvió a mirarme a los ojos y yo noté que me ponía como un tomate.

Mientras tomábamos el extraño aperitivo le pregunté cosas de él. Me habló de su producción en
La tempestad
, en el Royal Exchange de Manchester, y de otro trabajo que había realizado en Milán. También me contó que iba a diseñar la nueva producción de la Royal Opera,
Madame Butterfly
.

—Así que estás muy solicitado —comenté, jugueteando con el pan de oro.

—Sí, eso parece. He tenido mucha suerte. Pero ¿sabes?, lo que de verdad me gusta es pintar.

—¿Qué tipo de cuadros pintas?

—Mi especialidad es el trampantojo —explicó mientras nos servían el segundo—. Hago murales por encargo. Es lo que más me gusta en el mundo; pintar un paisaje toscano en la pared de un baño inglés, o poner una escena de Marruecos en un salón. Puedo dar a la gente una nueva perspectiva, de verdad puedo abrirles los ojos.

—¿Y tú? —pregunté con súbito atrevimiento, jugando con el arroz de algas y cáñamo—. ¿Qué hay de tu vida privada?

—¿Qué pasa con ella? —replicó encogiéndose de hombros.

—¿Has estado casado? —Él negó con la cabeza—. ¿Has estado alguna vez a punto?

Josías sonrió.

—He tenido relaciones, claro, aunque tampoco es que sea un playboy. Pero supongo que nunca he conocido a nadie con quien pudiera comprometerme tanto. Es que es toda una decisión, ¿no crees, Faith? «Hasta que la muerte os separe». Es elegir a alguien con quien pasar el resto de nuestra vida. Parece que para ti fue fácil, ¿no? Te casaste con tu novio de la universidad.

—Sí.

—¿Y nunca te has arrepentido de casarte tan joven? —me preguntó, sirviéndose en el plato una cucharada de patatas moradas.

—Pues… no. A veces, puede… Pero no, en realidad no.

—Pero te has perdido muchas cosas.

—Eso es verdad —suspiré.

—Igual ahora puedes recuperar el tiempo perdido.

—Sí, tal vez.

—Igual podrías recuperar el tiempo perdido conmigo…

—Tal vez —repliqué con una sonrisa.

Él sonrió también, mirándome a los ojos. Me sentía tan eufórica como si estuviera esquiando montaña abajo. Iba tan deprisa que en realidad volaba. O tal vez me caía. No lo sabía. Solo sabía que no quería que se acabara la velada.

—¿Te apetece una copa de vino de pudding? —me preguntó, echando un vistazo al menú—. ¿Con un escorpión cubierto de chocolate?

—Suena delicioso, pero creo que no me cabe nada más. —Pues yo lo voy a probar.

Así que le sirvieron un pequeño escorpión en una loseta de mármol, cubierto de chocolate negro y adornado con unas hojitas de hierbaluisa. Yo no me había imaginado que fuera un escorpión de verdad, pero lo era. Se veía hasta el aguijón de la cola.

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